Читать книгу Becca y Chimpún - Lena Valenti - Страница 14
Capítulo 9
ОглавлениеHemos salido del hospital ahora mismo. Axel sacó a Rosita de la villa sin dar demasiadas explicaciones, solo que «se había torcido el tobillo» y la llevábamos al hospital. Su madre no estaba en esa villa, sino en la de los chicos, así que no hemos tenido que dar demasiadas explicaciones ni alertar de más a nadie. Si Rosita y su madre tienen una conversación pendiente, ya se encargarán de tenerla cuando la chica esté mejor.
Axel y yo nos hemos limitado a ayudar a Rosita en todo lo que pudiéramos, a dejarla en la habitación y ayudarla a dar las explicaciones pertinentes relacionadas con su estado. Al ser menor, Axel ha dado su nombre como tutor, para no asustar a su madre. Es importante que la empresa crea la versión de Rosita para que tanto ella como su madre mantengan el trabajo.
Rosita necesita descansar hoy. Los médicos nos han dicho que iba a estar sangrando intermitentemente durante el día. Pero que esperan que mañana ya esté bien.
Antes de irme, he querido hablar con ella y preguntarle si iba a estar bien y que, si necesitaba cualquier cosa, que nos avisara.
Pero la muchacha me ha dicho que no.
—Ya han hecho mucho. Muchas gracias.
Le he dado unos golpecitos que pretendían insufiarle ánimo en sus manos entrelazadas. Me parece más niña de lo que en realidad es. No puedo entender a los hombres. Pero tampoco entiendo a las muchachas que se ciegan por españolitos o de otras partes del mundo con un poco de dinero y promesas de una vida mejor en otras tierras, y se enamoran y se quedan embarazadas. No lo voy a entender nunca.
—¿Te arrepientes de algo? —es lo único que he querido saber. Cómo se siente después de haber interrumpido su embarazo.
Rosita dice que no con una firmeza que no da lugar a dudas. Sabía muy bien lo que se hacía y lo que quería.
—Ya es muy difícil vivir aquí y ganalse la vida, señorita Becca. Imagínate siendo mamá. No, no me arrepiento. He hecho lo mejor. Yo no estoy preparada para ser madre, menos para ser madre soltera. No me toca eso ahora. Tal vez no lo entiendan, porque no ven la miseria que se esconde tras todo este lujo del que vienen a disfrutar. Pero estamos en la mielda. No habría tenido derecho a este servicio si ustedes no lo hubiesen pagado.
Con esas palabras me he vuelto al Evoque que nos ha traído hasta aquí. Axel estaba en él ya.
Ahora estamos los dos sentados, el uno al lado del otro, en los asientos traseros, sin cruzar una sola palabra.
¿Y acaso hay algo que decir?
—Te pido perdón, Becca —sacude la cabeza, contrariado consigo mismo.
Bueno, eso sí. Eso sí me hacía falta oírlo.
Axel está muy disgustado consigo mismo. No debe ser fácil darse cuenta de que algo que él había considerado cierto, no lo era. No cura toda la puñalada, pero cauteriza la infección.
—Aún tienes mucho en lo que trabajar —le aseguro desanimada—. Sé que el pasado ha sido muy doloroso para ti, pero no es justo que, a la primera duda o grieta entre nosotros, siempre me explote en la cara —intento mantenerme serena. Soy muy consciente de nuestra situación. Él me dejó. Y ya van dos veces en mi vida que me dejan. Y empiezo a preguntarme si es que no soy yo quien elige mal o si tengo algo malo que hace que, de la noche a la mañana, se quieran alejar de mí—. Estoy cansada.
—Lo entiendo. Yo también estoy cansado de esa parte de mí. Pero, espero que, al menos, me des la razón en que era todo muy evidente a tenor de las pruebas... Yo esa noche iba a hacer algo...
—Mira, cállate —lo corto súbitamente. Mi voz sale como un cuchillo—. No vale decir «te pido perdón, pero...». Eso no me sirve. Si me crees y confías en mí, tiene que valer más mi palabra que lo que ves.
—Lo sé. Perdóname.
No le voy a decir que le perdono. No me apetece y tampoco lo siento.
Axel espera esa respuesta de mi parte, pero como ve que no llega, asiente, porque no tiene más remedio.
La tensión se puede cortar con un cuchillo. Nunca había pesado tanto el silencio entre nosotros. Pero mejor ser reyes del silencio que esclavos de nuestras palabras, por eso ambos procuramos ir de puntillas.
