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Ya

Eran las cuatro y media de la tarde y Aurora aún no había llegado al gimnasio. Charles empezaba a cansarse de la bicicleta estática. Estaba sudando, y eso que no la había encendido. A su lado, salpicando todo el suelo de sudor, estaba Baron Hacker, El Murciélago. En todas sus fotos promocionales salía con capa y máscara de Batman; tenía el logotipo pintado en el cinturón de pesas, en la bolsa del gimnasio y en el coche y a menudo se lo veía con capa negra. Baron llevaba los cascos puestos y cantaba en voz alta, desentonando. De vez en cuando movía los brazos al ritmo de la canción o hacía que tocaba una compleja batería invisible, regando con su sudor a Charles y toda la zona que quedaba a su alrededor.

En el piso de abajo empezaba a amontonarse la gente que salía de trabajar. Flacas secretarias con mechas en el pelo —vestidas con mallas acampanadas a rayas, deportivas de plataforma y tops a juego— y con una gruesa capa de maquillaje y labios oscuros, se entremezclaban con jóvenes ejecutivos que mostraban principios de alopecia y se paseaban llevando mallas de ciclista por debajo de los pantalones cortos de baloncesto, así como gorras de béisbol y deportivas a la última. Aquellos jóvenes profesionales gritaban, se abrazaban y se daban palmaditas en la espalda. Tíos blancos que se llamaban entre sí «hermano» y «G»1 . Era gente corriente con la actitud impostada de los deportistas de élite. A Charles no le interesaban en absoluto y estaba a punto de marcharse cuando vio entrar a Aurora, toda vestida de blanco. Fue como una aparición. Se bajó de la bicicleta y fue a la zona de musculación, en el piso de abajo, para apreciarla mejor. Ella estaba junto a la máquina de polea alta, poniéndose los guantes, cuando él se le acercó.

—¿Aurora Johnson?

—Sí —contestó con una sonrisa.

Charles se quedó encantado al ver que era aun más guapa en persona. Tenía unos bonitos labios carnosos, una nariz delicada —casi aristocrática— y una hermosa dentadura blanca y bien alineada. Y encías sanas.

—Charles Worthington. —Le tendió la mano—. Llevo tiempo siguiendo tu carrera.

—Gracias. —Estrechó su mano apretándola con tanta fuerza que hasta le hizo algo de daño.

—Estuviste sensacional en el Campeonato de los Estados Sureños. —Le soltó la mano con suavidad.

—Tuve suerte. —Bajó la mirada tímidamente y se ajustó la correa del guante a la muñeca—. Aquí hay mucha más competencia.

—Tú sobresaldrías en cualquier lugar —dijo Charles tocándole el antebrazo, perfectamente afeitado—. Créeme.

—Gracias, Charles. —Aurora sonrió y se le iluminó la cara. Tenía la tez limpia, sin rastro de acné—. Ha sido un placer conocerte.

—Te dejo trabajar. Que tengas un buen entrenamiento.

Charles se encaminó hacia el coche con una sonrisa.

Esa noche soñó que se ponía un kimono y un tocado a juego en el pene, el cual tenía el encantador rostro de una geisha dibujado en el glande. El miembro le cantaba y lo llenaba de júbilo. Por la mañana se despertó como nuevo, contento y descansado. Se vistió deprisa y salió de casa antes de que llegase la señora Johns.

La cafetería del hotel Marina Pacific daba al vestíbulo. Charles eligió una mesa desde la que tener una buena vista del ascensor y pidió un café. A las ocho menos cuarto la puerta del ascensor se abrió y salió Aurora. Charles dejó el dinero del café en la mesa y se dirigió al vestíbulo.

—Aurora —dijo con tono de sorpresa—. Hola.

Una amplia sonrisa le iluminó la cara.

—¡Charles! ¿También te alojas aquí?

—No, solo he venido a desayunar. La comida es buena. Voy al gimnasio, ¿te llevo a alguna parte?

—Sí, genial, yo también iba al gimnasio.

Los dos salieron del hotel y se subieron al enorme Mercedes blanco.

Química rosa

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