Читать книгу Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller - Страница 12

Capítulo 8

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EL terrible siseo fue seguido por un intenso dolor en el tobillo. Stacie gritó y saltó hacia atrás. Casi se le paró el corazón al ver una gran serpiente marrón brillante con manchas negras.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Josh con los ojos ensombrecidos por la preocupación.

Stacie se tragó un sollozo y señaló el reptil de metro y medio de longitud que estaba desapareciendo en dirección opuesta.

La mirada de Josh se aguzó. Un segundo después, se acuclilló y le alzó la pernera del pantalón.

—No me siento muy bien —el mundo empezó a dar vueltas y a oscurecerse alrededor de Stacie.

—Inclínate —ordenó él, obligándola a bajar la cabeza—. Inspira profundamente.

Stacie apoyó las manos en los muslos y se concentró en su respiración. Unos segundos después la oscuridad remitió.

—Me arde el tobillo —aunque por dentro estaba temblorosa como la gelatina, sonó serena.

—Voy a llevarte a casa.

Josh la alzó en brazos y emprendió el camino de regreso.

A pesar de la quemazón del tobillo, Stacie se estremeció de placer al estar en sus brazos. Nunca la habían llevado así. Era muy… de película medieval.

Pronto llegaron al claro y él la sentó en el suelo y se arrodilló a su lado.

—Voy a echar un buen vistazo.

Stacie intentó recordar lo que había aprendido sobre mordeduras de serpiente en el curso de primeros auxilios que recibió en la facultad.

—¿Vas a hacerme un corte y a chupar el veneno?

Él alzó la cabeza y soltó el aire con alivio.

—Tal y como creía, no ha sido una cascabel.

Stacie no quería dudar de él, pero el reptil que había visto se parecía mucho a las serpientes de cascabel que había visto en Mundo Animal.

—La serpiente que señalaste parecía una pituophis —siguió él—. Tienen un colorido parecido a las serpientes de cascabel, pero el cuerpo y la cabeza son algo distintos. No quería aventurar nada hasta examinar la mordedura, pero ahora que la he visto, estoy seguro.

—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó ella, aunque él parecía convencido.

—Las cascabel sólo tiene colmillos en la mandíbula superior, cuando atacan dejan una o dos marcas —explicó Josh—. Las pituophis tienen colmillos arriba y abajo, así que dejan dos hileras de puntos.

Stacie se miró el tobillo. Había cuatro marcas.

—¿Son venenosas?

—No. No tienen veneno.

—He tenido suerte —dijo Stacie con alivio.

—Mucha suerte.

—No tendría que haber echado a correr así.

—Y yo debí decirte que podía haber serpientes entre los arbustos.

Ella pensó que era muy amable por intentar asumir la responsabilidad. Pero había sido ella quien se había adentrado en la zona boscosa sin pensarlo y tendría que sufrir las consecuencias.

—El tobillo aún me duele algo. ¿Eso es normal?

—Sufrí una mordedura cuando era niño —dijo Josh—. Recuerdo que dolía mucho.

Acababa de decirlo cuando ella sintió una insoportable punzada de dolor en el tobillo. Gimió y apretó los labios para no gritar.

—Vamos —Josh se enderezó y le ofreció la mano—. Te llevaré de vuelta a donde están los caballos. En casa te limpiaré la herida.

—Puedo andar —dijo ella, pensando que los caballos estaban bastante lejos.

—No hace falta que te hagas la valiente —dijo él con firmeza. Stacie intuyó que perdería la discusión. Aun así, titubeó.

—No quiero que te hagas daño en la espalda cargando conmigo tanto rato.

—No te preocupes por eso —soltó una risita y la alzó en brazos—. A menudo cargo con terneras tan grandes como tú.

Stacie se sorprendió, pero luego se echó a reír. Sólo un vaquero podía comparar a una mujer con una ternera y resultar encantador. Durante todo el camino fue muy consciente de la anchura de su torso y la fuerza de sus brazos. Para no pensar en el dolor, ni en él, parloteó sobre su aversión hacia serpientes, roedores y bichos rastreros en general.

Cuando llegaron junto a los caballos, Josh subió a Stacie en Ace, no en Brownie.

—Puedo montar sola —protestó ella.

—Podrías volver a marearte. Y no quiero que te caigas —su tono no dio lugar a discusión. Segundos después, estaba sentado tras ella.

