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Capítulo 3

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Me he aseado, me he arreglado y me he llevado a mi Pit Bull, Eli, para que me acompañe al tráiler de Villa Chicos, donde está Axel, y me ataque en caso de que se me vaya la rabia por las uñas y me ponga a arañar al guardaespaldas. Porque es lo que tengo ganas de hacer. Quiero pegarle, pero yo no pego, además seguro que me rompo algo.

Me he puesto unas converse negras de verano, y un vestido de tirantes, de falda corta, color berenjena, muy ajustado. No sabía cuánto, hasta que he visto que se me ve el culo como Beyoncé.

Y mi rubia está de ese humor negro que provoca que la acompañe un nubarrón cargado de lluvias sobre la cabeza. Me la imagino con una espada, cortando cabezas, porque ella, ya sabéis que está tan contrariada como yo.

No sé qué tiene esta isla de mierda que nos está volviendo un poco locas. A ver si, sin querer, hemos ido a parar a la isla hawaiana de Lost.

Así que, en el trayecto en coche hasta el lugar donde espero encontrarme a Axel, me imagino cientos de escenas dantescas, como una en la que le grito: «¡Esto es Sparta!», y le doy una patada en todo el pecho y lo lanzo a un pozo sin fin de dolor y arrepentimiento. U otra en la que está encadenado en una sala mugrienta, y le obligo a cortarse un pie para ganarse mi perdón. La última es una escena en la que yo tengo dos cruasanes de pelo en la cabeza, y le estoy afeitando con una cuchilla por la zona de la garganta y sin querer se me va la mano por la carótida, y yo paso la lengua por la cuchilla como el Drácula viejo de la película inspirada en la novela de Bram Stoker.

Sí, tengo el humor pendiendo de un hilo. Muy fino, del tipo de fino que hace que ser mentalmente creativa no esté tan lejos de convertirte en una asesina.

Sigo conmocionada.

La discusión de ayer con Axel y lo que se atrevió a decirme me ha dolido mucho. Todavía tengo la puñalada abierta en el pecho. Pero, descubrir su mentira, su omisión sobre Jenni y sobre lo que podía acarrear su presencia, nos ha puesto todavía en una situación más delicada de la que estábamos.

Yo creo en las relaciones de confianza. Creo en contarse todo, incluso lo más vergonzoso. Y no estoy de parte de esas relaciones donde se esconden secretitos o donde se ocultan cositas sin importancia por no preocupar u ofender al otro. Las relaciones de amor longevas se construyen sobre la confianza y si esta se tambalea o se traiciona, es muy complicado volver a fiar nada.

Él y yo hemos pasado por muchas cosas, nos hemos enfrentado a psicópatas juntos, y siempre sobrevivimos si nos cogíamos de la mano e íbamos unidos con todo y contra todos.

Pero cuando algo del pasado entra por la puerta de tu realidad, todo lo construido, si no fuiste un buen albañil, se va al garete. Y yo siempre creí que éramos buenos canteros.

Eli y yo hemos llegado.

La terapeuta de parejas me ha acompañado hasta el tráiler. Y se ha quedado en la puerta, no sin antes, darme todo su apoyo y transmitirme su fuerza.

—Si ves que quieres pegarle, grita. Y yo entro —alza el puño—. Que ya le pego yo.

—¡No! —exclamo con una risita—. No somos violentas, recuérdalo.

—Hoy puede que sí.

Bueno, miro hacia la puerta del tráiler, tomo aire, y entro como una macarra con el móvil en la mano que puede que le lance, como la caja de pastilla de Misoprostol.

—¡Eh! ¡Tú! —grito asumiendo mi papel de desquiciada con galones y a la perfección.

Pero no es Axel.

Chivo ha dado un grito de mujer que me ha impactado. Se le ha caído por encima el café que tenía en las manos y le ha dado en la cara.

—¡Santa Madre!

—Ay, por Dios... —susurro poniendo cara de disculpa—. ¡Qué pulmones tienes!

—¿Señorita Becca? ¿Qué pasó? —se limpia el café de los ojos.

Chivo está mirando las pantallas, concentrado en su trabajo, y yo acabo de quitarle años de vida al pobre señor.

—Pensaba que estaba Axel aquí.

—No, Axel está en la playa. Necesitaba salir un rato y hacer unas llamadas. Lo encontrarás abajo.

—Ah ...

—¿Estás bien? —pregunta muy preocupado.

—Sí, todo bien —contesto dándome prisa por salir de ahí—. Lo siento, Chivo. Te traeré otro café.

—No hace falta, me ha entrado casi todo en la boca. Río sin muchas ganas.

—Ya, lo siento.

Él se encoge de hombros y busca unas servilletas para limpiarse, mientras aprovecho para salir de ahí.

Eli me mira de hito en hito.

—¡¿Ya?! ¡¿Lo has matado?! ¡¿Sigue vivo?!

—Sigue vivo. No estaba ahí. Dice que está en la playa.

—Vale, yo me voy a quedar aquí —espeta Eli cruzándose de brazos y apoyándose en el gigantesco camión—. Creo que voy a echarle una visita a Chivo y que me enseñe videos de la casa de chicos ahora.

La comprendo. Quiere controlar y observar a mi hermana.

—No. No es por Carla—asegura Eli leyéndome la mente—. Soy una profesional. Estoy estudiando a todos. El próximo día que tenga que intervenir quiero hacerlo todavía mejor, si puedo. Ve a buscar a ese hombre —me recomienda y, acto seguido, entra en el camión.

Me doy un paseo largo hasta la playa. Me gustaría apreciar mejor el lugar paradisiaco en el que me hallo, pero el cabreo me lo impide, porque el cielo es azul, la arena es dorada y blanquecina, el mar destella con el reflejo del sol, pero yo lo veo todo rojo.

Me saco las Converse, y las sujeto entre mis dedos, mientras mis pies se hunden en la mullida y ardiente arena. Camino por la playa desértica a estas horas tempranas sin apenas gente, así que no me cuesta divisar a Axel. Pensaba que estaría en uno de los chiringuitos que hay, pero no.

No es difícil localizarlo. No se ve a hombres así: un tío moreno, con un bañador negro corto que deja ver su culo y sus piernazas, y una camiseta amarilla muy llamativa. Sus gafas de aviador cubren sus ojos claros del sol, y está hablando por teléfono otra vez.

Esta vez me acerco a él por la espalda y ni siquiera espero a que acabe la conversación. Pero sé que está hablando de las noticias que han saltado a la palestra y de Jenni. Y está muy cabreado con Fede, porque cree que su hermano tiene algo que ver con todo lo sucedido. Axel sigue sin fiarse al cien por cien de nadie. Es algo en lo que está trabajando desde que me conoce, pero no se consigue en unas cuantas semanas. Y eso me entristece, porque conmigo ha actuado igual. Ha desconfiado de mí.

Voy a ser muy maleducada. Le doy dos golpecitos en el hombro con la palma abierta, y él se da la vuelta con toda su energía infernal y un mosqueo que casi iguala al mío. Pero digo casi porque yo me siento mucho más irascible, más ofendida como mujer y como su pareja.

Becca y Chimpún

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