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Capítulo 5

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JOSH observó a Stacie y a Lauren hasta que desaparecieron de la vista. La adrenalina surcaba sus venas.

Aunque no había mencionado a Paul en concreto, si no estaba unida a su familia, tampoco estaría unida a él. Y aunque no se trataba de una cita en el sentido tradicional, Stacie había ido allí con él. Eso lo hacía responsable de su seguridad.

Josh se decidió y se internó entre la gente, saludando a amigos sin aflojar el paso. Llegó a la puerta delantera esperando ver a Stacie y a su hermano, sin embargo encontró al pastor Barbee y a su esposa en la puerta.

La pareja había estado en la pista de baile desde que empezó el baile de cuadrilla, así que Josh no había tenido oportunidad de saludarlos ni de presentarles a Stacie. Deseó que supieran quién era.

—¿Habéis visto a Stacie Summers? —preguntó en tono indiferente y casual—. Es la amiga de Anna. La chica con la que estuve bailando antes.

—La bonita morena de las botas rosas —la señora Barbee asintió con aprobación.

—Ésa es —Josh miró a su alrededor, pero no vio a nadie—. ¿La habéis visto?

—Ha salido fuera —el pastor señaló la puerta.

—Estaba con un hombre —añadió la señora Barbee con expresión compasiva—. Atractivo, pero no tan guapo como tú.

Josh no supo qué responder a eso, así que lo dejó pasar.

—Gracias por la información —Josh abrió la puerta y salió al aire fresco de la noche. Se detuvo en la acera y echó un vistazo a la calle. La vio al otro extremo de la manzana.

Estaba con su hermano junto a un Lincoln último modelo. Aunque tenía los brazos cruzados y la espalda tiesa como la de un soldado, no parecía inquieta. Una vez comprobado que estaba bien, los buenos modales le exigían que volviera dentro y respetara su intimidad. Pero algo lo inquietaba y había aprendido a fiarse de su instinto. Así que se apoyó en la pared y siguió observando a la pareja.

Su intención era mantenerse al margen. Pero cuando ella alzó la voz y el hombre de traje oscuro aferró su brazo, Josh corrió a su lado.

—Quítele las manos de encima —gruñó. Hermano o no, ningún hombre iba a amenazar a Stacie. No si Josh podía impedirlo.

El hombre se dio la vuelta, soltándola, y apretó los labios con disgusto.

Incluso si Josh no hubiera sabido que era hermano de Stacie, lo habría adivinado. Paul le sacaba una cabeza a su hermana y tenía el cabello un tono más claro, pero los ojos almendrados y la nariz griega clamaban a gritos su parentesco.

—No sé cómo serán las cosas en su tierra —dijo Josh—, pero aquí no maltratamos a las mujeres.

Paul achicó los ojos y Stacie se alejó un paso de él, acercándose a Josh. A él le pareció natural ponerle un brazo sobre los hombros, pero ella se zafó, dejando claro que esa batalla era suya.

—Dime que no estás rechazando la oportunidad de tu vida por un vaquero de medio pelo —Paul esbozó una sonrisa burlona, mirando a Stacie.

—Él no es la razón de que haya dicho que no —argumentó Stacie con voz serena—. Josh es un conocido, no un novio.

Josh se erizó al oír la definición. Era «un conocido» de la bibliotecaria, pero nunca la había abrazado ni sentido sus labios en los suyos.

—Entonces tu tozuda negativa no tiene sentido —Paul taladró a Stacie con la mirada—. ¿Por qué ibas a rechazar una oferta tan sensacional?

—Es lo que he estado intentando explicarte —dijo Stacie—. Pero no dejas de interrumpirme.

Josh disimuló una sonrisa. Hacía poco que conocía a Stacie, pero incluso él sabía que no se amilanaba fácilmente.

—Pues ahora te escucharé —Paul se cruzó de brazos.

Su lenguaje corporal no expresaba la más mínima intención de tener en cuenta una postura distinta a la suya, pero al menos su voz sonó conciliadora. Eso bastó para que los hombros de Stacie se relajaran y un destello de esperanza asomara a sus ojos.

