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CAPÍTULO 4
OLEGARIO - UN VALS - UNA APUESTA
ОглавлениеAl terminar la sesión en la Sociedad de Fomento, Sebastián y su hijo decidieron hacer un tour nocturno por el lugar y buscar dónde cenar, ya que salvo los mates que habían compartido con algún vecino, no tenían ningún otro alimento en su cuerpo.
—A ver, me recomendaron todos estos boliches —dijo Sebastián. Sacó del bolsillo trasero de su pantalón un papel donde tenía anotado los restaurantes y lugares de comida que le habían sugerido—. Hay un polo gastronómico en las calles que lindan con la plaza.
—¿Y qué tenemos? —preguntó su hijo.
—A ver, hay una parrilla que me dijeron que era descomunal y que es de Oscar.
—Parrilla, interesante. ¿Qué más?
—Hay un bistró de estilo francés que está en la esquina sur, y cuyo dueño se llama Olegario.
—Se dice “Olegariooó”, acentuando el sonido en la ó —pronunció Aurek hundiendo sus mejillas.
Su padre ladeó la cabeza.
—¿Desde cuándo sabes francés? —preguntó.
—Desde que tenemos dos idiomas en el colegio.
—¿Cómo yo no lo sabía?
—Porque la vez que fuiste a la reunión con la profesora de francés te quedaste dormido en el salón.
—¡Ah sí! La mujer dragón —dijo su padre riéndose— sigamos, hay un restaurante de sushi más adelante.
—Polémico el sushi, yo paso —exclamó Aurek.
—Después hay uno muy bueno de comida peruana que es de un chico que se llama Teo, otro de pizzas que se llama Luigi´s, otro que hace hamburguesas y algunos más. Está bueno que haya tanta variedad.
—Sí, debe ser por los turistas que vienen de visita a este lugar —sentenció Aurek—. Los chicos de la banda me contaron que vienen personas de la capital o de otros lados a hacer turismo rural o ecológico.
—Tampoco hay tanto campo como para hacer turismo…
—Sí, pero vienen a pasar el día, a comer, ver antigüedades, pasear por el bosque y a los que les gusta pescar o el agua, van a la laguna.
—¿Una laguna, acá? No creo. ¿Y qué es eso de que hay un bosque? —preguntó sorprendido su padre.
Aurek inhaló profundamente, movió para ambos lados con la cabeza, infló sus mejillas y soltó con fuerza el aire. Se cruzó de brazos y miró a su padre.
—¿Acaso no ves que todo el pueblo es un bosque?—graznó.
—Bueno, ni que fuera tan evidente —se defendió Sebastián.
—¿Lo decís por los cientos de robles, pinos, y eucaliptos que están en el camino que llega al pueblo o por los que hay detrás de nuestra casa o los que están entre las cabañas?
—¿Hay cabañas?
—¡Todas las casas que forman el barrio son cabañas, papá! —Aurek se había fastidiado.
—¡Ya lo sé, pero quería hacerte enojar! —exclamó su padre con una risotada.
—Muy gracioso —masculló su hijo.
—Es el primer enojo de Auri en su nuevo hogar, lo anotaré en mi cuaderno de recuerdos —Sebastián continuaba hablando mientras guardaba nuevamente el papel como si fuera el mapa de un tesoro.
Mientras continuaban caminando y debatiendo acerca de las alternativas para cenar, llegaron al “polo gastronómico” donde se encontraron con que parte de los negocios ya estaban cerrados. Si bien eran casi las diez de la noche, al ser día de semana la mayoría de los negocios estaban cerrados.
—Debimos haber venido antes de la reunión —dijo Sebastián al encontrarse con el desolador panorama.
—¿A las ocho de la noche? —¡Nunca cenamos a esa hora!
—Cierto, en realidad no cenamos nunca antes de las once.
—¡Mirá papá, allá hay luces y se ve a alguien! —Aurek señaló un local en la esquina sur, frente a la plaza.
—¡Vamos a ver si conseguimos algo! —Su padre lo tomó del brazo como si fueran en busca de un tesoro.
El local en cuestión era el bistró de estilo francés que tenían en su lista. Estaba ubicado estratégicamente en una ochava, equipado con mesitas y faroles en la vereda que junto con la fachada daban la sensación de estar en un lugar de Francia.
Allí se encontraba un hombre de aproximadamente treinta y tantos años, casi tan alto como Sebastián, de pelo algo ondulado y enmarañado, quien a simple vista daba el aspecto de ser un modelo salido de una publicidad. Tenía un delantal atado a la cintura, en color negro y blanco a rayas; y sobre su cabeza, una especie de boina de color gris sostenía su castaña cabellera.
—¡Hola, buenas noches! —se adelantó a decir Sebastián— ¿Estamos a tiempo de comprar algo?
—Buenas noches —dijo el hombre. Su voz era grave y presentaba un marcado acento francés. Apenas levantó la mirada de la mesa que limpiaba y miró a Los chicos rubios como si fueran dos duendes salidos del bosque— ¿Comprar para llevar o para cenar acá?
—¿Una cosa excluye a la otra? —preguntó Aurek.
—Sí, eso mismo —asintió Sebastián.
