Читать книгу Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller - Страница 14

Capítulo 10

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A STACIE, ante la cocina de Josh, le costaba estarse quieta. Le parecía increíble haber sugerido el juego y haber conseguido que Josh lo aceptara.

«Pide y te será dado», pensó. La frase bíblica del sermón del domingo anterior no era aplicable a situaciones como ésa, pero sin duda ser directa había funcionado.

Se estremeció de excitación.

Todo estaba listo. El café borboteaba en la reluciente cafetera, el beicon perfectamente hecho se escurría en toallas de papel y los huevos revueltos estaban casi a punto cuando se oyó un golpecito en la puerta de la cocina.

Stacie bajó el fuego y fue hacia la puerta con el corazón acelerado. Le sudaban las palmas de las manos cuando abrió la puerta.

—Buenos días, señora —Josh se quitó el sombrero—. Soy Josh Collins.

—Stacie Summers —le ofreció la mano—. Encantada de conocerlo.

—El placer es mío —sujetó su mano unos momentos y ella sintió un cosquilleo en el brazo.

Stacie tomó aire y le indicó que entrase. En vez de sentarse a la mesa, como ella esperaba, Josh se acercó a ella.

—¿Tiene hambre? —tartamudeó. La sangre le bullía en las venas por su proximidad.

—Mucha —contestó él con una voz grave y sexy, que la hizo pensar en sábanas revueltas y cuerpos empapados de sudor.

—Yo también —se humedeció los labios con la punta de la lengua—. Estoy muy hambrienta.

Josh extendió los brazos hacia ella, pero Stacie se escabulló y fue hacia la cocina. No tenía por qué ser una escena sencilla o rápida. La noche anterior había descubierto que la mitad de la diversión residía en la anticipación.

Acababa de apagar el fuego y servir los huevos en dos platos cuando sintió unos brazos rodear su cintura.

—Huele bien aquí —susurró él contra su cuello.

—Es el café —le contestó—. Lo he molido yo misma.

—No es el café —restregó la nariz contra su cabello—. Hueles a flores de primavera.

—Me gustan los hombres que saben decir piropos —se volvió hacia él.

—A mí me gustaría comprobar si sabes tan bien como hueles —la mirada de Josh descendió a sus labios.

—Yo…

La boca de Josh se cerró sobre la suya antes de que pudiera responder. Sus labios iniciaron un delicioso asalto a sus sentidos y Stacie se olvidó de respirar. Para cuando él la soltó, le temblaban las rodillas y tuvo que apoyarse en la encimera.

—Sí. Sabes tan bien como hueles —dijo él mirando su pecho.

Stacie sintió que sus senos se tensaban contra el fino tejido de algodón, anhelando la caricia de sus labios.

—Vaya —Stacie se abanicó con la mano—. Empieza a hacer calor aquí. ¿Te importa que me desabroche la blusa?

—¿Necesitas ayuda? —sus ojos chispearon bajo la luz del fluorescente.

—No hace falta —sintiéndose muy traviesa, desabrochó cada botón con exagerada lentitud. Finalmente, la blusa se abrió.

—No llevas sujetador.

—Tampoco llevo bragas —le contestó con una sonrisa maliciosa—. Pero, por supuesto, no voy a quitarme los pantalones.

—Claro que no —la sonrisa de él se amplió.

Dio un paso hacia ella y le abrió la blusa. Posó las manos en sus senos y le acarició los pezones con los pulgares. Stacie gimió.

—Tengo que probar… —Josh inclinó la cabeza.

Acababa de atrapar un tenso pezón con la boca cuando la puerta se abrió de golpe.

—Los caballos… —Seth se calló y se puso rojo como la grana.

Josh giró en redondo y ocultó a Stacie con su cuerpo, mientras ella se cerraba la blusa.

—¿No sabes llamar? —le espetó Josh.

—He visto luz —tartamudeó Seth—. Los hombres han ensillado a los caballos y están listos.

—¿Listos para qué?

—Pediste ayuda para trasladar al ganado esta mañana —dijo Seth.

Josh soltó una palabrota y se pasó la mano por el pelo.

—Se me había olvidado —rezongó.

—Lo entiendo —dijo Seth con una mueca inocente que no engañó a nadie—. Tenías otras cosas… entre manos.

Stacie bajó la cabeza y deseó que la tierra se abriera a sus pies para desaparecer.

—Ya vale, Seth —le advirtió Josh—. Lo que hayas visto, o creas haber visto, es cosa de Stacie y mía. No tuya. Ni de nadie más. ¿Entendido?

—Desde luego —afirmó Seth de inmediato.

—Entonces está claro.

—No he visto nada.

—Bien —resopló Josh.

Seth miró el plato de huevos revueltos y su rostro se iluminó.

