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Historia 4. El consultor en políticas públicas de seis años de edad

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Esta es una de mis historias favoritas porque nos muestra la poca capacidad técnica de muchos funcionarios municipales. Máximo, mi primogénito, tenía seis años de edad cuando en una calurosa tarde de julio, al salir de la escuela me preguntó:

—Papá, ¿a dónde vamos?

—Vamos rápidamente a entregar un reporte a un presidente municipal —respondí.

—¿Qué hace un presidente municipal? —preguntó Máximo.

—Hace que se cumplan las reglas en una ciudad, hijo —le expliqué, después de haber pensado la respuesta durante algunos segundos.

—¡Ah!, ya entendí papi, vas a entregarle un reporte de que te has portado muy bien, ¿verdad? —contestó Máximo, orgulloso de su razonamiento.

—No hijo, es el reporte de un trabajo que le encargó a mi empresa. El presidente municipal está preocupado porque hay demasiados perros callejeros en su municipio y no sabe qué hacer —respondí, mientras pensaba si había sido la forma más elocuente de explicarle que íbamos a uno de los municipios de México con más perros callejeros y, por ende, con un problema grave de enfermedades gastrointestinales en un sector de la población.

—Papá, ¡que les construyan una casa muy grande y que les den de comer todos los días para que no se vayan! —dijo Máximo, casi gritando.

A dos calles del Ayuntamiento pensé: “Julio, tienes dos opciones, puedes discutir con tu hijo toda la tarde sobre la viabilidad de una “Casa del perro callejero” o puedes decirle que por alguna razón técnica no se puede construir esa casa, e inmediatamente le cambias el tema y le hablas de Laika”, una schnauzer que prácticamente vive en su cuarto.

—Hijo, el presidente municipal no tiene dinero para construir la casa, nadie le puede prestar dinero porque debe mucho y no tiene un terreno para construirla.

—¿Por qué no le prestas dinero al presidente municipal y haces la casa en un terreno de mi abuelito?

Cuando estuvimos frente al Ayuntamiento, respiré profundo y le dije con mucho cariño:

—Hijo, vamos rápido a dejar esta carpeta, después comemos en Peter Piper Pizza y platicamos toda la tarde sobre los perros sin casa.

Llegamos a la recepción de la presidencia municipal y ya estaba ahí el gerente de consultoría de mi empresa con un reporte impecable sobre las alternativas de política pública que el Ayuntamiento podría implementar. Preguntamos por el presidente municipal, pero nos recibió el secretario general:

—Julio, perdón por la insistencia, yo sé que el documento que le encargamos a tu empresa era para la próxima semana, pero tenemos una urgencia. Ayer se reunió el Cabildo y en una discusión con la Dirección de Protección Civil, se llegó a la conclusión de que sería una buena idea construir un albergue para perros callejeros, pero yo les comenté que te habíamos contratado y que antes de tomar una decisión sería mejor escuchar tu recomendación.

¡Me quedé helado!

—Papá, ¿qué es un albergue? —preguntó Máximo.

—Es una casa grande para los que no tienen casa —respondió amablemente el secretario general.

—¡Te lo dije, papá! —contestó Máximo con mucha energía.

Los minutos que siguieron fueron muy incómodos, así que le pedí a mi hijo que se sentara en el sillón que estaba a cinco metros de donde estábamos y mi colaborador y yo le explicamos al secretario general que esa opción no era técnica, ni económicamente viable y que no atacaba las causas del problema.

—¡Es una verdadera estupidez! —le comenté al funcionario.

Le entregamos el reporte que hizo mi equipo y ésa fue la última vez que me contrataron. Afortunadamente, no construyeron el albergue.

Quinta lección de este libro: contrata consultores que te digan la verdad, aunque eso te moleste. Muchos de los “elefantes blancos” que se han generado en América Latina pudieron evitarse si se contaba con la opinión profesional de un tercero. El dinero gastado en consultores para evaluar la factibilidad de proyectos es dinero bien gastado.

Diseño de Políticas Públicas, 4.a edición

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