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Capítulo 7

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Eli y yo estamos volviendo de nuestro corralito, que ha derivado en un cruce de bodas dominicanas con cervezas, mamajuanas, bananamamas y trozos de pasteles voladores que no sé ni cómo ni cuándo evolucionaron y les salió alas. Lo tengo algo difuso.

La familia de Maradona ha acabado bañándose en el mar con nocturnidad y alevosía.

Yo he preferido no hacer nada. Creo que voy piripi y no quiero que me dé un amarillo en el agua, porque no hay ni uno en condiciones para que me pueda salvar y menos hacerme un boca a boca.

Ahora estamos Eli y yo caminando a la tres de la noche, por una de las calles de las Terrenas que conecta una villa con la otra. Nos quedan unos veinte minutos para llegar.

He perdido un zapato. Mi zapatilla de tiras con florecitas y plataforma. La he extraviado. Y no recuerdo cómo lo he hecho.

—Ay ay ay —canto a Juan Magan—. Ay ay ay... quera bailá contigo ... a todas horas ... ay ay ay... ¡electrolatinoooooo!

—Podrímos montar un negucio... —Sé que es Eli la que me está hablando porque solo estamos ella y yo. Aunque no la entiendo—. «Se alquilan bourachas para animar bodas. Somos seriiiias».

Madre mía cómo va.

Eh —me detiene sujetándome por el codo.

—No te mevas —le suplico—. Eli no ... te mevas.

—Madonna mola...

—¿Madonna?—¿Por qué se mueve tanto?

—Il señor del chinguito ...

Ja —la miro bien—. Jaja —y me sale la risa de bebida—. Se yama Mardona, tounta.

—Pos lo que digo... —volvemos a caminar la una al lado de la otra, apoyándonos para ir rectas—. Te doy las guarcias por invitarme a este progama de mierda que me está jodendo la vida.

—¡Jaaaaaaaaaa! —cada vez me río más fuerte. Y Eli también.

—¡Qué desgarciadas somossssh! —grito aguantándome la barriga. Me están entrando o agujetas de reírme o ganas de ir al baño, a saber.

En unas horas tenemos que trabajar, pero yo no soy capaz de hablar como pienso. Es terrible.

A estas horas no hay nadie por la calle ni por la urbanización, y es posible que hablemos con mucho eco y que molestemos a los millonarios que tienen sus palacetes cerca.

Pero no sabemos hacerlo mejor.

—Qué gupa stá a Carla, joderrr ... —susurra Eli alzando un dedo—. ¿Las visto?

—Síp.

Le va enorrem a Carlos.

Frunzo el ceño.

¿Eh qués dicho?

Le va enorrem al cachas —se llena los mofletes de aire—. Puto —lo suelta con rabia. Y entonces le viene una arcada.

Eli se detiene y apoya las manos en sus rodillas.

—Uy ... casi ... falsa larma —se echa a reír.

Y yo con ella. Pero me pasa que, cuando alguien tiene una arcada, me entra un asco terrible. Giro la cabeza para no verlo, pero me entra a mí otra.

Eli deja ir una carcajada y emite otra.

—Para ya, Eli —le pido con lágrimas en los ojos de la angustia. Me cubro la boca y me viene otra.

Y así, entre arcadas, avanzamos pocos metros. Veo un foco que se mueve a lo lejos de la carretera.

—Un ovni —lo digo en voz alta, porque tengo la lengua muy suelta y la mente con claridad muy limitada.

—El venao... el venao ... —empieza a tararear Eli. Está intentando vomitar pero no lo consigue—. Uy qué herca ese...

La luz se acerca. Nos alumbra, y me deja parcialmente cegada. Oigo el motor de un ciclomotor y el foco se detiene justo delante nuestro.

—¡Eh! —es un hombre. Sé que lo tengo delante pero no lo puedo ver porque aún estoy deslumbrada—.

¡Dame todo lo que tengas, mamasita! ¡O te guayo ahora mismo!