—¿Te importa que desayune? Estoy muerto de hambre.

Stacie aparcó el todoterreno de Josh ante la casa de Anna, recordando sus tiempos de instituto. En aquella época habría temido que sus padres estuvieran levantados, esperándola para echarle un sermón. En ese momento lo que la angustiaba era ver a sus compañeras. Si estuvieran en Denver, pasar la noche fuera no habría tenido ninguna relevancia, pero allí todo parecía distinto.

Stacie bajó del vehículo y cerró la puerta con cuidado para no hacer ruido. Echó un vistazo a su hogar temporal. Aunque las habitaciones de la planta superior estaban a oscuras, había luz en la cocina.

Eso significaba que al menos una de sus compañeras estaba en pie. También implicaba que si entraba por la puerta trasera, le harían todo tipo de preguntas a las que no tenía muchas ganas de contestar.

Miró con añoranza la puerta delantera, que le permitiría evitar la cocina, pero sabía que utilizarla sólo serviría para posponer lo inevitable. Cuadró los hombros, fue hacia la parte de atrás y abrió la puerta mosquitera de la cocina.

—Estoy en casa —anunció con voz alegre.

—Justo a tiempo —Anna se dio la vuelta con una cuchara de madera en la mano—. La avena está casi lista.

Mientras que Stacie seguía luciendo la ropa del día anterior, Anna llevaba un vestido de verano rosa y crema, con sandalias a juego. Lauren iba más informal. Como Stacie, la psicóloga llevaba vaqueros y blusa de algodón. Pero la blusa de Lauren estaba recién planchada, no arrugada tras pasar una noche en el suelo.

—¿Estás haciendo el desayuno? —Stacie no pudo ocultar su sorpresa. Anna guisaba bien, pero evitaba la cocina siempre que podía.

—Anna se ha puesto doméstica —Lauren alzó la vista del New York Times y esbozó una mueca irónica—. No sé qué pensar al respecto, pero si significa desayunar caliente, estoy a favor.

—Me apetecían gachas de avena —dijo Anna—, y tú no estabas.

—Porque ha pasado la noche con Josh —Lauren se llevó la taza de café a los labios, pero no bebió. Miró a Stacie por encima del borde, curiosa—. ¿Qué tal va, por cierto?

—¡Lauren! —exclamó Anna—. No se deben hacer preguntas sexuales. Al menos, no de sopetón.

Lauren se atragantó con el café, pero recuperó la compostura rápidamente.

—Preguntaba cómo estaba él, no cómo funciona en la cama. Pero no me importaría…

—Josh está ocupado —Stacie fue al armario, sacó una taza y se sirvió café—. Está con Seth y un grupo de hombres, trasladando el ganado a otra parte del rancho.

Stacie no entendía la razón del traslado, pero sabía que duraría todo el día. Por eso se había ofrecido a conducir ella misma de vuelta a casa. Y si hablar de ganado la libraba de comentar su vida sexual, estaba dispuesta a hacerlo durante horas.

—Las vacas me recuerdan a los perros —dijo Stacie—. Cuando te miran con esos enormes ojos marrones, parece que te leen el pensamiento.

—Hablas como Dani —Anna movió la cabeza, pero sonrió—. Lauren y yo cenamos con ella y con Seth anoche. Se está haciendo mayor. Me cuesta creer que pronto cumplirá siete años.

Aunque a Anna no le había apetecido volver a Sweet River, ni siquiera de veraneo, estaba disfrutando de volver a conectar con su familia. Cada vez que hablaba de su hermano y de su sobrina le brillaban los ojos.

«Ojalá Paul y yo estuviéramos así de unidos», pensó Stacie. Pero lo cierto era que Seth aceptaba y apoyaba el sueño de Anna de tener su propia boutique, así que no había motivo de tensión entre ellos. Sintió un pinchazo de envidia.

—Seth está planeando una gran fiesta para Dani —dijo Lauren—. Estamos invitadas.

Stacie pensó que pasar de hablar de ganado a fiestas de cumpleaños era bastante surrealista.

—El diario de Denver de ayer publicó una noticia que debes leer —dijo Anna, cambiando de tema otra vez—. Sobre un concurso de cocina.

—¿Quién lo patrocina? —preguntó Stacie, picada por la curiosidad.

—¿Conoces Jivebread? ¿Esa empresa de catering de Denver que es tan popular? —preguntó Anna.

—Por supuesto —el corazón de Stacie se saltó un latido. Jivebread, renombrada por sus recetas innovadoras y eclécticas, era la empresa de sus sueños. Le habían hecho un par de entrevistas de trabajo, pero habían contratado a chefs con más experiencia que ella.

