Читать книгу Mi gran boda millonaria - Katy Evans - Страница 13
Pánico Nell
Оглавление¿Cuál es mi prototipo de chico ideal? Pues no lo sé. Y sí, me gustaría casarme, y antes de los treinta, a poder ser. Me gustan la música clásica, el arte y las cosas buenas de la vida, así que supongo que me encantaría conocer a alguien culto, con clase, refinado… Quizá un médico.
—Confesionario de Nell, día 1
Han pasado cuatro meses desde la audición. Es por la mañana temprano. Estoy en el coche de Courtney y he puesto la cara delante del aire acondicionado porque siento que estoy a punto de vomitar.
—No puedo creer que vaya a hacerlo. No puedo creer que vaya a hacerlo. No puedo creer que vaya…
Courtney me interrumpe cuando chasquea los dedos.
—Vas a hacerlo.
Asiento con la cabeza. Me castañetean los dientes.
Se pone el cinturón y me mira desde el asiento del conductor.
—Va, tía, que ya eres doctora. Doctora Malota. Puedes hacer lo que sea. Es tu momento. Te han elegido entre más de diez mil aspirantes. Vas a llegar lejos.
Intento que su charla motivacional me cale hondo y espero que desaparezcan las náuseas.
—Tienes razón.
En pocas palabras, el mes pasado fue una locura. Leí el papeleo una y otra vez. La mayoría eran chorradas jurídicas y papeles por firmar. Tuve que pasar un examen físico y conseguir un permiso médico. Asimismo, realicé una prueba de detección de drogas, rellené un test de personalidad con alrededor de dos mil preguntas más y me sometí a una evaluación psiquiátrica. Hace dos semanas, un fotógrafo y una estilista vinieron a mi casa a hacerme una sesión que me recordó a las fotos de cuando iba a primaria.
Hoy es el primer día de grabación. Será en un recinto cerrado, en las instalaciones deportivas del Instituto de Tecnología de Georgia. Como no tengo coche, Courtney se ha ofrecido a llevarme, pero está frustrada porque no puede quedarse a mirar. No. En el primer episodio los cincuenta concursantes se ven las caras y descubren de qué trata el programa, por lo que todo es confidencial. Cuando acabemos de grabar nos trasladarán rápidamente a un lugar secreto en el que se reanudará la competición. Hay mucho hermetismo en este programa.
La verdad es que no me parece mal que sea una grabación privada. No tengo ninguna prisa por hacer el ridículo delante de millones de personas.
De camino, Courtney me va dando los consejos que le vienen a la mente.
—Está bien que demuestres que eres lista, pero no te pases. Y por lo que más quieras, no sermonees a nadie ni pongas los ojos en blanco.
—¡Yo nunca hago eso!
—¡Siempre lo haces!
Me encojo de hombros.
—No tengo la culpa de que la gente me saque de quicio.
—Vale, vale. Pero tú inténtalo. En serio, Nell, porque si esto se parece a Supervivientes, vas a tener que conseguir gustarle a la gente y crear vínculos con ellos si quieres ganar.
Me estremezco. A mí eso no me pasa. La gente me evita.
—Así que, incluso aunque odies a alguien, finge que es tu persona favorita en el mundo. —Se queda pensativa un momento—. Imagina que son los crucigramas del New York Times de los domingos.
La miro fijamente.
—Los de los sábados son más difíciles.
—Vale, vale, pues piensa que son los crucigramas de los sábados, me da igual. Pero no te cabrees con ellos por ser ignorantes, ¿vale? No quiero que mandes tu oportunidad al garete por ser una inadaptada social. Los inadaptados sociales siempre son los primeros a los que echan.
No puedo discutírselo. Sé que lo soy.
—Primero, solo he visto un episodio de Supervivientes, y solo porque tú lo estabas viendo, y me marcó de por vida. Comieron ciempiés. Segundo, ¿cómo sabes que esto se parecerá a Supervivientes?
—No lo sé. Yo solo te aviso.
—Pues si tengo que comerme un ciempiés, ya pueden echarme. ¿Algo más?
