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La audición Nell

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Supongo que, si se trata de desafíos mentales, puedo hacerlo bien. Pero si implica cualquier tipo de coordinación entre las manos y la vista, estoy apañada. Soy un pelín torpe.

—Confesionario de Nell, día 1

Al final, resulta que Courtney tenía razón.

No tenía ni idea de la que me esperaba.

Son las diez de la mañana y el Centro de Convenciones de Atlanta está atestado de gente. Parece que se vaya a jugar la Super Bowl. Pudimos encontrar aparcamiento a un kilómetro y medio de una cola interminable que salía en zigzag desde la entrada principal. Cuando al fin llegamos y me di cuenta de que el enorme edificio casi no se veía desde donde estábamos, comencé a poner mala cara.

Lo estoy pasando fatal.

—Tenías razón, Nee. Ha sido una tontería venir —reconozco entre dientes mientras ella se apoya sobre Joe. Es el novio perfecto; la trata como a una reina. Se sacó la carrera a la vez que nosotras, consiguió un buen empleo y ahora gana un buen sueldo. Lleva a Courtney a restaurantes caros y se le da muy bien eso de ser adulto.

No como a otra que yo me sé.

—¿Qué te había dicho? —pregunta Courtney, que me aparta cuando intento apoyarme en ella. Me duelen los pies—. Si vas a ponerte tan negativa, mejor vete.

Suspiro y miro el reloj. Llevamos solo quince minutos y nos hemos movido algo así como… un metro. Vuelvo a suspirar. Me pongo de puntillas para intentar ver mejor el centro de convenciones.

—¿Ha venido toda Atlanta o qué?

—Oye, cállate ya —dice Courtney, y gesticula como si se cerrase los labios con una cremallera.

—Vale.

Ojalá pudiese apoyarme en alguien. Me pongo en cuclillas y, acto seguido, me siento, pero, nada más hacerlo, la fila avanza de nuevo. La historia de mi vida. Me recoloco las gafas sobre el puente de la nariz y me meto como puedo en la cola.

—¿Qué lees? —me pregunta Joe.

—Compendio de la antigua filosofía china —anuncio sin levantar la vista; si me pierdo de nuevo, se me va a ir la pinza.

—Fascinante —dice.

—Pues sí.

La cola avanza de nuevo. Esta vez no me levanto, sino que me arrastro sin levantar la vista de mi libro.

Trato de leer más, pero la gente frente a mí está hablando demasiado alto. El gran tema de conversación es cuál será el objetivo de Matrimonio por un millón de dólares. Se escuchan rumores disparatados. Parece que las rubias tetonas que tengo delante junto con sus novios surfistas piensan que van a ofrecer a la gente un millón de dólares por casarse con sus respectivas parejas en directo.

Para mí eso sería una putada, porque mi única pareja es mi libro de texto gigante.

—¿Sabes lo que pienso? —me dice Courtney, apoyada en el hombro de Joe—. Hablaban de aventura. Creo que van a hacer un equipo de hombres y otro de mujeres y les van a poner una carrera de obstáculos. Y quien gane tendrá que casarse en directo o perderá todo el dinero.

La observo fijamente. Razón de más para largarme de aquí cagando leches. No hago deporte. Soy más tope que un pato. Tengo el cuerpo lleno de lorzas y curvas, y soy feliz así. Solo echaría a correr si alguien me estuviera persiguiendo. ¿Y casarme con un completo desconocido? No y mil veces no.

Miro con nostalgia en dirección a donde Joe ha aparcado el Jeep.

—No harían eso, ¿verdad? Obligar a dos desconocidos a casarse —pregunto, alarmada.

Ella se encoge de hombros. Ay, madre, eso significa que sí.

—¿Nunca has visto Casados a primera vista?

¿Casados a qué? Sabe con quién está hablando, ¿no?

—Un momento, entonces… ¿te casarías con un desconocido, aunque estés con Joe?

Ella asiente.

—¿Por un millón de dólares? Claro. Y él haría lo mismo.

Joe la rodea con un brazo y conviene:

—Ya ves.

¿En qué se han convertido? Al final será verdad que el romanticismo ha muerto.

Un poco más tarde, se acerca a nosotros una mujer vestida con un polo sobre el cual lleva pegada una etiqueta que dice «MMD: ¡Hola, soy Eve!». Lleva un auricular que le confiere un aspecto profesional y murmura algo.

—Disculpe —le digo—. ¿Puede decirme si los concursantes deberán casarse?

No me responde, pero me mira como si fuera tonta y empieza a reírse.

