Читать книгу Historia de América desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días - Juan Ortega Rubio - Страница 5

CAPITULO II

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Índice

Estados Unidos de la América del Norte.—Expedición de Vázquez de Ayllón, Gómez, Narváez y Soto a la Florida.—Lucha entre franceses y españoles.—Verrazain en la Carolina del Norte y en otros países.—Drake en California.—Vizcaíno, Cardona y otros.—Walter Raleigh en Virginia: Guerra entre indígenas e ingleses.—Gosnold en Nueva Inglaterra, Pring en los Estados del Maine y Massachussetts, y Weymouth en las mismas costas.—Colonia fundada por Newport.—Jamestown.—Compañía de Londres.—Gobierno de Virginia.—La esclavitud.—Estado de las restantes colonias.—Los Holandeses.—Expediciones de Hudson y de Block.—Compañía occidental.—Nueva Amsterdam.—Compañía sueca.—Fin del dominio holandés.—Compañía de Plymouth.—Los puritanos en Nueva Inglaterra.—Colonias de Massachusetts, Mariana, Laconia, Nueva Escocia, Salem, Rode-Island, Concord y Connecticut.—La Corona y las colonias.—Maryland.—Las Carolinas.—Constitución de Locke.—Colonias de Cabo Fear y de Charlestown.—Estado interior de las colonias de Charlestown y de las Carolinas.—Pensilvania: Penn en América.—Georgia.—Guerra entre ingleses y españoles.—Luisiana.

Después de los descubrimientos de los Cabot en la América del Norte[10], y después del viaje de Ponce de León a la Florida[11], procede insistir en el estudio de este último país y en todas las expediciones y conquistas realizadas en la extensa comarca conocida hoy con el nombre de Estados Unidos. El primer asunto que trataremos será el viaje a la Florida de Vázquez de Ayllón, al que seguirán los de Gómez, Narváez y Soto.

El oidor Lucas Vázquez de Ayllón, vecino de Santo Domingo, y otros seis compañeros, partieron acompañados de algunos indios de Jeaga, a descubrir y apoderarse de nuevas tierras. Llegaron a un país pobre, donde los indígenas se alimentaban de pescado, ostiones asados y crudos, venados, corzos y otros animales. Mientras los hombres se dedicaban a matar dichos animales, las mujeres acarreaban leña y agua para cocerlos o asarlos en parrillas. Cogíanse perlecillas en algunas conchas, y si hallaron algún oro sería procedente de lejanas tierras[12]. Vieron el río de Santa Elena y dos pueblos: Oritza (llamado por ellos Chicora) y Guale (que nombraron Gualdape). No encontraron minas de ninguna clase; pero les dijeron que a unas sesenta leguas de distancia al Norte las hallarían de oro y cobre. Cerca de un río y de unas lagunas vieron algunos pueblos de indios, entre ellos Otapali y Olagotano. El cacique en aquella tierra gozaba de tanta fama como Moctezuma en México. Vázquez de Ayllón, que desembarcó en la Florida (1522), murió el 1525.

Gómez, buscando una comunicación marítima hacia la India, llegó hasta donde al presente se levanta Nueva York, según se muestra en mapas españoles antiguos y cuyo país se conoce con el nombre de Tierra de Gómez.

Poco después, Pánfilo de Narváez, aquel capitán que por orden de Velázquez quiso arrebatar a Cortés la gloriosa empresa de México, habiendo recibido autorización de Carlos V para llevar a cabo la conquista de la Florida, reunió 300 hombres y desembarcó en el citado país, del cual tomó posesión en nombre del rey de España (1528). Anduvo vagando durante dos meses por entre selvas y pantanos, sosteniendo continuas luchas con los salvajes. Después de perder gran parte de sus tropas, se decidió a dar la vuelta a Cuba, pereciendo a causa de una tempestad él y los suyos, pues sólo cuatro pudieron llegar a tierra y unirse a sus compatriotas de la Nueva España, no sin sufrir grandes trabajos.

No había pasado mucho tiempo cuando Fernando de Soto, noble militar que se distinguió en la conquista del Perú, fué nombrado por Carlos V gobernador de la Florida y de la isla de Cuba (1538). Desembarcó el 10 de junio de 1539 en la bahía del Espíritu Santo (hoy Tampa Bay), y dirigiéndose al interior del país, cuya marcha fué sumamente penosa, ya por lo escabroso del terreno, ya por la continuada guerra con los indígenas, llegó en los comienzos de noviembre a la bahía de Apallachee, marchando en seguida más al Norte, donde le habían dicho que abundaba el oro y la plata (marzo de 1540). Aguardábanle no pocas aventuras y muchos sufrimientos en las regiones occidentales de la Florida, teniendo la dicha de llegar al caudaloso Mississipí (1541). A causa de una fiebre maligna murió el 31 de mayo de 1542, siendo su cadáver arrojado en el citado río para que los indígenas no se percatasen de tamaña desgracia. Tras largas y penosas peregrinaciones regresaron con vida 311 individuos a los establecimientos españoles de México.

Del mismo modo fué desgraciada una misión de Padres Dominicos (1547), los cuales sucumbieron, antes de convertir a los indios de la Florida.

Durante el reinado de Carlos IX de Francia, una colonia de hugonotes, organizada por el almirante Coligny, pudo acercarse al sitio (1562) que actualmente ocupa San Agustín, una de las ciudades más antiguas de los Estados Unidos. La expedición estaba dirigida por Juan Ribault, marino de Dieppe; recorrieron los expedicionarios lo que actualmente se llama Florida, Georgia y Carolina, construyeron el Fuerte Carlos en la embocadura de un río, donde establecieron una guarnición, volviendo a Francia extenuados de hambre. Otra expedición de hugonotes que se organizó dos años después, mandada por Laudonnière, consiguió algunas ventajas. Habiendo recibido algunos auxilios los emigrantes hugonotes, se dedicaron a la piratería, apresando buques españoles. Pedro Menéndez de Avilés, marino arrojado y cruel, por orden de Felipe II, cayó de improviso (septiembre de 1565) sobre la colonia y fortaleza de los franceses hugonotes, los hizo prisioneros y los mandó ahorcar, poniendo en el pecho de las víctimas la siguiente inscripción: «No como franceses, sino como herejes.» Menéndez comenzó la colonización del país. Pronto se vengaron los franceses de las crueldades de Menéndez. Un caballero gascón, llamado Domingo de Gourgues, vendió sus bienes, equipó tres embarcaciones y se embarcó con 80 marineros y 100 arcabuceros. Cayó sobre las viviendas de los españoles (1568) y cuéntase que a los prisioneros, en no corto número, los hizo ahorcar en los mismos árboles que antes lo fueran los franceses, y también, como entonces, a los prisioneros les hizo poner una inscripción que decía: «No como españoles, sino como asesinos». Gourgues dió la vuelta a Francia y los castellanos continuaron la colonización de la Florida. «De suerte—escribe el Dr. Ernesto Otón Hopp—que a los españoles pertenece la gloria de haber fundado en la Florida la primera colonia permanente, en la cual también había corrido la primera sangre de europeos vertida por el fanatismo religioso, llevado de Europa a América»[13].

Francisco I, rey de Francia, a fines del año 1523, prestó todo su apoyo al marino florentino Juan de Verrazani para que procurase descubrir un camino al reino de Catay por el Oeste. Terrible tempestad puso en peligro a los valerosos marinos, quienes tuvieron que regresar. Volvió Verrazani a hacerse a la mar en enero de 1524, echando anclas algunos días después en una costa baja de la Carolina del Norte, cerca de la actual ciudad de Wilmington. Hombres blancos pisaban por primera vez aquella tierra. Dirigiéronse desde allí a la bahía de Nueva York, luego adonde hoy se halla Newport, y, por último, a Terranova, regresando a Dieppe, punto de partida. La parte que conocemos de la relación que de su viaje hizo el marino italiano a Francisco I indica el buen gusto de su autor, siendo notable por la claridad y delicadeza de sus descripciones.

Después de las expediciones dispuestas por Hernán Cortés, que produjeron el descubrimiento de la Baja California, según carta del mismo conquistador de México (15 octubre 1524) al emperador Carlos V, y después de otras tentativas, que dieron por resultado el reconocimiento de las costas de la Baja y Alta California, el aventurero y pirata Francisco Drake (entre los años 1577 y 1580, y en el reinado de Isabel, la buena Bess) hubo de saquear las poblaciones españolas de la costa del Pacífico. Drake fué el primer europeo que desembarcó en California; pero el viaje que ofrece interés no escaso, es el del hábil y experimentado piloto español Sebastián Vizcaíno.

