Читать книгу Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеJOSH aparcó ante su envejecida casa y se preguntó cuándo había perdido el sentido común. Tal vez al ver a la belleza morena sentada en el porche y sentir un pinchazo de atracción. O cuando había empezado a hablar del tiempo y ella lo había escuchado con toda atención. O quizá cuando sus ojos se iluminaron como un árbol de Navidad al oírle mencionar a los perritos.
Fuera por lo que fuera, llevarla al rancho había sido un error.
La miró de reojo y vio cómo miraba a su alrededor con los ojos abiertos de par en par. Cuando su mirada se detuvo en la pintura agrietada y levantada, luchó contra el deseo de explicarle que tenía brochas, rodillos y latas de pintura en el granero para remediar eso en cuanto trasladara al resto del ganado. Pero calló.
Daba igual lo que pensara de su casa; era suya y estaba orgulloso de ella. Situada junto al límite del bosque Gallatin y en la base de las montañas Crazy, la propiedad había pertenecido a su familia durante cinco generaciones. Cuando llevó a Kristin allí, de recién casada, la casa había estado recién reformada y pintada. Aun así, ella le había puesto pegas.
—Es tan… —empezó a decir Stacie, luego se paró.
«Destartalada. Vieja. Aislada», rememoró automáticamente las palabras que su ex esposa le había lanzado cada vez que discutían.
—Impresionante —Stacie miró el prado que había al este de la casa, ya cubierto de nomeolvides azules—. Es como tener tu propio trocito de paraíso.
Josh, sorprendido, dejó escapar el aire que había estado conteniendo sin ser consciente de ello.
—Oh… —gritó Stacie, inclinándose hacia delante y apoyando las manos en el salpicadero al ver al perro de pelo corto, y tan negro que parecía azul, que se aproximaba al vehículo—. ¿Es Bert?
—Sí —Josh sonrió y paró el motor.
—Estoy deseando acariciarla.
De reojo, Josh vio que se inclinaba hacia la manija de la puerta y le sujetó el brazo.
—Espera a que te abra yo —dijo.
—No hace falta —Stacie se liberó de su mano—. Por esta vez, puedes saltarte la caballerosidad.
—No —Josh volvió a rodear su brazo con los dedos. Al ver cómo lo miraba ella, la soltó e intentó explicarse—. Bert puede ser muy territorial. Eres una desconocida y no sé cómo reaccionará.
No quería asustar a Stacie, pero la semana anterior, Bert le había enseñado los dientes a un mensajero que fue a llevarle un paquete.
—Ah —Stacie se recostó en el asiento—. Claro. No sé por qué no se me ha ocurrido.
—Seguramente no habrá problema —dijo él, molesto por el instinto protector que había surgido en él—. Pero no quiero correr riesgos.
Ella lo miró con gratitud, pero él prefirió fingir que no lo notaba. Abrió la puerta y bajó del vehículo. No necesitaba su agradecimiento. Habría hecho lo mismo por cualquier mujer, incluyendo a la anciana señorita Parsons, que le había golpeado los nudillos con una regla de madera en tercer curso. Lo haría por cualquier fémina, no sólo por una chica bonita que hacía que volviera a sentirse como un colegial.
Josh centró su atención en la perra negra y gris que tenía a sus pies, agitando el rabo como loca.
—Buena chica —se inclinó y rascó la cabeza de Bert. Había sido un regalo de cumpleaños de su madre, seis meses antes de que Kristin se marchara. A ella nunca le había gustado la perra. Lo cierto era que para entonces, a Kristin no le había gustado nada: ni el rancho, ni la casa, ni él.
—¿Puedo bajar ya?
Josh sonrió al captar la impaciencia de su voz. Descartó los recuerdos del pasado y corrió a abrirle la puerta, con Bert pegada a sus talones.
—Sentada —dijo, mirando a la perra. Bert obedeció, clavando en él sus inteligentes ojos color ámbar, con las orejas tiesas y alerta—. La señorita Summers es amiga, Bert —dijo Josh, abriendo la puerta—. Sé buena.
