Читать книгу El caso Mata-Hari - Lionel Dumarcet - Страница 13
Capítulo 3
ОглавлениеHa nacido una estrella
El camino estaba ya trazado. Lo único que le hacía falta ahora era un nombre artístico. Y también en esta cuestión se revelaba lógico y juicioso utilizar el recurso de Oriente. La estancia de Margaretha en Indonesia, su curiosidad insaciable y su capacidad para familiarizarse con el medio indígena le permitieron, sin duda, adquirir nociones de la lengua malaya.
Éxito triunfal
En todas las lenguas existen palabras de referencia que se convierten, a la larga, en una total banalidad, incluso para las personas de habla extranjera. El Sol, Mata-Hari, «el ojo del día» en malayo, pertenece indudablemente a esta categoría de palabras.
Waagenar ha podido establecer que, mucho antes de su retorno a Europa, Margaretha Zelle había utilizado ya este seudónimo en una de sus cartas dirigidas a sus amigas que se quedaron en el país, donde ella decía haberse convertido en bailarina bajo este nombre. Pero lo más prudente es no hacer demasiado caso a las afirmaciones que se propagaron después de esto.
Desde luego, no fue Émile Guimet quien creó el nuevo patronímico de Margaretha, puesto que su invitación del 13 de marzo de 1905 llevaba el nombre de Lady Mac Leod y no el de Mata-Hari. Presentar a una bailarina indonesia con un extraño nombre malayo habría sido de una gran ignorancia.
El descubrimiento de un nombre y la revelación de una costumbre, la reminiscencia de un pasado y las influencias más modernas iban a concurrir en el surgimiento de una nueva estrella bajo los auspicios de la más brillante de todas, Mata-Hari, es decir, el Sol.
París era entonces una ciudad deseosa de pasión, y reservaba a la bailarina una fervorosa acogida. Fue en el salón de la señora Kiréevsky donde Mata-Hari dio la gran sorpresa. Esta era una cantante muy bien situada en el mundo parisino que organizaba regularmente espectáculos de beneficencia. En su casa, Mata-Hari representó un juego de «velos envolventes y después retirados, junto con cierta incitación a la picaresca» que consiguió todos los aplausos. El triunfo fue fulgurante.
El 4 de febrero de 1905, Londres empezó a oír hablar de «una mujer venida de Extremo Oriente que se entregaba a Europa cargada de perfumes exóticos y joyas para dispensar las riquezas vivas y coloristas de Oriente entre la hastiada sociedad de las ciudades europeas».
Todos los salones privados de París se quitaban de las manos a Lady Mac Leod. Algunos se preguntaban por el estilo de «esta bailarina desconocida que llega de lejanos lugares». Un periodista del Courrier Français pensaba que ella era «una persona que resulta curiosa cuando no se mueve, pero aún más cuando se mueve».
Pero lo más importante es que suscitaba curiosidad incluso antes de que nadie la viera, y provocaba pasión una vez que la veían. El 13 de marzo de 1905 fue el día señalado para su consagración total. Bailó en el templo del saber oriental, en el museo Guimet, delante de un grupo de oficiales que sucumbieron irremediablemente a su atractivo y a su gran poder seductor. La representación le procuró, además de una cantidad considerable de fervorosos incondicionales, la bonita suma de mil francos, en una época en que un trabajador medio ganaba cinco francos diarios.
A esta actuación le siguieron más de treinta representaciones, en las que la distinguida Lady Mac Leod fue abandonando lentamente sus velos para convertirse en la misteriosa y definitivamente oriental Mata-Hari. A la mañana siguiente, el 14 de marzo, las críticas habían traspasado ya los muros del teatro, y el concierto de elogios no cesó. Édouard Lepage dijo entusiasmado:
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