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Capítulo 7

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TRAS dejar la cesta de la comida en casa de Anna y ponerse unos vaqueros, por insistencia de Josh, Stacie volvió a subir al todoterreno.

Una cierta excitación paliaba su melancolía. Pero no sonrió hasta que bajó la ventanilla y el aire fresco y limpio le acarició el rostro. Fue una gran ayuda que Josh mantuviera la conversación viva e intrascendente. El tiempo pasó rápido hasta que llegaron al cartel que anunciaba su llegada al rancho Doble C.

Entraron en el largo camino que llevaba a la casa y Bert salió de entre los árboles como una exhalación. Corrió junto al vehículo, ladrando y agitando el rabo, hasta que llegaron.

En cuanto el coche se detuvo, Stacie bajó y dio un gran abrazo a Bert, que lamió su mejilla. Josh le explicó que pretendía que fueran al misterioso lugar a caballo y estuvo a punto de negarse. Pero brillaba el sol, hacía un día perfecto y, además, Josh le ofreció una yegua tan mansa que un niño de tres años podría haberla montado. Aceptó.

Brownie tenía una sola velocidad: lenta y pausada. A Stacie le gustaba más a cada paso que daba.

El caballo de Josh, un semental negro llamado Ace, era muy brioso, pero Josh lo controlaba bien. Cuando se pusieron en marcha, Bert y varios perritos corrieron tras ellos.

Estaban a más de diez minutos de la casa cuando dos de los perritos se marcharon en otra dirección. Stacie se preocupó al ver que desaparecían de la vista.

—¿Deberíamos ir tras ellos? —preguntó.

—No hace falta —dijo Josh—. Los pastores australianos son inteligentes, y los cachorros ya tienen edad para empezar a explorar. Encontrarán el camino de vuelta a casa.

—Si estás seguro… —Stacie lo miró dubitativa.

—Segurísimo —la tranquilizó él—. ¿Cómo te va con Brownie?

—Empiezo a sentirme como una auténtica vaquera —dijo Stacie. Pensó que no era mala cosa, siempre que fuera algo temporal. Le dio una palmadita en el cuello a Brownie—. Tienes razón. Es muy tranquila.

—Nunca te pondría en peligro —dijo él.

—Te lo agradezco —Stacie sintió una oleada de calor que no se debía en absoluto al sol.

—Parece que te encuentras algo mejor.

—Así es.

Tal vez fuera por el sol o el aire fresco o la compañía de Josh… Fuera por lo que fuera, el nubarrón negro que había sentido sobre su cabeza se había disipado.

—Pero me siento culpable por disfrutar del día.

—¿Por qué ibas a sentirte culpable?

—Amber no lleva muerta ni dos semanas. Pero en la última hora apenas he pensado en ella.

Josh asintió y ella captó su mirada compasiva. Cabalgaron en silencio durante unos minutos, hasta que él giró en la silla de montar para mirarla.

—Cuando tenía doce años, mi abuelo falleció. Pensé que mi vida se había acabado —su voz rezumaba tristeza—. A mi abuelo le encantaba el rancho. Él me enseñó a lanzar el lazo, a cabalgar y, sobre todo, a respetar la tierra.

—Debes de echarlo mucho de menos —dijo ella, comprendiendo que Josh no había perdido sólo a su abuelo, sino también a su mentor.

—Al principio, muchísimo —corroboró él—. Entonces, un día me di cuenta de que no había pensado en él durante una semana. Como tú, me sentí culpable. Hasta que mi padre me dijo algo.

—¿Qué fue?

—Que era imposible que olvidara a mi abuelo —esbozó una sonrisa—. Que era tan parte de mí como esta tierra. Cuando echo el lazo a una vaca o arreglo un trozo de cerca, pienso en él. Estará conmigo para siempre. Igual que tu amiga Amber. Lo que compartisteis siempre será parte de ti.

Stacie sintió una oleada de gratitud. De alguna manera, Josh había conseguido articular sus miedos y preocupaciones y reconfortarla sin hacer que se sintiera estúpida. Buscó las palabras adecuadas para expresar su gratitud sin ser empalagosa.

Josh malinterpretó su silencio y soltó una risita avergonzada.

—No suelo hablar tanto —se disculpó. Sin darle tiempo a disentir, dio un golpe con los talones y Ace subió la colina que había ante él.

Stacie esperó a que su yegua lo siguiera. Al ver que Brownie no se movía, Stacie golpeó suavemente sus costados con los talones. La yegua siguió quieta.

De repente, una serie de silbidos rasgaron el aire. Por el rabillo del ojo, Stacie vio a Bert salir disparada de entre los arbustos e ir directa a las patas traseras de Brownie. Segundos después, la gentil yegua marrón se ponía en marcha y subía la colina. Cada vez que bajaba el ritmo, Bert la animaba con unos ladridos.