A Stacie le preocupó que Brownie no los siguiera, pero la yegua no se despegó de ellos. Por supuesto, la reaparición de Bert con sus perritos debió de animarla a seguir en marcha.

Para cuando estuvieron de vuelta en el rancho, el tobillo de Stacie había empezado a hincharse. Tras dejar los caballos al cuidado de uno de sus vaqueros, Josh insistió en llevarla a la casa.

Stacie no discutió. Él la dejó en un sillón con reposapiés y se fue. Volvió segundos después con un vaso de agua y cuatro cápsulas.

—¿Qué es eso? —preguntó Stacie.

—Ibuprofeno, ochocientos miligramos —contestó él—. Te quitará el dolor —al ver que ella lo miraba interrogante, sonrió—. Te recuerdo que mi madre es enfermera.

—¿Y ahora qué? —preguntó Stacie, tras meterse las cápsulas en la boca y tomar un trago de agua.

—Relájate. Te lavaré el tobillo con jabón antiséptico y luego te pondré hielo.

Stacie se miró el pie. Si se hubiera puesto las botas vaqueras rosas, como Josh había sugerido, el cuero habría protegido su piel. Pero ella había optado por zapatillas deportivas sin calcetines.

—¿Por qué no voy al baño y me lavo yo? —dijo—. Mientras lo hago puedes preparar el hielo.

—¿Y si te mareas? —preguntó él, poco convencido.

—No me marearé —afirmó ella—. Me sentí rara al principio, pero fue por el susto. Ahora estoy mejor.

—¿Estás segura?

—Sí.

Josh desapareció en la cocina y Stacie cojeó pasillo abajo, intentando apoyar la mayor parte del peso en el pie izquierdo. Llegó al cuarto de baño jadeante y temblorosa. Se apoyó en la encimera e inspiró profundamente para calmarse.

—¿Cómo vas? —preguntó una voz al otro lado de la puerta.

—¿Puedo sacar una toallita limpia del armario?

—Utiliza cuanto necesites.

Varios minutos después, Stacie regresó a la sala sintiéndose más controlada. La quemazón y el dolor no habían empeorado, pero tampoco habían mejorado mucho.

Agotada y dispuesta a que la mimaran, se sentó en el sillón y dejó que Josh se ocupara de ella. Le puso desinfectante en las heridas y luego una bolsa de hielo, envuelta en un almohadón, sobre el tobillo hinchado.

—Tendrás que tener el hielo unos veinte minutos —miró su reloj—. ¿Quieres comer o beber algo?

Stacie apoyó la cabeza en el suave cuero del respaldo. Aún tenía el estómago lleno y, además, no le atraía la idea de comer.

—Prefiero que te quedes aquí y me hagas compañía.

—Pasar un rato con una chica bonita —Josh esbozó una sonrisa—. Creo que puedo hacerlo.

Antes de que pudiera sentarse, llamaron a la puerta de la calle. Miró a Stacie.

—Me pregunto quién podrá ser.

Ella se encogió de hombros y cruzó los dedos para que quienquiera que fuese no se quedara mucho tiempo. En ese momento no le apetecía nada charlar con desconocidos.

El timbre volvió a sonar y Josh miró a Stacie.

—Volveré enseguida. Quédate quieta.

—Sí, señor —Stacie se llevó la mano a la sien simulando un saludo militar—. Pero si en la puerta hay una serpiente, no la dejes entrar.

Josh se rió y fue a abrir. Lo sorprendió encontrar a Wes Danker en el umbral.

Como era habitual en él, entró sin esperar invitación y se quitó el sombrero.

—No te lo vas a creer. Un golpe de fortuna.

Josh tuvo que sonreír. La última vez que había visto a Wes tan excitado había sido cuando Sharon empezó a vender bollos de chocolate en el supermercado.

—¿Qué ocurre?

—Han llegado los buenos tiempos, eso ocurre —Wes fue hacia la puerta y luego volvió hacia Josh—. Y no sólo para mí, también para ti.

En el último «golpe de fortuna» de Wes, Josh había acabado perdiendo varios cientos de dólares en las tragaperras de Lucky Lil, en Big Timber.

—Venga ya, Wes. Probé una vez, pero no me gusta el juego, por muy trucadas que estén las tragaperras.

