Читать книгу Mi gran boda millonaria - Katy Evans - Страница 12
Luke
ОглавлениеMi estrategia es la siguiente: lograr que todos me adoren. No es tan difícil.
—Confesionario de Luke, día 1
A la chica mona no le caigo bien.
Mirarla se ha convertido en mi nuevo pasatiempo favorito. Observar cómo se sonrojan sus mejillas, blancas como la nieve excepto por unas pecas que tiene en la nariz y que resultan más visibles por las gafas.
Tampoco tengo nada mejor que hacer. Jimmy está manteniendo una larga conversación con un fan, por lo que me esperan horas y horas de... nada. Y ella me parece mona. Aparenta menos de veinticinco, eso seguro.
Y se ha traído un puto libro de texto a las audiciones. ¿Qué clase de chica se trae un libro de texto a estos sitios?
Es la típica empollona de buena familia. Quizá no sea virgen, pero apuesto a que no suele follar y a que tampoco hace el amor. Y, si lo hace, seguro que procura que haya el menor contacto posible. Vi que ponía en la encuesta que no le gustaba ni beber ni salir de fiesta ni fumar… Hostia, pues quizá sí que es virgen. Se la ve muy inocente.
En un momento, han despachado a muchísima gente con las audiciones. Por fin, los dos amigos de la chica mona salen y le toca el turno a ella.
Veo cómo se aleja. Lleva los típicos vaqueros de madre, como si quisiera disimular que tiene buen culo.
Muy buen culo.
Cuando se va miro el reloj de la pared mientras me siento al lado de Jimmy, que está intercambiando mensajes de texto con su hermano pequeño.
La chica mona no vuelve. Interesante.
Pasan unos veinte minutos hasta que anuncian mi número.
La mujer mira su portapapeles y pregunta:
—¿Luke Cross?
—Yo.
Pasamos los controles de seguridad mientras se enrolla para resumirme las reglas, pero no la escucho.
—Suerte —me dice.
—Gracias, preciosa.
Entro. Puede que esta sea la mayor gilipollez que he hecho en mi vida. ¿Cómo dejé que Jimmy me convenciera? A lo mejor debería renunciar al bar de Tim. La abuela lo entendería porque siempre se queja de que trabajo demasiado.
Y una mierda. Como lo pierda no tardaré nada en volver a buscar el desayuno en la basura y dormir en callejones.
Hay una mujer y dos hombres sentados en la otra punta de una mesa y me estudian de arriba abajo cuando entro.
—¿Qué pasa, chicos?
Entonces, la mujer se limita a decir:
—Él. No hay duda. Él.
Estoy confundido.
—¿Para qué me quieres, preciosa?
Me guiña un ojo, se inclina y se pone a cuchichear con un tío que lleva un bigote. Él asiente y me dice:
—Parece usted de los que aguantan bien en una pelea, señor…
—Nada de señor —le corrijo—. Llámame solo Luke. Luke Cross. Y sí, me defiendo.
—Veintiocho años, uno noventa y noventa kilos, ¿eh? Te criaste en el centro de Atlanta. ¿Eres fan de los Falcons? —pregunta el calvo mientras lee lo que he escrito en la encuesta.
—Justo.
—Aquí dice que te gusta divertirte. ¿Qué significa eso para ti?
Me encojo de hombros.
—Tomarme unas birras, ver un partido en la tele… Ya sabes, vivir la vida.
—¿Drogas?
—No. Ya paso de esas mierdas.
—Pero ¿fuiste a rehabilitación? ¿Por alguna adicción?
—Sí. Con dieciocho años, pero al final me desintoxiqué y seguí adelante.
—Se nota que haces deporte —dice la mujer, que no le quita ojo a mis bíceps.
Los flexiono para que pueda contemplarlos en su máximo esplendor. Y, ya de paso, me cojo del dobladillo de la camiseta y le pregunto:
—¿Quieres ver mis abdominales?