En el reinado de Felipe III, siendo virrey de la Nueva España D. Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, salió del puerto de Acapulco una escuadra al mando del almirante Toribio Gómez de Corbán, llevando a sus órdenes al navegante Sebastián Vizcaíno (5 de mayo de 1602)[14]; se presentó en el cabo Mendocino (20 de enero de 1603), tornó a Acapulco, donde entró el 21 de marzo de 1603. Reconoció Sebastián Vizcaíno la costa de la Baja y de la Alta California hasta los 42°, y visitó los puertos de San Diego, Monterrey, y tal vez el de San Francisco. Arrojado uno de sus buques a los 43° cerca del cabo Blanco, se vió una entrada o río muy caudaloso, que llamaron de Martín de Aguilar, nombre de un alférez que intentó reconocerlo y no pudo a causa de la fuerza de la corriente de dicho río. Vizcaíno, al desembarcar en la bahía de San Bernabé, publicó un bando imponiendo pena de la vida al que maltratase á los indios. Fray Antonio de la Ascensión, cosmógrafo de la expedición emprendida en 1602 por Vizcaíno, redactó una relación de ella que, según copia del original hecha en México a 12 de octubre de 1620, se encuentra entre los manuscritos de la Biblioteca Nacional, y cuyo título es como sigue:

«Relación breve en que se da noticia del descubrimiento que se hizo en la Nueva España en la mar del Sur desde el puerto de Acapulco hasta mas adelante del cabo Mendocino en que se da cuenta de las riqueças y buen temple y comodidades del Reyno de Californias y de como podrá Su Mag. a poca costa pacificarle y encorporarle en su Real Corona y hazer que en el se pedrique el Santo Ebangelio, por el padre fray Antonio de la Ascension, Religioso Carmelita descalço que se hallo en el y como cosmografo lo demarco.»

Vizcaíno consideraba necesario dos navíos pequeños de a 200 toneladas, y «se han de proueer—dice—con abundancia assi de municiones y pertrechos de guerra, como de bastimentos, jarcias y belame..., en México se han de levantar hasta 200 soldados que sean buenos marineros juntamente, adbirtiendo que sean soldados biejos, curtidos y bien experimentados así en las armas como en el marinaje, porque todos con uniformidad y sin diferencia acudan a todo segun las ocassiones se ofrecieren... hombres de bien y de berguença porque en el viaje assi por la mar como en tierra aya paz union y hermandad entre todos» al mando de «uno o dos capitanes que sean buenos cristianos y temerosos de Dios y personas de meritos y que ayan con fidelidad en otras occassiones servido a su Magestad assi en guerras por tierra como Armadas por la mar.» Estima que el jefe debe ser persona de valor y prendas «y se aya de atras de estar esperimentada y cursada en semejantes cargos, para que sepa tratar a todos con amor y ymperio... temerosa de Dios, cuydadosa de su conciencia y celosa del seruicio de S. M. y de cosas de la conuersion de estas almas.»

«A todos los que fueren de esta jornada se les ha de dar expressa orden y mandado que tengan grande obediencia y sujecion á los religiosos que fueren en su compaña, y que sin su orden, consejo y parecer no se haga guerra y otra molestia alguna a los indios ynfieles, aunque ellos den alguna occassion, porque asi las cosas se hagan en paz y con cristiandad y con amor y quietud, que es el modo que se ha de tener en la pacificacion de aquel reino y en la predicacion del santo Evangelio, fin y blanco a que se endereçan estos gastos y estas preuenciones, porque de no hazerse ansi sino lo contrario, sera malograrlo todo y perder el tpo y la hazienda en balde, como por la esperiencia se ha visto muchas veces en esta Nueva España en otras conquistas y pacificaciones de nuevas tierras en que Dios nro. Señor a sido mas ofendido que seruido.»

Considera conveniente hacer dádivas a los indios, adquiriendo para ello «cantidad de cosillas de dijes de Flandes, como son quentas de vidrio de colores, granates falsos, cascaueles, espejuelos, cuchillos y tijeras baladíes y trompas de París y algunas cosas de vestidos, y de estas cosas se haga reparticion entre los religiosos y soldados, para que en los puertos que saltaren ó escojieren para hacer assiento en las tierras de los ynfieles las repartan de gracia con muestras de amor y voluntad en nombre de su Magestad con los yndios que vinieren á verles, para que con estas dadivas graciosas los yndios conserven amor y afficion a los cristianos y conozcan aun a su tierra a darles de lo que llevan y no a quitarles lo que tienen, y que entiendan aun a buscar el bien de sus almas. Este es un medio de grande ymportancia para que los yndios se aquieten sumamente y pacifiquen y obedezcan a los españoles sin contradiccion ni repugnança, y reciban con gusto a los que ban a predicarles el Sagrado Evangelio y los misterios de Ntra. Santa fe Catholica, de mas que los yndios de este paraje son reconocidos y agradecidos, y en recompensa y paga de lo que se les diere, acudiran con las cosas que ellos tubieren de estima en su tierra, como lo hicieron con nosotros con esta preuencion.»

Opinaba que el sitio más adecuado para el primer pueblo, era la bahía de San Bernabé, donde debían hacerse casas «construídas de tal suerte, que las unas casas sean guarda y amparo de las otras», levantándose tambien iglesia y casa fuerte, que sirviera de castillo y atalaya para casos adversos, «en puerto fuerte, eminente y señoril», y si fuera posible con paso seguro a la mar «para reciuir socorro y enviarle a pedir por mar en caso que alguna necessidad se ofreciere, como comunmente lo han vsado los portugueses en los puestos que an hecho asiento en la India y les a sucedido muy bien el vsar de este ardid y advertencia.»

Recomienda la necesidad de la vigilancia y de la prevención continua, «porque en tierra de yndios infieles, aunque se hayan dado por amigos y de paz, no ay que fiar mucho, antes se ha de uiuir con ellos y entre ellos con notable recato y bigilancia y adbertencia», y propone el establecimiento de un mercado o Casa de Contratación «para que allí acudan los yndios a rescatar lo que quisieren de los españoles, y para que ellos entre sí, unos con otros, traten y contraten, que con esto se facilitará mucho la comunicacion de ellos con los nuestros, de que se vienen a enjendrar el amor y la amistad.»

Juzga que es conveniente para poblar la tierra y para el sustento, «llevar vacas, ovejas, carneros, cabras, yeguas y lechones... Estos animales se criaran y multiplicaran muy bien en esta tierra, por ser para ello acomodada y fertil, y tambien se podran hazer algunas lauores de trigo y de maiz y plantar biñas y huertas, para que se tenga el sustento de las puertas adentro, sin que sea necesario traerlo de acarreto y de fuera, ymponiendo y enseñando a los yndios para que ellos hagan lo mismo, que todo lo tomaran bien redundando en su probecho.»

Proponía despertar el espíritu del salvaje enseñándole a cantar y a tañer los instrumentos músicos.

Recomendaba con insistencia «que de los yndios se vayan escojiendo algunos de los mas aviles, entresacando entre los muchachos y niños los que parecieren mas dociles y ingeniosos y aviles, y estos se uayan doctrinando y al mismo tiempo que se fuera enseñando la doctrina cristiana y a leer en cartillas españolas para que juntamente con el leer aprendan la lengua española, y que aprendan a escriuir... porque el buen fundamento tiene firme el edificio

Termina su relación Fray Antonio de la Ascensión condenando el sistema de las encomiendas. «Conviene que su Magestad haga estas pacificaciones a su costa, y que no las encomiende a nadie, y porque los soldados vayan con sujecion y obediencia a sus mayores, a los españoles que fueren enviados por su Magestad a esta jornada para la pacificacion y poblacion de este reino, se les a de advertir que no van a ganar tierras para si ni vasallos, sino para los Reyes de Castilla que los embian porque no conviene que su Magestad haga mercedes de pueblos ni de yndios que se fueren pacificando y convirtiendo a nuestra santa fe a ningun español por grandes servicios que aya hecho en estos reinos a S. M., porque su Magestad lo podra saber con buena conciencia, y sera la total ruyna y destruccion de todos los yndios, como sucedio en los principios que se conquistaron estos reynos de la Nueva España, y se vió sucedio en las yslas de barlouento y en tierra firme, como lo cuenta y trata muy por extenso el Sr. Obispo de Chiapa D. Fr. Bartolomé de las Casas.»

Sucediéronse diferentes viajes que no carecen de importancia, hallándose, entre otros, el realizado por el capitán Nicolás de Cardona el 21 de marzo de 1615, cuyo original se conserva en la sección correspondiente de la Biblioteca Nacional, y cuyo largo título es como sigue:

«Descripciones Geograficas e Hidrograficas de muchas tierras y mares del Norte y Sur en las Indias, en especial del descubrimiento del reino de la California, hecho con trabajo e industria por el capitan y cabo Nicolas de Cardona, con orden de nro. sor. Don Phelipe II de las Españas. Dirigidas al Excmo. Sr. D. Gaspar de Guzman, conde de Olivares, duque de San Lucar la Mayor, etc.» 24 de junio de 1632. Cardona consideraba a California como la tierra más rica en minas de oro y plata de todas las Indias.

El almirante D. Pedro Porter de Casanate ofreció el año de 1636, por servir a S. M., hacer viaje a la California para saber si era isla o tierra firme y descubrir lo occidental y septentrional de la Nueva España, fabricando a su costa navíos, conduciendo gente y llevando pertrechos, bastimentos y todo lo necesario. Dice Porter que «California, de buen temple, sana, fértil, con aguas, dispuesta para labores y sementeras, tiene ganados, frutos y yerbas saludables, muchas arboledas, frutos y flores de España, hasta higueras y rosas.» Hasta el 8 de agosto de 1640 no le concedió S. M. la autorización pedida; pero le detuvo todavía tres años «honrándome—dice Porter—con parecer que podía ser de algun util en sus armadas...» El Consejo de Indias dispuso que se aprestase a salir con toda celeridad, como lo verificó el 2 de agosto de 1643. Salió de Cartagena y llegó a Veracruz el 22 de dicho mes. En México se presentó al virrey, buscó amigos y dinero, comenzando la construcción de buques. Con Nuestra Señora del Pilar y San Lorenzo navegó los años 1648 y 1649, descubriendo y demarcando las costas e islas del golfo de California.