—Buscan recetas innovadoras —siguió Anna—. El ganador recibirá cinco mil dólares y la posibilidad de trabajar con su equipo de catering durante un año.

—Eso sería una oportunidad fantástica —dijo Stacie con voz serena—. ¿Quiénes son los jueces?

Anna estiró el brazo y agarró un recorte de periódico que había en la encimera. Tomó un sorbo de café y lo miró.

—Abbie y Marc Tolliver —dijo.

Stacie emitió un gruñido. En cualquier otro caso habría tenido posibilidades, pero con esos dos casi no merecía la pena probar.

—¿Eso es un problema? —preguntó Lauren.

—Un problema gordo —Stacie no quería sonar negativa, pero tenía que ser realista—. Presenté una receta al concurso «Lo mejor de Denver» hace un par de años. Marc y Abbie fueron los jueces de la última ronda. Mi plato no les gustó nada.

Aunque su crítica había tenido validez y había aprendido de sus comentarios, su estilo de cocina no había cambiado mucho desde entonces.

—Eso no implica que no vaya a gustarles lo que presentes esta vez —dijo Anna, con lealtad.

—Tal vez la pasión de Stacie haya cambiado —Lauren tomó un sorbo de café y lanzó a Stacie una mirada penetrante—. De las recetas a los hombres. A un vaquero en concreto.

—Mi pasión no ha cambiado —afirmó Stacie mirando a sus compañeras—. Trabajar para Jivebread sería un sueño hecho realidad. Sea lo que sea que hay entre Josh y yo… no es permanente. Si consiguiera ese puesto, saldría de aquí pitando.

Anna abrió la boca pero, en vez de contestar, se concentró en llenar tres cuencos con gachas de avena y ponerlos en la mesa.

—Seth mencionó que hoy iba a ayudar a Josh —Lauren ladeó la cabeza—. ¿Te vio antes de que salieras de allí?

—Nos cruzamos —rezongó Stacie, recordando la expresión atónita de Seth—. Creo que lo sorprendió tanto verme como a mí verlo a él.

—Así que sabe que pasaste la noche allí —comentó Lauren.

Stacie se rió, aunque no le encontraba ninguna gracia al asunto.

—Digamos que no dudo que sabe exactamente lo que hay entre Josh y yo.

—¿Qué hay entre Josh y tú? —preguntó Anna, sentándose frente a Stacie.

—Química, Anna, química —intervino Lauren—. Mezclada con intereses comunes, es una combinación muy potente.

—Ya, pero creía que a Stacie no le gustaban los vaqueros —dijo Anna, claramente confusa.

—Y no me gustaban —Stacie empezó a sentirse como un animalito atrapado—. Es decir, no me gustan.

—¿No te gusta pero te acostaste con él? —Lauren alzó una ceja.

—No me gusta su estilo de vida —aclaró Stacie—. Pero Josh sí me gusta.

—¿Sabes que estuvo casado? —comentó Anna con expresión inescrutable.

—Me lo dijo él.

Anna apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia ella.

—¿Te dijo que Kristin era una chica de ciudad que le dejó claro a todo el pueblo que estar con Josh no era razón suficiente para quedarse? Después de su marcha, Josh pasó casi un año sin hacer vida social, ni siquiera con los chicos.

El tono de advertencia de Anna resultó obvio, pero fue su deje de censura lo que irritó a Stacie.

—Habla claro, Anna —dijo Stacie, controlando su mal humor.

—No quiero verlo herido, Stace —dijo Anna con los ojos cargados de preocupación—. Habría que ser ciego para no ver las chispas que saltan entre vosotros cuando estáis juntos. Sé que está de miedo. Pero también es vulnerable.

«¿Y yo no lo soy?», pensó Stacie.

—Me gusta y yo le gusto a él.

—¿Te plantearías quedarte en Sweet River? —preguntó Lauren, echándose una cucharadita de azúcar moreno en los cereales.

—No —dijo Stacie—. Pero no es ningún secreto. Josh sabe que debo completarme a mí misma antes de ser la compañera de un hombre.

—¿Completarte a ti misma? —Anna se rió—. Cielo, te está afectando pasar tanto tiempo con Lauren.

—Lo que ha dicho tiene sentido —apuntó Lauren, sin darle a Stacie tiempo a responder—. Habría más gente feliz en el mundo si hombres y mujeres se dieran permiso para perseguir sus sueños.

—Gracias, Lauren —dijo Stacie.

—Eh, yo no digo que Stacie deba renunciar a su sueño —Anna sonó ofendida por la sugerencia—. Sólo digo que he visto cómo mira a Josh.

—Sin olvidar cómo la mira él —añadió Lauren.

—No puedo negarlo —admitió Stacie—. Hay atracción. Pero es puramente sexual. Y los dos queremos que la cosa siga así.

Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo

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