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El proceso de la sombra 3-2-1 Los orígenes de la sombra

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El enfado de una niña pequeña con su madre puede amenazar tanto su sensación de identidad (debido a su total dependencia de ella) que se ve obligada a reprimirlo y disociarlo.

Pero esa estrategia, por más intensa que sea, no acaba con el enfado. Lo único que ocurre es que ahora el enfado parece ajeno a su conciencia. Quizás se sienta enfadada, pero no puede tratarse de su propio enfado. Así es como el sentimiento de enfado acaba desterrándose más allá de las fronteras del yo, en donde asume un aspecto ajeno y extraño a la conciencia.

Tres son, pues, como ilustra el siguiente ejemplo, los pasos que sigue este proceso de represión y proyección:

1. Estoy furiosa con mamá, pero este enfado pone en peligro mi alimento, mi comodidad, mi calor, mi amor, mi seguridad y, en suma, mi supervivencia. ¡En buen lío estoy metida!

2. Y, como eso no está bien, acabo reprimiendo el enfado y proyectándolo sobre la imagen interna que tengo de “ti”, de “ellos” o, lo que todavía es peor, de personas a las que ni siquiera conozco. El enfado sigue presente pero, puesto que no puedo admitir que quien se ha enfadado he sido yo, debe tratarse de otra persona. ¡Entonces es precisamente cuando el mundo se puebla súbitamente de gente enfadada!

3. Si reprimo completamente la ira, nunca más la reconoceré, porque ya no tendrá nada que ver conmigo. A partir de entonces estaré asustada y triste (lo que, en un mundo airado como el nuestro, parece tener mucho sentido). La represión de la ira provoca que la emoción primaria y real (y, en consecuencia, “auténtica”) del enfado se experimente en forma de reacción secundaria (y, en consecuencia, se convierta en una emoción “inauténtica”) como miedo, tristeza o depresión. Dicho en otras palabras, de este modo se crea un reclamo interno —eso es, precisamente, lo que entendemos como emoción secundaria e inauténtica (de tristeza y miedo en este caso) que todavía nos aleja más de la ira inaceptable que, no lo olvidemos, era el sentimiento original, primario y auténtico. Una emoción secundaria puede ser muy poderosa y experimentarse de manera muy auténtica, pero no es la verdadera causa y, por ello, mismo, tampoco puede ser, en sí misma, eficazmente procesada.

El trabajo con la sombra es un módulo básico porque jamás podremos trascender esa tristeza y ese miedo sin reconocer antes y reapropiarnos luego de la emoción que se halla realmente en juego, es decir, el enfado.

Todos los impulsos, sentimientos y cualidades que enajenamos y proyectamos reaparecen “fuera de aquí”, desde donde, según el caso, nos amenazan, nos irritan, nos deprimen o nos obsesionan. Tengamos en cuenta que las cosas que más suelen perturbarnos, fascinarnos o molestarnos de los demás son, en realidad, impulsos o cualidades de nuestra propia sombra que no reconocemos originándose en nosotros, sino “fuera de nosotros”.

Pero, por más que la sombra parezca “ajena a nosotros”, da forma a nuestros sentimientos y a nuestras motivaciones. De manera inadvertida y subconsciente, la sombra configura nuestra conducta y consolida pautas de las que no podremos escapar fácilmente. El único modo de salir de esas pautas consiste en atravesarlas.

Veamos ahora, con algo más de detalle, el origen de la sombra.

Identificación de la primera persona: El aspecto escindido del yo formaba antiguamente parte de lo que uno conocía como yo o como mí, pero, por alguna razón o situación vital, acabó convirtiéndose en una amenaza a la sensación de identidad. Si pudiéramos reconocer y aceptar la emoción o impulso primordial de que “estoy enojado (o asustado, deprimido o celoso) y de que no hay nada malo en ello” jamás la hubiésemos disociado ni proyectado sobre algo o alguien “fuera de aquí”.

Identificación de la segunda persona: Cuando determinados aspectos del yo nos resultan inadmisibles, acabamos expulsándolos de la conciencia y desplazándolos a la segunda persona. Dicho en otras palabras, los aspectos enajenados del yo a los que desaprobamos, de los que nos avergonzamos o a los que tememos, acaban formando parte de lo que dejo de ver en mí y empiezo a ver en ti. “No soy yo el mezquino, el impaciente o el perezoso, sino tú”.

estás enfadado.

estás desconsolado.

Eres , no yo, quien está… (a rellenar por el lector). Y o no estoy enfadado, yo no estoy desconsolado… sea cual fuere la emoción rechazada.

Identificación de la tercera persona: Cuando, finalmente, la amenaza a nuestra sensación de identidad provocada por esa situación o emoción es tan grande que no queda más remedio que rechazarla totalmente, deja de pertenecernos (primera persona) y nos relacionamos con ella como si perteneciese a los demás (segunda persona), hasta acabar desterrándola como si se tratara de un ello, es decir, de un objeto que no tiene absolutamente nada que ver con nosotros (tercera persona). Así es como, convirtiendo a la cualidad rechazada en un ello, la alejamos todavía más de nuestra conciencia. “¿Enfadado yo? ¿Pero de qué estás hablando?”

 Primera persona: el que habla (yo)

 Segunda persona: la persona con la que se habla (tú)

 Tercera persona: aquello o aquella persona de la que se habla (él, ella, ello)

Así es como las cualidades escindidas acaban convirtiéndose en un “ello” disociado —la sombra— que nos resulta desconocido y oscuro.