Reinando Carlos II se ofreció a conquistar la California el almirante D. Isidro Atondo y Antillón, mediante escritura de diciembre de 1678, que fué aprobada por Real Cédula de 29 de dicho mes de 1679. Salió la expedición del puerto de Chacala el 18 de marzo de 1683, llevando por cosmógrafo al Padre Francisco Eusebio Kunt o Kino, alemán, profesor de Ingolstad. Llegaron al puerto de la Paz y trataron de establecerse en el interior; pero los indios se aprestaron a la resistencia y tuvieron que dirigirse a Sinaloa. Volvieron otra vez y eligieron la bahía de San Bruno como punto de desembarco, y como tampoco pudieran sostenerse, se retiraron a últimos de 1685.

En vista del poco éxito de los conquistadores, los misioneros tomaron la determinación de incorporarla a España mediante la civilización y el sentimiento religioso. En obra tan humanitaria ayudaron al Padre Kunt los misioneros Salvatierra, Tamaral y otros. El P. Juan María Salvatierra fué conocido después con el dictado de Apóstol de la California. Los jesuítas predicaron el Evangelio y consiguieron que los perezosos californios se dedicasen a la agricultura y a levantar diques o presas a las inundaciones ocasionadas por los torrentes. Cuando con más celo que prudencia combatieron la poligamia, estallaron crueles rebeliones en las misiones del Sur (1734), hasta tal punto que soldados y algunos frailes fueron muertos, experimentando notable retroceso la obra de las misiones.

Si en el siglo xvi se consideró a California como península y en el xvii se creyó que era isla, en el año 1746 se probó que sólo estaba separada de la parte continental por el lecho de la corriente del río Colorado.

Cuando más trabajaban los jesuítas en su obra civilizadora, les sorprendió la orden de expulsión de la colonia, dictada en 25 de junio de 1767 y hecha efectiva en 3 de febrero siguiente.

Encargados los franciscanos de las misiones, el P. Fray Junípero Serra fué el continuador de Salvatierra. Si al primero se debe la conquista de la Alta California, el segundo realizó la de la Baja. Monterrey, San Diego de Alcalá, San Antonio de Padua, San Gabriel y San Luis de Tolosa fueron las primeras misiones realizadas por los franciscanos en la Alta California. El 17 de septiembre de 1776 se inauguró la fortaleza o presidio de San Francisco, hoy capital del Estado. Los frailes tenían el gobierno espiritual y temporal de las misiones. «Sus armas eran un crucifijo colgado al cuello, el breviario bajo el brazo, una pintura de la Virgen y el Niño Dios por un lado y un condenado por el otro, y cuadrante y brújula para hacer observaciones»[15]. Los franciscanos, con patriotismo digno de alabanza, trabajaban por la extensión de los dominios españoles. Extendieron la cultura por todas partes. La ganadería y la agricultura adelantaron mucho. California bajo el poder español prosperó de modo extraordinario.

Sucediéronse después otras expediciones, ganando con ellas no poco la ciencia. Debemos también consignar que en la explotación del comercio fuimos más torpes que en obras de exploración y de atracción de indígenas.

Después que los Estados Unidos arrebataron Tejas (1845) y California y Nuevo México (1848) a la república mejicana, ha cambiado completamente la manera de ser de los citados países. Por lo que a California se refiere, los mejicanos, primeros emigrantes en el país, fueron en gran parte expulsados, quedando en el interior algunos no muy queridos de los hijos de Norte América. Los indígenas han sido perseguidos y tratados sin compasión, siendo entre ellos proverbio corriente que todas sus desgracias provienen del blanco, del whisky, de la viruela, de la pólvora y de las balas. No puede negarse, sin embargo, que los americanos han operado extraordinaria revolución en el país formando un Estado poderosísimo. Ellos han hecho de pueblos pobres y pequeños ciudades ricas y populosas. Las artes, la industria, todo adelanta y progresa en aquella tierra maravillosa. Vías de comunicación cruzan todo el país. Se multiplican cada día las bibliotecas, las escuelas, todos los centros de cultura[16].

Consideremos ya el descubrimiento de Virginia. La Gran Bretaña, y en particular la reina Isabel, tenían puestos sus ojos en las expediciones a la América del Norte. Sir Humphrey Gilbert, natural del condado de Devon, hizo desde el 1576 al 1578 tres viajes. Autorizóle la citada Reina para descubrir y tomar posesión de todas las remotas tierras habitadas por bárbaros, confiriéndole poderes para apoderarse de dichos países. Habiendo muerto en el último viaje Gilbert, su hermano político, Sir Walter Raleigh, obtuvo de dicha Reina en el año 1581 la confirmación de los mismos privilegios concedidos a su pariente. Envió Raleigh (1584) una expedición compuesta de dos buques bien tripulados, a las órdenes de Armidas y Barlow, a las costas de la América del Norte. Volvieron los expedicionarios e hicieron exacta descripción de la hermosa tierra que acababan de descubrir. Raleigh dió al nuevo país el nombre de Virginia, perpetuando de este modo la fama de virgen de la reina Isabel, concediéndole ella a dicho Raleigh el título y dignidad de caballero. Otra expedición preparó el mismo Sir Walter en el año 1585, dando el cargo de comandante a Ricardo Grenville y el nombramiento de gobernador de la colonia a Ralph Lane. Volvióse Grenville, dejando en la colonia a Lane y a 108 individuos. Los indígenas deseaban por momentos librarse de tan molestos huéspedes. Cayeron en el abatimiento los colonos, a pesar de los auxilios que desde las Antillas les llevó el famoso pirata Drake. Cada vez más desalentados los colonos, éstos, con Lane a la cabeza, abandonaron al fin su establecimiento en junio de 1586. No habían transcurrido dos semanas, cuando se presentó Grenville con abundantes provisiones, llamándole la atención que sus compatriotas hubiesen abandonado la colonia. Habiendo dejado 50 hombres según Smith, o 15 según Bancroft, en la isla de Roanoke para guardar la nueva posesión, él se retiró de aquellas ingratas playas. El año siguiente, esto es, en 1587, volvió White con una flota cargada de provisiones; mas sólo encontró los huesos de aquellos infelices. Comenzó entonces guerra a muerte entre indígenas e ingleses. White cayó sobre los indios y mató a muchos, abandonando aquellas tierras, sin embargo de que los colonos, presintiendo su triste fin, le suplicaban que no les dejase allí. Cuando el año 1590 volvió White, únicamente encontró en la isla de Roanoke huellas de la colonia. Respecto a Raleigh, después de gastar en su empresa el capital que tenía, consistente en un millón de pesetas, fué acusado, quizá falsamente, de alta traición, muriendo en el cadalso. Era a la sazón rey Jacobo I, sucesor de Isabel.

Ya en el siglo xvii, después de las expediciones de Bartolomé Gosnold a la Nueva Inglaterra (1602), de la de Martín Pring hacia las costas de los actuales Estados de Maine y de Massachusetts (1603), y de la de Jorge Weymouth, que visitó las mismas costas (1605), expediciones que no dieron resultado alguno satisfactorio, volvió a pensarse en proyectos de conquistas y de colonización. Reuniéronse para propagar las ideas de conquistas y de colonización el citado Gosnold, Wingfield, Hunt, Smith, Georges, Sir John Popham y el propagador más activo de estos proyectos, Ricardo Hackluit. Jacobo I, conociendo la importancia del asunto, dictó el 10 de abril de 1606 una Ordenanza, por la cual dividía en dos partes la extensión de costas y tierras: la primera, comprendida entre los grados 34 y 38 de latitud Norte; y la segunda, entre los grados 41 y 45 de la misma latitud, quedando entre los dos territorios un tercero a disposición de una y otra Sociedad; de modo que entre ambos siempre había de permanecer una zona neutral de 100 millas inglesas (170 kilómetros). Una Sociedad o Compañía de Londres debía colonizar Virginia o el territorio comprendido entre los grados 34 y 38; otra Sociedad o Compañía llamada de Plymouth se encargó de colonizar Nueva Inglaterra o el territorio comprendido entre los grados 41 y 45. El Rey, para el gobierno de las colonias, nombró dos consejos: el uno, residente en Inglaterra; y el otro, en las mismas colonias. En los comienzos del 1607—al cabo de 110 años transcurridos desde que Cabot descubrió la costa de la América del Norte—llegó el capitán Newport con tres buques y 105 emigrantes; desembarcó en la bahía de Chesapeake y fundó la ciudad de Jamestown, en honor de Jacobo I. La nueva tierra pareció a los emigrantes un paraíso. A excepción de unos cuantos trabajadores y comerciantes, el resto de los colonos se componía de señores que en su vida habían trabajado y de vagos que sólo se ocupaban en promover pendencias aumentando el mal a la llegada del verano, a causa de las fiebres malignas producidas por el agua corrompida de los pantanos y por las recientes roturaciones. Apenas abandonó el país el capitán Newport, sobrevino el abatimiento más grande en los colonos, y antes de llegar el otoño fallecieron muchos por la influencia del clima, entre ellos Gosnold. En el mando de la colonia le sucedió Smith, hombre dotado de excelentes cualidades. Enérgico, castigó a los indios rebeldes, a los cuales se atrajo luego con prudencia para que le proporcionasen víveres. Hizo a la aproximación del invierno una excursión por la bahía de Chesapeake, subió por los ríos Chickahominy, Pamunkey y Rappahannock, siendo hecho prisionero por una tribu india y logrando, no sin grandes trabajos, su libertad. Cuéntase—y cuento es seguramente—que la joven Pocahontas, hija de un cacique llamado Powhatan, se interpuso entre su padre y Smith cuando el primero iba con su maza a partir el cráneo al segundo. Encontró a su vuelta en situación poco lisonjera la colonia de Jamestown, aumentando el mal con la llegada de 120 individuos, gente que únicamente pensaba en el oro que podía encontrar en el país y no en el cultivo de las tierras. Smith emprendió un segundo viaje y recorrió los ríos de Potomac y Susquehana, encontrándose a su regreso con el nombramiento de presidente del Consejo colonial, nombramiento que le llevó Newport con 70 nuevos emigrantes. Decíale la Compañía de Londres que la colonia pagaría, por lo menos, los gastos de la última expedición; que enviase oro; que procurara encontrar el paso marítimo al Océano Pacífico; y, por último, que hiciera toda clase de sacrificios para hallar a los ingleses de la colonia de Raleigh, prisioneros tal vez de los indios. Contestó Smith que en lugar de los mil emigrantes que hasta entonces habían llegado, prefería treinta agricultores, carpinteros, albañiles, herreros, hortelanos y pescadores. Como presidente del Consejo colonial dispuso que todos habían de trabajar seis horas diarias, único modo de recibir víveres.

