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Políticas y prácticas migratorias: constreñimientos institucionales versus las artes de hacer

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Los efectos de la política migratoria cubana, además del modelado del patrón migratorio, también pueden visualizarse a partir de la reconstrucción de las prácticas sociales que moviliza en los individuos para concretar el acto de migrar. Como ocurre con ciertas sustancias durante las reacciones químicas, las políticas actúan como fuerzas que influyen en el tiempo que media entre la decisión de migrar y su materialización efectiva; esto es, pueden dilatarla, inhibirla e, incluso, catalizarla.

Las razones para migrar son amplias, complejas y operan en muchos niveles; las políticas, sin embargo, están más orientadas a influir en el interregno que media entre la decisión y el acto. Las primeras descansan en elementos individuales, familiares, grupales y sociales que confluyen en lo que podría denominarse proyecto migratorio; las segundas involucran procedimientos institucionales específicos a los cuales es preciso ajustarse o, simplemente, transgredirlos.

Para el caso de la emigración cubana de estos años, el proyecto migratorio parece haber tenido como base de legitimidad un amplio consenso social con respecto a la validez de la migración para salvaguardar al cuerpo social que se encuentra en peligro, fenómeno que puede comprenderse como una situación de masa en fuga.[32] Ello, a su vez, se vio reforzado con las historias de éxito de los migrantes cubanos a través del tiempo, lo cual generó un conjunto de expectativas que confluían en la decisión de migrar de importantes sectores y grupos sociales insulares (efecto túnel).[33]

En primer lugar, el contexto de la crisis y sus ulteriores reformas, que implicó el deterioro sostenido de las condiciones materiales y espirituales de vida de los cubanos, activó el imperativo de supervivencia como primera prioridad. La pérdida de confianza en la mejoría de la decrépita situación económica, política y social —al menos en un futuro próximo— influyó en la clausura de las expectativas individuales, familiares y sociales para materializar el proyecto de vida en la isla. Por ello, aunque el proyecto migratorio implicaba un alto costo en términos de pérdidas afectivas, era considerado como algo legítimo, aprobado a nivel familiar y social. Con ello, no solo se despojaba al proceso de su carga emocional, sino que se lo potenciaba y catalizaba.

Así lo percibían los migrantes cubanos entrevistados, al describirlo como “una ley, como la tabla periódica [refiere a la Tabla Periódica de Elementos Químicos de Dimitri Mendeléiev], que nadie se la cuestiona” (Entrevistada 1). De esa forma, migrar no era responsabilidad del individuo que lo hacía, ni siquiera de la familia, sino que era una decisión cobijada y legitimada socialmente. Por el contrario, la decisión de no migrar era considerada como irracional: “en este país es muy difícil que alguien influya para que te quedes; de pronto parece una aberración que uno no quiera irse” (Entrevistado 2).

En segundo lugar, la tradición migratoria insular reforzaba la representación social de las capacidades y potencialidades de los cubanos para salir al exterior y prosperar. Esta “leyenda del migrante cubano” era una de las tantas manifestaciones del efecto túnel, que generaba y perpetuaba expectativas sobre la posibilidad de mejorar a través de la migración, pues “todos hablaban de irse, de lo bien que les iba a los que lo habían hecho” (Entrevistada 3).

Sobre los motivos para migrar, los entrevistados referían un amplio complejo de razones y, en la casi totalidad de los casos, es difícil identificar “la causa principal” para abandonar el país, más bien es una combinación de elementos individuales, familiares y sociales vinculados al mejoramiento del bienestar individual, pero también a cuestiones de tipo político y social. Como expresa uno de los entrevistados: “los motivos nunca son uno; son la superposición de muchos motivos, que de pronto llegan a configurar una decisión” (Entrevistado 4).

En ese contexto, la política emigratoria —sus prescripciones, requisitos, organizaciones, funcionarios— se erigía como una barrera a la decisión de migrar, pues imponía un doble esfuerzo: a la energía de inversión que suponía sortear las políticas inmigratorias para acceder a los países destino, se añadía la necesidad de obtener la autorización de salida del país.