Cuando Brownie estuvo junto a Ace, Bert volvió a desaparecer. Josh, aparentemente hechizado con la panorámica, ni siquiera la miró.

Stacie soltó las riendas y se estiró, disfrutando de la caricia del sol en el rostro. Había pasado los últimos diez años en Denver, rodeada de edificios altos y de gente. Y había adorado cada minuto.

Sin embargo, al respirar el aire puro y limpio y ver la hierba verde y dorada que se extendía como una colcha de parches hasta las distantes montañas, entendió que a Josh le gustase eso. Sintió una inmensa paz.

—Arrebatador —dijo.

—Sí que lo es —Josh miró el valle un momento más antes de volverse hacia Stacie—. Pero éste no es nuestro destino final. Para llegar allí seguiremos a pie.

Se bajó del caballo y luego ayudó a Stacie a bajar de Brownie.

—¿Y los caballos? No podemos dejarlos aquí.

—Bert los vigilará —el agudo silbido de Josh volvió a rasgar el aire. La perra llegó corriendo—. No está demasiado lejos —la tomó del brazo y la guió hacia un sendero—. Ten cuidado con las ortigas y con… —carraspeó—. Simplemente no salgas del camino y todo irá bien.

Stacie no recordaba el aspecto de las ortigas y no sabía qué más debía evitar. Pero siguió andando y decidió que no necesitaba saberlo mientras siguiera el sendero de tierra.

Varios pájaros de cabeza negra volaban en círculos sobre ellos y las hojas de los árboles susurraban con la brisa, pero aparte de esa música de la naturaleza, todo era silencio. Sonriente, Stacie siguió a Josh.

—Aquí es —él se detuvo y se hizo a un lado para hacerle sitio.

La vista desde donde habían dejado a los caballos había sido fantástica, pero lo que tenía ante sí le quitó el aliento. Kilómetros de jacintos silvestres alfombraban la pradera que se extendía bajo ellos. A la derecha, junto a un burbujeante arroyo, pastaba una enorme manada de reses.

—¿Tuyo? —dijo ella, demasiado asombrada para formular una pregunta coherente.

—Hasta donde abarca la vista —repuso él, abriendo los brazos.

—Increíble.

—Confiaba en que te gustara.

—No parece algo que se pueda poseer —Stacie hizo un esfuerzo para ordenar sus pensamientos—. Es como si una persona reclamara el cielo para sí.

Vio un extraño destello en la mirada de Josh y temió haberlo ofendido. Le tocó el brazo.

—No estoy diciendo que no deba ser tuyo, sólo que…

—No te preocupes —Josh le agarró la mano—. Yo he tenido esos mismos pensamientos.

—¿En serio?

Josh asintió.

—Mis antecesores se instalaron aquí a principios de 1800. Aunque las escrituras dicen que esta tierra es mía, me considero más bien su cuidador. Mi función es asegurarme de que la tierra siga aquí, intacta, por muchas generaciones.

—Para tus hijos. Y los hijos de ellos.

—Para ellos y para cualquier otro —Josh sonrió—. No hace falta ser propietario de un terreno para apreciar su belleza.

Stacie pensó en los viajes de vacaciones que había hecho con su familia. Muchos estados y lugares la habían llenado de admiración. Lugares que le gustaría volver a visitar. Iba a tener que añadir ése a su lista.

—Siempre recordaré esto —se volvió hacia él—. Volveré algún día.

Josh se acercó y captó su aroma a jazmín. Se preguntó si podría volver a olerlo sin pensar en ella.

—Siempre serás bienvenida, así como tu esposo y tus hijos.

—¿Esposo? —lo miró confusa.

—Para cuando regreses a Montana seguramente estarás casada —dijo él con tanta serenidad como pudo—. Y es posible que tengas un par de hijos.

Aunque su voz no desveló lo que sentía, era como si le hubieran puesto un hierro candente en el corazón. De repente, comprendió la razón. Quería que ella fuera feliz, sin duda, pero con él. No con algún ejecutivo sin rostro que no sabría cómo nutrir su alma.

«¿Nutrir su alma?», Josh rezongó para sí. Empezaba a sonar como una tarjeta del Día de los Enamorados. Como si él pudiera nutrir el alma de Stacie. No había sido capaz de cubrir las necesidades de Kristin, no tenía razón para pensar que podría cubrir las de Stacie.

—Para eso falta mucho tiempo —la vista de Stacie se perdió en el horizonte—. Quiero hacer y conseguir muchas cosas antes, empezando por encontrar mi edén personal.

—Lo encontrarás —dijo él—. Luego conocerás a alguien, te enamorarás…

—Te veo a ti con más posibilidades de eso que yo —apuntó ella con una expresión extraña.

—No creo —Josh soltó una risita—. He pasado por ahí. Probé. No funcionó.

—¿Estuviste casado?

A Josh lo sorprendió su tono de asombro. Había supuesto que Anna se lo habría contado.