En el año 1609 obtuvo la Compañía de Londres importantes reformas en su constitución. El Rey cedió a la Compañía muchos derechos que hasta entonces él se había reservado, como el nombramiento por los socios del Consejo y la facultad de hacer leyes y reglamentos para las colonias. En virtud de la nueva organización fué nombrado gobernador general de Virginia lord Delaware. Mientras que Delaware se disponía a marchar a la colonia, se dirigió a ella el capitán Newport, llevando a bordo a Sir Tomás Gates y Sir Jorge Somers, que debían encargarse del gobierno hasta la llegada de Delaware. La Compañía adquirió gran desarrollo, pues entraron a formar parte muchos propietarios rurales y comerciantes, como también altos empleados, entre ellos el poderoso Cecil.

Embarcáronse unos 500 para Virginia, en tanto que Smith abandonaba la colonia y se dirigía a Inglaterra. Vióse entonces que Smith poseía cualidades relevantes como gobernador, por cuanto después de su marcha llegó la colonia a la decadencia más completa. Algo bueno hizo también Gates, conteniendo a los que deseaban incendiar las viviendas y volver a Inglaterra. Reinó otra vez la paz con la llegada de lord Delaware, que traía colonos y provisiones en abundancia; pero habiendo enfermado el gobernador hubo de regresar a Inglaterra, siendo entonces nombrado para sustituirle Sir Tomás Dale, quien se hizo cargo de la colonia en el año 1611. Dignas de alabanza fueron las primeras medidas tomadas por el nuevo gobernador; también contribuyó al bienestar la llegada de Gates con buen número de colonos y bastantes provisiones procedentes de Inglaterra. Bastará decir que en 1612 llegó a 700 el número de habitantes. Por entonces se dispuso ceder en propiedad cierta porción de tierra a cada colono, pues antes todos trabajaban para el común o para la compañía colonizadora. También en el dicho año se acordó que muchas atribuciones y autoridad del Consejo colonial residente en Inglaterra, pasasen a una asamblea que sería nombrada por los colonos de Virginia. Del mismo modo se ordenó trasladar mujeres jóvenes, de conocida honradez, a la colonia, único medio del aumento rápido de población y medida segura para que los nuevos matrimonios no abandonaran fácilmente aquellas tierras. A la sazón la famosa Pocahontas, que había sido robada por el capitán inglés Argall, se casó con un colono llamado Rolfe[17]. Con las plantaciones de tabaco comenzó la prosperidad del país y se mejoraron las condiciones sociales y políticas. Tras el corto y tiránico gobierno del capitán Argall fué nombrado, en 1619, Jorge Yeardley, en cuyo tiempo se reunió la primera Asamblea colonial, la cual con sus innovaciones y reformas hizo de Virginia un pueblo libre e independiente. La Compañía de Londres hubo de sancionar todo lo hecho por la Asamblea parlamentaria de Virginia.

Nombrado Edvin Sandys tesorero de la Compañía de Londres, recibió la colonia extraordinario impulso, merced a los muchos emigrantes. A Sandys sucedió, no obstante la oposición del Rey, el conde de Southampton, el amigo de Shakspeare, y con su poderoso auxilio se dió a la colonia una carta constitucional bastante parecida a la inglesa. «Según esta constitución, la Asamblea general de Virginia debía componerse de los miembros vitalicios del Consejo de la colonia, nombrados por la Compañía de Londres, y de dos representantes de cada grupo de colonos o de cada lugar, y las órdenes de la Compañía sólo adquirían fuerza de ley después de ratificadas por la Asamblea general de Virginia, sobre cuyas resoluciones tenía, sin embargo, el gobernador el derecho de veto»[18].

Al paso que tales concesiones contribuían al progreso de la colonia, es de lamentar que Jacobo I mandase deportar (1619) a Virginia unos 100 penados, que allí hubieron de casarse y formar familias. Todavía es más censurable el siguiente hecho: en el año 1620 varios comerciantes holandeses comenzaron a importar negros de Africa que los colonos compraban para el cultivo de los campos. Este fué el origen de la esclavitud en el Norte de América[19].

Si no prosperó el cultivo de la morera para la cría del gusano de seda, ni la vid, en cambio desde que se introdujo el cultivo del algodón (1621) fué adquiriendo cada año mayor incremento.

El sistema de gran cultivo y de grandes haciendas se extendió a las dos Carolinas, a la Georgia y, por último, a todos los Estados del Sur.

Cuando se hallaban más enconadas las luchas religiosas en Inglaterra y cuando era cada vez mayor el odio entre unas y otras sectas, los puritanos solicitaron de la compañía de Londres concesión de terrenos en Virginia, con el objeto de trasladarse allí y practicar tranquilamente su religión[20]. No se opuso a ello Jacobo I y en 1620 se embarcaron para Virginia más de cien puritanos.

Conviene no olvidar que algunos años antes (1607), el capitán Newport había desembarcado en Virginia, a orillas del río James, los primeros colonos ingleses. Reeligido (1623) el conde de Southampton tesorero de la compañía de Londres, Jacobo I, disgustado por la conducta política y por las escisiones interiores de la sociedad, como también por el citado nombramiento, dispuso—no sin largo y ruidoso proceso—encargarse del gobierno de la colonia (1624). Durante el gobierno de Carlos I (1625-1649), Virginia dependió directamente de la Corona, siendo de notar que al Rey sólo le preocupaba la explotación del monopolio del tabaco. Guardóse la mayor tolerancia con los puritanos; pero en el año 1643 se prohibió todo culto público y todo establecimiento de enseñanza no dirigido por la Iglesia anglicana ortodoxa. El número de los habitantes de la colonia llegó a veinte mil en 1648. El gobierno republicano (1649-1660) no hizo innovación alguna en la colonia, si bien se estipuló que los habitantes de Virginia gozarían de las mismas libertades que los ingleses en la madre patria. Reinando Carlos II (1660-1685) se creó (1662) un consejo de 32 miembros para la dirección de las colonias. Este consejo, que levantó vivas protestas en Nueva Inglaterra, fué respetado y querido por los colonos de Virginia. Aumentaba rápidamente la población, hasta el punto que en 1665—según el gobernador Berkeley—llegó a cuarenta mil habitantes. Algunos perjuicios sufrió por entonces Virginia: bajó el precio del tabaco, porque al cultivo de dicha planta se dedicaron también y le hicieron competencia los colonos de la Carolina y de Maryland. Además, los holandeses, en guerra con Inglaterra, cayeron varias veces sobre la colonia y echaron a pique algunos buques mercantes, y un huracán devastó el país y destruyó numerosos edificios. Lo peor de todo fué la conducta del gobernador Berkeley, hombre codicioso e injusto. Si aparentemente tenía buenas relaciones con los indios (a quienes, por medio de sus amigos, compraba gran cantidad de pieles, en particular de castor), era, sin embargo, poco querido. Estalló, al fin, la guerra entre indígenas y colonos, cometiendo unos y otros las más horribles crueldades. Igualmente, la guerra civil trajo días de luto a la colonia. Un tal Bacon se puso en frente de Berkeley. La fortuna favoreció a los revoltosos, teniendo que huir Berkeley y siendo incendiada la población de Jamestown. Muerto por entonces Bacon, se disolvió su partido y pudo volver Berkeley a encargarse del gobierno. ¿Cuál fué la causa de esta guerra civil? Que Carlos II, para recompensar los servicios de los lores Arlington y Culpepper, les dió Virginia por treinta y un años, oponiéndose a ello, como era natural, los colonos. Al fin reinó la paz, mediante el pago de una suma anual, que se aumentó con un impuesto especial sobre el tabaco.