De acuerdo a las entrevistas realizadas, las restricciones migratorias actuaban, por lo general, como elementos retardadores e, incluso, inhibidores para concretar el acto de migrar. Dilataban el proceso a partir de los requisitos de salida que imponían; lo inhibían en virtud de los principios de selectividad con los que operaban.

Así, a pesar de que, a partir de la década de los noventa, los trámites de salida se hicieron más expeditos,[34] la recopilación de los documentos necesarios para iniciarlos se convertía en un elemento retardatorio, en especial si se realizaba a título individual. Aunque para las personas que viajaban temporalmente al exterior el procedimiento solía ser más o menos sencillo, siempre se requería una carta de invitación para la obtención del permiso de salida, lo cual implicaba la búsqueda de ayuda de alguna persona o entidad fuera de Cuba a fin de que emitiera el documento, lo que en muchas ocasiones requería tiempo, porque no todos los que se decidían a migrar contaban con esos vínculos, o no los poseían en el país que habían seleccionado como destino. Esto no solo significaba el uso de redes o relaciones previas, como podía ser el caso de familiares, amigos y conocidos radicados en el exterior —tal y como describe la teoría de las redes migratorias—,[35] sino la construcción de relaciones en el exterior a través de un amplio repertorio de acciones:

Escribí un anuncio en una revista española reclamando correspondencia con jóvenes de ese país y me contestaron más de 100 chicas. De esa correspondencia nacieron muchas amigas y algunas de ellas estaban dispuestas a hacerme una carta de invitación. Después de eso no me tomó mucho tiempo hacer los trámites (Entrevistado 4).

La situación se complejizaba más para los individuos que pretendían residir de forma permanente fuera del país, pues se incrementaban los requisitos para obtener el permiso de salida. Con ello se convertían en gestores improvisados —artífices absolutos de su propia decisión migratoria— al tener que interactuar con un conglomerado de organizaciones para obtener los documentos necesarios e iniciar los trámites: la baja del centro de trabajo y, en caso de estar desvinculado laboralmente, del último centro laboral donde había trabajado o estudiado; su historial civil asentado en las actas de las Oficinas del Carnet de Identidad;[36] la constancia de certificado médico para el caso de los países que lo exigían;[37] y la carta de invitación ya mencionada. En caso de ser aprobado, los solicitantes debían presentar, al inicio de los trámites migratorios, además, la baja de la Oficina de Control y Distribución de Alimentos (oficoda).[38]

Debido a que todos estos documentos dependían de lógicas organizacionales distintas, el tiempo entre la decisión de emigrar y el inicio de los trámites devenía azaroso y sus resultados casuísticos. A ello se sumaban los requisitos de los diferentes países para otorgar los visados, lo cual complicaba y podía dilatar aún más la emigración.

Por ello resultó difícil obtener un patrón específico de los elementos que influían más en el retardo del acto de migrar. Mientras que para algunos entrevistados el proceso de inicio de los trámites había sido de dos meses, para otros, recopilar la documentación necesaria había demorado seis meses o, incluso, un año.

En el caso de las personas que habían realizado trámites a través de los centros de trabajo, la situación era distinta porque eran funcionarios de estas instituciones los que se encargaban de realizar los trámites en la die, desde la confección del pasaporte hasta el permiso de salida. No obstante, el grado de dificultad de esta modalidad radicaba en el interés que tuvieran esas instituciones laborales en la salida del individuo que solicitaba el permiso de viaje.

A partir del monopolio de la información migratoria, del tiempo de realización de los trámites y su gravamen económico, se hacían efectivos los mandatos de control y selección de la población. Ello implicaba, para los migrantes potenciales, un manejo sustancial de recursos —información, redes sociales de apoyo, recursos económicos— con el objetivo de disminuir los tiempos del proceso y, finalmente, concretar la emigración.

La información se convertía en el principal recurso en el proceso migratorio de salida: si se poseía la información correcta, resultaba expedito; si no se la tenía, los costos podían ser altos: desde elegir una calidad migratoria equivocada hasta el total extravío en el laberinto burocrático de la política.