—Lo estuve.

—¿Ella vive en Sweet River? —preguntó Stacie con curiosidad—. ¿Tenéis hijos?

—Se mudó a Kansas City después del divorcio —dijo él con serenidad—. Sólo estuvimos casados un par de años. No lo bastante para tener hijos.

Entonces él había querido un bebé, pero Kristin no había estado lista aún. Después se había alegrado de no haberlo tenido.

—Siento que no funcionara —Stacie le tocó el brazo, compasiva.

—Tuve mi oportunidad —Josh se encogió de hombros—. Seguramente tendré unas cuantas aventuras y moriré solo.

Josh no podía creer que su cerebro hubiera formulado esa idea, y mucho menos que sus labios la hubieran expresado en voz alta. No era lo que sentía en realidad, no exactamente.

A diferencia de algunos de los hombres que conocía, a Josh le gustaba la idea de pasar su vida con una mujer y siempre había creído que sería un buen esposo. Aunque su fracaso con Kristin le había hecho dudar de sí mismo un tiempo, sabía que tenía mucho que ofrecer a la mujer adecuada.

—Encontrarás a alguien —dijo ella con voz suave. Rodeó su cuello con los brazos y se acercó a su cuerpo—. Tu alma gemela está en algún sitio. Seguro que ahora mismo está buscando el camino para llegar hasta ti.

Él sabía que debería apartarla, pero le gustaba demasiado su proximidad. Sobre todo desde que el «alma gemela» que rondaba su mente había empezado a parecerse mucho a la mujer que tenía entre sus brazos.

—Yo no…

Ella rozó su boca con los labios para silenciar su protesta.

—Di: «Tienes razón, Stacie. Así será».

Aunque a Josh no le gustaba que nadie pusiera palabras en su boca, estaba dispuesto a decir lo que hiciera falta si eso servía para mantenerla cerca de él unos segundos más.

—Stacie —se inclinó y empezó a besar su cuello—. Tienes razón.

Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás, exponiendo la piel marfileña de su cuello. Él deslizó la lengua por su mandíbula y oyó su jadeo.

—Di «Así será» —consiguió decir Stacie, aunque su respiración se había agitado.

—Stacie —puso las manos en sus caderas y la apretó contra su cuerpo—. Así es como va a ser.

Cerró los labios sobre los de ella y bebió de su boca. Sus lenguas se encontraron en una deliciosa danza y toda intención de separarse se esfumó.

La necesidad de hacerla suya lo abrasaba. Quería que lo amara…

Esa idea fue como un jarro de agua fría sobre el fuego que consumía su buen juicio. Dio un paso atrás y soltó su cabello, ignorando su murmullo de protesta.

—Pensándolo mejor, esto —intentó controlar el temblor de su voz sin conseguirlo del todo—, es muy mala idea.

Stacie dejó caer las manos a los lados, con el corazón desbocado y la respiración entrecortada. Hizo un esfuerzo por recuperar la compostura. No quería que él notara cuánto la había afectado el beso. Resistió la tentación de tocarse los labios que aún le cosquilleaban.

—La belleza del paisaje siempre me afecta de esta manera —dijo Stacie cuando el silencio empezaba a alargarse demasiado—. Cuando estaba en cuarto curso, la líder de nuestro grupo Scout femenino y su esposo nos llevaron a la Isla Mackinac. Al ver la isla aparecer en la distancia, me excité muchísimo. Por desgracia, el pobre señor Jefferis estaba a mi lado.

—¿Besaste al esposo de la jefa del grupo Scout? —Josh abrió los ojos de par en par.

—Tenía diez años —se tragó una risita—. Apreté su brazo con todas mis fuerzas.

Josh se echó a reír, divertido.

—¿Qué voy a hacer contigo? —preguntó.

Stacie sabía bien lo que quería que hiciera. Anhelaba estar de nuevo en sus brazos, sintiendo sus labios en los suyos; pero él tenía razón, era mala idea. Sin embargo, el deseo persistía.

Necesitaba poner distancia entre ellos, al menos hasta sentirse más capaz de resistirse a la tentación. Miró a su alrededor y vio un estrecho sendero detrás de él. Adivinó que era un camino alternativo de vuelta hacia los caballos.

—Atrápame —se dio la vuelta y echó a correr por el sendero—. Si puedes —lo retó.

—¡Stacie, no!

Ella oyó su grito, pero no paró. El sendero desapareció pocos pasos después y tuvo que centrar toda su atención en abrirse camino entre los densos arbustos y las ramas de los árboles.

Oyó a Josh acercarse y se planteó rendirse, pero decidió seguir adelante.

—Stacie, hay serpientes…

Su mente apenas había registrado las palabras cuando pisó algo blando pero firme. Una sensación de desastre descendió sobre ella. Quizás echar a correr había sido un error.

Entonces oyó un siseo y supo que no había «quizás» que matizara su error.

Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo

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