—¿Cómo estás? —Ese es el tono que siempre ha usado conmigo, el preocupado de verdad, el cuidadoso, el verdadero. El Axel de hace dos días era el anclado en el pasado. Uno que puede llegar a ser muy cruel con todo el que se le acerque. Pero sus ojos, ahora, me miran viéndome a mí, no a lo que él cree que soy, y titilan con la emoción y el arrepentimiento. Yo no quiero verlo así. Me afecta ver a este hombre cuando es todo emoción y cuando sabe que la ha cagado. Eso es algo que siempre irá en su favor, que sabe dar un paso adelante y pedir perdón—. Te... ¿te ha bajado la regla ya? —carraspea nervioso. Sé que no me quiere incomodar, pero también sé que es ansioso con todo lo que le urge saber y solucionar.
Apoyo el codo en la puerta del coche y después dejo reposar mi barbilla en la mano, concentrada en el paradisiaco y peculiar paisaje de Samaná.
—¿No me lo vas a decir? —insiste.
—Decírtelo o no, no cambia nada. Todo sigue igual.
Tú y yo ya no estamos juntos.
—Becca... —gira todo el cuerpo hacia mí.
Yo tuerzo mi rostro y le lanzo una mirada azul y paralizante.
—Si me conoces y sabes lo que te conviene ahora, te vas a callar o me vas a hablar de otras cosas que no tengan que ver conmigo ni con mi periodo —le advierto.
—Pero, es que no dejo de pensar en eso y...
—Axel, tienes mil cosas en las que pensar antes que en mí o en lo que sea que le esté pasando a mi cuerpo. Cuando tenga algo que decirte te lo diré.
—Pero...
—¡Joder, Axel! —grito furiosamente, como sé que nunca me ha visto. Su expresión es ilegible para mí—.
¿Me bajo del coche? —hago como que voy a abrir la puerta y él estira el brazo y posa su mano sobre la mía para evitarlo.
—¡¿Qué coño haces?!
—¡¿Qué coño haces tú?! ¿Qué? ¿Nunca me has visto así de enfadada? ¡¿Qué esperabas?! ¿Qué pidiéndome perdón todo se iba a solucionar? ¡¿Cómo crees que iba a quedarme embarazada y no decírtelo?! —lo acuso con gesto derrotado—. Eres el hombre que quiero y con el que lo querría todo. ¿Cómo crees que iba a hacer algo como abortar sin comunicarte nada? ¿Y por qué iba a querer abortar? ¿Por qué iba a eliminar algo que hubiera sido de los dos, nacido del amor?
Axel mantiene la mandíbula apretada y los ojos se le aguan y se le enrojecen de la emoción. Y eso hace que todo me parezca más increíble y que, con lo emotivo que es, en realidad, haya pensado eso de mí.
Siento que se ha abierto un abismo a nuestros pies.
—No quiero que hablemos de esto, ¿vale? Has perdido el derecho de hablar conmigo de esto —remarco.
Él asume mis últimas palabras y por lo que sea que acaba viendo en mí, decide callar y no continuar golpeando el muro.
Inhala, mira al frente y deja ir el aire entre los dientes.
—Los paparazzis ya están aquí —me explica para cambiar de tema—. Lo saben todo. Saben en qué villas estamos, quiénes... todo.
—¿Crees que la culpable ha sido Jenny?
—Ella sola no. No puede estar trabajando sola. Tiene a alguien afuera que le informe sobre nuestra villa también. Solo los miembros del equipo conocían toda la información.
—El infiltrado. Hay un soplón más —entiendo.
—Sí. Noel y su equipo de seguridad también han llegado.
—¿Ah sí? —Esa noticia me alegra—. ¿Cuándo podré verle?
Axel se encoge de hombros.
—Por la noche. Tal vez podamos salir a cenar con él.
—A mí no me hace falta salir a cenar contigo —le aclaro—. Solo quiero verle a él.
Esa respuesta le ha sentado como tragarse un cactus.
—Hoy mismo he trabajado en el número del dron.
Posiblemente, durante la noche, tenga la geolocalización exacta del aparato. En cuanto obtenga el lugar, iré con todo. El único modo de maniatar a Jenny y que se le caiga el pelo por lo que ha hecho y por dar información del programa es tener pruebas que la incriminen. Esa chica no va a hablar —me explica él con calma—, se siente segura y respaldada, no solo por su compinche, sino también por alguien de poder que está afuera. Y sé que no es Fede.
—Yo también dudo que sea él —añado.
—No, pero yo sé que no es él por la conversación que hemos tenido a primera hora. Y es importante que lo sepas. Más tarde hablaré con el equipo para comunicárselo.
Acaba de despertar mi curiosidad.
—¿El qué? ¿Qué habéis hablado tú y él?