Читать книгу Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller - Страница 8
Capítulo 4
ОглавлениеSALTAD hacia arriba y no volváis a bajar, a vuestra bonita chica tenéis que hacer girar».
Stacie giraba y sus botas rosas se deslizaban por el suelo cubierto de serrín. Jadeaba y el corazón le bailaba en el pecho.
La enorme estructura de madera que alojaba el Centro Cívico de Sweet River estaba llena a rebosar. La pista de baile, llevada especialmente para la ocasión, ocupaba un tercio del edificio. El resto estaba lleno de mesas decoradas con manteles de cuadros blancos y rojos. Cestas de cacahuetes hacían la función de centros de mesa.
La comida preparada por las mujeres de la comunidad estaba en largas mesas, junto a la pared del final, al lado de los barriles de cerveza.
Aunque muchas de las parejas más jóvenes habían abandonado la pista de baile cuando el maestro de baile de cuadrilla subió al podio, Stacie y Josh se habían quedado. Ella se ajustó el sombrero vaquero de Josh durante el cuadro del Paseo, con los labios curvados por una sonrisa.
Su empeño había sido no cubrirse la cabeza. Pero cuando Josh le puso su Stetson, declarando que era la vaquera más bonita que había visto en su vida, fue incapaz de quitárselo. Y cuando se inició el baile de cuadrilla y él le pidió que lo intentara, no había tenido corazón para negarse.
Sorprendentemente, Stacie estaba disfrutando con la experiencia. Pero no había imaginado lo agotador que podía ser ese tipo de danza. El ritmo rápido de doble paso del baile country ya le había resultado difícil, pero lo que estaba haciendo en ese momento, girar a la izquierda durante lo que parecía una eternidad, le había desbocado el corazón y quitado el aliento.
Cuando acabó el cuadro y el maestro de ceremonias empezó de nuevo, Stacie miró a Josh y negó con la cabeza. Inmediatamente, una pareja mayor ocupó su lugar. Era casi medianoche, pero la fiesta no daba muestras de ir a decaer.
Stacie se adentró entre las mesas y se apartó justo a tiempo para evitar que un vaquero borracho chocara contra ella. Josh le rodeó los hombros con un brazo, protegiéndola con su cuerpo. Lanzó al tipo una mirada fulminante.
—Mira por dónde vas, Danker. Casi chocas con la señorita.
Danker, que debía de pesar ciento treinta kilos, se detuvo y se dio la vuelta. A Stacie nunca le habían gustado los hombres demasiado grandes y fornidos, su tamaño la inquietaba. Pero ése no lo hizo. Con los ojos de un color marrón chocolate y el cabello rizado, parecía un osito de peluche.
Un enorme osito de peluche muy borracho.
—¿Qué he hecho? —los ojos vidriosos intentaron enfocar—. Ah —miró de Josh a Stacie y una enorme sonrisa dividió su rostro en dos—. ¿Es ella? ¿Tu nueva chica?
—Es Stacie Summers —dijo Josh. Después pasó a presentar a Wes Danker.
Explicó que Wes criaba ovejas en un rancho situado a unos treinta kilómetros del suyo. Cuando mencionó que Wes acababa de regresar a Sweet River tras pasar una época trabajando como corredor de bolsa en Wall Street, Stacie no pudo ocultar su sorpresa.
—Necesito otro trago —bramó el hombre, concluyendo con un sonoro eructo.
—Dime que vas a pasar la noche en el pueblo, hasta dormir la borrachera —exigió Josh, achicando los ojos.
—Podría dormir contigo —la expresión de Wes se iluminó al mirar a Stacie—. Si me dejas.
—Eso no va a ocurrir —los ojos azules de Josh se transformaron en rayitas plateadas bajo la luz.
—Era broma —Wes soltó una carcajada—. Sé que es tuya—se puso serio—. Ojalá yo tuviera una mujer.
—Por eso tienes que rellenar el cuestionario —comentó una voz conocida. Seth se abrió paso entre la gente y se situó junto a Wes—. Te lo dije, amigo. Necesitas una mujer. Haz el cuestionario.
—Lo más probable es que no consigan emparejarme —Wes le quitó dos vasos de plástico llenos a un hombre que pasaba por allí. Dio un gran trago a uno y luego al otro.
El vaquero cuyas cervezas acababa de robar se rió y siguió andando.
—No lo sabrás si no pruebas —Seth miró a Stacie y a Josh—. Mira a Collins. ¿Quién habría pensado que él conseguiría pareja?
—Eh —Josh dio un empujón a Seth—. Cuidadito.
—Quiero una tan guapa como ella —dijo Wes mirando a Stacie, como si estuviera pidiendo una ración de patatas bien fritas.
