Читать книгу El caso Mata-Hari - Lionel Dumarcet - Страница 5
Capítulo 1
Se perfila el ambiente
Autobiografías de una mitómana
ОглавлениеCinco días después de su triunfo en el museo Guimet y de su entrada estruendosa en el París mundano, La Presse hace un intento de biografía:
Ha bailado con velos, una placa en los pechos y casi nada más. Nació en Java, creció en esta tierra de fuego y recibió de ella una soltura y un encanto mágicos, pero su cuerpo poderoso es un claro producto de Holanda. Ninguna mujer había osado, después de estremecimientos de éxtasis, quedarse así, sin velos que la cubrieran ante la mirada de los dioses. ¡Y con qué hermosos gestos, tan osados y castos a la vez! Ella es Absaras, la hermana de las ninfas, de las ondinas, de las valquirias y de las náyades, creada por Indra para la perdición de los hombres y de los más sabios. Mata-Hari no baila sólo con sus pies, sus ojos, sus brazos, su boca, sus uñas pintadas de color carmín. Ninguna atadura molesta la comprime, puesto que Mata-Hari baila con sus músculos, con su cuerpo entero. Pero el dios presente ensordece ante la ofrenda de su belleza y de su juventud, y ella aún da más: su amor, su castidad y, uno a uno, sus velos, símbolos del honor femenino, que van cayendo a los pies del dios. Sin embargo, Siva es inflexible, quiere jugar con ventaja. Entonces la Devidasha se acerca (un velo más, el último) y de pie, con su valiente y victoriosa desnudez, ofrece al dios la pasión que la devora. En cuclillas, las nautsch, salvajes dentro de sus vestidos oscuros, la excitan profiriendo terribles gritos de «¡Stâ! ¡Stâ! ¡Stâ!», mientras la sacerdotisa, jadeante, enloquecida, cae a los pies del dios y sus compañeras la cubren con un velo de oro. Entonces, Mata-Hari, sin vergüenza alguna, se levanta graciosamente, tapada tan sólo por el velo sagrado y, dando gracias a Siva y a los parisinos, se aleja envuelta en una tempestad de aplausos.
Mata-Hari, todavía con las dudas de la debutante, destila con cuentagotas la información concerniente a su vida y a su arte. Poco después no muestra ya tanto pudor. Cuando es entrevistada por Paul Hervier, le explica cándidamente:
Nací en las Indias, y viví allí hasta los doce años. Mis recuerdos de la infancia son muy precisos. Recuerdo los hechos más insignificantes de esa civilización tan distinta a la vuestra. A los doce años, vengo a Wiesbaden y me caso. Y, con mi esposo, oficial holandés, vuelvo para vivir un tiempo en mi país natal. En ese momento ya soy una mujer y mis ojos vuelven a encontrar con alegría las visiones de antaño.
Los rumores o quizá su propio interés amplifican aún más ese exotismo de papel glaseado y rápidamente se divulga que «nació en algún lugar del sur de la India, sobre las costas de Malabar, hija de un padre brahmán y de una madre bailarina. Encerrada en una sala subterránea del templo de Kanda Swany, fue iniciada desde la infancia en los ritos santos de la danza. Después, la gran maestra de las bailarinas, viendo en ella un caso excepcional, decidió consagrarla a Siva y, ante los altares de la fecundidad, decorados con guirnaldas de jazmín, la noche de la Sakty Poudja de primavera le reveló los misterios del amor y de la fidelidad».
DEVADASI
Esta palabra significa «joven esclava de Dios» o «sirviente de la Divinidad» y designa una categoría específica de bailarinas del sur de la India. Esta institución, que ya funcionaba en la Edad Media, ponía a disposición de los dioses hindúes chicas jóvenes educadas en el entorno del templo o niños consagrados a las divinidades desde temprana edad, que se encargaban de distraer a los dioses mediante la danza y el canto. Aunque al principio no tenían más que un papel simbólico, parece que con el tiempo las bailarinas se fueron asimilando más o menos a las prostitutas.
En ciertos grandes entornos arquitectónicos se contaban centenares de devadasi (llamadas devidasha en el resumen publicado en La Presse).
Este sistema fue abolido por los británicos en 1925.
París hace un oráculo de este precioso delirio. A partir de ese momento, la gran sacerdotisa de la desnudez sagrada puede seducir, sin herir y bajo la cobertura de la religión, a todos los bellos espíritus de la capital, algunos demasiado crédulos, y a ciertos aventureros de la carne con ambiciones más que sospechosas.