Aunque muchos de los entrevistados contaban con información proveniente de experiencias migratorias previas, sobre todo de familiares y amigos, esta podía estar desvirtuada o desactualizada por los cambios en las normativas migratorias y el carácter casuístico que permeaba el proceso migratorio. El contexto de incertidumbre y desinformación de las personas que realizaban los trámites, por su parte, impedía una mayor comunicación de experiencias en las propias oficinas migratorias:

La información está fragmentada, oyes los comentarios de los demás, comparas sus situaciones con la tuya, pero al final es un rompecabezas que tienes que armar solo; tienes que invertir mucho tiempo organizando los datos, comparándolos, para saber cuál es la forma más rápida de hacer el trámite […] La gente que estaba haciendo los trámites junto conmigo yo los veía más desinformados que yo, con un nivel de paranoia altísimo […] los consejos que escuchaba en las tantas horas de espera a veces oscurecían más que aclaraban (Entrevistada 5).

Todo ello suponía que el alto nivel de desinformación era consustancial al proceso de salida de Cuba, en especial si los trámites se emprendían a nivel individual. Requería, por tanto, una gran inversión en tiempo y un arduo aprendizaje —a través de prueba y error— de los requisitos de la política.

Así, la demora del trámite, la percepción de “una falta de control del tiempo sobre el trámite”, eran una experiencia común entre todos los entrevistados que habían obtenido permisos de salida personales, lo cual generaba además un incremento de la incertidumbre:

El día que le dedicas al trámite es para eso solamente […] encuentras un asiento y puedes estar cinco o seis horas sentada; si tienes mala suerte tienes que sentarte en el contén […] Hay tanto tiempo de espera que oyes a las personas hablar, personas que te sacan conversación, que te preguntan, gente que está en una nube de desinformación […] El espacio es muy reducido, las áreas comunes de espera tienen pocos asientos y el techo es de zinc, que lo que baja es mucho cuando hay sol y, cuando llueve, el agua te llega al tobillo, como me pasó a mí. Claro, nadie se movía, a nadie se le ocurría irse de allí porque moverse de ahí implicaba invertirle, otro día, seis horas más al trámite (Entrevistada 6).

Si las políticas migratorias producían altos costos de información y tiempo, ¿hasta qué punto la tenencia de recursos económicos podía atenuar estos efectos? Como se comentó arriba, la racionalidad económica puesta en marcha alrededor del proceso migratorio pretendía agilizarlo, aunque siguiera supeditado a las demandas de seguridad nacional. En ese contexto, los recursos económicos podían disminuir los tiempos para ciertos trámites, como, por ejemplo, el del pasaporte a través de la Consultoría Jurídica Internacional, a un mayor costo que en las oficinas territoriales de la die. Sin embargo, según la política migratoria seguía respondiendo, en última instancia, a la demanda de supervivencia del orden sociopolítico cubano, la decisión de la salida seguía basándose en este criterio, con lo cual el principio de la seguridad se imponía al de la flexibilidad.

Las tensiones entre la decisión de emigrar y las prescripciones de la política emigratoria suponían “una intensa y fatigosa travesía, que no necesariamente sabes que va a salir bien, solo al final te das cuenta que ha salido bien” (Entrevistado 7).

En ese sentido, el primer elemento común a todos los sujetos entrevistados era la persistencia de la elección. Aunque la salida se dilatara en el tiempo o un proyecto migratorio no se concretara, en la mayoría de los casos, se buscaban alternativas, se hacían y rehacían los caminos que, finalmente, los llevaban a materializar el proyecto, lo cual se encontraba muy relacionado con la obtención de la visa: “Mi primer intento fue en 1993, intento fallido por cierto, era una estafa aquello […] Año 2000, fallido, me negaron la visa de trabajo a Colombia. 2003, dos meses de trámite, pérdida de 15 libras de peso producto del estrés, pero ya estoy aquí [España]. Las libras las recuperé en 10 días, a más de una diaria” (Entrevistado 8).