—Nunca he querido trabajar en la América empresarial —dijo en tono suave—. No va conmigo.

—Estás licenciada en Empresariales —Paul centró toda su atención en ella—. Ese puesto te permitirá utilizar tus estudios y, además, estar cerca de nosotros.

Stacie abrió la boca, pero Paul siguió hablando.

—Ni siquiera tendrás que hacer una entrevista. El director ejecutivo es amigo mío y está dispuesto a contratarte basándose en mi recomendación.

—Paul… —Stacie alzó una mano, pero su hermano parecía dispuesto a llegar hasta el final.

—Mejor aún, como estás en paro, podrías empezar la semana que viene —se dio una palmadita en el bolsillo de la chaqueta—. Tengo dos billetes de vuelta. Puedes estar en casa mañana.

Josh sintió que se le helaba el corazón al pensar en la marcha de Stacie.

—No volveré a Ann Arbor —Stacie alzó la barbilla con determinación—. Ni mañana, ni en una semana, un mes o un año.

Para sorpresa de Josh, Paul no contestó de inmediato. Escrutó el rostro de Stacie largo rato.

—No te entiendo —dijo con la voz teñida de desilusión—. Allí tienes amigos que te echan de menos. Familia que te echa de menos. Y ahora te sirven un trabajo en bandeja de plata. ¿Por qué no consideras al menos la idea de volver?

A pesar de su brusquedad, el hombre parecía sincero y sus argumentos eran buenos. Josh miró a Stacie y vio que ella no había cedido en absoluto.

—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No quiero estar detrás de un escritorio —sus ojos llamearon y Josh habría jurado que le salía humo por la nariz. Parecía un toro a punto de embestir—. Sólo estudié Empresariales porque papá insistió.

—Papá quiere que tengas una buena vida. Un futuro seguro —su tono de voz indicaba que él era de la misma opinión—. Te quiere, Stacie. Todos te queremos. Y nos preocupamos por ti.

Stacie enarcó una ceja.

—Bueno, soy yo quien se preocupa —a Paul se le quebró la voz. Tardó un momento en recomponerse. Miró a Josh de reojo—. Envía al vaquero de vuelta al rancho. Esto es un asunto de familia.

Aunque a Josh no le hacía ninguna gracia escuchar esa conversación íntima, plantó los pies en el suelo. Se iría si se lo pedía Stacie.

—Él se queda —afirmó ella.

Paul cerró los ojos y resopló.

—Mamá y papá siempre han querido lo mejor para ti —repitió Paul, sonando totalmente sincero—. Todos lo queremos.

Stacie dio un paso hacia él y puso una mano en su brazo.

—El problema es que lo que creéis mejor para mí no es lo que yo deseo.

—¿Qué quieres hacer, hermanita? —los ojos de Paul destellaron con ira—. ¿Pasarte la vida paseando a los perros de otros? ¿Haciendo cafés en una cafetería? ¿O acaso quieres casarte con un vaquero y vivir en mitad de la nada?

Stacie apartó la mano y enrojeció como si la hubiera abofeteado. Si Paul había creído que la dureza y la manipulación iban a conseguir algo, sólo tuvo que mirar sus ojos para comprender que había perdido todo el terreno ganado.

—Me da igual lo que pienses de mis elecciones, Paul —su voz sonó fría como el hielo—. El que tenga objetivos diferentes, que quiera otras cosas de la vida no…

—Tú y Amber Turlington, siempre buscando el maldito edén —Paul apretó los labios, como si se esforzara por mantener el control.

La frase sonó como una maldición, pero Stacie no pudo evitar sonreír al oír ese nombre. Amber y ella habían sido amigas íntimas durante toda su etapa escolar.

—Amber y yo solíamos decir que éramos gemelas que habían sido separadas al nacer.

—Ella tampoco era feliz en Ann Arbor —dijo Paul con amargura—. Siempre quiso algo más. Y ya ves adónde la llevó eso.

—¿Adónde la llevó? —Stacie alzó la voz. No soportaba la arrogancia de su hermano—. Puede que la escuela de Los Ángeles en la que da clases no tenga renombre nacional y que no esté ganando una fortuna, pero cada día influye positivamente en la vida de sus alumnos.

