Читать книгу El caso Mata-Hari - Lionel Dumarcet - Страница 11
Capítulo 2
De una vida de ensueño a una vida soñada
Tristezas exóticas
ОглавлениеPodemos imaginar fácilmente la emoción que producía en Margaretha la idea de ese largo viaje. La atracción por lo desconocido, por la distancia, y la seducción de los aromas exóticos provocaron en el espíritu imaginativo de la futura bailarina una intensa excitación. Pero la realidad iba a ser otra muy distinta. Cuando llegaron a Java, el capitán Mac Leod y su familia se instalaron en Ambarawa, en el centro de la isla. Poco después se marcharon a Tompoeng, donde Margaretha dio a luz su segundo hijo, una niña llamada Jeanne Louise. El nuevo bebé fue apodado Non, del malayo nonah, «niña».
En diciembre de 1898, Mac Leod recibió la orden de desplazarse a Medan, en la costa de Sumatra. La distancia del puesto le obligó a dejar a su familia, hecho que, conociendo su carácter y su actitud posterior, no le molestó en absoluto.
Esta marcha repentina, que debía durar en principio unas semanas, se convirtió en un abandono de varios meses. Confiados a la protección del administrador del gobernador, el señor Van Rheede, Margaretha y sus hijos se quedaron sin dinero pero eran copiosamente informados a través de misivas regulares tan largas como talentosas, dado que Rudolph Mac Leod escondía bajo su apariencia grosera un arte epistolar realmente destacable. De hecho, y por suerte para los historiadores, conservaba copia de cada una de sus cartas, aunque algunas se extendían a más de treinta páginas. Desde Medan escribía a su esposa:
Es algo sorprendente ver esta ciudad con sus edificios de varios pisos y sus calles en perfecto estado: tienen iluminación eléctrica, bellos tokos (almacenes) que superan a los de Batavia, bonitos coches tirados por magníficos caballos… Tuvieron que matar 739 perros en dos días debido a una epidemia de rabia.
Mac Leod, que no hacía nada para que su familia se desplazara allí, iba cediendo poco a poco a los celos. En una ocasión, después de leer una carta donde la demasiado cándida Margaretha evocaba sus inocentes encuentros en un atardecer, él contestó, furibundo:
¿Quién diablos es este teniente de marina del cual me hablas en tu carta, ese que ha fotografiado a los niños? ¿Y qué es lo que ha venido a hacer a Tompoeng? Tú nunca explicas cosas de este tipo, Greet, y debes comprender perfectamente que, cuando yo leo estas cosas, me pregunto: ¿quién es este tipo y qué viene a hacer en Tompoeng? Tiene gracia, saltas de golpe de las costumbres marinas de Jan Pik y de la naturaleza afectuosa de Fluit a hablar de este teniente, ¡y después ni una palabra más sobre el tipo!
La enorme diferencia de carácter entre los dos miembros de la pareja hacía mella lentamente en su camino. Aunque se encontraba muy lejos de su familia, Mac Leod reinaba a distancia (o al menos así lo creía) en su pequeño mundo. En cuanto a Margaretha, poco a poco iba distanciándose de él y liberándose, también poco a poco, de la tiranía doméstica de su veleidoso marido.
Aunque todavía no se había manifestado, el desacuerdo entre ellos era total. Él deseaba una mujer de su casa, sumisa y que se preocupara poco por sus desenfrenos. Ella, en cambio, se abría a la libertad y soñaba con un gran mundo.
Y en lo que se refiere a las extravagancias, ¡ella le superaría muy pronto! Chocó rápidamente en el reducido microcosmos de la colonia por ir vestida a la moda indígena y dejarse arrullar por evocaciones en las que el colono medio no veía más que supersticiones y vanas argucias.
Para colmo Mac Leod, que seguramente le era infiel, soportaba cada vez peor que su joven esposa, sencilla e inocentemente coqueta, hiciera girar a la gente a su alrededor mucho más de lo debido. Estaba celoso y en mayo de 1899 decidió que su familia fuera hasta donde él estaba. Pero en lugar de apaciguar el mal, el acercamiento amplificó los conflictos. El 27 de junio, el pequeño Norman sufrió un envenenamiento que hizo estallar lo inevitable. Este acto criminal no fue nunca esclarecido, aunque se plantearon muchas hipótesis.
