Читать книгу Desconocida Buenos Aires. Historias de frontera - Leandro Vesco - Страница 19

Las fabricantes de alfajores de Estaful que endulzan a un pueblo

Оглавление

Las mujeres están cambiando la realidad de los pequeños pueblos. Son ellas las que motorizan la recuperación. Fulton es una pequeña localidad de Tandil, de poco más de 80 habitantes, y un ejemplo de cómo la revolución silenciosa que se está gestando en pequeños puntos del mapa se produce en soledad y amparada por un inclaudicable amor por el lugar en el mundo donde ha tocado vivir. Es un progreso lento que se comunica con el lenguaje del arraigo. En el cándido pueblo de Fulton pasan cosas buenas. Tres amigas y vecinas decidieron superar el miedo y hacer realidad su sueño: recuperar la sala de encomiendas de la estación de trenes para montar allí su fábrica de alfajores. Lo lograron: hoy Estaful es un emprendimiento exitoso. Todo comienza dando el primer paso; superado ese movimiento, las decisiones se presentan más claras dentro del ritmo de vida en una pequeña localidad. Son pocas las trabas cuando el sol en su nacimiento y su caída diaria acompaña una idea.

El proceso de recuperación de un pueblo tiene un momento exacto en el que sucede algo (es el resplandor del nacimiento de una idea) que provoca una reacción positiva en la comunidad. Yanina Loustaunau, Peri Santamaría y Marta Ojeda supieron que era el momento. Las tres viven en Fulton, sus maridos pasan la mayor parte del día en el campo y sus niños van a la escuela del pueblo; allí estaba la estación de trenes sin uso y tenían tiempo. Un vecino habló con el intendente y este contacto les posibilitó la cesión de la antigua sala de encomiendas. No hubo vuelta atrás. Modificaron su agenda, privilegiando su desarrollo personal. “Dejamos a nuestros maridos en casa y nos vinimos a trabajar”, resume Yanina, acaso mejor que nadie, el proceso de cambio que la mujer rural ha tenido en los pueblos. De ser testigos o acompañantes en el trabajo y dedicar su tiempo casi exclusivamente a las labores hogareñas, a convertirse en emprendedoras y protagonistas. Estaful resulta un arquetipo de este cambio silencioso, pero acometido por sólidas estructuras de voluntad.

Fulton es un pueblo hermoso. No hay otra forma de definirlo. Pegado a la ruta provincial 74, está a 40 kilómetros de Tandil, y su buen acceso lo vuelve un destino posible para cualquier vehículo. La estación de trenes se halla a un costado del pueblo, que tiene casas muy bien mantenidas, pintadas y cada una con su jardín florecido. El almacén Adela es un punto de encuentro para aquellos que vienen en busca de la comida típica de pueblo, con sabores puros y aromas olvidados en las ciudades. Acá también se produce miel orgánica y se la defiende como si fuera un tesoro. Amasan su pasta y cosechan sus tomates para hacer salsa.

Estaful nació como nace un sueño: de forma natural. Las tres amigas entendieron que debían hacer algo, y esa fuerza las impulsó. “Nos anotamos en un curso de confitero y luego de alfajores regionales. Queríamos hacer el alfajor de Fulton. Nos pusimos a estudiar el tema y supimos que los primeros alfajores eran cuadrados, de tamaño grande, y luego se compartían”. La semilla creció y el primer brote fue cuando el municipio les cedió la vieja sala de encomiendas de la estación de trenes, un edificio señorial, grande y dominante, que nos recuerda la importancia que tuvo en su momento el pueblo, cuando el modelo de país era más justo y las venas ferroviarias palpitaban con vida. Trabajaron cinco meses en ponerla en valor, y una vez que lo lograron, comenzaron a hornear las tapas y a hacer los alfajores. Los hicieron cuadrados, respetando su origen.

El emprendimiento le dio a Fulton mayor presencia en la región y, fundamentalmente, movimiento al pueblo. “Vendemos mucho en el invierno. Ayuda a lo que es la economía de la casa. Trabajar acá es muy lindo. Nos organizamos, venimos a la hora que queremos, nadie nos manda”. Cuando la escuela, que está cruzando las vías, entrega los alumnos, las madres buscan a sus hijos y al otro día siguen con sus tareas. Esto se llama independencia económica y laboral. En los pueblos como Fulton es posible tenerla y por eso cada vez son más las familias que quieren dejar su vida en la ciudad para formar parte de una comunidad rural, donde la vida camina con el ritmo de los aleteos de las mariposas.

Estos alfajores, además de emancipadores, son deliciosos. Se hacen con amor, tienen un gusto diferente y en cada uno de ellos se nota la elaboración manual, la fina trascendencia de lo que está hecho con tiempo y ganas. Fabrican de varios gustos, pero sobresale el de chocolate relleno con dulce de leche y pasas embebidas en licor. No hace falta mucho para alcanzar la felicidad en el ámbito rural. Las tres amigas se reparten el trabajo, una hace los alfajores de limón, otra los que llevan nuez, y el viernes es el día de repartir los pedidos.

En la soledad de la recuperada habitación de las encomiendas, el tren ya no pasa para dejar paquetes, pero hay un horno que emana calor y aroma a esencia, el chocolate aporta su sugerente perfume. De esta pieza ahora salen paquetes con alfajores que se han convertido en la esperanza de un pueblo y en el trabajo de un grupo de amigas que en el valle tandilense decidió cambiar la historia.

Desconocida Buenos Aires. Historias de frontera

Подняться наверх