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Al aeropuerto

No era un diamante de gran calidad, pero sí de gran tamaño, engarzado en platino y colgado de una delicada cadena del mismo metal precioso. Charles había metido el colgante en una cajita de terciopelo negro y la había escondido en la guantera. Quería tener un detallito preparado por si Aurora cambiaba de opinión.

Cuando llegó al coche, se encontró a Aurora sentada en la maleta, esperándole en el exterior del hotel. Tenía las rodillas juntas y las manos sobre el regazo, tapándole la entrepierna. Llevaba una blusa sin mangas de algodón blanco y una falda de flores del mismo tejido, corta pero no ajustada. Las sandalias rojas de plataforma resultaban veraniegas y apropiadas. Tenía el pelo brillante y liso, peinado con raya al medio y metido detrás de las orejas. Irradiaba un aspecto fresco y juvenil.

—Estás preciosa —dijo Charles al bajarse del coche.

—No te burles. —Se levantó y cogió la maleta.

—A partir de ahora, quiero que este sea tu estilo. —Abrió el maletero.

Ella metió la maleta y se volvió hacia él.

—Lo digo en serio. —La cogió del brazo y la acompañó al asiento—. Así, natural. Es adorable.

Se subió al coche y encendió el motor.

—¿Has hablado con tu madre? —preguntó.

—No. Prefiero hacerlo en persona. —Se alisó la falda.

—¿Va a ir a recogerte?

Aurora asintió.

Charles alargó el brazo y le dio una palmadita en la rodilla. Deslizó la mano por la cara interna del muslo, firme y tostado, y sintió su vulva a través de la fina tela de sus bragas secas. Aurora no se inmutó. Charles miraba atentamente la carretera; agarraba el volante con una mano y con la otra intentaba provocar algún tipo de respuesta en ella. La apretó suavemente entre el pulgar y el índice. Aurora cambió de postura para apartarse de él y cruzó las piernas. Charles miró su cara impávida y puso las dos manos en el volante.

—Todo irá bien —le dijo.

—Vamos a tener una pelea horrible.

—Eres adulta. Da igual lo que ella piense. —Charles se detuvo en un semáforo en rojo—. Cuando vuelvas, buscaremos una casa.

Aurora asintió.

—Tengo un agente inmobiliario —dijo con entusiasmo—. Nos dará varias opciones. Dos habitaciones en un buen vecindario. ¿Qué me dices de una piscina?

Aurora lo miró y sonrió.

—A Amy le encantaría.

—Creo que iremos a los Nacionales en abril. Así tendremos tiempo de sobra.

—Vale. —Aurora se volvió hacia él.

—El primer ciclo será el más intenso. Ganarás mucha musculatura. Va a ser muy emocionante.

—También engordaré.

—Pero no será grasa, sino líquidos, y los perderás como si nada.

—¿Cuánto?

—Puede que alrededor de diez kilos en seis semanas.

Aurora negó con cabeza, escéptica.

—Dispondremos de unas seis semanas para que te instales y después empezaremos.

Prosiguieron sin hablar durante unos minutos.

—¿Has pensado qué tipo de coche quieres? Podría estar listo para cuando vuelvas.

—No lo sé.

—¿Qué te parece un descapotable chiquito?

—Sería increíble.

—Un pequeño Porsche descapotable quizá. Un 911.

—Anda ya —se quedó estupefacta.

—¿No te gustan? —Charles se esforzó por no sonreír.

—Jesús. —Se giró completamente hacia él y puso los pies en el asiento, ofreciéndole a Charles una vista perfecta de sus pulcras bragas de algodón blanco—. ¿Me tomas el pelo? —Negó con la cabeza—. Yo conduciendo un Porsche. Amy no se lo va a creer.

Charles pensó en lo mucho que le gustaría afeitarle el coño y cubrirlo con crema de limón.

—Tendrías que elegir un color —dijo—. ¿Sabes cambiar de marcha?

A Aurora le costaba recobrar el aliento.

—Sí, sí que sé. —Se removía en el asiento—. ¿Rojo?

—No. —Charles sonrió, condescendiente—. Mejor que no llames tanto la atención.

—¿Blanco?

—Perfecto. Te estará esperando.

Aurora se quedó en silencio un momento. Volvió a poner los pies en el suelo y se alisó la falda.

—No tienes por qué hacerlo —dijo finalmente.

—Quiero hacerlo —contestó Charles.

Química rosa

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