Berkeley, en su segunda época de mando, trató con mano de hierro a los vencidos, hasta el punto que Carlos II—según cuentan—hubo de decir: «Este viejo loco ha quitado más vidas en aquel país despoblado que yo en Inglaterra por la muerte de mi padre». Reunida la asamblea de la colonia rogó al tirano que no derramara más sangre. Por su parte el gobierno de la metrópoli envió tres comisarios con quinientos individuos de tropa para restablecer la tranquilidad y hacer una información acerca de los sucesos. Tuvo Berkeley que marchar a Inglaterra con objeto de dar cuenta de su conducta. Murió al poco tiempo, sucediéndole sucesivamente Chicheley, Culpepper, Howard y Nicholson. «Las facultades del gobernador—dice Bancroft—eran extraordinarias, pues resumía a la vez los cargos de teniente general y almirante, tesorero, canciller, presidente de todos los tribunales del Consejo y hasta obispo, de modo que, la fuerza armada, las rentas, la interpretación de la ley y la administración de justicia, todo estaba sometido a su autoridad»[21]. Aunque las disposiciones de la madre patria, del Consejo y de la Asamblea general limitaban en cierto sentido los citados poderes, no debe olvidarse que las órdenes procedentes de Inglaterra eran secretas, y por lo que respecta a la Asamblea sus individuos se hallaban en una posición subalterna o inferior a la del gobernador.

Las colonias de la América del Norte, durante el reinado de Carlos II, gozaron de algunas mercedes. Bien es verdad que el Rey debía mostrarse agradecido a las colonias, las cuales recibieron voluntariamente la monarquía restaurada, con la sola excepción de la de Massachusetts, que tardó un año en reconocer los hechos consumados. Uniéronse en una sola colonia los de Hartford y de Newhaven, recibiendo, como algunas otras, real patente, en la cual se otorgaban completas libertades, que hicieron de ella una especie de república independiente. En cambio, es censurable la exagerada liberalidad de Carlos II, que hubo de regalar territorios a sus favoritos. En virtud de esta liberalidad, Virginia fué cedida por treinta y un años; Nueva York la dió a su hermano el duque de York; Pensilvania a Penn; parte de Maine y de New-Hampshire, al duque de Monmouth; Nueva Escocia, a Tomás Temple, y el monopolio del comercio de los territorios aledaños de la bahía de Hudson al príncipe Ruperto.

Poco a poco iba aumentando el número de habitantes en las colonias; el año 1875 contaba la de Plymouth 7.000; la de Connecticut, 14.000; la de Massachusetts, 22.000; las de Maine, New-Hampshire y Rhode-Island, 4.000 cada una. Los productos de las colonias eran, especialmente, agrícolas; también pieles, pescado y maderas de construcción.

Inmediatamente que subió al trono Jacobo II (1685-1688), decretó la agregación de Nueva Jersey a la de Nueva York. El Rey nombró gobernador general de todas las colonias del Norte a Andros, quien habiendo llegado a Boston el 1686, lo primero que hizo fué establecer el culto de la iglesia anglicana, sin hacer caso de las protestas de los puritanos. Cuando se disponía a empresas mayores, la revolución en la metrópoli arrojó del trono a Jacobo II, sucediéndole María (1689-1695) y Guillermo III (1689-1702). Más que María y Guillermo, el verdadero soberano de Inglaterra fué el Parlamento. Lo mismo sucedió durante el reinado de Ana (1702-1714).

La misma conducta que Inglaterra y Francia siguieron los holandeses y suecos. El inglés Enrique Hudson, al servicio de Holanda, intentó descubrir un paso para la India por el Norte de América. Auxiliado por el comercio holandés, pudo hacerse a la vela en abril de 1609 con el buque Media Luna. Tuvo que dirigirse al Oeste porque grandes masas de hielo le impidieron continuar hacia el Norte y llegó a la embocadura del Penobscot, en el estado actual de Maine, pasó al Cabo Cod, siguió su marcha hacia el Sur, y al tocar en la costa de Virginia volvió al Norte y entró en la bahía de Nueva York, subiendo por el río que lleva su nombre y reconociendo la citada bahía. Dice el Dr. Hopp que «de todas partes acudieron los indios, que jamás habían visto nave alguna europea, y creían ver gigantesca ave de blancas alas»[22]. De regreso a Holanda no logró apoyo de los comerciantes y marchó con pocos recursos a continuar las exploraciones, muriendo en la helada bahía ya dicha y que también lleva su nombre. De 1610 a 1614, organizaron los holandeses diferentes expediciones a aquella región, y con el objeto de comerciar con los indígenas construyeron viviendas en la playa de la isla de Manhattan y últimamente un fuerte (1614). El marino Adrián Block (cuyo nombre lleva pequeña isla en el puerto de Nueva York), exploró las costas de Long-Island, situadas delante de Nueva York. Block descubrió el río Connecticut, construyó (1615) el fuerte que llamó de Orange, donde hoy se halla la ciudad de Albany, y dícese que, perdido su buque, construyó otro, el primero que se hizo en aquellas playas.

Cuando con tanta fortuna comenzó a funcionar el Banco de Amsterdam (1609); cuando fué decapitado Barneveldt (1619) y encerrado en dura prisión Grocio, la Compañía holandesa de la India Occidental (casi tan poderosa como la de la India Oriental) autorizada en 1621, recibió el permiso de establecer fuertes y factorías en América. Así comenzó la ciudad de Nueva Amsterdam[23], cuya primera iglesia se construyó el 1623. Tres años después el tercer gobernador o director general de la colonia, Pedro Minnewit (o Minuit) compró a los indios la isla de Manhattan, donde se halla la ciudad de Nueva York. Minnewit fomentó la agricultura y el comercio, siendo de advertir que en 1628 contaba 270 habitantes la colonia y exportó pieles por valor de 124.500 pesetas, y tres años después llegó la exportación a 277.400, construyéndose en la misma fecha en el arsenal de la colonia un buque de 800 toneladas.

En la Nueva Neerlandia—como los holandeses llamaban al país—, no progresó la agricultura como debiera, por la razón siguiente. La Compañía de la India Occidental daba extenso territorio al que fundaba una colonia de cincuenta habitantes, y como sólo hombres muy ricos podían establecer tales colonias, casi todo el país comprendido entre las actuales poblaciones de Nueva York y Albany, como también no pequeña parte del Estado llamado hoy de Nueva Jersey, pasó a manos de familias poderosas, pudiendo citarse entre otras las de Van Rensselaer, Pauw, Godyn y Bloemart. No huelga decir que el acaudalado propietario e historiador De Vries, extendió el dominio holandés por el territorio que forma al presente el estado de Delaware. Destituído del Gobierno de la colonia Pedro Minnewit, por la Compañía de las Indias Occidentales, marchó a Suecia, donde el holandés Usselinx había hecho propaganda en favor de una empresa colonizadora.

Constituida la Compañía sueca del Sur (1626), cuando murió Gustavo Adolfo (1632), el canciller Oxenstiern se dedicó a la formación de la citada empresa. «La nueva colonia—decía el folleto Argonáutica Gustaviana, publicado en 1633 por Usselinx—estaba destinada a ser refugio para los perseguidos, lugar seguro para el honor de las mujeres e hijas de los expulsados de su país a causa de las guerras y del fanatismo religioso, y tierra bendita donde debían vivir tranquilos los hijos del pueblo y todos los heterodoxos.» La esclavitud debía quedar proscripta de la colonia, «porque el trabajo del hombre libre vale más que el del esclavo; además, que el esclavo no es consumidor, porque no conoce ni puede satisfacer las necesidades del hombre libre». En 1636, Oxenstier aceptó las proposiciones que le hizo Minnewit—pues Usselinx se había retirado de los asuntos—marchando entonces el ilustre marino con cincuenta emigrantes. Compró terreno a los indios, construyó una fortaleza y estableció su colonia donde actualmente se levanta la ciudad de Wilmington, en la confluencia del río Cristiana con el Delaware. Protestó contra dicha ocupación Kieft, gobernador holandés de Nueva Amsterdam. Minnewit, lejos de hacer caso de la protesta, reemplazó los postes holandeses que señalaban los límites de su territorio, con otros que tenían escrito en una tabla: Cristina, Reina de Suecia. Inmensa fué la alegría en Suecia cuando, procedente de la colonia, llegó un cargamento de pieles. La Nueva Suecia, que se extendía desde la embocadura del Delaware hasta los saltos de Trentón, se desarrolló mucho, comenzando a decaer, ya por la muerte de Minnewit (1641), ya porque había pasado el apogeo político del reino de Suecia. Tanto decayó, que catorce años después la colonia sueca fué absorbida por Pedro Stuyvesant, gobernador holandés de Nueva Amsterdam[24].

