Читать книгу Becca y Chimpún - Lena Valenti - Страница 13

Capítulo 8

Оглавление

Al día siguiente. Viernes

Cuando he abierto los ojos hoy, he pensado en dos cosas: la primera es que ayer bebí mal y la segunda es que estuvimos a punto de sufrir un robo, pero Axel nos salvó y nos llevó a la villa.

Sí, me acuerdo de todo, sorprendentemente, y es muy posible que sea debido a las pastillas contra la resaca que tan amablemente me dio Axel. Y sí, me vienen fotogramas de él dándole una somanta de palos al de la moto.

Otra cosa de la que me he dado cuenta es que Eli ya no estaba en la cama. Me ha dejado una nota que ponía:

«Esto no puede volver a pasar. Jaja. Otra cosa, hay que empezar a mercadear con las pastillas de Axel porque son mano de Santo. Y por último, no nos sintamos mal, porque ya sabemos que el alcohol no soluciona nuestros problemas, pero el agua tampoco jaja.

PD: Avísame cuando estés lista y te acompaño a comprar otro test.

No he podido evitar reírme al recordar a Eli la pasada noche. Estaba desatada.

Tampoco he podido evitar pensar que la regla sigue sin bajarme.

Me meto en el baño para ducharme y sacarme de encima el olor a decadencia, y cuando veo que más o menos ya soy persona, salgo de la ducha. Me he podido poner ropita cómoda para preparar el programa de hoy. Y para ir a buscar a Eli. Sé que Axel y yo tenemos que hablar de lo de ayer noche. Cuando nos vio, no parecía muy contento. Pero me importa un pimiento.

Me miro una última vez al espejo, me atizo bien el pelo, y espero que el maquillaje suave que me he puesto me ayude a estar lo mejor posible y a hacer que no se note ni se intuya que ayer noche lancé un trozo de pastel a la calva de un señor que no conocía. Dudo que esto sea tradición de República Dominicana, y quiero pensar que se les fue de las manos. Como se nos fue de las manos a nosotras. O como a mí se me está yendo el control de mi vida de las mías. Joder, echo de menos a Axel y no me quiero creer lo que nos está pasando.

Cuando abro la puerta del baño, veo un aspirador apoyado en la pared de enfrente. No está encendido. Salgo para saludar, al menos, a la persona que se encarga de mi habitación y darle las gracias por ello. Y cuando me asomo, me encuentro a una chica muy joven, que dudo que sea mayor de edad, encogida en la esquina de la habitación, con la frente apoyada en los antebrazos, llorando como una descosida.

Me alarmo muchísimo, porque veo que tiene sangre en el interior de los tobillos, y también por el interior de los muslos. Lo sé porque lleva un vestido azul claro de servicio y la falda es medianamente corta.

Es de República, tiene los labios gruesos y ojos enormes; su pelo es largo y trenzado y es alta y delgada.

—¡Por Dios! —susurro corriendo a socorrerla—.

¿Qué te ha pasado?

La chica alza la cabeza como un cervatillo asustado e intenta levantarse, pero no puede, y yo tampoco se lo permito.

—No ... no te muevas.

—No, por favor... déjeme ir... solo estoy descansando.

—¿Qué vas a estar descansando? Estás sangrando —la miro preocupada—. ¿Cómo te llamas?

—Rosita.

—¿Cuántos años tienes, Rosita?

—Diecisiete.

Miro el suelo. Lo está manchando con la sangre y también se le ha manchado la ropa.

—¿Qué te ha pasado?

—Me duele —dice llorando, apretándose el vientre.

—¿Tienes la regla y te duele? Ella dice que no con la cabeza.

—Por favor, señorita, nadie se puede enterar. Me despedirán y necesito el dinero. Ayúdeme —suplica aterrorizada.

—¿De qué no se pueden enterar? Rosita, tienes que ir al médico, deja que te ayude y llame a alguien.

—¡No, por favor! —sujeta mi muñeca. Tiene la mano fría.

—Estás sufriendo una hemorragia...

Ella se muerde el labio inferior y dos lagrimones gigantescos caen por sus mejillas color chocolate.

TOC TOC.

Mierda.

—Becca, soy Axel. ¿Estás despierta?

Rosita me mira muy nerviosa, y yo le aseguro con la mirada que nada malo va a pasar. Pero necesito ayuda, y sé que él siempre tiene solución para todo. Me ayudará sin pensárselo. Porque es bueno, y siempre lo hace.

—Axel, pasa. Rosita —le digo en voz baja—. Confía en mí, ¿de acuerdo?

Axel entra en la habitación, con expresión fría y los ojos llenos de tormenta. Algo le está perturbando, pero sea lo que sea, no es momento para eso. Lleva una camiseta de estampado militar de marca que me hace la boca agua, las gafas colgadas del cuello y un pantalón fino, largo, caqui ajustadito a sus piernazas. En los pies lleva unas Vans negras. Es que es guapo, masculino, viril, valga la redundancia. Es un escándalo el hombre este. Pero no es momento para admirar su atractivo.