—Sí. Sonríe. Relájate. Que parezca que te lo pasas bien. Intenta aliarte con los más sociables y los más simpáticos. No pienses en el dinero o te frustrarás y…
—Me echarán a la calle. ¿Qué más?
—Y si en algún reto hay que nadar…, apáñatelas para hacer lo menos posible. Bueno, eso con cualquier reto físico. Mejor ni lo intentes.
—Oye, que sé nadar.
Courtney resopla.
—Nell, si pareces un bicho agitando las patitas para no ahogarse —dice mientras sacude los brazos en el aire un momento antes de volver a coger el volante.
—Vale. Pero… Courtney.
Respiro hondo.
—¿Qué? Sé que hay algo que te preocupa. Venga, desembucha.
—Es que… ¿Te acuerdas de que dijiste que querías que viéramos Solteros de oro para burlarnos de los concursantes? ¿Eso significa que la gente me verá y se burlará de mí?
Me mira con compasión.
—Cielo… No le caerás bien a todo el mundo. Sí, habrá gente que se burlará, pero también habrá quien te apoye. Los productores te han elegido entre miles de personas por alguna razón.
Me hundo en el asiento y, con la vista al frente, susurro:
—¿Crees… que Gerald me verá?
Courtney cierra los ojos como si no pudiese soportar mirar a alguien tan patético como yo. Supongo que seguir prendada de un tío que te rechazó de forma tan absoluta hace nueve meses es un poco triste.
—Sí, seguramente.
Cuando salíamos las dos parejas a la vez, Gerald siempre hablaba con Joe de realities. Le encantaban y siempre se imaginaba cómo sería concursar en Supervivientes. Mientras yo estudiaba, él estaba en la otra habitación con los ojos pegados a la tele. De no ser por sus prácticas, seguro que lo habría visto en la cola de la audición. Me estremezco. ¿Me verá hacer el ridículo?
Quizá es uno de los motivos por los que accedí a hacer esto. Quería volver a estar delante de él a toda costa, incluso aunque eso significara dar pena.
—No pienses en él. Céntrate en ti y en ser tú misma.
Cierto. Ser yo misma. Puedo hacerlo.
—Pero nada de poner los ojos en blanco, sermonear a la gente o comportarme como una inadaptada social, ¿no?
Ella asiente.
—Exacto. Y tampoco nadar. No lo olvides. Ni se te ocurra nadar.
Uf.
—¿Has acabado?
No, no ha acabado. Me da más consejos, pero entonces llegamos al aparcamiento de las instalaciones deportivas. Está abarrotado. Hay por lo menos veinte camiones con equipos de grabación, así como uno enorme de dieciocho ruedas aparcado detrás. Tiene escritas las palabras "«matrimonio por un millón de dólares» en un lateral, y al lado hay una foto de Will Wang, el calvo de las audiciones.
Me pongo a temblar de nuevo.
Courtney se detiene cerca de la entrada principal y suspira mientras yo miro las puertas.
—Qué envidia me das. ¡Esto te va a cambiar la vida! —Lo sé, aunque no tengo claro si será para bien o para mal—. ¿Lo tienes todo?
Vuelvo a repasar la lista de mi regazo.
—Creo que sí.
Estiro el brazo hacia el asiento de atrás y cojo mi mochila grande y resistente. Luego abrazo a Courtney.
—Nos han dicho que no podemos hablar con nadie durante la grabación ni usar el móvil. Te he añadido como contacto de emergencia. Bueno, adiós. Te echaré de menos.
—Y yo a ti —responde—. ¡Dales caña!
Ya está. Ha llegado el momento.
Agarro la manija y abro la puerta. Nada más pisar la acera se me echa encima una mujer con un micro. ¿De dónde narices ha salido?
—Perdone, ¿es usted concursante de Matrimonio por un millón de dólares? ¿Sabe en qué consistirá el programa? ¿Nos puede contar algo acerca de la grabación que se va a llevar a cabo hoy?
La miro sin mediar palabra.
Tampoco es que pueda contarle nada. Porque ni siquiera nosotros mismos lo sabemos. Y una de las cláusulas del contrato nos prohíbe revelar el contenido de la carpeta. Pero tengo la cámara en la cara y eso hace que me olvide de caminar, hablar o respirar.
