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Capítulo 1
Se perfila el ambiente
Por amor al arte

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Mata-Hari puede inventarse más de una vida, y consigue también ser prolífica en todo lo que concierne a su arte:

¿Quiere que le diga cómo entiendo mi arte? – dice un día—. Es simplemente mi fe, lo más natural del mundo, ya que la naturaleza es así de sencilla; es el hombre quien la complica. No tenemos necesidad de las cosas que se han convertido en complejas debido a exuberancias ridículas; las danzas brahmánicas sagradas son símbolos y cada gesto responde a un pensamiento. La danza es poesía y, cada movimiento, una palabra.

En el espíritu de Mata-Hari, su baile no es una danza en el sentido estricto de la palabra, es más bien una comunión con los dioses.

También es cierto que es una danza excesivamente desvestida, pero ¿se puede hablar de pudor cuando se trata lo divino? En una entrevista que concede al Deutsche Volksblatt declara:

Cuando bailo, me olvido de que soy una mujer, de manera que cuando lo ofrezco todo al dios (incluso yo misma, ofrenda que está simbolizada por la lenta caída de mi velo, la última pieza de ropa que aún llevo) me quedo ahí, de pie, aunque esté completamente desnuda durante medio segundo. No he querido con esto sugerir nunca al público nada más que el interés por este sentimiento que expresa mi danza.

De la misma manera dice más tarde al Corriere della Sera:

Existe un proverbio indio que dice: «Cuando una danza está bien bailada, calma precisamente los deseos que podría excitar en aquellos que la observan».

No es por casualidad que en las capitales europeas se pensara que este precepto de la India era tan intelectualmente seductor como lo podían ser los atractivos de Mata-Hari, en un registro mucho menos elevado espiritualmente.

En 1908, vuelve a su origen javanés y a sus danzas, «que constituyen un culto, una religión. Sólo aquellos que han nacido y han sido educados allí pueden impregnarse de su sentido religioso y ofrecer la expresión solemne que estas danzas exigen. He viajado a través de todo Oriente, pero debo decir con toda honestidad que en ninguna parte he visto mujeres bailar con una serpiente entre las manos o cualquier otro objeto. La primera vez que vi eso fue en Europa y esto me lanzó a un abismo de extrañeza. Las danzas orientales, tal y como yo las he podido ver y aprender en Java, mi isla natal, se inspiran en las flores, de las que se destila su poesía».

En 1911 las evoca de nuevo:

El secreto de las danzas hindúes originales no ha sido transmitido por ninguna prescripción escrita. Yo guardo por lo tanto el auténtico secreto de la danza y este conocimiento de las antiguas danzas hindúes constituye para mí una preciosa propiedad.

El tono podía parecer convincente para un público deseoso de exotismo, pero esta superchería tenía que plantear ciertos problemas para un erudito concienzudo. Indonesia, y Java en particular, era una región convertida masivamente al Islam desde hacía décadas, y los recuerdos del budismo y del hinduismo se resumían, en esta época, a unos pocos vestigios arqueológicos. Celosa de su valioso «saber», Mata-Hari no duda en poner pleitos a todo el que se cuestiona su integridad.

Rápidamente, la bailarina oriental inspirada por los dioses empieza a tener imitadoras. Y cuando la competencia es demasiada, cuando los espectáculos de bailarinas desnudas florecen por todas partes en París, Mata-Hari da rienda suelta a su indignación, transmitida por The Era:

Hace tres años y medio que di mi primer espectáculo, durante una reunión privada, en el museo Guimet. Desde ese día memorable, algunas damas, atribuyéndose el título de «bailarinas orientales», empezaron a proliferar y a honrarme con sus imitaciones. Me sentiría más halagada por esta atención si las exhibiciones de estas señoras tuvieran algún valor desde el punto de vista científico y estético. Pero no es así, en absoluto.

Entre tanto, Mata-Hari abandonó la escena para consagrarse a placeres más efímeros. Cuando quiso volver, la gloria había pasado de largo. Por no haberla sabido preservar, se tuvo que contentar con demostraciones de aprecio.

El caso Mata-Hari

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