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Capítulo 6

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Chiringuito del cielo

Hay una boda en esta zona, se suelen celebrar bodas en la playa, en los chiringuitos a pie de arena. El Chiringuito del Cielo queda un poco más arriba, entre villas, como dije, y otorga un pequeño mirador a las playas más cercanas, no solo a las Terrenas, también al Skyline de las colindantes.

Y, por lo visto, es un lugar clandestino elegido por unos cuantos dominicanos para celebrar su día.

Cuando vemos que el chiringuito está a reventar, nos pensamos si darnos media vuelta y quedar en otro lugar o no. Pero ya estamos ahí, y lo bueno es que nadie nos reconoce. A mí no me conocen, cosa que agradezco, y además, el dueño nos ve y nos invita a entrar con un gesto de la mano.

—¡Vengan, aquí están todos invitados! —nos grita el hombre, que creo que solo tiene tres dientes en la boca, pero posee una sonrisa feliz y unos ojos muy confiables. Eso es algo que me llevaré de aquí siempre. Tienen una alegría distinta, no sé si es por el sol, el caribe o las piñas coladas... pero son amables y encantadores. Menos los de la lancha. Los de la lancha no, que nos quisieron matar.

El dueño nos señala una mesa para las dos, cerca de la barra. La verdad es que el lugar es pequeño, pero lo han apañado para una celebración como esta, de unas cuarenta personas.

Han puesto alguna que otra mesa y más sillas, pero la gente está de pie, bailando Una vaina loca y nadie quiere tomar asiento.

Eli lleva un mono halter con estampado caribeño de SHEIN. Y yo me he puesto un vestido amarillo y liso, elástico de Chic Me.

Y me acabo de dar cuenta de que soy como la bandera de España. Roja y amarilla.

—¿Tienes pensado qué vas a decirle a Carla?

Eli está tranquila. Como si hubiese llegado a un acuerdo consigo misma. Un pacto de no agresión.

—Nada. Se lo he dicho por WhatsApp. No le voy a decir nada. No voy a influir en su comportamiento ni en ninguna de sus decisiones. No quiero que hablemos de nada de su concurso. Solo quiero que esté bien —me explica mesándose el pelo rubio y largo que tiene—. Quiero que siga haciendo lo que hace, porque es ella misma. Con sus miedos, sus dudas y sus ganas de vivir. Sea lo que sea lo que le esté pasando por la cabeza, es su proceso. Y yo tengo el mío.

La admiro. La admiro por su cabeza fría. Y porque ella está en contra de llamar atenciones o rectificar a nadie. Ella nunca haría nada a nadie que no le gustara que le hicieran a ella. Esa es su premisa. Y también la mía. Porque, en una relación, todos sabemos lo que hay que hacer para estar bien, y si alguno no lo hace, el problema es de ellos, no nuestro.

Faina descubrió el otro día que el dueño del chiringuito, de unos ochenta años, se llama Maradona. Así que lo llamo por su nombre y él se acerca sonriente:

—¿Qué quiere la colorada?

Ah, ¿se refiere a mí? Qué gracioso el mellado.

—Tomar algo.

—Hoy les invito yo, que mi hija se ha casado —señala el bodorrio—. Y es un día de alegría, porque, por fin, se van ella y su marido de mi casa. —Alza el puño victorioso y después señala a la susodicha y al susodicho. Parecen mayores—. Tienen cincuenta cada uno. Imagine lo que tuve que esperar —el señor está riéndose de su desgracia—. No tengan hijos. Algunos son como sanguijuelas.

Eli se echa a reír.

Ese es un mensaje muy adecuado para mi situación. Porque mañana voy a descubrir si estoy embarazada o no, y le pienso pedir a la farmacéutica que me ayude a averiguarlo. No quiero otro test fallido.

—Maradona, tráenos lo que quieras —le pido—. Pero tráenos cuatro, que estamos esperando a dos chicas más.

Él asiente y se va a la barra a por cervezas de tequila.

Ahora la canción es otra. La Bamba.