Cuando nos ve en el suelo, corre a socorrernos, como sabía que haría. De él nunca hay que dudar en los conflictos.

—¿Qué ha pasado? —está analizando la situación, observando los daños y el origen de esos daños. Frunce el ceño cuando advierte la sangre—. ¿Qué pasa?

—Se llama Rosita, y la tenemos que ayudar —le digo—. Pero antes tiene que decirme qué le ha pasado.

¿Te han hecho daño?

Ella cierra los ojos consternada.

—No. Me lo he hecho yo —contesta tomando aire profundamente para aguantar el dolor.

—¿Qué te has hecho? Dímelo, para que podamos ayudarte...

—Tienen que ayudarme, se lo suplico. Mi mamá está trabajando para ustedes. No lo puede saber.

—¿Qué no puede saber? —Axel se queda muy cerca de ella—. ¿Quieres agua? ¿Necesitas algo?

—No ... Me quedé embarazada de un blanquito que vino de vacaciones y ya se fue. Estaba casado —explica muy arrepentida—. Me hizo creer que me llevaría a España y que me quería... Pero se fue, y nunca más volvió.

Axel se frota la barbilla con la mano. Está tan incómodo como yo.

—Soy muy joven, en mi casa no tenemos dinero... y no quería el niño. Un aborto aquí cuesta mucho, así que compré unas pastillas en el mercado negro. Me las llevo tomando unos días. La última me la tomé hace dos días. Ayer me encontraba mal, pero hoy ha sido peor. Tengo cólicos muy fuertes y estoy sangrando.

Por Dios. Que ya lo entiendo.

Y por la cara que está poniendo Axel, creo que él también, y sé que se quiere morir. Y yo también. Porque estoy ofendida y con rabia por todo lo que ha pensado de mí.

—A ver, Rosita... —murmuro—. ¿Qué pastillas te tomaste?

—Misoprostol —contesta.

Axel deja caer la cabeza hacia abajo unos segundos.

Sé que se está flagelando. Y me parece bien.

—¿Dejaste una caja en la basura de mi baño el otro día?

—Sí —contesta muy avergonzada—. Lo lamento.

Pero no quería llevarla conmigo, porque mi madre, que es la jefa de la limpieza, revisa mis cosas cuando salimos de la villa para asegurarse de que no nos llevamos nada. Tuve que dejarla ahí. Lo que necesito ahora es salir de aquí sin que ella sepa lo que me pasa.

—No podemos hacer eso —contesta Axel.

—¡Me lo prometió, señorita! —me reprocha Rosita—. ¡La empresa no deja que mujeres embarazadas trabajen con ellos! Si se enteran de que yo lo estaba, echarán a mi madre también.

—Por supuesto que te vamos a ayudar —le aclaro a Rosita—. Esta chica, Axel, no puede ser descubierta aquí así —le lanzo una mirada reprobatoria—. Me vas a ayudar porque me lo debes. Su trabajo y el de su madre podría estar en peligro. Y ¿no querrás más cargos de conciencia de los que ya debes tener? —le insinúo con toda mi intención—. Hay que sacarla de aquí y nos tenemos que asegurar de que está bien.

Él parpadea un par de veces y, cuando me mira, no sé interpretar su mirada, porque jamás me había mirado así. Esta es nueva. Parece más suya, más de él. Es una mirada liberada.

Lo que sucede es que a mí no me afecta, es consecuencia directa de su metedura de pata conmigo.

—La sacaremos de aquí pero, hay que limpiarla y que no se vea que tiene la ropa manchada de sangre. Yo la llevaré en brazos. Diremos que se ha torcido un tobillo y que no puede caminar por su propio pie. Que la acercamos al hospital para que la revisen.

Asiento conforme con su invención. Es el más rápido en buscar soluciones. Aunque no sea capaz de encontrar una para lo nuestro.

—Becca, límpiala, y si tienes compresas y cosas íntimas que le puedas dejar, que se las ponga.

Asiento y me encargo de ayudar a la joven a levantarse y entrar al baño para limpiarla y hacer lo que me ha pedido Axel.

La pobre va doblada de dolor, pero le puede más el miedo a quedarse sin sustento para ella y su familia.

No sé si siente lo que ha hecho, o si se arrepiente... Pero en su situación, parece más una liberación que una cruz.

Yo no estoy para dar sermones ni lecciones de lo que cada uno debe hacer con su cuerpo ni con su vida.

Tener un bebé debe ser alucinantemente hermoso.

Pero tenerlo sin desearlo y sin poder darle una vida digna, también debe ser una agonía.

Y más allá de pensar si está bien o mal, me quiero centrar en ayudar a esta chica a mantener su trabajo y a que se recupere bien del aborto que ella misma ha ido preparando sin seguimiento profesional y sin medios.

Becca y Chimpún

Подняться наверх