La hermosa Lady Mac Leod no se detendrá ahí. En 1906, cuando se encuentra instalada en Viena, propone una nueva versión de su autobiografía evolutiva. Declara a los periodistas, siempre ávidos de noticias frescas sobre ella:
Mis padres eran holandeses, pero mi abuela fue la hija de un príncipe javanés, por eso corre por mis venas auténtica sangre hindú.
Java y la India son alegremente confundidas, los malayos y los indios mezclados tranquilamente. No importa, en 1908 resulta que «ha nacido en Java, en medio de la maravillosa vegetación tropical».
En 1912, durante una estancia en Italia, se hace una nueva revisión de su vida, esta vez demasiado irreal. Según esta versión, Mata-Hari es la descendiente de una antigua familia de militares que vivieron en las Indias holandesas. Su abuela, hija de una regente de la isla de Madura, fue la primera de la familia en casarse con un oficial; también lo hizo la madre, por esa razón nació en Java la bailarina. Huérfana a la temprana edad de doce años, recibió una educación internacional antes de sucumbir al encanto de un seductor militar.
En 1914, ya no dice que fue el bisabuelo sino el abuelo quien gobernó en la isla de Madura. Indonesia queda, a pesar de todo, honrada por su infancia, que está mecida por «liturgias eróticas». Una nota de budismo, un esposo más escocés que nunca y la revista Vogue divulgando la leyenda de «aquella que trae las danzas sagradas al Occidente no iniciado».
El último retoque a su biografía se da en Berlín el 23 de mayo de 1914.
Ese día, Mata-Hari convoca a la prensa en el Hotel Cumberland. De ahí saldrá un diálogo donde se mezclan lo dramático y lo increíble.
¿Sigue casada Lady Mac Leod con su esposo, descendiente de un antiguo clan escocés?
Lo peor ya ha pasado. Parece que han vivido en Java una historia terrible. Nadie sabe con exactitud lo que ha pasado. Lo único seguro es que su esposo ha matado a uno de sus amigos y que se han divorciado de inmediato.
¿Muerto en duelo? No, en duelo no, asesinado a sangre fría, en su presencia. Ella misma resultó herida en la espalda, pero parece que no fue grave. En cualquier caso, puede bailar.
Y bailará. La danza es su vida. Al menos así lo cree ella y así lo proclama, aunque su espectáculo sea a veces demasiado intermitente para ser un completo objeto de devoción, y aunque ella sea demasiado enamoradiza, demasiado cortesana para ser sólo una bailarina.
No obstante, su comienzo es fulgurante. El mundo queda completamente subyugado. Los hombres forman tumultos y se atropellan para verla. De este modo, la mujer fatal va ganando terreno a la artista, aunque las dos tienen la misma capacidad para multiplicar sus vidas.
Encerrada en su personaje, Mata-Hari cree rápidamente todo lo que inventa y persuade a sus interlocutores. Además, la naturaleza la ha dotado de un físico «que mezcla todos los rasgos, con cierta inclinación hacia su Holanda natal».
Sin embargo, Mata-Hari no se parecía en nada a una holandesa típica. En realidad, su cabello negro azabache no habría desentonado entre una muchedumbre india, y su piel, demasiado mate para ser la de una bátava, le habría podido otorgar los títulos de nobleza de una brahmán en cualquier provincia del subcontinente indio. Por otro lado, no puede ocultar su calidad de mujer occidental. No duda en desvelar sus encantos para triunfar profesionalmente, pero también sabe reconocer el momento idóneo para brillar en sociedad. Con Mata-Hari, la seducción no se reduce a la escena: dentro del microcosmos parisino, ser el blanco de numerosas habladurías le proporciona grandes éxitos. Un periodista de La Presse explica:
Después del espectáculo, Mata-Hari, vestida ya con un elegante traje de noche, se une al público y, jugando con una marioneta javanesa, la wajong que tiene en sus manos, narra con gran encanto el drama prehistórico de Adjurnah.
Precisamente en estos casos, la educación que recibió en Leeuwarden, su verdadera educación, daba sus frutos. En ese París mundano, la lasciva bailarina no podía evitar que centellearan miles de fuegos, solapando mediante una conversación cuidadosa, y muchas veces pintoresca, el problema que podía suponer el atractivo de un cuerpo excesivamente desvelado en una sociedad tan pudorosa, sobre todo para las mujeres. En cuanto a los hombres, se decantaban por el amor y solían encontrar en la seductora bailarina respuestas favorables a sus súplicas.