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5. Debates electorales televisados en Estados Unidos

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Si bien el debate entre Nixon y Kennedy en 1960 constituye un hecho sin precedentes para el escenario político mundial, pasó mucho tiempo para que los debates televisados se convirtieran en rituales inevitables. Schroeder (2008) señala que este evento empieza a ser una institución permanente y se vuelve parte del sistema a partir de la aceptación del candidato Reagan en 1984 para participar en un debate televisado (p. 20). De tal manera que negarse a participar de un debate público y televisado podía ser considerado un costo significativo en la campaña electoral.

Como se mencionó anteriormente, el primer debate fue patrocinado por las tres cadenas más grandes de broadcasters: NBC, CBS y ABC. Durante 16 años no se repitió este suceso por la negativa de Lyndon Johnson en 1964 y Richard Nixon en 1968 y 1972. A partir de 1976 se suceden los debates de forma ininterrumpida. Desde 1976 hasta 1984, The League of Women Voters fue la patrocinadora de los debates y, desde 1988, se constituye la Commission on Presidential Debates, que hasta la actualidad se encarga del patrocinio de estos eventos.

La institucionalización de los debates televisados en la historia política y electoral de Estados Unidos no ha estado exenta de dificultades. Como una señal de los altos costos políticos que puede tener el negarse a debatir han quedado en el recuerdo las elecciones de 1992. En dicho proceso electoral, se enfrentaban el candidato republicano George Bush y el candidato demócrata Bill Clinton. George Bush se mostraba renuente a participar en un debate televisado, a pesar de las invitaciones y desafíos que ofrecía su oponente. Al saberse su renuencia a debatir públicamente con su contendor, se ganó el apelativo de Chicken George. Algunos sostienen que fue una táctica de los demócratas para presionar a Bush a participar en los debates; en varias apariciones públicas, una o varias personas disfrazadas de pollos interrumpían al candidato pidiéndole que aceptara debatir. Esta anécdota no solo es un reflejo del costo que supone negarse a participar, sino, además, de cómo dicho costo puede prolongarse en el tiempo y eventualmente heredarse. Tal como sucedió varios años más tarde con la elección del año 2000, en la que George W. Bush anunció su deseo de participar en tres debates, de los cuales solo uno de ellos sería producido por la Commission on Presidential Debates, los demás serían organizados en programas de la NBC y la CNN. Ello generó una reacción negativa en la prensa señalando que, al igual que su padre, le tenía aversión a los debates. Luego Bush aceptó las condiciones del sponsor para no caer en la calificación que tantos dolores de cabeza le había traído a su padre (Schroeder, 2008, pp. 23-24).


Los debates electorales norteamericanos han permitido cristalizar un modelo sobre cómo hacer política, pero fundamentalmente han permitido la reproducción interna del sistema bipartidista en el que la Commission on Presidential Debates se ha convertido en un mecanismo crucial. La extensión y adaptación de los debates electorales en otros países ha hecho posible la consolidación del sistema presidencialista, al asegurar la dosis necesaria de personalización política. Cabe agregar que los partidos norteamericanos como institución política han tenido la capacidad y la flexibilidad de adaptarse a la creciente importancia que los medios de comunicación tomaban en la sociedad: no solo no debilitaron sus partidos, sino que los fortalecieron.

Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011)

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