Eli se incorpora y mira hacia delante cubriéndose los ojos.

—¿Qué dice ste señor?

—No sé —digo yo.

—¡Mujer! ¡Todo lo que tengas o te guayo como una cebolla! ¡¿Oíste?!

—Si la tocas, te mato.

Esa es una segunda voz de hombre que, incluso estando un poco perjudicada, reconozco.

Es Axel.

Cuando me aparto un poco para verlo todo en perspectiva, lo veo a él, mirando a ese hombre que no sé qué me decía. Lo mira con su gesto de depredador y exterminador experto. Y me doy cuenta de que el hombre de la moto sujeta algo en su mano. Es una navaja.

Axel no tarda ni dos segundos en abalanzarse y empezar a pegar a ese hombre. Es morenito de piel, con el pelo rasurado y dos diamantes en las orejas. Lleva una camiseta blanca y con rayas azules horizontales, y no puedo ver mucho más porque Axel no me deja y los últimos chupitos de Jagger tampoco.

Axel va vestido con un pantalón negro corto, una camiseta del mismo color y una surferas.

Alza los puños y los deja caer contra el rostro del tipo, pero, sorprendentemente, deja que se levante y se vaya corriendo.

—Lárgate. Y no mires atrás —le ordena Axel—. Ya daré contigo en otro momento. Y tu moto se queda aquí. Es una vespa roja de modelo muy antiguo. El individuo se da a la fuga y nos deja a solas con Axel.

—¿Qué...? —le pregunto cuando veo que se da media vuelta y casi se cierne sobre mí.

—¿Vais borrachas?

Yo adopto mi cara más seria.

—Por supesto que no —contesto con una arcada de Eli de fondo.

—Esto es pro culpa del pashtel... —lamenta la rubia.

Axel nos mira a ambas con cara de muy pocos amigos. Parece muy enfadado.

—Os voy a llevar a las dos. Subid en la moto —nos ordena.

Yo me pongo a contar. Uno, dos y tres.

—Somos res.

—Cállate ya y sube.

Como no le hacemos caso, es Axel quien nos coge a las dos y nos sube en la moto, como si fuéramos niñas pequeñas.

Eli se agarra a mí y apoya la cara en mi espalda. Axel se coloca delante nuestro y se sienta en la puntita del asiento.

—Agárrate y que Eli no se suelte. Nuestra villa está solo a mil metros. Llegaremos en un par de minutos.

—Valep —me agarro a sus caderas, y Axel, que lleva una moto que no es suya y que ha aparecido de la nada para salvarnos, arranca el motor y conduce con mucho cuidado en dirección a la villa.

En el fondo, él está hecho de la madera con la que se diseña a los superhéroes. Aunque sea un capullo que sospeche hasta de su sombra.

Media hora después

—Ten. Tomaos esto. Os va a ir bien para la resaca.

Pero tenéis que dormir.

Axel lleva un vaso de agua y dos pastillas en la mano.

Nos ha metido en la cama. En mi habitación. El trayecto hasta aquí está borroso.

—Garcías —digo cómo puedo, intentando incorporarme.

Veo que Eli se toma el agua como si fuera un chupito.

—No noto lacohol. ..

—Es agua, loca del coño...

Axel se ríe. Le vuelve a llenar el vaso de agua y la obliga a tomarse la pastilla. No sé cómo, pero oigo ruidos de cuando alguien se traga algo que le ahoga.

Eli apoya la cabeza en la almohada una vez se ha bebido el agua y se ha tragado la pastilla y dice:

—¡Salud!

Él resopla y sale de la habitación diciendo:

—Ya hablaremos mañana.

Lamentablemente, mi elocuencia ha desaparecido. Y tengo un sueño que no es normal. Sé que el último pensamiento que cruza mi mente es que el alcohol hace mal. Pero no hay mal que por bien no venga.

Mañana descubriré qué bien ha venido.

Becca y Chimpún

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