Durante el gobierno de Stuyvesant, los colonos de la Nueva Inglaterra se apoderaron de la cuenca del Connecticut y de una parte de la isla de Long-Island. En la colonia holandesa de Nueva Amsterdam faltaba poderosa clase media que defendiera el territorio contra los invasores ingleses. Los grandes propietarios contribuyeron a la ruina de dicha colonia. Desde el año 1650 al 1660, llegaron varias expediciones de inmigrantes (hugonotes franceses, judíos, ingleses, etc.), las cuales iban borrando poco a poco el carácter nacional holandés. En 1660 fué aumentando la inmigración inglesa, llegando el caso de que las autoridades tuvieron que publicar los edictos y demás disposiciones en inglés y holandés. Que el sistema colonial inglés era superior al holandés, se manifestaba considerando que en Boston y en todas las poblaciones de la Nueva Inglaterra apenas había mendigos y vagabundos, mientras estaban infestadas de unos y de otros Nueva Amsterdam y las aldeas inmediatas. También se debe tener en cuenta que el comercio de esclavos tenía mucho más incremento en Nueva Amsterdam que en otras partes. La decadencia de la colonia holandesa era cada día más grande. Nueva Amsterdam debía caer en manos de los ingleses. Ni el gobernador Stuyvesant, ni los habitantes de la ciudad, se hallaban dispuestos a derramar una gota de sangre por la Compañía holandesa de las Indias Occidentales. Cuando Inglaterra ocupó la ciudad, se cruzaron de brazos, lo mismo los holandeses de pura raza que los suecos y holandeses de Delaware y Nueva Jersey. Nueva Amsterdam se llamó Nueva York, el fuerte Orange recibió el nombre de Albany y la bandera inglesa ondeó en toda la costa, desde el Maine hasta Georgia. Desde 1664 hasta 1667, desempeñó el cargo de gobernador de la antigua colonia holandesa, Ricardo Nicolls, protegido del duque de York; desde 1667 hasta 1673, Francisco Lovelace. Si durante la guerra anglo-holandesa volvió a caer la capital de la colonia en poder de Holanda, sólo fué por quince meses; al cabo de ellos desapareció para siempre de la América del Norte el dominio holandés.

La Compañía de Plymouth, organizada al mismo tiempo que la de Londres, no se dió prisa en sus proyectos de colonización. Después del establecimiento, en el año 1607, de una pequeña colonia en Sagahadoc (Kénébec), habiendo muerto Jorge Pophan, jefe de ella, volvieron á Europa los colonos, sin cuidarse ya la citada compañía de que se hallaba una tierra llamada Nueva Inglaterra. Luego, numeroso grupo de emigrantes puritanos desembarcaron (16 diciembre 1620) en ese sitio, donde fundaron Nueva Plymouth, como recuerdo de la hermosa ciudad inglesa del mismo nombre. Nombraron gobernador, por un año, a Juan Carver, y también, para si de ello había necesidad, un lugarteniente. La epidemia hizo terribles estragos en la colonia, falleciendo más de la mitad, incluso el mismo Carver, encargándose entonces del gobierno Guillermo Bradford y de la defensa militar Miles Standish. Poco después llegaron 35 colonos conducidos por Cushman. Durante el invierno de 1621 a 1622 se dejó sentir el hambre de un modo considerable, pudiendo salvarse los colonos merced al auxilio de algunos indios pescadores de a orillas del Maine, los cuales les proporcionaron maíz, pescados y mariscos.

En el citado año arribaron otros colonos de la metrópoli, que, expulsados luego, se retiraron a orillas del golfo de Massachusetts, formando una nueva colonia. La miseria les obligó después a dispersarse.

Dos colonias, llamadas Mariana y Laconia, fundadas la una por Gorges y la otra por Mason, arrastraron vida lánguida y quedaron reducidas a pesquerías.

La Nueva Escocia, concedida al poeta cortesano Alexander (conde luego de Stirling) fué dividida en 150 partes con título de otras tantas baronías. Vendiéronse los títulos; pero los indios conservaron siempre el territorio. Entretanto los pobres, honrados y rígidos puritanos de la Nueva Inglaterra, vivían contentos con su suerte. Fué para ellos una contrariedad la presencia de un eclesiástico predicador de la Iglesia anglicana, que llegó el año 1624, y a quien expulsaron, como también a dos partidarios suyos. En Nueva Plymouth, mientras los colonos trabajaron por el común, no cesó la escasez, comenzando la prosperidad cuando se dió una parte de terreno a cada individuo. Si a los cuatro años de su fundación tenía 184 habitantes, ya en 1630 no bajaban de 300.

En el mismo año fué reconocida como colonia, por el rey Carlos I, la de Salem, en la bahía de Massachusetts. Intransigente en asuntos religiosos, arrojó de su seno a los que se separaban poco o mucho de las doctrinas luteranas. La colonia de Salem entró pronto en relaciones con la de Nueva Plymouth y con los holandeses establecidos en las orillas del Hudson. Las noticias que se recibieron en Inglaterra fueron tan buenas, que nuevos emigrantes salieron de la metrópoli para la colonia. Reformas políticas y administrativas contribuyeron al engrandecimiento de la colonia de Salem, y el lazo que a todos los colonos unía era la religión, y no la libertad, como en la de Maryland. Los colonizadores de la Nueva Inglaterra habían abandonado a su patria llevando en el corazón odio eterno, lo mismo a la Iglesia anglicana que a la religión católica, como escribió el reverendo Jorge E. Ellis, predicador puritano. «Jamás—dijo—entró en la mente de nuestros mayores el hacer de su territorio, comprado con su dinero y garantido legalmente por patente real, un asilo para toda clase de religiones, sino que lo destinaron a ser una mansión de paz, de reposo y de costumbres puras para los que tienen los mismos sentimientos, la misma creencia y los mismos intereses.»

Roger Williams fundó en 1635 una colonia que abarcaba el territorio que a la sazón constituye el Estado de Rhode-Island. Williams, predicador puritano, fué proscripto de Salem porque se atrevió a decir que el gobierno no tenía derecho a exigir que los ciudadanos asistiesen al culto en la iglesia.

Es también de notar que en el mencionado año se fundó la colonia de Concord, en el actual Estado de New-Hampshire, y la de Conneticut en un lugar de la cuenca feraz del río del mismo nombre.

No pasaremos adelante sin referir que Mistress Ana Hutchinson, mujer de uno de los individuos más respetables de la colonia, muy estimada por Enrique Vane, gobernador de Nueva Inglaterra, y respetada por numerosos colonos, fué perseguida por sus ideas religiosas, pues se atrevió «á censurar á algunos de los ministros del culto como heterodoxos, y hasta añadió ideas y opiniones propias, fundadas todas ellas en el sistema denominado antinomiano por los teólogos, é impregnadas del más profundo entusiasmo religioso»[25]. Tan acaloradas y violentas fueron las discusiones religiosas, que llegaron a amenazar la existencia de la colonia. Condenadas las opiniones de la innovadora, se le impuso la pena de destierro, viéndose obligada a retirarse a Aquiday, en la isla de Rhodes, donde sufrió toda clase de privaciones y trabajos, habiendo provocado el gobernador Kieft, con sus crueldades, la terrible venganza de los indios, venganza que llegó al extremo de incendiar y matar a todos los blancos que encontraban. La casa de Mistress Hutchinson fué incendiada, pereciendo ella con toda su familia, o entre las llamas, o degollada por los salvajes.

En tanto que el rey Carlos I perseguía con encarnizamiento a los presbiterianos y puritanos que emigraban a millares de su país, llegó también en su fanatismo anglicano a querer imponer su voluntad a las colonias americanas; pero los colonos se aprestaron a la lucha y las cosas quedaron en el mismo estado. Por su parte, los puritanos de la Nueva Inglaterra, cada vez más intolerantes, persiguieron con crueldad a los cuákeros (que no querían ni iglesias ni clérigos); luego dejaron de perseguirles, restableciéndose la paz.

Como los fanáticos anglicanos, y a la cabeza de ellos el arzobispo Laud, no cesaran de excitar a Carlos I contra la colonia de Massachusetts, presintiendo los colonos todos de la Nueva Inglaterra que pudiera llegar un día en que tuvieran que defenderse de las tiranías de la metrópoli, proyectaron formar una unión (1637), y cuyo proyecto se realizó el 1643, en cuyo año las colonias de Massachusetts, Plymouth, etcétera, formaron, con el nombre de Colonias unidas de la Nueva Inglaterra, «una liga sólida y perpetua, ofensiva y defensiva, de mutuo consejo y apoyo en todas las causas justas, lo mismo para la conservación y propagación de la verdad y de los derechos basados en el Evangelio, que para su prosperidad y seguridad.» Tan arraigada se hallaba la convicción de unirse, que en el año siguiente (1644) se proyectó general federación de todas las colonias inglesas de América. Hace notar muy acertadamente el historiador Bancroft, que la poderosa colonia de Massachusetts fué la primera que quiso realizar la primera liga, y la que después se manifestó más impaciente por sacudir el yugo británico.