Ella tuvo la sensación de que el brazo de Josh se tensaba sobre sus hombros.
—Ve a casa de Anna mañana y rellena un cuestionario —Seth le dio una palmada en la espalda—. Hará cuanto pueda por ti.
—Vale —Wes terminó la cerveza de la mano derecha y estrujó el vaso de plástico—. Tengo que ir a vaciar la vejiga.
—No me lo imagino en Wall Street —dijo Stacie, conteniendo la risa que burbujeaba en su garganta.
—Se le daba muy bien. Ganó montones de pasta —dijo Josh con una sonrisa.
—Pues parece que rellenará el cuestionario —Stacie miró a Seth con admiración—. ¿Te han dicho alguna vez que se te da muy bien reclutar?
—Aún no he terminado —Seth le guiñó un ojo y después miró a un grupo de vaqueros que había en una mesa cercana—. Con cinco más cumpliré mi cuota —se alejó de ellos sin decir nada más.
—Espero que Wes encuentre a alguien —dijo Josh, pensativo—. Aunque no sea su mejor noche, es un buen tipo. Le resultó muy duro regresar para ocuparse del rancho cuando su padre enfermó. Sé que se siente solo.
El corazón de Stacie se conmovió por el dulce gigante. En dos semanas había descubierto que lo que les decía Anna a Lauren y a ella era cierto: no había suficientes mujeres para todos. Esa noche los hombres las triplicaban en número.
—Seth está esforzándose para ayudar a formar parejas —murmuró Stacie mientras Josh la conducía hacia una mesa alejada de la pista—. Por encima de lo que se esperaba de él.
—Quiere mucho a su hermana —Josh apartó una silla para Stacie y se sentó en la contigua.
Ella pensó que, sin duda, Josh era el hombre más guapo de toda la sala. Inhaló profundamente y sintió un cosquilleo en el corazón. Además olía de maravilla. El aroma especiado de su colonia le aceleraba el pulso.
—Le hace feliz que haya vuelto a Sweet River —añadió Josh.
—Mis padres y hermanos también se alegrarían si yo volviera a Ann Arbor —comentó Stacie con ironía—. Es difícil dirigir mi vida a distancia.
Josh acercó la cesta que había en el centro de la mesa, agarró dos cacahuetes y le ofreció uno.
—No recuerdo que mencionaras a tu familia la otra tarde —comentó.
—Alégrate —susurró Stacie en tono lúgubre—. Alégrate mucho.
Josh no se echó a reír ni cambió de tema, a diferencia de lo que ella esperaba. La miró fijamente y rompió la cáscara del cacahuete.
—Entiendo que no os lleváis bien.
—Yo no diría eso —Stacie intentó mantener un tono de voz ligero. Nunca había querido ser una de esas personas que se quejaban de su vida o de su horrible infancia. Podría haber sido mucho peor. Además, tener aspiraciones elevadas para un hijo no podía considerarse maltrato—. Todos han triunfado. Yo soy la proverbial oveja negra.
—Creer que tu familia no respeta y valora la persona en la que te has convertido debe de ser doloroso —Josh buscó su mirada con los ojos.
—Su opinión no me molesta —se le había hecho un nudo en la garganta al oír el tono compasivo de Josh—. Al menos, la mayor parte del tiempo.
Para evitar su mirada, Stacie agarró un puñado de cacahuetes. Peló uno y se lo metió en la boca. Cuando sus ojos volvieron a encontrarse, Stacie había controlado sus emociones.
—Además, probablemente tengan razón.
—No puedes creer eso.
—A veces sí —Stacie titubeó. No quería mentir, pero tampoco abrirle su alma—. Otras me digo que lo único que ocurre es que yo no defino el triunfo de la misma manera que ellos.
—Eso me ocurría a mí en la universidad —la mirada de Josh se perdió en la distancia—. La mayoría de mis compañeros querían ganar dinero. Yo sólo quería volver aquí y ser ranchero.
—Eso mismo quiero yo —hizo una pausa y se echó a reír al ver su mirada de asombro y analizar lo que había dicho—. No. No quería, ni quiero, ser ranchero. Quiero ser feliz haciendo el trabajo de mi vida. Pero, a diferencia de ti, aún no he encontrado el camino hacia mi edén.
Sorprendentemente, Josh no se rió. Si acaso, su expresión se tornó aún más seria.
—Si pudieras hacer cualquier cosa, ¿qué harías?
Parecía interesado de verdad. Por desgracia, a lo largo de los años ella había descubierto lo peligroso de compartir sus sueños. Sabía que la mayoría de los hombres estarían encantados de dirigir su vida si ella lo permitiera. Sin embargo, Josh no parecía ser de ésos.
