Читать книгу Historia de América desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días - Juan Ortega Rubio - Страница 13
ОглавлениеAtahualpa.
Iba a tocar el turno a Atahuallpa. Pizarro y los suyos tenían miedo al pobre prisionero. En la ciudad de Pachacamac, que era para los peruanos como la Meca para los musulmanes o Cholula para el pueblo de Anahuac, se levantaba un santuario de los más opulentos de la tierra; Xauxa tenía fama de población opulenta, y en el Cuzco había un templo dedicado al sol cuyas paredes se hallaban cubiertas de planchas de oro. La llegada de Almagro a Caxamalca (mediados de febrero de 1533) con gran refuerzo de tropas, influyó desgraciadamente en la suerte del Inca. Los soldados de Almagro reclamaban igual parte que los de Pizarro en el tesoro de Atahuallpa. Todos tenían prisa de recibir su parte. Ya había aumentado mucho dicho tesoro, si bien no llegaba a la señal que el Inca hizo en la pared. Determinóse hacer la distribución, siendo necesario antes reducirlo a barras de igual tamaño, peso y calidad. La suma total del oro fué de un millón trescientos veinte y seis mil quinientos treinta y nueve pesos de oro, que en el valor actual de la moneda equivaldría a cerca de tres millones y medio de libras esterlinas o poco menos de quince millones y medio de duros. La cantidad de plata se calculó en cincuenta y un mil seiscientos diez marcos. Hízose en paz la distribución, pues los soldados de Almagro desistieron de sus pretensiones y se contentaron con una pequeña cantidad que se estipuló. Por cierto que Pizarro, antes de hacer dicha distribución, con todo temor de Dios invocó el auxilio divino para ejecutar aquel acto con toda justicia. ¡Hacer que Dios intervenga en las maldades de los hombres! Nada se dice en la repartición de Almagro, ni del licenciado Espinosa, a quien Luque antes de morir le había legado sus derechos.
Presentóse a la sazón un problema que corría prisa resolver. ¿Qué convenía hacer con Atahuallpa? Entre los enemigos del Inca, el más encarnizado era Felipillo. Es verdad que Atahuallpa le correspondía con la misma moneda, pues había descubierto que dicho joven se hallaba en íntimas relaciones con una de las concubinas reales. Llegó a decir «que le era más doloroso todavía que su prisión, el ultraje que le había hecho una persona de tan baja esfera.» Felipillo y otros comenzaron a decir que Atahuallpa tramaba una sublevación contra los españoles. Pizarro lo creyó o aparentó creerlo. De nada valieron las protestas de inocencia del Inca. Hernando de Soto, entre otros, se declaró defensor del real prisionero; pero Pizarro dispuso que aquél marchase con un destacamento a Guamachucho. Entonces se formó un tribunal que presidieron Pizarro y Almagro; se nombró un fiscal y se dió al prisionero un defensor. Oviedo dice que el proceso estaba «mal ideado y peor escrito, inventado por un clérigo turbulento y sin principios, por un ignorante escribano sin conciencia y por otros de la misma estofa cómplices en esta infamia»[135]. Se le hicieron doce cargos, y los más importantes fueron: Que había usurpado la Corona y asesinado a su hermano Huascar.—Que había disipado las rentas públicas desde la conquista del país por los españoles para enriquecer a su familia y favoritos.—Que había cometido los crímenes de idolatría y adulterio viviendo públicamente casado con muchas mujeres.—Que había tratado de sublevar a sus vasallos contra los españoles. La Historia no registra un proceso más inicuo; testigos sin conciencia declararon lo que quisieron Pizarro y Almagro, y aun sus declaraciones fueron falseadas por el malvado Felipillo. El único cargo que podía tener importancia era si había alentado a los indios a la insurrección, y Hernando de Soto probó, a su vuelta de Guamachucho, que era falso. Fué sentenciado a ser quemado vivo en la plaza de Caxamalca aquella misma noche. Levantáronse en aquel tribunal militar algunos hombres de conciencia protestando del crimen que se quería cometer; sus razones no fueron atendidas. Rogó, lloró, ofreció doble rescate del que había pagado; todo fué en vano. Las lágrimas del infeliz monarca no ablandaron el duro corazón de Pizarro y Almagro. Deseábase tener la aprobación del Padre Valverde y el necio fraile la firmó sin vacilar.