Comenzaron a prosperar las colonias, llegando en poco tiempo a un verdadero estado de esplendor. Exportaban trigo a las Antillas; pieles, maderas y pescado seco a Europa. Los habitantes de Nueva Inglaterra ordenaron (1647) que cada pueblo de cincuenta vecinos se hallaba obligado a tener un maestro de instrucción primaria, «a fin—dijeron—de que la instrucción de nuestros mayores no quede sepultada con sus restos mortales», añadiendo en la parte expositiva de ley que «la ignorancia es equivalente a la barbarie, y todo niño debe saber leer y escribir el idioma de sus padres.» Todo grupo de cien vecinos tenía también la obligación de mantener una escuela. Antes se había proyectado la fundación de una Universidad (1636), y dos años después, al morir Juan Harvard, rico colono, dejó su biblioteca y la mitad de su propiedad inmueble a la Universidad. Lo mismo la instrucción elemental que la superior recibieron frecuentemente cariñosas muestras de parte de los ciudadanos. La imprenta comenzó en el año 1639. Si pueriles son algunas ideas de los puritanos y si censurables son algunos hechos, no puede negarse la sencillez de costumbres y la bondad de aquella raza que se estableció en el Norte de América.

Guillermo Clayborne obtuvo de Carlos I, en 1631, una patente para comerciar con los habitantes del golfo de Chesapeake, los cuales daban las pieles de animales a cambio de productos de la metrópoli. Poco después cedió el Rey a título de propiedad perpetua todo lo que actualmente es el Estado de Maryland, a Jorge Calvert (lord Baltimore). El territorio citado se llamaría Maryland (tierra de María), en honor de la mujer de Carlos I. Cuando Baltimore se disponía a pasar a sus nuevos dominios, le sorprendió la muerte (1632), sucediéndole su hijo Cecilio, que en 1633 marchó con 200 emigrantes. Fundó una colonia a orillas del río Saint-Mary, no sin tener oposición de Virginia, que reclamaba como suyo el territorio de Maryland. Prosperó rápidamente la nueva colonia, sin embargo de la guerra que tuvo que sostener con Clayborne y también de las disensiones entre los colonos y el propietario, siendo todavía más de extrañar, considerando su origen aristocrático-feudal, el engrandecimiento de Maryland, pues ya en 1660 contaba con 12.000 habitantes. El año 1663, por patente de Carlos II, se concedió el país que se extendía entre la Virginia de entonces y el río de San Mateo, en la Florida, a los personajes siguientes: el historiador y ministro gran canciller conde de Clarendon, Monk, duque de Albermale, lord Craven, lord Ashley Cooper (después conde de Shaftesburg), Juan Colleton, los dos Berkeley y Jorge Carteret. Es de advertir que ya en 1629 Carlos I había cedido el mismo territorio a Roberto Heath, si bien no se estableció en él ninguna colonia permanente. También advertiremos que cuando en 1663 la cedió Carlos II, había colonos en la Carolina procedentes de la vecina Virginia, de la Nueva Inglaterra y hasta de las Antillas inglesas, en particular de las Barbadas. Los que procedían de Virginia se fundieron posteriormente con los de Nueva Inglaterra y fundaron la colonia de la Carolina del Norte; los de las Barbadas, con los procedentes directamente de Inglaterra, la de la Carolina del Sur. En el citado año, Berkeley, uno de los concesionarios que allí funcionaba como gobernador, obtuvo autorización para nombrar dos subgobernadores: uno para las colonias del Nordeste, y otro para las del Sudeste, separadas por pantanos intransitables. El primer gobernador especial de la Carolina del Norte fué Guillermo Drummond, a quien sucedió Stephens.

Para la colonia escribió (1670) el insigne filósofo Juan Locke una constitución feudal tan absurda e impracticable que, aun modificada varias veces, nunca pudo ponerse en práctica. Sólo por el nombre del autor daremos a conocer algunas de sus disposiciones: «El gobierno debía estar en manos de la aristocracia territorial, a cuya cabeza figuraban los ocho concesionarios primeros, de los cuales el de más edad tendría el título de palatino, que a su muerte pasaría al que le siguiera en edad. A este título iban afectas ciertas prerrogativas. Se mandaba dividir todo el territorio en condados, subdivididos cada uno en ocho señoríos, ocho baronías y veinticuatro colonias o municipios en una extensión de 12.000 acres (4.856 hectáreas). Los señoríos pertenecerían a los propietarios, las baronías a la nobleza y las colonias o municipios al común de colonos. Debían nombrarse de entre la nobleza cuatro condes, uno por cada condado; de entre los barones, dos por cada condado, y de entre los caciques otros dos. Al palatino correspondía nombrar cuatro condes y ocho caciques, siendo los demás nombrados por los otros siete concesionarios primitivos. Los títulos y los territorios eran declarados hereditarios e inenagenables. El poder judicial y el ejecutivo pertenecían a los propietarios, que con los altos funcionarios formaban el gran Consejo o Senado; todos los propietarios, nobles y comunes o sus representantes, formaban la Cámara de los Comunes, en la cual para tener voto bastaba ser propietario de cincuenta acres. Tocante a la parte religiosa se inclinaba esta constitución al sistema que se ha dado en llamar de intolerancia modificada». Todas las religiones estaban permitidas, con tal que tuviesen culto público y reconociesen la existencia de Dios y la santidad del juramento. Para que una comunidad religiosa fuera autorizada y protegida por la ley, debía contar de siete miembros por lo menos, y en ninguna reunión religiosa debía permitirse hablar contra el gobierno ni sobre su política. La esclavitud estaba permitida desde un principio y lo mismo la servidumbre. Los amos eran dueños absolutos de sus esclavos, y los siervos no podían abandonar la gleba sin permiso de su amo, y sus descendientes continuaban en la misma servidumbre hasta la última generación»[26].

Subleváronse los colonos en 1678 contra las autoridades, sublevación que hubo de coincidir con la de Virginia, capitaneada por Bacon. Sofocada la revolución, volvió diez años después a levantar la cabeza. Antes de pasar adelante recordaremos que el nombre de Carolina del Norte apareció por vez primera en un escrito correspondiente al año de 1691. Lento y difícil fué el desarrollo de la colonia, pues el suelo era arenoso, los habitantes indolentes y refractarios a todo gobierno. Casi toda la riqueza se reducía a caballos y cerdos, que en manadas corrían semi salvajes por las llanuras. Edenton, capital de la colonia, prosperó poco. Mr. Bancroft dice de la colonia Carolina del Norte, que «era el santuario de los fugitivos y desertores, donde cada uno hacía lo que quería, sin adorar a Dios ni al César.» Continuó la anarquía algún tiempo; pero desde que en 1729 cesó el gobierno nominal de los concesionarios del territorio, el cual pasó a ser propiedad de la Corona, adelantó bastante la colonia, como se prueba considerando que en 1755 contaba con más de 50.000 habitantes. Del mismo modo la industria adquirió no escasa importancia.

Pronto llegó a una situación próspera la colonia fundada en el Cabo Fear, siendo de advertir—según la estadística de aquellos tiempos—que en el año de 1665 ya contaba con 800 habitantes. Procedente de las Barbadas, el primer gobernador, Juan Yeamans, introdujo en ella los usos y costumbres de aquellas islas. Los concesionarios de las Carolinas mandaron a su secretario, Sandford (1666) a fundar otras colonias en Carolina del Sur. Sandford encontró en mal estado la del Cabo Fear, la cual había decaído rápidamente, y propuso, a orillas del río Charles, la fundación de otra que recibió el nombre de Charlestown (1670). Posteriormente llegaron nuevos inmigrantes a Charlestown, ya procedentes de las islas Lucayas, ya de Nueva York, y también directamente de Inglaterra.

A causa de que tres galeras españolas procedentes de tierra americana y cuya capital era San Agustín, cayeron sobre Edisto, colonia escocesa, saqueándola y destruyéndola (1680), los demás colonos del país se dispusieron a tomar el desquite. Tuvieron que desistir porque así lo mandaron los ocho señores propietarios, y también para no exponerse a mayores males.

No faltaba motivo a los españoles para estar disgustados con la colonia de Charlestown, madriguera de piratas y refugio de contrabandistas. Llegó el caso que hasta el mismo gobierno inglés propuso, en 1695, la agregación de la Carolina del Norte a la de Virginia, y la de la Carolina del Sur al gobierno de las islas Lucayas, «como único medio de acabar con las plagas de la piratería y del contrabando.» Turbóse el orden tiempo adelante por cuestiones religiosas en la Carolina del Sur. Luego se rompieron las hostilidades entre carolinos y españoles, llegando el gobernador inglés Moore a dirigir una expedición contra la ciudad de San Agustín, a la cual saqueó, retirándose después. Continuó la guerra, y Moore, siendo ya gobernador Johnson, realizó otra expedición (1702). Aunque en el año 1706, los españoles, deseosos de tomar venganza, armaron una escuadra que, en unión de la francesa, atacó a Charlestown, los habitantes de la ciudad se defendieron bizarramente y llevaron la mejor parte. La intolerancia religiosa fué motivo de serios disgustos y de grandes contrariedades en la colonia, pues el partido anglicano ortodoxo se declaró enemigo mortal de todas las sectas disidentes, teniendo que imponer su veto el gobierno de la metrópoli. Comenzó a florecer la colonia con el cultivo del arroz, que en 1691 prosperó y tomó gran incremento, siendo de sentir que al mismo tiempo aumentara de tal modo la esclavitud, que en el año 1708, de 10.000 habitantes sólo 1.360 eran libres.

