Читать книгу Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller - Страница 13

Capítulo 9

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EN un rodeo, un toro lo había desmontado y Josh se había quedado sin aire en los pulmones. Se sentía igual que en ese momento. Se preguntó si Stacie había dicho realmente que estaba dispuesta a tener una aventura sin compromisos. Con él.

—¿Disculpa?

Las comisuras de los labios de Stacie se curvaron en una sonrisita sexy.

—Podríamos empezar ahora mismo.

Él bajó la mirada de sus labios a las suaves curvas visibles bajo la blusa rosa, mientras procesaba la petición. Se le secó la boca al imaginar cómo sería sentir sus senos bajo las palmas encallecidas por el trabajo, el sabor que tendrían bajo su lengua. Tuvo una erección instantánea.

Aunque su cuerpo había respondido con toda claridad, él nunca había pensado con esa parte de su anatomía y no pensaba empezar a hacerlo en ese momento.

Su mente lo urgió a decir que no. Abrió la boca, pero no pudo emitir el monosílabo.

—¿Josh? —un rastro de incertidumbre, que no cuadraba con la directa oferta que acababa de hacer, ensombreció el bello rostro de Stacie.

Él sabía que dudar era una locura. Pero para él, la intimidad nunca se había limitado a librarse de una comezón. Cuando le hacía el amor a una mujer, era porque ella le importaba.

Recorrió a Stacie con la mirada y comprendió que sí le importaba. Y si no aceptaba su oferta, muchos hombres se ofrecerían voluntarios para ocupar su lugar, incluido su amigo Wes Danker.

Josh lo vio todo rojo durante un segundo. Amigo o no, ningún otro hombre de Sweet River iba a tocar a Stacie. De repente tuvo claro cuál sería su respuesta, cuál tenía que ser.

Agarró su mano y miró sus preciosos ojos castaños.

—Vale —incluso mientras rezaba por no arrepentirse de su decisión, se le aceleró el pulso—. Tengamos una aventura.

Mientras Josh bajaba el estor de su dormitorio, un estremecimiento de excitación recorrió la espalda de Stacie y una mariposa revoloteó en su garganta. Con una sencilla frase su vida había pasado de ser lenta, y algo aburrida, a adquirir el frenesí de un tren a toda máquina.

Había hecho una sugerencia y él había aceptado. Y su mirada ardiente le garantizaba que ambos estarían desnudos en menos de quince minutos.

«Sólo es sexo», se dijo, «nada que no puedas manejar».

—¿Qué tal el tobillo? —preguntó Josh, mirándola con ojos oscuros y penetrantes.

—Bien —contestó ella. Era cierto siempre que no pasara mucho tiempo de pie o lo moviera. Por suerte, no tenía intención de seguir en posición vertical mucho más tiempo.

Él sonrió y se acercó más, con los ojos cargados de excitación. Ella se preguntó cuánto tardarían en llenarse de desilusión.

—Antes de que empecemos, tengo que hacerte una confesión —le dijo.

—Eso suena… interesante.

Stacie hizo girar un mechón de cabello entre los dedos. Al hacer su impulsiva oferta había olvidado un detalle muy importante.

—No soy buena amante.

A pesar de la expresión atónita de Josh, siguió.

—Soy aburrida en la cama. No tengo mucha experiencia. Y, bueno, me distraigo con facilidad.

—¿Con…?

Se acercó hasta estar ante ella. Stacie captó el aroma especiado de su colonia. Nunca se había dado cuenta de que el azul de sus ojos estaba salpicado de motitas doradas. Ni de que tenía las pestañas tan largas que…

—¿Con qué te distraes? —insistió él.

En ese momento la estaba distrayendo su proximidad, pero ésa no era la respuesta correcta. Stacie notó que el rubor le teñía el rostro. Sólo había pretendido alertarlo para que no esperase demasiado, no iniciar una larga explicación sobre sus carencias en el terreno sexual.

—Normalmente con comida —contestó, al ver que seguía mirándola expectante.

—¿Te gusta comer mientras haces el amor? —sonó más interesado que molesto.

—No, tonto. Planifico menús.

—¿Después?

—Durante —Stacie se ruborizó aún más.

—¿Quiénes eran esos tipos? —la miró boquiabierto.

A ella le sorprendió que quisiera oír nombres.

—Es obvio que no estaban haciendo su labor si podías planificar menús mientras te hacían el amor —continuó él.

Stacie pensó que «hacer el amor» era una expresión algo fuerte tratándose de una aventura.

—¿Consideras el sexo una labor?

—La «labor» de un hombre es proporcionar placer a su pareja —replicó Josh—. Confía en mí. Lo único en lo que vas a pensar esta noche es en lo bien que estamos juntos.