Oh, Dios.

Nos reparte unas hojas y varios bolígrafos.

—Por favor, rellenad esta encuesta y tenedla lista cuando lleguéis al mostrador. ¡Gracias!

¿Al mostrador? Estiro el cuello, en un intento por ver algo aparte del páramo siberiano. Mientras lo hago, Courtney se echa a reír.

—Madre mía, me meo con las preguntas.

Miro mi hoja. Aparte de la información habitual, leo lo siguiente:

Indique en una escala del uno al cinco (siendo uno «encaja totalmente conmigo» y cinco «no encaja nada conmigo») cómo encaja cada una de estas afirmaciones con usted:

Me encanta conocer gente.

Me gusta estar solo.

Mi círculo social es muy amplio…

Y así sucesivamente. La hojeo y me doy cuenta de que hay más de quinientas preguntas sobre personalidad para evaluar nuestra condición física, nuestra inteligencia y cómo nos relacionamos con los demás.

No hay mal que por bien no venga. Me encanta hacer tests.

Me pongo a ello de inmediato. Uso mi libro para apoyarme y empiezo a rodear números con entusiasmo. Por alguna razón, esto siempre me ha relajado. De hecho, me encantó hacer las pruebas de admisión del grado y el posgrado. Sonrío todo el tiempo, o al menos hasta que Nee me propina un codazo.

—¿Nunca te han dicho que pareces una asesina en serie cuando haces tests?

Le doy una cachetada.

Lo que me lleva más tiempo es enumerar todos mis títulos y premios, pero aun así termino antes que los demás. En ese momento, noto una presencia que acecha cerca de mi hombro.

—Joder, qué rápida.

Me giro y miro hacia arriba. Muy muy arriba para observar al tiarrón más sucio que he visto en mi vida. Es como si sus músculos estuviesen luchando por escapar de una camiseta demasiado pequeña. Lleva tatuajes. Diría que un montón, pero uno ya es demasiado para mí. Además, es velludo, va sin afeitar y el pelo le tapa los ojos. Percibo un leve olor a tabaco. Es… un macarra.

Y sus ojos están fijos en mí. Unos ojos verdes preciosos que no encajan con el resto de su persona y que se clavan en mí hasta perforarme.

Vaaale. Me envaro y le doy la espalda con la esperanza de que se vaya si lo ignoro. Finjo que estoy interesada en lo que está haciendo Courtney.

En ese momento, Joe se vuelve hacia los hombres que están detrás de mí y exclama:

—¡Hostia puta! ¿Tú no eres Jimmy Rowan?

—Sip —responde el amigo del chico sucio.

—¡Qué pasada, tío! ¿Te vas a apuntar?

Ay, no.

Detrás de mí, Jimmy le contesta:

—Qué va. Solo he venido a acompañar a mi colega.

—¿En serio? Te escogerían sin pensarlo. Seguro que quieren famosos —se emociona Joe. Courtney pega la oreja en cuanto oye la palabra «famosos». Se pone de pie y lo mira de cerca mientras Joe añade—: Es un youtuber muy famoso.

A Courtney se le desencaja la mandíbula. Pongo los ojos en blanco. ¿Qué demonios es un youtuber famoso y por qué a los tontos de mis amigos les parece tan interesante? Estos tíos son unos macarras.

Joe rebusca en su mochila.

—¿Me firmas un autógrafo?

Ay, señor. Me pongo de puntillas para ver si avanza la cola y me cruzo de brazos, decidida a no girarme ni entablar conversación con ellos. Courtney me tira de la manga, pero me zafo de ella con brusquedad y la fulmino con la mirada.

—Nell —me susurra al oído, sorprendida—. Es famoso. ¿Y has visto a su amigo?

Se abanica la cara. ¿Está insinuando lo que creo que está insinuando?

—Me da igual —canturreo.

—Pues no debería. Usa tus técnicas de seducción por una vez en tu vida. A lo mejor así te olvidas del imbécil de Gerald.

—Eh… Uno, yo no conozco ninguna técnica de seducción. Dos, ya he olvidado a Gerald. Y tres, aunque no fuese así, el macarra ese no conseguiría que lo olvidase. Parece… un animal.

—Un animal sucio y sexy. Mmm.

—¡Nee! ¡Esa boca!

Cuando Joe consigue su autógrafo, lo mira como si fuese su posesión más preciada mientras habla por los codos con los chicos sucios. Mientras tanto, yo trato de ponerme lo más cerca posible de la gente que tengo delante para alejarme todo lo que puedo de los macarras. Abro el libro y leo.