En los primeros años del siglo xviii estalló terrible insurrección de los indios contra los blancos en la Carolina del Sur. Apenas salía la Carolina del Norte de las devastaciones de los indígenas, comenzaba la misma calamidad en la del Sur. El día 15 de abril de 1715 se rompieron las hostilidades, y los indios llevaron por todas partes la desolación y la muerte. Los escritores de aquellos tiempos hacen subir las fuerzas insurrectas a seis o siete mil hombres. La Carolina del Norte, Virginia y Nueva York, prestaron los auxilios que pudieron buenamente. Esta guerra, que vino a durar un año, costó la vida a algunos centenares de habitantes, calculándose en 100.000 libras los daños y perjuicios ocasionados, sin contar una deuda que venía a importar la misma cantidad. Ensoberbeció a los blancos o propietarios el triunfo sobre los indios y colonos, y los abusos de aquéllos obligaron al pueblo a tomar sus medidas contra la conducta y opresión de los dueños de las tierras. También por entonces la fortuna había vuelto la espalda a los piratas, quienes huyeron de aquellas costas. Como es natural, habiendo aumentado la deuda pública por estas guerras, tuvo la colonia que emitir papel moneda por valor de unos dos millones de pesetas, lo cual originó una crisis monetaria. En la necesidad de arbitrar recursos, la asamblea legislativa de Charlestown (Carolina del Sur) tomó las siguientes medidas: votar un impuesto de entrada sobre los negros que el comercio introducía en la colonia, y otro impuesto sobre la importación de las mercancías inglesas. A esta última ley opusieron su veto los dueños de la Carolina, cuya conducta y otros actos dieron por resultado, en 1719, general descontento, llegando a decir los colonos que «los señores sólo querían tener derechos y no deberes, y que en los momentos de peligro no enviaban remedios ni auxilios.» Tantos fueron los odios de los colonos a los dueños del territorio, que poco después se encargó la Corona de la Carolina y nombró un gobernador. Ya no quedó otro recurso a los concesionarios que ceder sus derechos en favor de la Corona de Inglaterra mediante una indemnización de 437.500 pesetas. Depuesto el gobernador Johnson y elegido el coronel James Moore para que gobernase la colonia en nombre del Rey, se envió un agente a Inglaterra que abogase en favor de los colonos, dando esto origen a que se entablase un proceso legal para invalidar la Carta de la Carolina. Durante la instrucción del proceso, se encargó la Corona del gobierno de la Carolina del Sur. En calidad de gobernador real interino marchó a Carolina del Sur, Sir Francisco Nicholson, quien deseando ganar la voluntad del pueblo, eligió presidente del Consejo a Middleton, y presidente del Tribunal a Mr. Allen, los cuales se habían distinguido en el último movimiento contra los propietarios. Sancionó (1722) para salir de apuros económicos, una emisión de papel moneda, que ocasionó durante algunos años gran confusión en el país.

Aunque en la Carolina del Norte los colonos no se habían rebelado contra los propietarios, pasado algún tiempo los últimos vendieron sus derechos a la Corona por unas 22.000 libras. Burrington fué repuesto en el gobierno de la Carolina del Norte, sucediéndole, en 1737, Guillermo Bull, presidente del Consejo. En la Carolina del Sur quedó Roberto Johnson encargado del gobierno. Poco a poco comenzaron ambas Carolinas a llamar la atención de los Estados europeos, acudiendo a ellas muchos emigrantes alentados por el bienestar que se gozaba. El mayor contingente salió de Irlanda. La colonia irlandesa se estableció en las riberas del Santee y constituyó una población que se llamó Williamburgh. Aumentó el poder de las Carolinas, llegando a acometer algunas empresas contra los españoles. Aumentó también la riqueza del país, dándose el caso de que muchos habitantes mandaban sus hijos a Inglaterra para que se educasen e instruyesen.

Guillermo Penn, en el año 1681, adquirió, con otros once cuákeros, la parte oriental de Nueva Jersey, donde se hallaban establecidos puritanos[27]. Además, en el mismo año el gobierno de Carlos III le concedió, mediante el precio de 16.000 libras esterlinas (400.000 pesetas), adelantadas por el padre de Penn al gobierno, una extensión de territorio a orillas del río Delaware. Influyeron a resultado tan favorable los personajes North, Halifax, Sunderland y otros amigos del padre de Penn. Dícese que el mismo Carlos II, al saber que el nuevo propietario quería dar al país que acababa de comprar el nombre de Silvania, tuvo empeño en llamarlo Penn-Silvania (Pensilvania). Pasó Penn a América en 1682 a tomar posesión de su territorio, y en 1683 fundó la ciudad de Filadelfia (amor fraternal), que a los dos años contaba 600 casas, una escuela y una imprenta. En la asamblea convocada por Penn se sancionaron los 24 artículos de sencilla constitución, artículos que casi un siglo después (1776) sirvieron de base al proyecto de constitución de la gran República de los Estados Unidos del Norte. Tan rápidamente se desarrolló la Pensilvania, que en 1688 contaba con unos 12.000 habitantes, y en 1755, con inclusión del Delaware, 220.000.

Georgia fué la última colonia inglesa establecida en la América del Norte. Jorge II autorizó en 1732 al general Oglethorpe para colonizar los territorios situados entre los ríos Savannah y Alatamaha durante veintiún años, al cabo de cuyo tiempo debían ser propiedad de la Corona de Inglaterra. Oglethorpe, hombre de carácter tan enérgico como humanitario, se propuso, ante la crueldad de las leyes penales inglesas, fundar una colonia que sirviese de refugio a los desgraciados delincuentes y también para poner coto a la esclavitud. Oglethorpe hizo grabar en el sello de la sociedad que formó el siguiente lema: Non sibi, sed aliis. A la colonia, en honor de Jorge II, dió el nombre de Georgia Augusta, y en ella eran admitidas todas las religiones cristianas, exceptuando solamente la católica. Llegó a Charlestown en los comienzos de 1733 con 120 emigrantes, fundando la primera población donde hoy se levanta Savannah, a orillas del río del mismo nombre. Trazóse el plano de la ciudad con calles anchas, largas y rectas; pero progresó muy lentamente. Llegaron en 1734 inmigrantes moravos, los cuales fundaron el pueblo de Ebenezer, dedicándose al cultivo de árboles frutales europeos; también se dedicaron al cultivo de la morera, que dió felices resultados, pues a los pocos años presentaron en el mercado 10.000 libras de seda. Oglethorpe marchó a Inglaterra, y a su vuelta, en 1736, trajo más inmigrantes. Guerra tenaz estalló entre ingleses y españoles. Quisieron los ingleses, mandados por Oglethorpe, apoderarse de San Agustín, en la Florida, cuya empresa fracasó; y a su vez, los españoles atacaron la Georgia, de donde fueron rechazados con bastantes pérdidas. Retiróse definitivamente Oglethorpe de la Georgia (1743), deseando pasar los últimos años de su vida, que fué larga, en Inglaterra. Cambió entonces completamente la manera de ser de la Georgia, y aquella tierra paradisiaca fué como otras de América. Los pequeños cultivos fueron reemplazados por los grandes, se arraigó la esclavitud y desapareció para siempre el bienestar y las virtudes. Oglethorpe vivió en Inglaterra el tiempo suficiente para ver la proclamación de la independencia de los Estados Unidos, acabando sus días el 1.º de julio de 1785, a la avanzada edad de noventa y siete años.

Pondremos remate a este capítulo dando a conocer algunos hechos realizados por el viajero normando Cavelier de la Salle. Tan difíciles y tan peligrosas fueron sus expediciones, que algunas veces parecen legendarias. Personaje tan activo y emprendedor visitó con varia fortuna muchos lugares; mas hubo de encontrar, tal vez sin motivo alguno, grandes contrariedades de parte de los jesuítas. Aquel hombre inteligente y enérgico de carácter, después de tres viajes por las regiones situadas más allá de los lagos, donde le sucedieron aventuras sin cuento, pudo embarcarse en la primavera de 1682 en el Père des Eaux, y habiendo navegado cincuenta días, llegó al delta y reconoció los pasos que comunican con el golfo de México. Pasados dos años, volvió de Francia con una pequeña flota y en calidad de virrey de Luisiana; pero habiéndose conferido el mando de la escuadra a un enemigo personal suyo, éste, queriendo él sólo explorar las bocas del Mississipí, dejó a Cavelier casi sin víveres en la costa de Tejas. El insigne y desafortunado viajero, más fuerte ante la desgracia, emprendió la exploración por tierra. Cuando se hallaba más decidido a colonizar la fértil región que acababa de descubrir, el infame Duhaut le descargó con su mosquete un tiro en la cabeza, matándole en el acto. Esto sucedía el 19 de marzo de 1687. Dice Mr. Gayarré que fué asesinado donde ahora se levanta Washington, cuya fundación se debe a los compañeros de aquel infeliz, y que la bandera estrellada ondea allí donde el primer mártir de la civilización regó con su sangre la futura tierra de la libertad[28]. Tiempo adelante los Estados Unidos de Norte América compraron a Francia la Luisiana.

Historia de América desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días

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