Veamos ahora otro ejemplo de la sombra en acción:

Harry quiere pagar sus impuestos, de modo que se dirige a su despacho. Pero, cuando se sienta a revisar los papeles, ocurre algo muy extraño, porque empieza ordenando el escritorio, luego afila los lápices, después organiza los archivos, navega por la red buscando el modo de ahorrarse algo de dinero, echa un vistazo a alguna que otra web, hojea alguna revista que le interesa y empieza a cuestionarse si realmente estará haciendo lo que quiere. Quizás —se pregunta entonces— debería contratar a un gestor que se encargase de todas esas cuestiones.

Pero lo cierto es que no abandona el despacho, porque su deseo de cumplimentar la declaración de renta todavía es mayor que su deseo de no hacerlo. No obstante, como está empezando a olvidarse de su impulso, empieza a alienarlo y a proyectarlo.

En la trastienda de su mente, sabe que alguien quiere que formalice su declaración de renta. Por eso sigue dándole vueltas y más vueltas al tema. Pero como casi ha olvidado quién es el que quiere hacer esa condenada tarea, empieza a estar molesto con todo el asunto.

Lo que realmente necesita para completar la proyección —es decir, para olvidarse completamente de su impulso de hacer la declaración de renta— es la aparición del candidato adecuado del que “colgar” su impulso proyectado.

Entrada en escena de la víctima ingenua:

—¿Cómo va esa declaración? —pregunta inocentemente su esposa al llegar a casa.

—¡Déjame en paz! —responde enojado Harry.

En ese momento la proyección se ha completado. Entonces es cuando Harry siente que no era él, sino su esposa, quien quería que hiciese la maldita declaración. “¡No te engañes porque, por más dulcemente que te lo pregunte, ella ha sido quien, desde el mismo comienzo, ha estado presionándote sutilmente para que hicieras la declaración!”

Es muy probable que, si Harry no tuviese absolutamente nada que ver con el impulso, ni siquiera se hubiese movilizado ni reconsiderase tampoco si realmente quería seguir adelante. Pero en su fuero interno sabía que alguien quería que hiciese la declaración. Y, puesto que tenía muy claro que no era él, debía tratarse evidentemente de otra persona. Es por ello por lo que, en el mismo momento en que apareció su esposa, la convirtió en la candidata más probable y proyectó de inmediato su impulso sobre ella.

A partir de ese momento, Harry experimentó este impulso como algo externo, como una exigencia procedente del exterior. Otra palabra para referirse a este impulso externo es la de “presión”. De hecho, cada vez que una persona proyecta algún tipo de impulso, se siente presionada desde el exterior. A eso, lo crean o no, se limita toda presión externa. ¡La presión externa sólo puede ser eficaz si cuelga de un impulso proyectado!

¿Pero qué ocurriría si a su esposa realmente le molestase hacer la declaración y le presionase a que la hiciera usted? ¿No cambiaría eso las cosas? ¿No habría entonces experimentado Harry la presión de su esposa en lugar de la suya?

No, lo cierto es que las cosas seguirían iguales. Es verdad que, en tal caso, ella al desplegar la misma cualidad que Harry estaba proyectando sobre ella, habría sido un “gancho” más adecuado sobre el que colgar la proyección. En este caso, habría sido como si ella misma le invitase a poner en marcha la proyección… pero lo realmente importante es que no por ello el impulso proyectado habría dejado, en ningún momento, de ser de Harry.

Su esposa podría de hecho, estar presionándole a hacer algo —y hasta molestándole por otras razones— pero lo cierto es que sólo puede sentirse presionado si también quiere hacerlo.

¿Y qué hay que hacer en tales casos?

Dado que la naturaleza verdadera de cualquier contenido concreto de la sombra es, por definición, ajena a nuestra conciencia, debemos aprender a reconocer los síntomas de la sombra y resolver el problema “dándole la vuelta”. Y ése es precisamente el punto en el que la teoría integral puede resultar de gran ayuda. La sombra empieza siendo un impulso o sentimiento en primera persona que después se ve desplazado o proyectado sobre un objeto de segunda y finalmente de tercera persona. La génesis de la sombra es un proceso muy rápido, 1-2-3. De ahí que nuestra única posibilidad consiste en invertir el proceso desde 3 hasta 2 y, desde ahí, hasta 1. Por ello precisamente le llamamos proceso de la sombra 3-2-1.

Posibles resultados de la puesta en práctica del proceso de la sombra 3-2-1

 reintegración de los aspectos escindidos del yo

 eliminación de una frontera energética y correspondiente liberación de la energía asociada

 emergencia de la compasión y de la empatía

 aparición de otras comprensiones como, por ejemplo, la identificación de la fuente original de la proyección

 emergencia en la conciencia de estrategias o acciones creativas

 la situación o la persona en cuestión deja de parecernos irritante, opresiva, insoportable o distractiva

El proceso 3-2-1 apela al cambio de perspectiva para identificar el contenido de la sombra y las proyecciones enajenadas, y reincorporarlos a la conciencia consciente. Esta práctica nos ayuda a enfrentarnos a nuestras facetas ocultas, a restablecer contacto con ellas y a experimentarlas de un modo más completo y sano.

Las facetas escindidas de nuestra personalidad que giran en torno a nuestra conciencia no aparecen como aspectos propios desintegrados, sino como “otros” alienados. Y, cuantos más “otros” alienados haya perdido nuestro psiquismo, más difícil resulta crecer. La enajenación de facetas diferentes del yo compromete seriamente el desarrollo sano.

También hay que recordar que la energía necesaria para movilizar y reprimir los elementos de la sombra y mantenerlos alejados de la conciencia queda fuera de nuestro alcance e impide el desarrollo y el avance hasta el siguiente estadio.

La práctica integral de vida

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