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Prólogo

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¡No se puede cambiar lo que ya se ha juzgado! Inocente liberado o culpable condenado, inocente encarcelado o culpable en libertad… El acusado de un juicio no puede ser juzgado dos veces, ni siquiera por los historiadores.

Y, sin embargo, es muy grande la tentación de romper el muro de silencio que la ley impone con razón. Nadie puede creerse un Clemenceau, el redactor jefe de L’aurore, y dirigir una carta a Félix Faure, presidente de la República, titulada con el famoso «Yo acuso».

No, el lugar del historiador no es este. No está al lado de Zola. No está en la frase del autor de L’Asommoir: «Mi ardiente protesta no es más que el grito de mi alma. Que se atrevan a citarme en la Audiencia y que el sumario tenga lugar a plena luz». El historiador y el cronista judicial ejercen un trabajo a posteriori.

Su tarea no consiste en ser sólo un hombre que piensa o que comunica un pensamiento. Consiste ante todo en:


– ser un honesto hombre de memoria;

– explicar los hechos tal y como se conocen y no las hipótesis que uno desearía que fuesen;

– describir el desarrollo y los protagonistas del proceso o el sumario y la vista o las audiencias.


Consiste, en definitiva, en establecer una serena suerte crítica de los casos que han levantado pasiones.

Así es como veremos este proceso de ahora en adelante, con la mirada inocente de quien conoce los hechos en su totalidad, del que percibe que, detrás de todo esto, se esconde el alma humana.

Más tranquilos que en el momento de los hechos, más relajadamente que en un debate televisivo, los autores de este tipo de obras intentan, cada uno a su manera, invertir la fórmula de Jean Guitton: «Siempre ocurre lo imprevisible (lo imprevisible de las luces y las sombras), a pesar de nuestros esfuerzos de perspicacia y de previsión»[1].

Si, entre luces y sombras, estas obras nos ofrecen elementos de reflexión perspicaces y prospectivos, entonces su finalidad se habrá logrado.

Sabemos que en las salas de audiencias (y ahí radica su importancia) las cosas nunca pasan como se habían previsto. Estas obras de presentación general de un hecho judicial nos permiten situarnos más cerca del hombre, de su inocencia o de su culpabilidad, de su drama y quién sabe si de su redención.

1

Y. Dentan, Souffle du large: douze rencontres de Mauriac a Malraux. La Bibliothèque des Arts, 1996.

El caso Mata-Hari

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