La mujer asiente, pero Mostachón niega con la cabeza.
—En tu solicitud pone que has estado en la cárcel.
—Sí. Pero eso ya es agua pasada. Hará unos diez años. Allanamiento de morada. De joven hacía muchas tonterías con tal de conseguir dinero para drogas.
—¿Y qué nos puedes decir sobre tus estudios?
—Dejé el instituto con dieciséis años. Mis padres me echaron de la granja que teníamos a las afueras de Atlanta y no los he vuelto a ver desde entonces. Viví en la calle durante dos años hasta que mi abuelo me encontró y me acogió. Me llevó a rehabilitación, me sacó de las calles y me enseñó a hacerme cargo del bar. Se podría decir que es mi héroe.
La mujer se frota los ojos. ¿Está llorando?
—Qué mono.
—Mmm —murmura el hombre—. ¿Y a qué te dedicas?
—Soy camarero en un bar que pertenecía a mi abuelo hasta que murió hace cinco años.
—¿Y qué harías con el dinero si ganas el concurso?
—Pagaría todas las deudas hipotecarias del bar. Y lo que sobrase me lo gastaría en cerveza y en un séquito.
La asaltacunas me mira como si quisiese devorarme mientras se da golpecitos en el labio con el boli. Creo que le molo. Noto la química entre nosotros.
Le sonrío de oreja a oreja.
—Es coña. Bueno, solo lo último.
—Lo quiero —salta de pronto, como si no pudiese contenerse más.
—Pero si es… —El bigotudo de los cojones se tapa la boca con la mano para que no me entere de lo que murmura. Es probable que le esté advirtiendo de que soy una bomba de relojería y de que les voy a traer problemas. Y no se equivoca.
—¡Me da igual! Es perfecto. Mira qué cara, qué ojos. Es el tipo perfecto. Nuestro objetivo demográfico se volverá loco por esa cara.
El objetivo demográfico: las mujeres.
Mostachón levanta las manos en señal de rendición.
—Vale.
—Entonces ¿estamos todos de acuerdo? —pregunta la mujer.
Los hombres asienten a regañadientes. Capullos.
—¡Vaya, dos seguidos! —Me dedica una sonrisa lobuna—. Bueno, guapo, acércate para recoger tu paquete de bienvenida. Has pasado a la primera fase. La información que necesitas está en esta carpeta.
Alzo el puño en señal de victoria.
—¡De puta madre!
—Vas a tener que moderar tu lenguaje para la tele.
Vuelvo a alzar el puño.
—Entonces, qué guay. ¿Mejor?
—Servirá.
Se presenta como Eloise no sé qué, me estrecha la mano y me dice que es la productora ejecutiva del programa. Le guiño un ojo. Si esta mierda está amañada, meterme a la productora ejecutiva en el bolsillo puede ayudarme a asegurarme un puesto en la final.
Acto seguido, me presenta a los dos hombres, pero pronto olvido sus nombres.
—Llámanos si tienes alguna pregunta, por favor. Espero verte la próxima temporada para el comienzo de una gran aventura.
Les estrecho la mano.
—¡De puta madre! Qué ganas de… —Me doy cuenta de que no tengo ni puta idea de sobre qué va el programa este, pero me da igual. Estoy preparado para cualquier cosa. He superado la fase más difícil. El dinero es mío—. Hacer lo que nos hagáis hacer.
Eloise me sonríe.
—Ya verás. Lo harás bien, seguro.
Yo también lo creo. Todos los que tengan una carpeta negra ya pueden ponerse a la cola para comerme el rabo, porque el millón es mío.
Me acompañan a la salida, donde Jimmy me espera. Se fija en la carpeta que llevo bajo el brazo.
—Qué te dije yo, ¿eh? Vas a ser una estrella.
—De puta madre —digo, ya que aún no estoy en la tele—. Vamos a celebrarlo. Ya puedo saborear el dinero. Yo invito.