—Vamos, dímelo —la animó Josh, como si percibiera su debate interno—. Sé guardar un secreto.
Tal vez el calor y el baile le habían recalentado el cerebro. O quizá fuera que Josh entendía que el dinero no lo era todo. O las cervezas que había bebido le habían soltado la lengua. Pero el caso era que decidió compartir su sueño con él.
—Tendría una empresa de catering y crearía platos divertidos. Nada me gusta más que las fiestas, cocinar y ser creativa. Poder hacer eso a diario sería… increíble.
Sintió un anhelo tan intenso que se quedó sin aire. Creía haber enterrado su sueño, pero hacía falta muy poco para avivar el rescoldo.
—A juzgar por la cena que hiciste la otra noche, creo que tendrías mucho éxito —afirmó él. El tono sincero de su voz la reconfortó—. Aunque me imagino que tendrías que vivir en una gran ciudad para tener suficientes clientes para sobrevivir.
—Hice un plan de negocio hace varios años —Stacie se sonrojó, avergonzada sin saber por qué. Aunque sólo había estudiado Empresariales para complacer a su padre, tenía que admitir que parte de lo aprendido resultaba útil a veces—. Las conclusiones me sorprendieron.
—¿Qué descubriste? —Josh enarcó una ceja.
—Que no tendría que ser una ciudad como Nueva York o Los Ángeles. Ni siquiera una del tamaño de Denver —contestó Stacie—. Una ciudad de doscientos mil habitantes sería suficiente.
Una mirada que Stacie no pudo interpretar cruzó los ojos de Josh. Desapareció rápidamente.
—En esta parte del mundo tendrías que sumar las poblaciones de Billings, Missoula y Great Falls para pasar de doscientos mil habitantes.
—Vaya. No suponía que esas ciudades fueran tan pequeñas —dijo ella—. Es…
—Stacie, tienes que venir conmigo —Lauren se acercó a la mesa, perfecta para el ambiente con sus Wranglers ajustados y el sombrero vaquero.
La misión de Lauren esa noche era alternar y pasar el mayor tiempo posible en la pista de baile. Había animado a Anna y a Stacie a hacer lo mismo, alegando que sería buena publicidad.
Pero si Lauren pretendía arrastrarla de nuevo a la pista, no lo conseguiría. A Stacie le dolían los pies y estaba disfrutando demasiado de su conversación con Josh.
—Ahora estoy ocupada.
—Esto no puede esperar. Más bien, tu hermano se niega a esperar —miró a Stacie, a Josh y de nuevo a Stacie—. Insiste en hablar contigo ahora.
Stacie clavó los dedos en la manga de Josh. Paul la llamaba con regularidad, normalmente para hablarle de alguna oferta de empleo que creía adecuada para ella. Pero dedicaba los sábados por la noche a su familia. No interrumpiría una velada con su esposa e hijos para llamarla. Y tampoco tenía sentido que hubiera llamado a Lauren. A no ser que fueran malas noticias y supiera que iba a necesitar el apoyo de su amiga.
Le estremeció pensar que pudiera haberle ocurrido algo a uno de sus progenitores. Su relación con ellos era tensa, pero los quería muchísimo. Se levantó de un salto.
—¿Te ha dicho qué ha ocurrido?
Percibió más que ver a Josh situarse a su lado y rodear su cintura con un brazo, dándole apoyo.
—Paul no está al teléfono —explicó Lauren—. Está aquí, en Sweet River. Voló a Billings y condujo directo aquí. Te espera en la entrada.
—¿Por qué iba a venir hasta aquí para darme malas noticias? —las piezas del rompecabezas no encajaban en la mente de Stacie.
—No sé por qué, pero no es para eso —le aclaró Lauren, captando su preocupación—. Le pregunté por la familia y dijo que todos estaban bien.
Stacie soltó el aire que había estado conteniendo y cerró los ojos. Dio gracias a Dios.
—¿Por qué crees que ha venido? —preguntó Josh.
—No tengo ni idea —Stacie cuadró los hombros y miró a Lauren—. Llévame a su lado.
—Te acompañaré —se ofreció Josh.
—No —sonó más duro de lo que ella había pretendido. Suavizó la respuesta con una sonrisa—. Gracias, pero no.
Lo último que deseaba era someter a Josh a los modales imperiosos de Paul, o que su hermano se hiciera una idea equivocada de su relación con él.
—¿Estás segura? —frunció el ceño y la miró dubitativo.
—Segurísima —Stacie se quitó el sombrero y se lo devolvió—. Gracias por prestármelo.
Josh aceptó el sombrero, pero no se lo puso.
—No entiendo por qué ha venido aquí.
—Yo tampoco —dijo Stacie, intrigada—. Pero voy a averiguarlo.