—¿No es un tocho muy gordo para una renacuaja como tú? —oigo que alguien me pregunta por encima del hombro al tiempo que su aliento me hace cosquillas en la oreja.

Por poco doy un bote.

Huele bien. ¿Por qué huele bien? Aprieto los dientes y me recoloco las gafas sobre el puente de la nariz.

—No soy tan pequeña.

De verdad que no. Mido casi 1,70 m. Pero supongo que, en comparación con él, sí que lo soy, porque él es una bestia.

—¿Estás estudiando para algún examen?

Pongo los ojos en blanco.

—No, estoy leyendo por diversión.

Se ríe.

—¿Leer te parece divertido?

Buf. Sí, me divierte leer; no como a él, para quien seguro que divertirse es sinónimo de pegar tiros o arrancarles la cabeza a las gallinas de un mordisco. Decido no contestar con la esperanza de que quizás así se de cuenta de que no quiero hablar con él.

No sé cómo lo consigo, pero le ignoro hasta que terminamos de hacer la cola. Dos horas después, llegamos a recepción. Nos dan números y nos llevan a una zona del centro de convenciones con mesas para sentarnos. Intento sentarme lo más lejos posible del yeti y su amigo famoso, pero, por desgracia, Joe nos arrastra a su mesa mientras se comporta como si fuese el mayor fan del youtuber.

—Número 4322 —anuncian por megafonía.

Miro el mío. Tengo el 5696.

Buf.

Un hombre mayor con una gorra de béisbol agita su número y corre hacia el escenario. Una mujer con un polo de MMD asiente hacia él, invitándole a seguirla, antes de conducirlo a través de una puerta.

Un instante más tarde, vuelve a entrar con expresión enfadada, por lo que supongo que no lo han seleccionado. Le dice algo a su novia y, antes de irse, ambos le sacan el dedo corazón a la mujer de la puerta.

Muy bonito.

Ella los ignora y anuncia el siguiente número.

Al menos avanzan rápido.

—Como me pase todo el día aquí para estar solo cinco segundos ahí dentro con ellos me voy a cabrear —susurra Courtney.

—Ya ves —mascullo. Me da un poco de vergüenza estar aquí, eso lo primero. ¿En serio creía que esto sería mi salvación? No soy única. Ni aventurera. Y por supuesto que no me voy a casar con un viejo para aumentar la audiencia de un programa de televisión. Courtney tenía razón: no encajo aquí. Entre toda esta gente sumarán un coeficiente intelectual de diez. Cuando dentro de una hora me vaya con las manos vacías tendré que abrir los ojos y buscarme un trabajo normal como hace todo el mundo.

Y quizá ese es el motivo por el que todavía no me he marchado.

Entierro la nariz en el libro de texto e intento ignorar las conversaciones a mi alrededor. La gente sigue conjeturando sobre el tema del programa, y parece que todos están a punto de explotar de la curiosidad.

Levanto la cabeza y veo que el yeti me está mirando. Ojos penetrantes, oscuros, posesivos.

Vale, ya entiendo a lo que se refiere Courtney. Tiene el atractivo típico de todos los malotes. Es probable que me interesase si me gustase ese rollo, pero no me gusta. Prefiero a los chicos aseados, inteligentes y cultos.

Pero, entonces, ¿por qué noto un calor en la entrepierna?

Trago saliva y vuelvo a concentrarme en el libro, pero acabo por leer la misma frase una y otra vez.

Levanto la cabeza de nuevo. Me sigue observando con intensidad; sus ojos se posan en mí con una fuerza que me atrapa. Nadie me ha mirado nunca tan fijamente.

—¿Qué? —espeto.

Niega con la cabeza de forma casi imperceptible.

—Nada, solo que me gusta mirarte.

Estupendo.

Cojo el libro de la mesa, le doy la espalda y me lo coloco en las rodillas. «Pues espero que también te guste mirarme la nuca».

Consigo acabarme el capítulo de Mencio, pero el hormigueo que siento en el cuello no desaparece, ya que creo que todavía tiene la vista clavada en mí. Dios, sus ojos son increíbles, ardientes. No pestañea. Es como si hubiese identificado a su presa y estuviese a punto de abalanzarse sobre ella. Pero al rato lo oigo hablar con su amigo, el famoso, y me relajo un poco.

Anuncian otro número por megafonía y Courtney da un brinco mientras agita su hoja.

—¡Me toca! ¡Me toca! ¡Deseadme suerte!