Soltó una risita al ver la expresión dubitativa de su rostro.

—Supongo que tendré que convencerte —se quitó la camisa y la dejó caer al suelo.

Stacie comprobó que tenía un cuerpo fantástico. Unos hombros anchos que disminuían hasta las caderas estrechas. Un pecho perfectamente esculpido y salpicado de vello oscuro.

Los planos y músculos de su cuerpo estaban perfectamente equilibrados. No tenía un cuerpo tonificado por rutinas de gimnasio, sino endurecido por el trabajo físico.

Era una pena que él no fuera a encontrarla igual de perfecta. Sus senos de tamaño medio no eran material de página central de revista y, aunque tenía el vientre plano, los músculos perfilados brillaban por su ausencia. Con dedos temblorosos, empezó a desabrocharse la blusa, esperando no decepcionarlo mucho.

Antes de que acabara con el segundo botón, él cerró la mano sobre la suya.

—No hay prisa —dijo con una voz sexy y grave, que hizo que la sangre de ella se le espesara en las venas—. Rápido está bien, pero lento es aún mejor.

Tenía los dedos ásperos y Stacie se preguntó cómo sería sentir esas manos callosas sobre sus senos.

Ése fue su último pensamiento coherente. Él se sentó a su lado y la besó. Acarició su piel con la boca, depositando suaves besos en sus labios, su mandíbula y cuello abajo, manteniendo las manos sobre sus hombros.

Mordisqueó el lóbulo de su oreja y luego volvió a sus labios. Ella los entreabrió y, cuando él no profundizó en el beso, deslizó la lengua en su boca.

Él cuerpo de él se estremeció y ella tardó un segundo en descubrir la razón. Hasta que comprendió que se estaba riendo.

—¿Qué te hace tanta gracia? —se apartó bruscamente.

—Para ser dos personas que quieren ir despacio, parecemos empeñados en movernos rápido.

—Tú no —el tono quejoso de Stacie reflejó su frustración—. Tú podrías tomarte toda la noche.

Josh no pareció ofenderse. De hecho, sus labios se curvaron en una sonrisa y sus ojos se llenaron de satisfacción.

—Parece que estoy haciendo mi labor.

—¿Qué quieres decir?

—Dime, con sinceridad, ¿has pensado en recetas mientras nos besábamos?

—No —le espetó Stacie—. He estado demasiado ocupada intentando que metieras la lengua en mi boca y sentir tus manos en mis pechos.

—Me gusta una mujer que pide lo que quiere —sus ojos llamearon. La tumbó sobre la cama y empezó a desabrocharle la blusa mientras besaba sus labios de nuevo—. Y me gustas tú.

Habló despacio, con la misma calma con la que la acariciaba. Aunque el cuerpo de Stacie clamaba por el contacto de piel contra piel, saber que él no se apresuraría ni la dejaría atrás la reconfortó.

Josh había prometido que le haría disfrutar y, aunque no hacía mucho que lo conocía, estaba segura de que era un hombre de palabra.

Cuando por fin cerró una mano sobre su pecho y deslizó la lengua en su boca, un desconocido cosquilleo puso fin a todo pensamiento analítico. Y cuando su ropa se unió a la de él en el suelo, el deseo se transformó en necesidad.

Durante el resto de la noche su mundo fue Josh, y lo único importante él y ella… uniéndose en uno.

Josh se puso de costado, el sol matutino lo había despertado. La mayoría de los días estaba fuera antes del amanecer, pero ése en concreto las tareas podían esperar. Saciado y satisfecho, se estiró, sin ganas de dejar atrás el sueño que había sido la noche anterior.

La noche había sido increíble. Habían dejado de lado el pensamiento racional y las inhibiciones y no habían mirado atrás.

Al percibir que Stacie se movía, Josh abrió los ojos. Lo sorprendió ver a su amante apoyada en un codo, observándolo, con el cabello oscuro enmarcando su rostro y expresión demasiado seria. Considerando lo tarde que se habían dormido, parecía muy despierta.

—¿Te arrepientes de algo? —preguntó ella, antes de que pudiera darle los buenos días.

—Hay muchas cosas de las que me arrepiento —Josh se apoyó en los codos—. ¿Tienes algo específico en mente?

—Esto —contestó ella—. Tú. Yo. Juntos. Desnudos.

Tras el entusiasmo que había demostrado él la noche anterior, no entendía la pregunta. Pero la seriedad de su rostro indicaba que la respuesta era importante para ella.

—No —afirmó con sinceridad—. No me arrepiento absolutamente de nada.