—No lo has oído —afirmó él. La mirada vacía de Paul provocó a Stacie un escalofrío.

—¿Oído qué? —sabía que Amber y Paul seguían en contacto. Muchos años antes, Paul había deseado con desesperación casarse con su amiga. Aunque había seguido adelante con su vida y se había casado con otra mujer, Stacie sabía que Amber seguía ocupando un lugar especial en su corazón.

—Pensé que Karen y tú ya habríais hablado —un músculo se tensó en la mandíbula de Paul.

Karen era una de las hermanas de Stacie. Le había dejado varios mensajes la semana anterior, pero Stacie aún no le había devuelto las llamadas.

—Karen y yo no hemos hablado. ¿Ha tenido noticias de Amber?

—Amber ha muerto —el músculo de su mandíbula empezó a moverse espasmódicamente—. Un gamberro le pegó un tiro en el aparcamiento de la escuela.

Las palabras parecían llegar de muy lejos. Stacie sintió calor y luego frío. La imagen de Amber, pelo cobrizo, ojos verdes y perenne sonrisa, destelló en su mente. Se preguntó cómo podía estar muerta su amiga. Había sido la persona más vivaz que había conocido en su vida.

—No es verdad —Stacie movió la cabeza, intentando desterrar la imagen de Amber tendida en un charco de su propia sangre—. Te lo estás inventando. Quieres que vuelva y renuncie a mi sueño. Igual que querías que Amber renunciase al suyo por ti. Pero ella no lo hizo y yo no…

—Shh. Tranquila —Josh se acercó a ella y, esa vez, cuando le puso un brazo sobre los hombros, no lo rechazó.

—El funeral fue el jueves —dijo Paul con voz de cansancio infinito.

Stacie se tragó un sollozo. Parecía más fácil centrarse en su ira que en el dolor que le estaba partiendo el corazón en dos.

—¿Por qué no me avisaste? —su voz sonó aguda, estridente casi—. Habría ido. Era mi amiga. Mi mejor amiga.

—Karen y yo te dejamos mensajes pidiéndote que telefonearas. No podía dejar una noticia como ésa en el buzón de voz —respondió Paul.

Stacie sintió una oleada de remordimiento y vergüenza. Se apoyó en Josh, sacando fuerzas de su apoyo. Había hecho mal acusando a Paul. La culpa era suya por no haber devuelto las llamadas. Había retrasado el momento porque siempre que hablaba con él o con Karen, al colgar se sentía como una fracasada. En consecuencia, los padres de Amber seguramente pensaban que su amiga no le importaba lo suficiente como para ir al funeral.

—No puedo imaginar lo duro que debe de ser esto para su familia.

—Yo sé bien cómo se sienten —dijo Paul—. Por eso estoy aquí. Te quiero, Stacie. Quiero asegurarme de que no te ocurra lo mismo que a Amber.

El sol de media mañana atravesaba los visillos de encaje de la ventana de la cocina y el olor a café recién hecho se respiraba en el aire. Stacie miró su humeante taza de café, aún perturbada por los acontecimientos de la noche anterior.

Alzó la vista y vio que Lauren y Anna la contemplaban, esperando que acabara su historia.

—Convencí a Josh de que mi hermano me traería a casa sana y salva. Paul y yo pasamos un par de horas hablando, llorando y hablando otra vez. Durmió tres o cuatro horas y luego condujo de vuelta a Billings para tomar su vuelo.

Aunque Paul y ella estaban en desacuerdo sobre la mayoría de los temas, ambos habían querido a Amber. Stacie sintió que las lágrimas le quemaban los ojos, pero parpadeó para contenerlas. Nunca le había gustado llorar en público, incluso si, como era el caso, el «público» eran sus amigas.

Anna, pensativa, con la bayeta en la mano, dejó de limpiar la encimera y miró a su amiga.

—Sigo confusa. Tu hermano quería que volvieras a casa porque una amiga de instituto falleció. No lo entiendo.

—Yo sí —Lauren dio un mordisquito a su sándwich de huevo—. Amber buscaba su edén y murió. Stacie está haciendo lo mismo y a Paul le preocupa que pueda ocurrirle algo.

