Читать книгу Willodeen - Katherine Applegate - Страница 11
ОглавлениеCAPÍTULO
Cinco
Pasé mucho tiempo en cama después del incendio. Tenía quemaduras en las manos y en las plantas de los pies, pero el problema verdadero había sido el humo que se había metido a mis pulmones, cosa que me dificultaba respirar.
Mientras me restablecía, Mae y Birdie me enseñaron a leer y me dieron un libro sobre los dragones. Aprendí rápido, aunque mi recuperación iba despacio. (Había una escuela de una sola aula en el pueblo, que no era la gran cosa, y sólo unos cuantos niños asistían con regularidad. La mayoría trabajaban, si ya tenían la edad suficiente para hacerlo, o se mantenían al margen para no estorbar, si no alcanzaban la edad de trabajar).
Cuando mejoré, Mae y Birdie decidieron que ya estaba lista para salir y andar por el campo, y eso fue justamente lo que hice. Más que nada, quería estar a solas. Me sentía a salvo en las colinas. Yo era torpe y desmañada. Mis codos siempre se las arreglaban para chocar con las cosas más frágiles que pudiera haber en una habitación. Pero en el bosque, mi cuerpo se relajaba y me podía mover con facilidad, como un animal que formara parte de ese lugar.
Me gustaba estar sola. Desde que tengo memoria, la gente siempre me ha resultado difícil de entender.
Tras mucho pensarlo, había llegado a la conclusión de que la mayoría de las personas tenían una especie de reloj en la cabeza. Ese reloj les indicaba el momento adecuado para reírse de un chiste, o para acercarse a alguien y oír un secreto, o para comenzar una conversación, o para despedirse.
A mí me parecía que me faltaba ese reloj invisible, y siempre hacía todo con algo de retraso. O demasiado pronto, pero nunca justo en el momento adecuado. Yo era rara y recelosa. Así eran las cosas, al igual que mis ojos grises y mi pelo imposible, rojo y enmarañado como un rosal silvestre.
Pero yo no estaba completamente sola. Tenía a Duuzuu, mi mascota, un osibrí. Había sobrevivido al mismo incendio que yo, aunque sus alas habían quedado tan lastimadas por el fuego que nunca podría volver a volar bien.
Mae y Birdie lo habían encontrado entre los restos carbonizados de un sauce azul. Lo habían llevado a su casita para atenderlo y cuidarlo hasta que estuviera bien. Tal como habían hecho conmigo. Me imagino que creyeron que Duuzuu me daría algo de consuelo durante esos largos y duros días de convalecencia.
Si uno quisiera hacer un animal completamente opuesto a los chilladores, sería un osibrí. Los osibríes tienen todo lo que les falta a los chilladores.
Duuzuu era del tamaño perfecto para caber en un bolsillo de mi abrigo, y quedaba algo de espacio libre para una galletita (que obviamente se comería). Tenía las orejas redondas como monedas. Su pelaje parecía pelusilla de diente de león, y daban ganas de soplarle y pedir un deseo. Un par de alas brillantes brotaban de su lomo, y tenía grandes ojos siempre llenos de preguntas. Su negra cola sedosa se enrollaba sobre sí misma en espiral, como el retoño de un helecho. En el interior de su boca, que parecía tener siempre una sonrisilla, se ocultaba una lengua larga y pegajosa capaz de engullir insectos en un abrir y cerrar de ojos.
Duuzuu casi siempre estaba metido en mi bolsillo o posado en mi hombro. Podía volar un poco, pero lo más común era que anduviera tras de mí en una especie de carrera a grandes saltos. En la noche, sus ronquidos delicados me recordaban a un grillo bebé que estuviera aprendiendo a cantarle a la noche.
Él parecía satisfecho con su vida, aunque a mí me preocupaba que no tuviera contacto con otros de su especie. Una vez, en otoño, traté de acercarlo a otros osibríes. Lo dejé cerca de un sauce azul rebosante de nidos y me alejé, a pesar de lo que me costaba hacerlo.
Desafortunadamente, los osibríes que anidaban allí no quisieron tener nada qué ver con él. Ellos podían volar. Duuzuu era incapaz de mantenerse mucho rato en el aire. Y como los osibríes migran recorriendo grandes distancias cada año, Duuzuu no podría unirse a su bandada.
Así que era como yo. Diferente. Solitario. El fuego lo había dejado marcado para siempre.
De cualquier forma, parecía estar conforme con mi compañía. Yo esperaba que le bastara.