Читать книгу Willodeen - Katherine Applegate - Страница 8
ОглавлениеCAPÍTULO
Dos
Supongo que siempre me han gustado los bichos raros. Incluso cuando era muy pequeñita, me atraían.
Entre más aterradores, apestosos o feos, mejor.
Pero claro que me agradaban todas las criaturas que hay sobre la faz de la Tierra… pájaros y murciélagos, sapos y gatos, los viscosos tanto como los escamosos, los nobles y también los humildes.
Pero me gustaban en especial los que nadie quería. Esos que el resto de la gente llamaba plagas, alimañas o incluso monstruos.
Mis preferidos eran conocidos como chilladores. Chillaban en las noches como gallos enloquecidos, por razones que nadie conseguía averiguar.
Eran malhumorados, como bebés cansados, y descuidados, como cerdos hambrientos.
Si uno molestaba a un chillador, azotaba su enorme cola y soltaba un hedor tan feroz como el de una letrina en el calor del mes de agosto.
Y los chilladores casi siempre estaban molestos.
Es lo que sucede cuando uno no hace sino recibir flechazos de las personas.
Los chilladores tenían dientes afilados como agujas, garras temibles, un par de ojos verdiamarillos, dos colmillos que se curvaban casi en espiral, y babeaban más que un perro a la hora de comer. No eran grandes Supongo que uno diría que eran del tamaño de un osezno. Su pelaje hirsuto era de color ciruela, y su cola parecía un montón de barras de avena quemadas y cubiertas de púas.
Yo era la primera en reconocer que los chilladores no eran precisamente bonitos, pero sentía cierta debilidad por ellos.
No sé por qué. A lo mejor yo sabía un par de cosas sobre lo que es formar parte del bando de los despreciados. Tal vez lo que pasaba es que el mundo entero iba en una dirección, y esa parte de mí que siempre llevaba la contraria empezaba a gritar: “Para el otro lado, Willodeen”.
Uno siempre debe estar del lado de los desvalidos, de los despreciados, ¿o no? Y a mí me parecía que los chilladores siempre habían sido los que llevaban la peor parte en los planes de la naturaleza.
Claro, ponerse del lado de cachorritos preciosos hubiera sido mucho más sencillo.
En fin, así estaban las cosas.
Se necesitaría alguien mucho más inteligente que yo para explicar por qué amamos las cosas que amamos.