A pesar de la advertencia, el pelaje del cuello y el lomo de Bert se erizó cuando la morena bajó del vehículo. Josh se interpuso entre la perra y ella.
—Perra bonita —la voz de Stacie sonó grave y serena. Rodeó a Josh, dio un paso adelante y extendió la mano—. Hola, Bert. Soy Stacie.
Bert miró a Josh, luego dio un par de pasos adelante y olisqueó con cautela la mano de Stacie. Para sorpresa de Josh, empezó a lamerle los dedos.
—Gracias, Birdie. Tú también me gustas —la sonrisa de Stacie se amplió al ver que la perra seguía lamiéndola—. Estoy deseando ver a tus bebés. Seguro que son tan bonitos como su mamá.
Bert agitó el rabo de un lado a otro y Josh la miró con asombro. Para ser una mujer que había crecido sin mascotas, Stacie tenía buena mano con los animales.
—Los pastores ganaderos australianos, como se denomina su raza, tienen fama de ser listos y fieles. Son fantásticos con el ganado —Josh hizo una pausa—. Aun así, no mucha gente diría que son bonitos…
—Es muy bonita —Stacie se inclinó y puso una mano sobre las orejas de la perra, lanzando a Josh una mirada de advertencia.
—Mis disculpas —Josh se llevó una mano a la boca para ocultar la sonrisa—. ¿Quieres ver a las seis versiones en miniatura?
—¿Lo dudas? —Stacie se enderezó y le dio la mano—. Vamos.
La mano le pareció muy pequeña dentro de la suya, pero su firmeza denotaba fuerza interior. Cuando había descubierto que había sido emparejado con una de sus amigas de Denver, se había preguntado si Anna había manipulado los resultados de la investigación.
Pero empezaba a darse cuenta de que Stacie y él tenían más en común de lo que había pensado. Y le gustaba esa chica de ciudad. Por supuesto, eso no implicaba que fuera una buena pareja.
Ya había estado antes con una chica de ciudad. Se había enamorado de ella y se había casado. Pero había aprendido la lección; esa vez se guardaría el corazón para sí.
—Me siento culpable —Josh pinchó el último trozo de tarta de manzana con el tenedor—. Has pasado toda la tarde en la cocina.
Stacie tomó un sorbo de café y sonrió por la exageración. No había pasado toda la tarde en la cocina. Habían jugado con los cachorros mucho tiempo y luego Josh le había mostrado las destrezas de Bert, incluida su habilidad para atrapar un frisbee en pleno vuelo. Para entonces ambos estaban hambrientos y ella se había ofrecido a preparar la cena.
—Ya te dije que la cocina es una de mis aficiones —Stacie paladeó el denso café colombiano—. Me encanta crear algo de la nada.
—Me has impresionado —Josh dejó el tenedor sobre el plato vacío—. Esos fideos con salchicha y pimientos eran dignos de un restaurante de lujo.
—Y no hemos tenido que ir a uno —Stacie miró la moderna cocina de estilo campestre. Tras ver el exterior de la casa, había sentido cierta aprensión sobre cómo sería por dentro. Pero el interior la había sorprendido agradablemente.
Estaba bien cuidada y muy limpia. Cuando había alabado a Josh por ello, él había admitido, avergonzado, que una mujer iba durante la semana para cocinar y limpiar.
—Te habría invitado a cenar —dijo Josh, mirándola a los ojos—. Espero que lo sepas.
—Lo sé. Pero esto ha sido más divertido.
—Estoy de acuerdo —Josh sonrió y unas atractivas arrugas de expresión rodearon sus ojos. Apartó su silla—. ¿Qué te parece que tomemos el café en la sala?
Stacie se levantó. Miró los platos que había en el fregadero y luego los que quedaban en la mesa.