El 29 de agosto de 1533 salió Atahuallpa encadenado y a pie para el lugar del suplicio, llevando a su lado al Padre Valverde, que le quería convencer de las verdades de la religión católica. No entendía el infeliz Inca una palabra de aquellas teologías y misterios: pero cuando vió el lugar del suplicio y contempló los haces de leña que había de incendiar su pira funeral, manifestó gran decaimiento y angustia. Aprovechándose de aquellos momentos de pena, el fraile Valverde levantó en alto la cruz, rogó al Inca que la abrazase y se dejara bautizar, prometiéndole, en cambio, que la terrible muerte de hoguera se conmutaría en la más suave de garrote.
Confirmó Pizarro la afirmación del religioso y el Inca se convirtió al catolicismo y fué bautizado con el nombre de Juan de Atahuallpa, porque en aquél mismo día la Iglesia conmemora La degollación de San Juan Bautista. Antes de morir manifestó su deseo de que sus restos fuesen trasladados a Quito y conservados al lado de los de sus antecesores, por línea materna, y a Pizarro suplicó que tuviese compasión de sus hijos. Toda la noche permaneció el cuerpo del último rey de los incas en el sitio de la ejecución. A la mañana siguiente lo trasladaron a la Iglesia de San Francisco, donde se celebraron solemnemente sus exequias. Entonó el oficio de difuntos el Padre Valverde. Penetraron de repente en la iglesia, llorando a lágrima viva, gran número de indias, esposas y hermanas del difunto, decididas a sacrificarse y acompañar a su Rey al país de los espíritus. Les dijeron los españoles que Atahuallpa había muerto en el seno del cristianismo, y que el Dios de los cristianos aborrecía tales sacrificios, y al intimarlas que abandonasen el templo, muchas de ellas se suicidaron con la esperanza de acompañar a su señor a las brillantes mansiones del Sol. Los restos de Atahuallpa se depositaron en el cementerio del convento de San Francisco, y luego, cuando los españoles salieron de Caxamalca, los indios, deseosos de cumplir la voluntad de su Rey, los trasladaron secretamente a Quito y los arrojaron donde yacían los de sus antepasados.
Cuando Hernando de Soto volvió de su expedición y supo todo lo ocurrido, manifestó—y no dudamos de la sinceridad del insigne capitán—profunda pena. Dijo a Pizarro que lo de la conspiración de Atahuallpa era una infame calumnia, y que lo procedente hubiera sido trasladar al Inca a Castilla a las órdenes del Emperador. Mostróse—según dicen—pesaroso y aun arrepentido Pizarro, echando la culpa al tesorero Riquelme, al dominico Valverde y a otros. Disculpáronse los acusados, quienes con toda claridad y firmeza dijeron que Pizarro y sólo Pizarro era el culpable. Es cierto que dicho jefe se manifestó apenado al cumplir la sentencia de muerte y luego se vistió de luto; mas todo ello fué una ridícula farsa.
«Las demostraciones que después se vieron bien, manifiestan lo muy injusta que fué... puesto que todos cuantos entendieron en ella tuvieron después muy desastrosas muertes»[136]. En efecto, ya veremos en el curso de esta historia que los autores de tantas maldades acabaron mal. De Felipillo diremos que, por orden de Almagro, fué ahorcado en la expedición a Chile, confesando entonces haber variado el sentido de las declaraciones, haciendo que las favorables al Inca resultasen condenatorias.