Faina y Carla llegan a la par. Se nota que la tinerfeña está on Jire y que disfruta muchísimo la experiencia. Lleva un vestido verde turquesa, ancho y de manga corta que pone Boston Celtics. Mi hermana se ha puesto un pantalón blanco muy cortito, y una camiseta de color violeta y con buen escote. Me gusta cómo lleva las uñas de las manos y los pies pintadas. De un lila flúor que, con lo morenita que está, resalta más. Faina me señala mientras se acerca a la mesa, y Carla sonríe mirándonos a mí y a Eli.

—¡Bicho palo! ¡No te voy a perdonar que me hicieras tocar ñordos marinos!

Dejo ir una risita y contesto:

—No, lo que es imperdonable es que creas que todo es una polla. ¿Es que tu mente no descansa?

Nos saludamos entre todas. Carla y Eli tienen un saludo muy frío, nada que ver a cómo son ellas. Tal vez, ese WhatsApp que Eli le ha enviado sea mucho más cortante de lo que me ha dicho. Porque yo sí capto que Carla está incómoda y que no deja de mirarla cuando ella no se da cuenta, y que Eli está rodeada de escarcha como Elsa.

Maradona nos pone cuatro cervezas y además nos da pastel de la boda y comida, de todo tipo y a cual con más hidratos. Y eso nos encanta, porque es justo lo que necesito. Cuando me tiene que bajar la regla me da por meterme atracones de comida. Pero estos atracones también se pueden dar en un embarazo, ¿no?

Buf, qué va. Es que no quiero ni pensarlo.

Y para no divagar, lo que hago es hablar la primera, empezar a comer pastel y explicarles a Faina y a Carla todo lo que está pasando y ellas no saben.

Sus caras son de foto.

Carla no deja de mirar cómo estoy comiendo, y está entre sorprendida y horrorizada.

—Hermana, tienes ansiedad —espeta.

—La engo —contesto con la boca llena de bizcocho y nata—. Después de todo lo que os he contado, ¿por qué no estáis nerviosas? Alguien nos está boicoteando; Jenni, por lo visto, está filtrando todo a la prensa, he salido en las revistas casi en bolas, puede que esté embarazada y en las villas están repartiendo droga. Joder, todo es grave.

Faina y Carla han escuchado todas mis palabras con atención, pero una vez he acabado, se han puesto a beber cerveza y a comer nachos, patatas, y dulces varios.

—No nos preocupa, porque está Axel. Y no creo que estés embarazada. No tienes cara de embarazada —señala Faina con obviedad—. Tengo mucha intuición para eso. Nunca fallo, excepto con mi prima. Con mi prima sí —pone los ojos en blanco—, porque siempre ha tenido la barriga hacia afuera y siempre tuvo papada, y de normal siempre ha parecido que tuviera bombo. Pero tú no. Yo solo espero que Axel recapacite y se arrastre bien arrastrado para pedirte perdón —pide alzando la botella—. Pero no estoy preocupada por lo que está pasando a nuestro alrededor, porque ya sé que, que él haya descubierto todo eso, va a hacer que no permita que nos pase nada. Es un guardaespaldas —nos recuerda—. Y era mío, hasta que tú te lo llevaste, Bec.

—Ya —le sigo el rollo.

—Lo mismo digo —dice Carla siguiendo el ritmo de la música con los hombros—. Si está Axel, por mucho que esté agobiado con lo de su salida del anonimato, estás tú. Y para él, tú eres lo primero. No va a dejar que esto vaya a más.

—Para mí, lo más grave hasta ahora —continúa Faina—, ha sido lo de los gusanos de mar y lo que le ha pasado a Maca. ¿Qué piensan hacer con este tema? Con las imágenes, me refiero. Deberían emitirlas para que los telespectadores entiendan que el maltrato se da en cualquier ámbito y en quienes menos esperas. Creo que es necesario que todos comprendan y vean las caras de un tío así, y también de su víctima. Maca lo ha pasado mal esta noche. Se me rompía el corazón. Ahora está un poco mejor, el angelito —lamenta la situación de su compañera.

—A Carlos también lo han maltratado —dice Carla de golpe, llevándose un par de cacahuetes a la boca—. No como a Maca —aclara—, pero es maltrato psicológico igual. Esa chica, Martina, le ha dicho barbaridades para hacerlo sentir mal.