—Ni lo pienses —Josh le puso la mano en la parte baja de la espalda y la empujó hacia la puerta—. Yo recogeré más tarde.
Momentos después, Stacie estaba sentada en un sofá de cuero borgoña escuchando a Josh terminar la historia sobre el incendio que había amenazado con destruir ciento ochenta mil acres de terreno unos años antes.
—Fui afortunado —dijo Josh—. Mi propiedad sufrió daños mínimos. Podría haber sido terrible.
—Te encanta, ¿verdad? —Stacie estudió al curtido vaquero, sentado a un palmo de ella.
—¿El qué? —ladeó la cabeza.
—La tierra. Tu vida aquí —dijo Stacie—. Lo veo en tus ojos y lo oigo en tu voz. Esto es tu pasión.
—Desde que era un niño siempre he deseado ser ranchero —se puso serio—. Esta tierra es parte de mí y será parte de mi legado.
—¿Y tus padres? —preguntó Stacie, comprendiendo que ni siquiera habían mencionado a sus familias—. ¿Están por aquí?
—Viven en Sweet River —contestó Josh—. Mi padre dirige el banco. Mi madre es jefa de enfermería en el hospital.
—Creía que habías crecido en el rancho —comentó ella, asombrada por la mención del banco y el hospital.
—Así es —aseveró él—. Pero a mi padre nunca lo atrajo. En cuanto volví de la universidad, me cedió el rancho.
—Parece que la pasión por la tierra se saltó una generación —dijo Stacie.
—Es una gran vida, pero no para todo el mundo —Josh se encogió de hombros.
Stacie deseó que su familia tuviera esa misma actitud. Eran incapaces de entender que sus gustos e intereses no eran los de ella. Por eso había dejado Michigan para estudiar en Denver y se había quedado allí después de licenciarse.
La brisa que entraba por la puerta mosquitera del patio llevó consigo el aullido de un coyote en la distancia. Stacie se estremeció.
—Esto es tan silencioso, está tan aislado… ¿No te sientes solo a veces?
—Tengo amigos —la sonrisa que había acariciado sus labios casi toda la velada desapareció; tensó los hombros—. Veo a mis padres al menos una vez a la semana.
—Pero vives solo —Stacie no sabía por qué insistía en el tema, pero la respuesta le parecía importante—. A casi una hora de la civilización.
—A veces me siento solo —dijo él—. Pero cuando tenga mi propia familia, será distinto.
—La soledad me volvería loca —Stacie tomó un sorbo de café—. Necesito a la gente. Cuanta más, mejor.
—Es importante saber lo que uno quiere y lo que no —apuntó Josh, inexpresivo—. Necesito a una mujer que pueda ser feliz con este tipo de vida.
—Táchame de la lista —dijo Stacie con voz risueña.
—Nunca me han gustado las listas —afirmó Josh, sin dejar de mirarla.
A pesar de que era obvio que no quería herir sus sentimientos, Stacie supo que él ya había decidido, como ella. Pensara lo que pensara el ordenador, Josh y ella no cabalgarían juntos hacia el ocaso.
Tomó otro sorbo de café, sintiendo cierta tristeza por ello, aunque no tenía ningún sentido.
—Lo bueno es que nuestra primera cita aún no ha terminado y ya sabemos que no va a funcionar.
—¿Qué tiene eso de bueno?
—No tenemos que perder tiempo… —empezó ella, que intentaba ver el lado positivo.
—¿Estás diciendo que lo de hoy ha sido una pérdida de tiempo?
—No, pero… —soltó el aire con exasperación.
—Yo no creo que lo fuera en absoluto —dijo él—. No recuerdo la última vez que lo pasé tan bien o comí una cena tan deliciosa.
Sonrió y el corazón de ella se saltó un latido. Nunca había pensado que un vaquero pudiera ser tan sexy. Dejó la taza en la mesa.
—Es hora de que vuelva a casa.
—Aún no —Josh se inclinó hacia delante y tocó su rostro con suavidad, deslizando un dedo por la curva de su mandíbula.