De pronto, alguien me coge de la cintura y me empuja hacia la puerta. Dejo escapar un chillido, desconcertada, cuando oigo una voz masculina:
—Que te pires, coño, que no va a decir nada.
Bajo la vista y veo una manaza bronceada en mi abdomen.
Luego, la levanto y me encuentro con una bestia peluda. El yeti. Recupero el habla al instante y le doy puñetazos en la mano.
—¡Suéltame!
Cruzamos las puertas y me deja en el suelo con brusquedad.
—Como desees, princesa —me dice con una sonrisa de oreja a oreja—. Si de verdad pretendes ganar, ya puedes empezar a acostumbrarte a las cámaras.
Lo miro con el ceño fruncido.
—¿Qué haces aquí? Esto es solo para concursantes.
Se mete la mano en el bolsillo de los vaqueros y saca una hoja doblada. Mientras la despliega, me doy cuenta de que forma parte del papeleo de los concursantes.
No, por favor. No, no, no, no.
—¿Eres concursante?
—Ya te digo —dice—. Te voy a machacar.
Frunzo el ceño aún más. Courtney quería que fuese amable con todo el mundo, ¿no? Pues más vale que lo olvide. Me cuelgo la mochila al hombro.
—Ya veremos. Déjame en paz.
Doy fuertes zancadas que resuenan mientras me dirijo a recepción, pero él me sigue de cerca.
—¿Qué? ¿Hoy no te has traído el libro de texto tocho?
Le doy palmaditas a la mochila. He traído un montón de libros. Entonces me doy cuenta de que no tiene por qué saberlo.
—No es asunto tuyo.
Sigue intentando hablar conmigo mientras le entrego mis papeles a la mujer de recepción. Decido ignorarlo una y otra vez.
—Bienvenida —me dice la mujer, que lee mi nombre en la hoja.
Juro que me está pisando los talones; noto su aliento en la nuca. Me aliso la coleta y mi pelo impacta contra sus pectorales.
Esos pectorales de acero, propios de Superman.
—Penelope Carpenter. Estamos encantados de tenerte como concursante. El resto se está preparando para la grabación. Pasa por aquella puerta de allí.
—Gracias.
Cruzo las puertas. Otra vez me castañetean los dientes. Nos dijeron que llevásemos puesta ropa deportiva y que trajésemos varias mudas. Como no tenía, fui al súper y compré con la tarjeta de crédito sujetadores deportivos, pantalones pirata de licra, camisetas y unas zapatillas por valor de 200 $. Sin embargo, cuando entro, me doy cuenta de que «ropa deportiva» no significa lo mismo para todo el mundo. Hay una mujer super musculosa que solo lleva la parte de arriba de un bikini y pantalones cortos de niño. Otra muy guapa con una trenza en la espalda va solo en bikini. Un hombre lleva unos pantalones de ciclista cortos y ajustados que le marcan todos los músculos. Mucha gente está enseñando demasiada carne. ¿No les da miedo que se les salga una teta o algo así y se vea en pantalla? Porque a mí sí, de ahí que me haya traído las camisetas más holgadas que he encontrado.
Merodeo alrededor de la sala mientras veo cómo los hombres sacan musculitos y las mujeres se pavonean delante de un espejo que llega hasta el techo.
Me siento como pez fuera del agua.
Mientras me pregunto si todo esto vale la pena por 20 000 dólares, me tropiezo con el pie de una chica sentada en un banco. Tiene la piel oscura y lleva pantalones cortos debajo del sari y zapatillas. No se le ven las tetas.
—Hola —me saluda mientras se aparta para hacerme sitio.
Me siento a su lado; el corazón me va a mil.
—Hola. ¿Eres concursante?
Ella asiente.
—Estoy muy, muy, muy nerviosa —reconoce con voz débil y baja—. ¡No tengo ni idea de por qué me han elegido!
Sonrío.
—Ni yo.
Extiende la mano.
—Shveta Patel —dice—. De Nueva Jersey. Estoy intentando ganar dinero para enviárselo a mis padres, en la India, y que le paguen la operación a mi hermano pequeño.