—A Carlos —le interrumpe Eli—, le pasa que lleva años enganchado a una mujer que lo trata fatal, pero él está dispuesto a pagar ese peaje, porque está con ella. Es un hooligan. Un fan. La única manera de que Carlos deje a Martina, sería encontrando a alguien a quien poder admirar de nuevo y que sustituya al ídolo actual.

—Pero, estamos de acuerdo en que también sufre maltrato, ¿no? —insiste Carla atónita con su respuesta.

—Sí —contesta Eli aclarándose la garganta—. A ver si en los días que quedan de programa, consigues salvarlo, Carla. Te gustan las causas perdidas.

Eli desvía la mirada hacia la pareja de novios que se acaban de caer mientras bailaban. Él le ha pisado el vestido.

Carla observa a Eli durante unos segundos muy largos, en silencio, como si su mente fuese un hervidero de pensamientos. Parpadea una sola vez y como si saliese de su ensueño, vuelve a atacar a los cacahuetes.

—A Jenni hay que echarla como sea —menciona Carla con voz hastiada—. Ya no por lo que grabé de ella con Axel. Es porque es tóxica.

—Hay unos cuantos en el programa —murmuro.

—Pero esa tía es mala. La pillé hablando con Juanjo sobre algo de su representante. De que, si eran la pareja favorita cuando se emitiera el show, se repartirían el dinero del premio entre ellos, así había menos que darle a él.

—¿Es que acaso tienen al mismo representante? —pregunto muy impresionada—. ¿Qué hace un broker con representante? —La cerveza entra de maravilla.

—Bueno, una vez entran en programas así, todos se buscan un agente para negociar —explica Carla—. Todos tienen representantes, y solo hacen que hablar de ello, como si se creyeran estrellas.

Sea como sea, ese punto es algo que no puedo olvidar de mencionar a Axel. Él está investigándolo todo, y cualquier dato le podrá ser de ayuda.

O eso espero.

Nos quedamos un buen rato hablando de lo que estaba siendo esa experiencia y de cómo vivían en las villas.

Y Maradona nos trajo cuatro cervezas más, y más pastel... Y hubo una tercera y una cuarta ronda.

Y esa noche en el chiringuito, no arreglamos el mundo entre las cuatro ni solucionamos nada, pero creo que dejamos de pensar en lo que estaba sucediendo en todos los planos de nuestra existencia, y focalizamos solo en las cervezas, la comida y la música.

Y los invitados a la boda nos sacaron a bailar. Yo acabé con la corona de princesa de la señora que se casó, y bailando un vals con Maradona y otro con un adolescente con una erección. Y Faina lideró una conga infinita que llegó hasta la playa, y allí nos mezclamos con otra boda y nos metimos en otra conga. Y como no conocíamos a unos ni a otros nos dio igual, porque todos nos parecían los mismos.

Eli bebió tanto que empezó a hacer terapias de pareja gratis, y acabó aconsejando a la pareja de novios que ni se enamorasen ni se casasen nunca. Ups, demasiado tarde. También les dijo que el amor estaba sobrevalorado. Que mejor se eligieran siempre a sí mismos. Y que, a la más mínima duda de infidelidad del otro, contrataran a un detective privado. Eso les sacaría de toda duda. Pero que, si de verdad querían ser felices, que encontraran a una persona que amase sus virtudes, pero que todavía los quisiesen más por sus defectos. Porque el amor no era ciego —todo esto lo explicó en el centro de un rondo en el que ella habló a todos como Jesús a los Apóstoles—, pero sí debía ser comprensivo y flexible.

Y Carla, que siempre suele ser de todas nosotras —exceptuando a Faina, claro— la que más se deja llevar en las fiestas, solo hacía que controlar a Eli por el rabillo del ojo, escucharla y mirarla de esa manera en la que miran los que saben que necesitan terapia. Pero de otro tipo.

Yo sé poco de la Biblia, pero me apuesto otra cerveza a que así miraba María Magdalena al Maestro.

Becca y Chimpún

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