La variedad de experiencias individuales acompañantes de los procesos migratorios estaban relacionadas cercanamente con la puesta en marcha de tácticas que se constituían en respuestas individuales al marco regulatorio de la migración; eran soluciones a las contingencias y variaban de acuerdo al lugar social que se ocupaba y al capital social con que se contara.[39] En su conjunto, configuraban un repertorio de argucias, ardides e inventivas que modelaban las decisiones y el proyecto migratorio en su conjunto, dando por resultado estrategias migratorias diferenciadas, tal y como lo mostraban las narrativas de los entrevistados.

En ese contexto, la relación estrategias/tácticas permite distinguir dos grandes conjuntos de prácticas ante las restricciones migratorias: las que se fundamentan en el ajuste al marco institucional para concretar el proceso y las que se basan en su transgresión. Mientras las primeras optan por avanzar a través del complejo de procedimientos y organizaciones encargadas del proceso de ejecución de la política, las segundas deciden por la salida irregular, que ha significado abandonar por vía marítima el país, fundamentalmente con destino a eua: “Yo me apunté en cuanto bombo[40] había pero nunca me llegó la salida. Yo quería irme para Estados Unidos […] Y de pronto se aparece esta oportunidad [salida ilegal por vía marítima] con unos parientes y no lo pensé dos veces […] Me dijeron que el viaje duraría muy poco tiempo […]” (Entrevistada 9).

La mayoría de los entrevistados, sin embargo, había optado por la vía regular para salir de Cuba. Esto implicaba el acoplamiento del proyecto personal migratorio a las clasificaciones y requisitos que exigían las políticas de salida cubanas, además de las de los países destino; y, a la par, que la estrategia de ajuste se transfigurara en una multiplicidad de tácticas que daban lugar a trayectorias migratorias diferentes y a interacciones disímiles entre los migrantes y las restricciones migratorias.

Dentro de este conglomerado, las prácticas de los migrantes que podían o tenían como objetivo residir en Estados Unidos se diferenciaban del resto por el grado superior de complejidad de los trámites, y porque implicaba, en muchas ocasiones, acceder a dicho país a través de otros, con lo cual el proceso se dificultaba bastante. Por lo general, además, se trataba de una salida sin regreso que a menudo involucraba a todo el núcleo familiar. En ese contexto, la apuesta por eua tenía en la obtención del visado su principal escollo.[41]

De ahí que la salida a través de terceros países para arribar finalmente a Estados Unidos se mantuviera como una práctica común. Los migrantes, con el apoyo de familiares radicados en aquella nación, utilizaban redes de “polleros” o lo realizaban de modo individual:

Se dio la oportunidad y contábamos con el dinero, porque nos ayudó mi hermana y vendimos el carro […] el viaje costó como siete mil dólares, pero nos garantizaban la llegada a México. Allí estuvimos dos días en un hotel de la Ciudad de México y de ahí nos llevaron a la frontera […] No pensé en ningún momento que las cosas fueran a salir mal, además yo no iba sola […] estábamos pagando, no veo por qué las cosas fueran a salir mal […] Cuando llegué a eua solo fue cosa de llamar a mi hermana para que nos recogiera (Entrevistada 10).

Sin embargo, no todos los entrevistados, al igual que sucede con la población migrante cubana en general, tenían como intención principal residir en eua. La elección de un destino migratorio se relacionaba con la oportunidad que se presentara más que con el deseo expreso y calculado de residir en el lugar, aunque también influyera lo segundo. En eso pesaba la contingencia, la existencia de vínculos afectivos de alguna especie (familiares por lo general), o redes de apoyo que acompañaban en el trámite de entrada y permanencia en el país:

Decidí quedarme aquí porque fue el país “que me tocó por la libreta”.[42] No obstante, te puedo poner algunos argumentos más: uno, pertenece al primer mundo, posee cierta estabilidad, bajos niveles de violencia y escaso peligro en sus calles; dos, se habla español (castellano, para ser exacto); tres, de este país salieron para Cuba mis tatarabuelos, bisabuelos; cuatro, mi mujer tenía una beca de dos años, con lo cual al menos uno de los dos estaría legal; cinco, se come bien, tiene una historia y cultura amplia, pintura y arquitectura envidiable, clima moderado; y, seis, pertenece a la Comunidad Europea, con lo cual mis oportunidades no se limitan a un país solamente […] Pero como antes intenté irme dos veces a otros países, queda claro que lo más importante es lo que decía al principio: este es el país que me tocó, el que pude concretar, no obstante me siento contento de que haya sido España. Lo más importante para los cubanos es que nos den la oportunidad de prosperar, “un cachito pa’ vivir” (Entrevistado 8).

También la elección de la modalidad migratoria y de las organizaciones con las que se iniciaban los trámites para la salida de Cuba nacía de las oportunidades y recursos de los entrevistados. Así, el viaje temporal a través del centro de trabajo, por lo común asociado a motivos laborales o de estudios, dependía en gran medida de que el proyecto individual se ajustara a los intereses de los centros donde se encontraban trabajando.

De la interacción de diferente naturaleza entre los proyectos individuales y los intereses institucionales surgían diversas prácticas, como aprovechar la posibilidad de viajar a través de la institución o sostener estancias muy largas en el extranjero avaladas por el centro de trabajo al que se pertenecía en Cuba. En ese sentido, se ponía en marcha la táctica del juego con el emplazamiento laboral, pues en algunos de estos no solo se garantizaba la tramitación expedita del permiso de salida, sino la estancia fuera del país sin perder el derecho de retorno.

Realizar trámites a través del centro de trabajo parecía facilitar, a algunos de los entrevistados que optaron por esta modalidad, tantear el terreno, experimentar cómo les podía ir fuera de Cuba para luego tomar decisiones migratorias permanentes, o bien no perder sus vínculos con el país, “no quemar las naves”. Sin embargo, este no era el caso de las personas cuyo permiso de migración se encontraba limitado por el sector o la profesión que ejercían. Para ellas el viaje temporal al exterior que ofrecía el centro de trabajo podía convertirse en el instrumento para la salida sin regreso. Esta decisión, a pesar de ir acompañada de una penalización para entrar posteriormente a Cuba,[43] devenía la solución ante las restricciones a la salida para algunos grupos de profesionales:

Lo decidí en el 2002, hice trámites en el 2003, los motivos verdaderos eran que estaba casada con un español y que quería residir fuera de Cuba […] pero esos no fueron los motivos de mi viaje. Al ser estomatóloga tenía que pedir un permiso de salida al ministro de Salud. Sin excepción, todas las personas que conozco y han hecho eso han tenido que esperar un tiempo que como norma es de cinco años para poder salir del país, y lo peor en mi opinión, son cambiadas de puesto de trabajo, evaluadas y etiquetadas como no confiables, y no quería pasar por eso. De ahí que el motivo por el cual hice los trámites fuera la presentación de un libro, del cual era coautora, en un congreso en España. Ya había hecho dos viajes similares anteriormente, uno en 1999 y otro en el 2001, no hubo muchos cambios y en el caso de los viajes de trabajo prácticamente no tienes que hacer nada; solo superar el estrés y los cargos de conciencia. Y me quedé. Fue la decisión más sencilla y la que menos sufrimiento me depararía (Entrevistada 3).

La imposibilidad de un permiso a través de las instituciones donde se trabajaba implicaba trámites a título individual, lo cual suponía enfrentarse con poca información, invertir gran cantidad de recursos y utilizar, o construir, redes para disminuir los costos. Así, aunque algunos de los entrevistados tramitaron su salida sin grandes dificultades, para otros, el ajuste a las diversas calidades migratorias implicó una gran energía de inversión e, incluso, la adopción de tácticas cuestionables moralmente para convertirse en persona aplicable, es decir, que correspondiera a los requisitos que imponían las políticas emigratorias.