—Interesante —se incorporó con brusquedad, sin preocuparse de la sábana que cayó hasta su cintura—. Yo siento lo mismo.

Josh se dijo que estaban hablando y debería estar mirando su rostro. Por desgracia sus ojos parecían tener otra opinión y recorrían sus deliciosas curvas. Había explorado cada centímetro de su cuerpo, pero verla a la luz del día lo sobrecogió.

Como si pudiera leerle el pensamiento, ella sonrió levemente, se inclinó hacia delante y rozó su boca con los labios.

—Eres el vaquero más sexy que he conocido. Aparte de ser un amante fantástico.

Josh se había empeñado en conseguir que disfrutara tanto como él. Por lo visto, lo había conseguido. Henchido de orgullo, le guiñó un ojo.

—Te prometí hacerte olvidar esas recetas.

Stacie se rió y sus mejillas se tiñeron de rubor.

—Lo conseguiste.

—Fue fácil —deslizó un dedo por su sedosa mejilla—. Tú hiciste que fuera fácil.

Apretó los labios antes de decirle que había sido fácil por cómo le hacía sentirse. Pero sus sentimientos eran problema suyo, no de ella.

Ella se movió de nuevo, enredó los dedos de una mano en su cabello y le besó las comisuras de los labios. Él inhaló su embriagador olor a jazmín.

—¿Estás seguro de que no tienes más?

—¿Más?

—Preservativos.

El cuerpo de Josh, que estaba más que listo para ponerse en marcha, se desinfló al recordar que la noche anterior habían utilizado el puñado que había encontrado en un cajón.

—No quedan.

—Ojalá hubiera seguido tomando la píldora —Stacie suspiró—. Pero no era necesaria y…

—Hay otras maneras de divertirse —dijo Josh—, que no conllevan riesgo de embarazo.

—¿Como montar a caballo o jugar con Bert?

La mirada inocente de Stacie no engañó a Josh ni un segundo. Soltó una carcajada.

—Pensaba en actividades más… íntimas.

—Tengo una amiga en Denver —los ojos de Stacie se iluminaron—. Ella y su novio hacen juegos de rol. Recuerdo que una vez él simuló ligársela en un bar. Ella hacía el papel de chica de pueblo que visita la ciudad por primera vez. Siempre pensé que podía ser un juego divertido.

Josh nunca había sido un gran actor, pero no quería apagar el entusiasmo de Stacie. O permitir que volviera a pensar en planificar menús.

La primera vez que habían hecho el amor, ella había estado insegura, titubeante en sus caricias. Hasta que él le había demostrado con acciones y reacciones que estaba abierto a cualquier cosa que deseara probar. Y por lo visto «cualquier cosa» incluía hacer teatro.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó, intentando inyectar entusiasmo a su voz.

—Primero nos vestiremos…

—¿Vestirnos?

—Déjame hablar —alzó la sábana y se tapó el pecho. Parecía empeñada en que le prestara atención—. Cuando estemos vestidos, yo bajaré y empezaré a preparar el desayuno.

El juego perdía atractivo por momentos. Pero el entusiasmo de Stacie crecía, así que forzó una expresión de interés y sonrió animoso.

—Entonces, ¿qué?

—Tú llamas a la puerta y simulamos que es nuestro primer encuentro —dijo ella—. Pero con una diferencia importante.

Josh rezó por que la diferencia fuera muy grande, porque hasta ese momento el juego no tenía nada a su favor. Aparte, por supuesto, de que hacía sonreír a Stacie.

—¿Te ha ocurrido alguna vez conocer a alguien que te impresionara hasta el punto de querer saltarte todas las convenciones sociales y saltar sobre él, es decir, sobre ella?

Él lo pensó y recordó el momento en que vio a Stacie en el porche de Anna.

—Sí, me ha ocurrido.

—A mí también —afirmó ella.

A Josh se le contrajo el estómago en un ataque de celos, tan inesperado como ridículo.

—Cuando te vi a ti, me sentí así —musitó ella—. Estabas increíblemente atractivo.

Era un cumplido agradable, pero Josh no había olvidado su crítica.

—Te decepcionó que fuera un vaquero.

—Pero seguiste pareciéndome sexy.

—A ver si lo entiendo. Llamo a la puerta. Inicio mi ataque y…

—Yo estoy dispuesta y deseosa —sonrió—. Pero no hay preservativos, así que los pantalones tienen que seguir en su sitio.

—Me gusta este juego —aceptó él, empezando a ver sus posibilidades, a pesar de las restricciones.

—¿Nos vemos abajo en veinte minutos? —Stacie enarcó una ceja.

—Trato hecho —dijo él, sonriente de expectación.

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