Para unos fue la brutalidad de Mac Leod la causante del drama; para otros, su concupiscencia. En la primera versión, el oficial hostigó al novio de la cuidadora de los niños, quien se vengó intentando envenenarlos. Según la otra versión, los pequeños Mac Leod fueron víctimas de la venganza del amante indígena de la cuidadora, que se veía forzada a soportar los asaltos desconsiderados de su amo. Norman murió a pesar de los esfuerzos de los médicos holandeses.
Con la muerte del pequeño, la ruptura entre los esposos se hizo evidente. Mac Leod acusaba a su mujer de negligencia y Margaretha ya no podía soportar los actos violentos de su marido. Se mudaron a Java, al pueblo de Banjoe Biroe, de atmósfera irrespirable, y esto no hizo más que empeorar la situación. Mac Leod estaba insoportable e incluso, cuando la esposa que él apodaba Greet sufrió en marzo de 1900 una terrible fiebre tifoidea, sólo se preocupó por los gastos de hospitalización.
El 2 de octubre de 1900, Mac Leod, que ya no esperaba alcanzar el grado de teniente coronel, se retiró de la armada y decidió instalarse cerca de Bandoeng. Tal vez se imaginó disfrutando de un retiro bien merecido. El clima era agradable y la vida barata. El problema, en realidad, era no poder contar con Mata-Hari como la mujer sumisa que él quería. Los esposos Mac Leod habían llegado a ese punto en que el odio del día a día hace que la separación sea inevitable. Cualquier nadería se convertía en pretexto para el altercado. Una noche, mientras bailaba, Margaretha saludó a su marido con un amigable «¡hola, querido!», al que Mac Leod respondió con un «¡vete al infierno, sucia puta!».
Se insultaban duramente todos los días. El oficial retirado trataba a su esposa de «perversa insoportable», «tonta» y dotada de «la naturaleza totalmente depravada de un canalla».
Margaretha, por su parte, acusaba al marido de crueldad, avaricia y adulterio. Siendo ya Mata-Hari la gran sacerdotisa del desnudo europeo, declaró con énfasis que su marido estaba siempre tan celoso que la amenazaba muchas veces con desfigurarla para que nadie pudiera fijarse en ella. Una situación aún más dramática se produjo una noche cuando su marido, «obedeciendo un impulso feroz, me arrancó de un mordisco el pezón izquierdo y se lo tragó. Por esta razón no he enseñado a nadie, desde entonces, mi torso completamente desnudo».
Estas fantasías completamente mataharianas, de las que volveremos a hablar, no deben hacernos olvidar el contexto de la época. Paradójicamente, en la querella que la enfrentó durante largo tiempo a su esposo, no parece que Margaretha estuviera en desventaja.
Un médico que los visitaba dijo incluso que, durante el año y medio que él había estado en relación con los Mac Leod, la conducta de la señora Mac Leod, a pesar de los violentos insultos que sin remedio tenía que soportar en público por parte de su marido, fue siempre perfectamente correcta. Añadió que incluso había llegado a pensar que «Margaretha Zelle habría podido ser una esposa perfecta y una buena madre si su marido hubiera sido un hombre más equilibrado y más sensible. Su boda con Mac Leod, hombre irritable y encolerizado, estaba condenada al fracaso».
La suerte estaba echada. Margaretha, perdida por el campo javanés, soñaba tanto con París que su marido le dijo un día: «¡Dios mío, si deseas tanto ir a París no tienes más que largarte y dejarme tranquilo!».
A pesar de todo siguieron juntos, y en marzo de 1902 el matrimonio Mac Leod viajó a Europa, no para ir a la capital francesa sino para instalarse en Amsterdam. Poco tiempo después, Rudolph abandonó el domicilio conyugal y Margaretha aprovechó la ocasión para pedir la separación, que se dictó en agosto de 1902, otorgándole una pensión mensual de cien florines y la custodia de su hija. Estas cláusulas nunca fueron respetadas por Mac Leod, de manera que Margaretha se decantó pronto por una vía poco ordinaria.
Sin embargo, volvió a Europa más marcada que nunca por su estancia en las Indias y, pese a los recuerdos oscuros, se forjó un pasado exótico, a su gusto, al que ningún periodista digno de ese nombre se supo resistir.