Читать книгу Química rosa - Katie Arnoldi - Страница 16

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—Dúchate tú primero.

Charles se sentó en la cama aún sin hacer de la habitación de hotel de Aurora.

—No tardo. —Entró en el minúsculo baño y se quitó el vestido sin cerrar la puerta. Charles vio sus pechos reflejados en el espejo del armarito. Ella se inclinó y se quitó la ropa interior. A Charles le encantó la finísima marca que dibujaba en su piel bronceada el tanga que solía llevar. Aurora se volvió. Llevaba el vello púbico afeitado, formando una línea fina y cautivadora. Muy pulcra y deportiva—. Ahora vuelvo.

Cerró la puerta.

Charles se quitó los zapatos y los calcetines y los puso debajo de la cama. Oyó la ducha y sintió que se agitaba de excitación. Aurora se estaba enjabonando. Se quitó las gafas, las limpió con la esquina de la sábana, hundió la cara en la almohada e inspiró el aroma de Aurora. La ducha se cerró. Él se sentó, alerta.

Aurora abrió la puerta y allí estaba, desnuda, con su cabello rubio peinado hacia atrás, húmedo y sexi. Se acercó a Charles y se detuvo frente a él sin articular palabra. Él se sentó y la observó durante un momento, oliendo el jabón. Se levantó de la cama, le metió la mano derecha entre las piernas y empapó en ella el dedo corazón; después se lo deslizó por la raja y apoyó la yema allí donde se hacía notar el pulso, presionando con suavidad como si se tratara de un botón de rebobinado que tuviese en la mente. Ella cerró los ojos y se dejó. Él permaneció inmóvil, apretando suavemente con el dedo. Aurora volvió a abrirlos y alargó el brazo hacia él.

—¿Me disculpas un momento? Tengo que ir al baño.

Charles apartó la mano y esquivó a Aurora para ir al aseo. Cerró la puerta al entrar y miró el reloj; eran las once y dos minutos. La haría esperar cuatro. Se quitó la camiseta, cogió la fina toalla húmeda que colgaba de un lateral de la bañera, la mojó en el lavabo y restregó contra ella la pequeña pastilla de jabón rosa para a continuación frotarse las axilas con brío. Tenía la piel pálida y, de frente, se le marcaban todas las costillas. Se había quemado un poco el cuello y los brazos desde donde acababan las mangas; estaba colorado, pero no le dolía. Se quitó los pantalones y los calzoncillos blancos de algodón; se frotó el pene, el escroto y el recto con la toalla; luego se enjuagó y se frotó de nuevo para aclararse el jabón. Este aseo por partes lo había excitado aun más y su pene largo y delgado sobresalía de su cuerpo, arqueándose espectacularmente hacia la izquierda como si fuese una coma. Su escaso vello púbico era de color rojizo; sus huesos pélvicos, visibles y puntiagudos; sus pálidas piernas, huesudas, enclenques y casi lampiñas.

Las once y cinco.

Abrió la puerta.

Aurora estaba acostada, con el edredón hasta el cuello. Charles se quedó en la puerta, mirándola, con el pene obcecado en apuntar a la izquierda. Se subió a la cama estimulado por la aspereza barata de las sábanas. Aurora rodó hasta él e intentó besarle en la boca.

—No, Aurora. —Le agarró la cabeza con las dos manos—. No, no.

Ella se apartó, dolida.

—Solo túmbate.

Sonrió con ternura y tiró de las mantas. Aurora, obediente, se tumbó boca arriba mientras Charles se ponía a cuatro patas.

Química rosa

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