Читать книгу Química rosa - Katie Arnoldi - Страница 17
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Aurora se puso las mallas estilo tejano. Eran nuevas; unas mallas teñidas para parecer unos vaqueros con lavado ácido, a lo que contribuían cinco bolsillos falsos. Se ajustó las costuras, con efecto envejecido, para que bajasen en línea recta por las piernas y se puso la camiseta rosa de tirantes de Poor Boy. Al secarse, el pelo se le había quedado ondulado y había adoptado un aspecto curioso; se lo mojó e hizo una coleta. Le quedaban veinte minutos antes de reunirse con él en el vestíbulo. Se volvió a tumbar en la cama arrugada y deshecha.
La había olido. A cuatro patas, le había olfateado todo el cuerpo, empezando por los pies. Olisqueándola en pequeñas ráfagas. Dos inhalaciones rápidas, a veces cuatro, y avanzaba unos centímetros hasta el siguiente punto. Se abrió camino por sus piernas hasta el vientre, saltándose la entrepierna, y se detuvo un buen rato en las axilas. Gracias a Dios que se había duchado. Al principio estaba cohibida, luego entretenida y después excitada por las cosquillas que le hacían los sopliditos en la piel. Pero cuando insistió en que pasase las piernas por encima de la cabeza, como en la primera posición de una voltereta hacia atrás, y se afanó en el culo, totalmente expuesto, con la punta de la nariz, creyó morir. Se quedó oliendo el punto menos aromático de su cuerpo, sin hablar o tranquilizarla ni una sola vez, solo olfateándola con frenesí. Permaneció allí mucho tiempo, unas veces gruñendo y otras penetrándola levemente con la nariz. Le dolía la espalda y empezaba a preocuparse por si le daba un calambre en las piernas o, incluso, por si se desmayaba de la humillación, cuando por fin él prosiguió hacia sus partes femeninas. Estaba tan agradecida por aquel avance que casi se echa a llorar. Él la desdobló con delicadeza, le estiró las piernas, se arrodilló al lado de la cama y prosiguió, esta vez con la nariz y los dedos. La gratitud de Aurora se convirtió en una excitación intensa y algo inquietante. Él la abrió, se hundió en su carne y la lamió y ella acabó por arquearse de placer; cuando por fin la penetró, aquello era lo único que Aurora deseaba en el mundo.