—Esto no es ningún juego, amigo —dijo Wes con su estruendosa voz—. Es un negocio seguro.

Stacie se enderezó en el sillón. Sabía que estaba mal cotillear, pero no tenía otra opción. Wes tenía una de esas voces que se proyectaban. De hecho, incluso entendía algunas de las palabras que decía Josh.

Por lo que había oído, Wes quería convencerlo de algo y Josh se negaba a picar.

—Misty te vio en el baile anoche —dijo Wes—. A la mujercita le gustó lo que vio. Ya sé que tú y Stacie… eh, no intentes decirme que no te fijaste en ella.

Josh dijo algo que Stacie no captó.

—Eso es —la voz de Wes resonó en la sala—. La rubia guapa con tetas enormes.

Josh contestó en voz baja y ambos rieron. Stacie apretó los puños.

—A su amiga Sasha le gusto —dijo Wes con voz satisfecha—. Misty y ella están trabajando en Millstead este verano.

«Millstead». Stacie había oído ese nombre. Tardó un segundo en recordar que era un rancho de vacaciones situado al sur de Sweet River. La mayoría de sus empleados eran de la zona, pero según Anna también contrataban a forasteros.

—Lo mejor es que las chicas sólo estarán aquí durante el verano —siguió Wes—. Podemos enrollarnos, pasarlo bien y, si nos cansamos, decirles adiós en septiembre.

Stacie sintió un pinchazo de irritación. No podía creer que Wes pasara por allí un domingo por la tarde para ofrecerle un lío a Josh. Por lo visto, el gigantón había olvidado que su amigo ya estaba emparejado. Ignoró la vocecita de su cabeza que le recordó que Josh estaba libre. Sólo la había llevado al baile porque Seth lo había presionado. Y había pujado por su cesta porque nadie más iba a hacerlo…

Dejó de pensar y aguzó el oído. No consiguió entender la respuesta. Maldijo el hielo que tenía en el tobillo, con acercarse unos pasos habría oído absolutamente todo.

—Voy hacia allí ahora —dijo Wes—. ¿Quieres acompañarme?

Stacie volvió a escuchar un murmullo incomprensible. Pero cuando la puerta se cerró y Josh volvió a la sala sin Wes, exhaló con alivio.

—¿Cómo te encuentras? ¿Necesitas más hielo? —inquirió él. Ella negó con la cabeza.

—¿Quién era?

—Wes —Josh agitó la mano con descuido—. Quería salir por ahí.

—¿Y lo has rechazado? —Stacie consiguió que su voz sonara serena e indiferente.

—Claro —Josh sonrió—. Quería quedarme en casa y cuidarte.

Stacie escrutó sus ojos. Aunque no se hubiera ido con el gigantón esa noche, eso no significaba que no fuera a hacerlo otro día.

Pero en la profundidad líquida de los ojos azules sólo encontró preocupación… por ella.

Una sensación de calidez ascendió por su espalda. Josh era un buen hombre. Cariñoso, listo y encima guapo. Imaginárselo en brazos de otra mujer le puso los nervios de punta.

—Stacie —la voz de Josh interrumpió sus pensamientos—. ¿Estás bien?

Ella parpadeó. Él se colocó a su lado, se agachó y puso una mano en su pierna. Frunció la frente con gesto de preocupación.

—Tienes una expresión rara. ¿Te duele más el pie?

Stacie miró el rostro que alguna mujer afortunada amaría algún día. El de un hombre al que a ella misma le resultaría fácil amar.

Una mujer inteligente dejaría que Josh se liara con Misty, la chica del rancho de vacaciones. Una mujer inteligente se daría cuenta de que eso podría implicar que se rompiera algún corazón cuando acabase el verano, pero al menos no sería el suyo. Una mujer inteligente nunca expresaría la escandalosa propuesta que rondaba sus labios.

Sin embargo, cuando Stacie abrió la boca, supo que se adentraba por un camino mucho más peligroso que el que había recorrido esa tarde.

—He oído lo que te sugería Wes.

Él la miró con sorpresa.

—Espero que sepas que…

—Yo tengo mi propia propuesta —habló rápidamente, antes de perder el coraje.

Él ladeó la cabeza.

—Si te apetece una aventura —le dijo—, tenla conmigo.

Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo

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