—Eso no tiene sentido —Anna dio una pasada a la encimera—. Stacie está en Montana, no en la gran y malvada ciudad de Los Ángeles.

—Su hermano ha perdido a alguien a quien amaba —Lauren dio unos golpecitos en la mesa con el dedo—. Al ver que Stacie no respondía a sus llamadas, sintió pánico y temió que a ella también le hubiera ocurrido algo.

—Ya ha comprobado que no —Stacie dejó escapar una risita seca. Se trataba de reír o de echarse a llorar—. ¿Cuántas mujeres tienen su perro guardián personal?

Lauren le lanzó una mirada interrogativa.

—Josh vino a buscarme —explicó Stacie—. No estaba seguro de que Paul fuera de confianza.

—Bienvenida al mundo del Viejo Oeste —Anna sonrió—, donde los hombres creen que todas las mujeres necesitan su protección.

—Fue muy tierno de su parte —admitió Stacie—, teniendo en cuenta que apenas nos conocemos.

Lauren se atragantó con su sándwich y Anna soltó un resoplido muy poco femenino.

—¿Qué pasa, chicas? —Stacie las miró con el ceño fruncido.

—Por favor —dijo Lauren—. Anoche vi cómo os mirabais y cuánto os apretabais al bailar. Sólo habría conseguido mejor publicidad para mi investigación si hubierais estado desnudos y haciéndolo en el suelo.

—Oh, Dios mío, Lauren —la carcajada de Anna resonó por la habitación—, eres terrible.

—Bueno, pero ésa fue nuestra última cita —Stacie, ruborosa, tomó un sorbo de café.

—¿Por qué? —preguntó Anna—. Yo vi química.

—Montones de química —añadió Lauren con una sonrisa traviesa en los labios.

—Josh y yo decidimos en la primera cita que no éramos… —Stacie hizo una pausa. Decir que no eran buena pareja sería una crítica a la investigación de Lauren—. Que aunque nos llevamos muy bien, no buscamos lo mismo en la vida. Un caso parecido al de Amber y Paul.

—Podría volver a introducirte en el sistema —ofreció Lauren—. Emparejarte otra vez.

Stacie negó con la cabeza. Hablar con Paul de sus sueños había reforzado su deseo de encontrar su edén personal. Paul había creído que enterarse de lo de Amber la llevaría a volver corriendo a Ann Arbor, pero había tenido el efecto opuesto.

Independientemente de lo que pensara su hermano, Amber había sido feliz en Los Ángeles, en un sentido en el que nunca habría podido serlo en Ann Arbor. Stacie tampoco sería feliz hasta que no encontrara su propósito en la vida.

Lauren no intentó hacerle cambiar de opinión. Pinchó un trozo de tarta de café.

—Recuérdame que te dé el cuestionario post-cita a la vuelta de la iglesia.

—¿Vas a ir a la iglesia? —los ojos azules de Anna chispearon—. ¿Después del comentario que acabas de hacer sobre Stacie y Josh en el suelo?

—Es su penitencia —dijo Stacie, incapaz de controlar el burbujeo que sintió al pensar en Josh y ella sobre el suelo… desnudos.

—Le prometí al pastor Barbee que estaríamos allí y soy una mujer de palabra —dijo Lauren, muy digna—. El servicio religioso empieza a las once.

—No cuentes conmigo —Anna se sentó—. Necesito un descanso de la gente de Sweet River.

—Déjate de rollos —protestó Lauren—. Cada vez que te miraba anoche, sonreías de oreja a oreja.

—Lo pasé bien —admitió Anna—. Pero crecí aquí. Sé cómo es esto y no permitiré que vuelvan a incluirme en el rebaño. El instinto de supervivencia me obliga a mantener las distancias.

—A mí también —dijo Stacie, consciente de que si no lo hacía, podía acabar en la cama con un vaquero desnudo.

—Bueno, pues podéis empezar a mantener las distancias mañana —declaró Lauren—. La iglesia organiza una subasta de comidas para recaudar fondos después de misa y las tres estamos inscritas.

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