«Va a besarme. Va a besarme. Va a besarme», repitió ella mentalmente, como un mantra.
Se dijo que debía apartarse, poner distancia entre ellos. Decir que no. Al fin y al cabo, era amigo de Anna y estaba buscando a alguien especial. Pero en vez de alejarse, se inclinó hacia la caricia, sintiendo un cosquilleo en el cuerpo.
Él se acercó más. Y más aún. Tanto que pudo ver las chispas doradas de sus ojos y sentir su aliento en la mejilla. Ya saboreaba mentalmente el sabor de sus labios cuando él se echó hacia atrás con brusquedad y dejó caer la mano.
—Eso no sería buena idea.
Ella se desinfló por dentro, como una niña a quien le hubieran quitado su juguete favorito. Se miraron unos segundos.
—Tienes razón —aceptó ella—. Es tarde. Debo volver a casa.
Se puso en pie y él no intentó detenerla. Para cuando llegó a la puerta, su corazón había recuperado el ritmo habitual. Se detuvo en el porche e inhaló el fresco aire de la montaña, esperando que aclarase sus pensamientos. Había caído la noche, pero se veía muy bien gracias a la brillante luna y el cielo tachonado de estrellas.
Por el rabillo del ojo, vio a Bert cruzar el jardín, corriendo hacia ella. Se le levantó el ánimo y se detuvo en el último escalón para darle un abrazo de despedida. Bert correspondió frotando la nariz húmeda contra su mejilla. Stacie se rió y le dio un último abrazo.
Cuando se irguió, vio que Josh la contemplaba.
—¿Qué puedo decir? Los animales me adoran.
—No me extraña —farfulló él entre dientes. Stacie no supo si lo había oído bien.
El todoterreno estaba a unos veinte pasos, pero a ella se le hicieron eternos. Pronto descubrió que los tacones de sus sandalias y el camino de gravilla no eran buena combinación. Además, cada vez que daba un paso, Bert la empujaba en dirección a Josh.
Josh se inclinó por delante de ella para abrirle la puerta del acompañante. Stacie inhaló el aroma especiado de su loción para después del afeitado y sintió el anhelo de jugar a «besar al vaquero».
Pero en vez de rendirse a la tentación dio un paso atrás, incrementando la distancia entre ellos. Estaba felicitándose por su sentido común cuando unos dientes agudos se clavaron en su talón. Chilló y saltó hacia delante, chocando con el ancho pecho de Josh.
—¿Qué ocurre? —Josh la envolvió en un abrazo protector, con expresión preocupada.
—Birdie me ha mordido el talón —Stacie giró la cabeza y miró con reproche a la perra.
El animal ladeó la cabeza y agitó el rabo de lado a lado, muy despacio. Su boca se curvó hacia arriba hasta dar la impresión de que sonreía.
—Morder talones es una de sus maneras de reunir al ganado —explicó Josh en tono de disculpa—. Es su naturaleza.
—Pues no me gusta esa parte de su naturaleza —Stacie agitó el dedo ante Bert—. No vuelvas a hacerlo.
La perra la miró un momento, después alzó una pata y se la lamió.
—Lo siente mucho —dijo Josh con una sonrisita.
—Ya, claro —Stacie casi pensó que la perra quería verla en brazos de Josh y había hecho lo posible para conseguir su propósito.
—Nada te hará daño nunca —dijo Josh con ojos oscuros e intensos—. No en mi presencia.
—¿Estás diciendo que el vaquero me protegerá de la gran perra mala? —bromeó ella, burlona.
—No lo dudes —miró sus labios.
Aunque sabía que estaba jugando con fuego, Stacie le rodeó el cuello con los brazos y pasó los dedos por su espeso cabello ondulado.
—Lo que me gustaría saber es quién va a protegerme de ti.
No supo si él había oído la pregunta. Porque apenas había abandonado sus labios cuando la boca de Josh se cerró sobre ellos.