Oh. Eso sí que es honorable, y no el lío en el que yo estoy metida. Le estrecho la mano.
—Nell Carpenter. De aquí, de Atlanta.
—Me he estado fijando —dice—, y creo que han intentado escoger a personas que no se parezcan en nada entre ellas. Representa muy bien la esencia de Estados Unidos. Hay jóvenes, viejos, gente de todas las razas y clases, deportistas, no deportistas… Es muy interesante.
Miro a mi alrededor y veo a lo que se refiere. Aun así, la mayoría tiene una cosa en común: sus partes íntimas están casi al descubierto.
Justo entonces veo al yeti. Lleva una camiseta ajustada y pantalones de camuflaje. No le hace falta pavonearse o sacar musculitos; es consciente de lo sexy que resulta. Se ríe mientras habla con dos guapos más como si fuesen amigos de toda la vida. La rubia ligera de ropa está loquita por él, y la mujer mayor de los tatuajes que lleva corsé de cuero y lo mira desde un banco también. De hecho, todas las mujeres tienen los ojos puestos en él. Y, a medida que cuenta su historia con entusiasmo y la acompaña de gestos, cada vez más gente le presta atención y se siente atraída por él.
Casi puedo oír la voz de Courtney en mi cabeza: «Es él. Alíate con él».
Menos mal que no está aquí, porque me niego a acercarme a ese tío.
Además, Shveta me cae mucho mejor. Hablamos un poco y me entero de que es epidemióloga. Me cuenta que está enganchada a los realities y que lo sabe todo de ellos porque en la India tenía estrictamente prohibido ver la tele. Es muy fan de Solteros de oro, Supervivientes, El Gran Reto… Vamos, todo programas que no conozco de nada. No se lo voy a tener en cuenta. Dado que sabe tanto, decido que podría ser una buena aliada.
Pero no puedo dejar de mirar al yeti y cómo encandila a los presentes sin ningún esfuerzo. Hace que todos se giren hacia él como las flores se vuelven hacia el sol. Lo adoran. ¿Por qué?
Mientras pienso en la respuesta, él deja la frase a medias para mirarme con esos ojos verde esmeralda tan sexys y desconcertantes y me guiña un ojo.
Entonces, todos se giran en mi dirección.
Me arde la cara. Ser el centro de atención hace que me pique la piel.
Él prosigue con su historia y deseo que me trague la tierra, pero en ese momento alguien se pone a gritar nombres por un megáfono.
—Penelope Carpenter. Preséntate en la puerta roja para ir al confesionario.
Miro a Shveta.
—¿Confesarme? Pero si no soy religiosa…
—No, no. Yo lo acabo de hacer. No te preocupes, no da miedo. Te encierran en una habitación y te graban mientras respondes algunas preguntas, como por qué estás aquí, cuáles han sido tus primeras impresiones, de qué crees que tratará el programa, quién crees que es tu mayor rival, etc.
No, parece que no da miedo, pero bien que me he asustado cuando aquella mujer me ha puesto la cámara en la cara antes.
Voy. Me tiemblan un poco las rodillas, pero no es tan horrible como esperaba. La mujer que graba es maja y me saca las respuestas con bastante facilidad. Al final dice:
—Si sigues en el concurso, tendrás que ir al confesionario dos veces al día. ¡Suerte, Nell!
Algo más animada, me dirijo al vestuario. Una vez allí me doy cuenta de que están todos en fila: las mujeres a un lado y los hombres al otro. Me pongo al final. Nos llevan por un pasillo oscuro hasta una cancha de baloncesto desierta. Allí nos recibe Will Wang, que lleva un traje sin corbata.
—¿Preparados para vuestra foto de clase? —pregunta.
La mujer, Eloise Barker, la productora ejecutiva, también está aquí y nos estudia de arriba abajo uno a uno.
—¿Podrías quitarte la camiseta? —le pide a un hombre. Y añade en voz alta—: Por cuestiones de publicidad nos ayudaría mucho que llevaseis cuanta menos ropa mejor, ya que las fotos van a estar en todos los carteles y queremos llamar la atención de la gente. Así que ¡a desnudarse! Pero ¡no os paséis tampoco! ¡Sobre todo tú, Luke!
