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HALLAIG

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“El tiempo, ciervo, está en el bosque de Hallaig”

Entablada está la ventana

por donde veía el occidente

y mi amor está junto al arroyo de Hallaig,

árbol de abedul que siempre ha estado

entre Inver y Milk Hollow,

por ahí cerca de Baile-chuirn:

ella es un abedul, un avellano,

un joven serbal, erguido y esbelto.

En el Screapadal de mis ancestros,

donde estuvieron Norman y el Gran Héctor,

sus hijas y sus hijos son un bosque

que sube por la ribera del arroyo.

Altivos esta noche los urogallos del pinar

cantan en la cima de Cnoc an Ra,

erguido el lomo a la luz de la luna –

ellos no son el bosque que amo.

Esperaré al bosque de abedules

hasta que llegue junto al mojón,

hasta que la cordillera de Beinn na Lice

quede toda bajo su sombra.

Si no lo hace, iré a Hallaig,

al sábado de los muertos,

donde la gente suele acudir,

todas las generaciones que se han ido.

Ellos están todavía en Hallaig,

los MacLean y los MacLeod,

todos los de la época de Mac Gille Chaluim:

a los muertos se les ha visto vivos.

Los hombres recostados en el césped

al final de lo que fueron las casas,

las jóvenes un bosque de abedules,

erguido el talle, la cabeza inclinada.

Entre el Leac y Fearns

el camino está cubierto de leve musgo

y las jóvenes en grupos silenciosos

van a Clachan como en el principio,

y regresan de Clachan,

de Suisnish y la tierra de los vivos;

todas jóvenes y de andar ligero,

sin sufrir el desengaño del relato.

Desde el arroyo de Fearns hasta la playa elevada

que se ve clara en el misterio de las colinas,

sólo existe la congregación de las jóvenes

que continúan su andar interminable,

volviendo a Hallaig al atardecer,

en el crepúsculo vivo y silencioso,

llenando las laderas empinadas,

su risa una bruma en mis oídos

y su belleza un velo en mi corazón

antes de que las sombras desciendan sobre el estrecho;

y cuando el sol se ponga detrás de Dun Cana

una bala vehemente saldrá de la escopeta del Amor

y abatirá al ciervo que aturdido

olfatea las casas en ruinas cubiertas de hierba;

su ojo quedará inmóvil en el bosque:

nadie rastreará su sangre mientras yo viva.

Trad. Eva Cruz Yáñez

Cardos y lluvia

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