De igual forma se sucedían los artificios en las diversas historias construidas por los migrantes para realizar todos los pasos de la tramitación: se utilizaba la oportunidad y la influencia, los recursos económicos y los amigos y conocidos. Esta actitud de “todo se vale”, que permea muchos de los testimonios sobre el proceso de salida, se anclaba en dos elementos fundamentales: el miedo a la negativa por parte de alguna de las instancias que intervenían en la expedición de documentos —temor a que el trámite se paralizara por algún motivo— y la validez y legitimidad de la decisión, incluso a costa de la violación de ciertos preceptos éticos y morales.

Una vez obtenido el permiso de salida, y en la medida en que la política emigratoria cubana también regía la estancia en el exterior, se activaba un conjunto de acciones creando un escenario donde las circunstancias, esta vez en el país destino, y las oportunidades, daban por resultado distintas decisiones con relación a los vínculos de los migrantes con Cuba.

Para las personas a las que de una u otra forma les resultó difícil salir del país, el viaje podía ser de no regreso. En ocasiones, los costos burocráticos de sostener las relaciones con las instituciones que les permitían la renovación del viaje temporal eran demasiado altos o no existía posibilidad de tal prórroga, con lo cual se decidía perder el vínculo con Cuba. De igual forma, para aquellos entrevistados que ostentaban permiso de viaje temporal por razones personales, los costos económicos podían llegar a ser insostenibles, por lo cual también decidían quedarse: “Estaba recién llegado a Panamá, todavía estaba en fase de instalarme, de encontrar un buen trabajo […] Yo no podía seguir pagándole a Cuba por los meses de estancia fuera y tratando de enderezar mi vida aquí, era una cosa o la otra. Por eso me quedé.” (Entrevistado 11).

Sin embargo, por razones afectivas, emocionales, ideológicas e, incluso, patrimoniales, puede que la mayor pérdida se situara en la ruptura de vínculos con el país. Para estos migrantes, la entrada y el retorno a Cuba se convertían en el motivo por el cual implementaban una multiplicidad de prácticas, las cuales implicaban esfuerzo y costo.

Se observó que los permisos de viaje temporal a título personal tendían a convertirse en un instrumento para establecerse en el exterior con derecho a retorno. Las personas que elegían esta modalidad, además de pagar una cuota monetaria por estar durante once meses fuera del territorio nacional, debían volver a Cuba anualmente para renovar su permiso de estancia fuera del país ante las autoridades migratorias: “Es algo muy costoso, aunque me hago la idea de que es como ir de vacaciones todos los años a ver a mi familia. Y, aunque sabes que te van a dar el permiso, porque ya he hecho el trámite muchas veces, siempre tienes miedo, no puedes disfrutar estar con tus padres porque tienes que hacer de nuevo el trámite.” (Entrevistada 12).

En otras ocasiones, se acudía al casamiento para obtener lo que muchos consideraban la mejor modalidad para vivir en el exterior sin perder los vínculos con Cuba: el Permiso de Residencia en el Exterior (pre). Ello implicaba, no obstante: “Cierta traición afectiva, porque yo quería a mi novio, nos habíamos conocido cuando estudiábamos, pero no estaba segura de casarme por razones personales. Yo no creía en el matrimonio, no creo en el amor que pasa por la firma de papeles. Pero así tuvo que ser y ahora no tengo por qué perder los vínculos con mi familia.” (Entrevistada 13).

Ajustar el proyecto migratorio a las restricciones de la migración, como se ha visto, implicó la aparición de estrategias migratorias plagadas de tácticas. Esto no pasaba desapercibido a los ejecutores de las restricciones migratorias, que trataban de dar solución coyuntural a las situaciones problemáticas o consideradas anómalas en cada caso particular.

Sin embargo, conforme la política emigratoria se encontraba en la interfaz entre la decisión de migrar —motivada por un sinnúmero de componentes individuales, familiares y sociales— y los intereses nacionales, debía enfrentar continuos reajustes, con el consiguiente incremento en el costo y complejidad de su proceso de implementación.

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