La gente empieza a quitarse la ropa como si no fuese mucho pedir. Los hombres están sin camiseta, pero es que las mujeres no se quedan atrás. La chica que llevaba la parte de arriba del bikini se baja los pantalones y descubre su vientre plano.
Me estremezco. Miro abajo. Yo ya voy con pantalones ajustados y camiseta holgada encima del sujetador deportivo. No quiero quitarme nada más, o perderé mi dignidad.
Por suerte, Eloise no me pide que me quite la camiseta. Me subo las gafas y me pregunto si de verdad parezco tan repulsiva como para que la gente no quiera verme desnuda.
Los miembros del personal nos colocan en filas de forma que hombres y mujeres estamos alternados. Me pongo en segunda fila, al lado de un asiático, y entonces me doy cuenta de quién se va a poner al otro lado.
El yeti.
No puedo mirar.
Madre mía, menudo torso.
Es todo músculos tonificados, bronceados y fuertes. Lleva tatuajes por todos lados y tiene unos abdominales increíbles. Para lo guarro que pensaba que era, huele muy bien.
Aunque los pensamientos que me provoca sí que son sucios. No puedo evitarlo. Está para mojar pan y rebañar.
Me rodea con un brazo. Me envuelve con su cuerpo rígido y me contraigo como un paquetito aplastado.
—Me alegro de que estés aquí, Penny.
Parece que cada poro de mi piel se alegra con su tacto. Estoy tan excitada que me pica todo.
Me niego a dejar que esto vaya a más.
Lo miro con cara de pocos amigos mientras los demás se colocan en la fila.
—No me llames así. Nadie lo hace.
Trato de apartarlo de un codazo, pero es imposible sin tocarlo, y he jurado que no cruzaría esa línea. Los miembros del personal parecen decididos a apiñarnos como a sardinas, así que nos hacen gestos para indicarnos que nos apretujemos más. Me rodea con el brazo y me estrecha contra sus pectorales. Noto el calor de su pecho desnudo incluso a través de la camiseta.
El fotógrafo mira por el objetivo.
—A ver, giraos un poco para que quepáis todos.
Le hacemos caso. Ahora lo tengo detrás. Su calor corporal me está mareando.
—Soy Luke —me susurra al oído, y hago todo lo posible por no pensar en cada centímetro de su piel tersa y desnuda…
Me da igual. Me da igual. Me… Ay, madre. De pronto noto que algo se contrae detrás de mí.
¿Es su polla lo que me está presionando contra la parte baja de la espalda?
Me echo encima del asiático que tengo delante y ahogo un grito cuando pierdo el equilibrio y por poco me caigo de la plataforma. Unas manos enormes me cogen de los brazos y me devuelven a tierra firme antes de que derribe a los demás concursantes como si fuesen bolos.
—Quieta.
Levanto la vista y veo que me está sonriendo con arrogancia. Me mira con ojos salvajes y felinos, enmarcados por pestañas gruesas y oscuras. Tiene los dientes demasiado blancos y alineados para lo sucio que parece. Sacudo el brazo para que lo suelte, y lo hace, pero despacio, como si se resistiese a dejarme ir.
Me flaquean las rodillas. Tengo una sensación rara, como si me hubiese marcado. Ningún hombre ha tenido ese efecto en mí jamás al tocarme.
Pero él es él. Y yo soy yo.
Y por eso nunca deberíamos estar juntos. Es una locura. Alteraría las leyes del universo por completo.
Por fin, el fotógrafo empieza a hacer las fotos. Me paso casi todo el rato aguantando la respiración.
—A ver, chicos, os aviso —nos dice Eloise a todos mientras bajamos de los escalones—. Poneos algo que sea fácil de lavar. El primer desafío será un poco sucio.
¿Sucio? Uf, odio la suciedad.
Pero entonces miro a Luke, que se aleja de mí y se pavonea como si supiera que es el centro de todas las miradas. Con paso alegre recoge su camiseta. No puedo apartar la vista de sus tatuajes porque me hipnotiza la manera en la que se mueven en esa espalda perfecta, bronceada y musculosa.
Creo que quizá ya no detesto tanto la suciedad como antes.