Se dirige hacia la puerta mientras da saltos de la emoción y Joe y yo intercambiamos miradas.

—No ha parado de hablar de esto. ¿Crees que tiene posibilidades?

—Claro —respondo. Es guapa, jovial y a todo el mundo le encanta pasar tiempo con ella. Aunque hay mucha competencia, Courtney es la típica concursante de reality. La cámara la adora—. Tiene muchas posibilidades.

Pero al momento la puerta se abre y entra cabizbaja con lágrimas en los ojos.

—No me han cogido —gime mientras Joe la estrecha entre sus brazos.

Entonces, lo llaman a él. La besa en la frente y la consuela:

—Ya verás como a mí tampoco me cogen.

Pero va de todos modos. Courtney se sienta a mi lado y dice:

—No han tenido piedad. Ni siquiera me han preguntado nada. Solo me han mirado y me han dicho que no era lo que estaban buscando. Fin.

—¿En serio? ¿Y qué están buscando?

—Y yo qué sé —masculla justo cuando se abre la puerta del fondo y entra Joe con los brazos levantados en señal de victoria. Courtney abre los ojos como platos—. ¿Te han seleccionado?

—Qué va. Solo me han mirado y me han dicho: «Cuidado con la puerta, no te vaya a dar un golpe al salir».

Courtney suspira.

—Bueno, al menos no he sido la única.

Joe junta sus dos números y los hace trizas. Después, coloca una mano sobre mi hombro.

—Ayúdanos, Obi-Wan. Eres nuestra única esperanza.

Las palabras todavía flotan en el aire cuando anuncian mi número.

Vale. Bien. Si solo me van a mirar y me van a decir que me largue ya no me siento tan mal. Me meto el libro bajo el brazo y saludo a la mujer mientras agito el número.

—Hola.

Echa un vistazo a su portapapeles.

—Hola. ¿Nombre?

—Penelope Carpenter. Pero suelen llamarme Nell.

—Penelope Carpenter. Por aquí. —Me lleva por un pasillo oscuro y estrecho. Al final hay unas puertas de dos hojas flanqueadas por dos guardias de seguridad, un hombre y una mujer—. Nada de preguntas. Por favor, no hables a no ser que te hablen. Si te piden que te vayas, hazlo de inmediato. Al presentarte firmaste una exención que establece que no comentarás el proceso de audición con nadie —lee en tono monocorde—. ¿Queda claro?

—Sí —afirmo, y pienso: «¿Me podéis rechazar ya para que pueda irme a casa?».

—Por aquí, señorita —me indica el hombre, que me hace pasar por un detector de metales como los de los aeropuertos. Tengo que entregar mi bolso y mi libro para avanzar. Cuando me los devuelven, la mujer me hace un gesto con la cabeza que me indica que ya puedo entrar. ¿A quién narices voy a ver? ¿Al papa?

Respiro hondo y entro.

La sala es enorme y está revestida con paneles de madera. Hay una mesa gigante en el centro. Tres personas se sientan en la otra punta, una mujer y dos hombres. Parecen intranquilos. Los hombres parecen un poco mayores que yo, pero la mujer debe de tener unos cincuenta años. Hay latas de Coca-Cola y una caja de pizza abierta delante de ellos. Solo sobra un trozo. El hombre del bigote mordisquea su boli y me contempla como si hubiese matado a su familia.

—Hola —digo, y saludo sin alzar la mano del todo.

—Siguiente —dice el hombre de forma brusca.

Gracias a Dios.

Doy media vuelta.

—Espera, espera, espera —oigo que la mujer me llama—. ¿Qué estás leyendo?

Les enseño el título.

El hombre del bigote que tanto me odia suelta un «ah». No tiene pinta de filósofo, pero…

—¿Siempre llevas esas gafas?

Me las subo en un acto reflejo. Llevo gafas desde los tres años, y estoy a nada de que me declaren oficialmente ciega. Las lentillas son un fastidio, y las gafas siempre me han permitido aislarme del mundo exterior.

—Sí…

Supongo que esa es la señal de que debo irme ya. Al fin y al cabo, ya llevo más tiempo aquí que Joe y Courtney juntos. La mujer continúa:

—Pareces joven. ¿Cuántos años tienes?

—Acabo de cumplir veinticinco.

Mira un folio. Será la encuesta que rellené y entregué en la recepción.

—Aquí pone que eres doctora.

—Sí —asiento—. Esta noche me dan el doctorado en literatura comparada.

—Tienes un largo historial académico —señala el otro hombre, calvo y con gafas de pasta—. Me interesa saber por qué has venido. Ves muchos realities, ¿no?

Niego con la cabeza.

—No veo la tele. No es lo bastante estimulante para mí. He venido para acompañar a mi amiga y porque necesito el dinero para devolver mis préstamos estudiantiles.

—Entonces… ¿qué sería para ti algo suficientemente estimulante?

—En mis ratos libres toco el arpa, de modo que la música que me conmueve me encanta. Mozart, Músorgski, Mahler… Me interesan mucho el teatro y el arte, y, por supuesto, la buena literatura…

Me callo cuando me doy cuenta de que están mucho más interesados en mi vida de lo que nunca lo ha estado nadie. De pronto parecen pendientes de cada una de mis palabras.

Pero ¿por qué?

—¿Y hay algo que no soportes?

No me creo que esto esté pasando.

—Ah, bueno, lo normal. La ignorancia, la pereza, las personas mimadas. La gente que no lee o que cree que los deportes son una religión o que se pasa el día comiendo comida basura. Son los culpables de que la sociedad se esté yendo al garete.

—Mmm. ¿Te consideras deportista?

Bajo la cabeza y echo un vistazo a mi cuerpo.

—¿Usted qué cree? Ni siquiera he visto un solo partido en mi vida. Como he dicho antes, no es lo bastante estimulante para mi mente. Creo que el cuerpo humano es una obra de arte solo por su mente.

La mujer mira su hoja.

—Interesante, Penelope. ¿Y tienes novio?

Por un momento pienso en Gerald.

—Nell. Y no.

El hípster me hace un gesto para que avance.

—¿Puedes acercarte, soltarte el pelo y darte la vuelta, por favor?

No quiero hacerlo, pero obedezco. Camino hacia la mesa, me quito la coleta y me giro un poco como si fuera una modelo en la pasarela, pero casi me caigo de culo. Me aferro a la mesa para conseguir estabilidad.

Cuando miro hacia arriba, los tres están sonriéndose y asintiendo.

La mujer rebusca en su portapapeles y saca una carpeta negra. Me hace un gesto para que me acerque y, con entusiasmo, anuncia:

—Enhorabuena. Pasas a la primera ronda. Soy Eloise Barker, la productora ejecutiva. En esta carpeta está todo lo que necesitas saber.

La miro embobada. Esto no está pasando.

—¿Primera ronda?

Ella asiente y me estrecha la mano.

—Sí, estás entre los cincuenta concursantes y cinco suplentes que serán elegidos para la grabación de la primera temporada de Matrimonio por un millón de dólares. La grabación empezará en septiembre. Hay varias fases, pero ya has dado un gran paso hacia el millón de dólares.

Que no, que esto no está pasando. Estoy soñando.

—Pero, a ver, ¿ni siquiera van a explicarme de qué trata el programa? ¿Lo del matrimonio, por ejemplo?

El hombre del bigote me estrecha la mano. Al parecer ahora me adora.

—Soy Vic Warner, productor y guionista. —Señala al hípster calvo—. Y este es Will Wang, famosa celebrity de la televisión y nuestro presentador.

Lo miro fijamente. ¿Famoso? Si no lo he visto en mi vida.

—Eh… ¿Y el programa?

Eloise niega con la cabeza.

—Todo lo que tienes que saber está en la carpeta. Llámanos si tienes alguna duda. Siento que no podamos responder a todas tus preguntas con la información de la carpeta, queremos mantener cierto aire de misterio, pero todo llegará a su debido tiempo.

Niego con la cabeza. ¿Aire de misterio? Eso no va conmigo.

—Es que yo…

Entonces, abre la primera página y señala el apartado «Calendario de premios». Entorno los ojos para leerlo.

—Como verás, aunque no podemos deciros qué haréis, todos los concursantes que se presenten el primer día de grabación recibirán veinte mil dólares. Serán tuyos tanto si decides seguir como si no.

Veinte mil dólares.

Solo por presentarme.

Se me hace un nudo en la garganta, pero antes de que me deje sin aire consigo chillar un «¡vale!».

Entonces, me hacen salir a un sitio completamente distinto a donde estaba antes y paso media hora deambulando hasta que logro encontrar a Courtney y Joe, que están sentados delante del centro de convenciones.

Courtney se acerca a mí a toda prisa en cuanto me ve.

—Bueno ¿qué? ¿Dónde estabas?

Aún aturdida, levanto la carpeta con el logo de MMD.

—Me han cogido.

Mi gran boda millonaria

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