—Depende, si cenan y pagan estarían cenando y no comprando para llevar.
—¿Y si pagamos y no compramos? —preguntó
Sebastián.
—Estarían regalando su dinero, lo cual sería tonto —respondió con seriedad el hombre que daba la impresión de estar en pose para una fotografía continuamente.
—¡Ah, muy inteligente! —exclamó Sebastián—, ahora tendremos que pagar y comprar o pagar y cenar.
—¡Muy bien pensado, viejo! —dijo Aurek chocando su palma con la del papá.
—Pasen y siéntense. En un momento los atiendo —graznó el muchacho de acento francés.
—¿Ya estaban por cerrar? —quiso saber Sebastián.
—En un rato, pero dado que me visitan los prominentes nuevos vecinos, haré una excepción.
El hombre terminó de limpiar la mesa con un lienzo blanco, se lo colocó sobre el hombro, y se atusó el pelo hacia atrás. Extendió la mano derecha hacia Sebastián y se presentó.
—Soy Oleg —dijo.
—¡Es un gusto conocerte, Oleg! Yo soy Sebas y él mi hijo Auri —respondió Sebastián estrechándole la mano.
—Un gusto de conocerlos.
—Oleg… ¿es un nombre francés? —Quiso saber Aurek mientras le daba la diestra.
—No, no lo es.
—¿Portugués, tal vez? —ironizó Sebastián.
—Tampoco.
—¿Es...? —estaba por preguntar Aurek cuando Olegario lo interrumpió.
—Es un nombre común de acá —interrumpió el exasperado hombre a padre e hijo que se divertían con hacerlo rabiar.
—No lo había escuchado nunca —dijo Aurek.
—Yo tampoco —agregó su padre
—Es porque es un sobrenombre...
—A ver, dejame adivinar —dijo Sebastián.
—Ahorrate el discurso, viene de Olegario —se apresuró a decir, evitando someterse a un nuevo interrogatorio de Los chicos rubios, quienes sin embargo le habían caído en gracia.
“¡Qué mala onda tiene este flaco!”, dijeron por lo bajo el equipo de melena amarilla, a lo que una chica que entraba al restaurante, festejó con una sonrisa.
Una vez dentro del local, la muchacha se presentó como Patricia, y otro joven que atendía las mesas se presentó como Andreé. En el mismo había sólo dos ocupadas así que Sebastián y su hijo no tuvieron problema en conseguir lugar. Sin embargo, el tenaz Sebastián desde atrás como si fuera un boy scout pidiendo una colecta siguió interrogando al dueño del bistró.
—¡Olegario es un gran nombre, es muy poderoso!
—¿Conocés el nombre?
—¡Por supuesto! Uno de sus grandes exponentes fue el escritor y poeta Olegario V. de Andrade! —exclamó el padre de Aurek, mientras el adolescente buscaba un lugar para sentarse.
—Nunca imaginé que alguien conociera mi nombre.
—Ah, por supuesto. Olegario es un nombre de origen germánico el cual invoca fuerza e invulnerabilidad a través de la lanza, pues se asocia a los guerreros —continuó diciendo Sebastián como si fuera un erudito.
—Y Olegario De Andrade fue un gran poeta, si bien también fue periodista y político —acotó el joven Aurek sentado al lado de una pequeña mesa.
—¡Asombroso! —exclamó algo molesto el hombre de acento francés—. Nunca imaginé que supieran tanto respecto a un nombre tan poco común; aunque algo conocía sobre el poeta entrerriano...
—En realidad... —dijo Sebastián con miedo...
—¿En realidad qué? —preguntó con cara de pocas pulgas el chef del lugar, que buscaba de mal talante las cartas con los menús.
—Andrade no era entrerriano, en realidad nació en el sur de Brasil, y luego se radicó con su familia en Gualeguaychú, donde se crio hasta la adolescencia...
—¡Sin embargo, la canción dice “Cuna de oro de Olegario V. de Andrade”! —exclamó el dueño del local.
—¿Cómo? —preguntó Sebastián.
Y como una actuación que ninguno de los presentes esperaba, Olegario comenzó a entonar el “Vals a Gualeguaychú”, donde en una de sus estrofas, hace mención al poeta que más allá del lugar donde nació, la provincia de Entre Ríos había adoptado como uno de sus hijos predilectos.
Si algo le faltaba al espectáculo que se estaba dando era el acompañamiento, el cual lo dio Aurek reproduciendo la canción —vía YouTube en su celular a todo volumen— para que le diera el compás musical ternario, al improvisado cantante que parecía un tenor en la ópera.
Y para no perder la costumbre, el más joven de Los chicos rubios decidió tocar con sus manos sobre la mesa, dándole suaves golpes como si fuera un bombo, que se acomodaban a la melodía que el dueño del local interpretaba. Sebastián y la simpática joven sumaban sus palmas a la pintoresca interpretación de un tema puramente argentino, que lo interpretaba un hombre con acento francés.
—¡Bravo, bravo! —gritó Sebastián silbando con sus dedos índices en la boca.
—¡Otra, otra! —vitoreó la joven, mientras el cantante hacía una genuflexión como si estuviera en el escenario del teatro Colón.
Una vez terminado el show, Olegario continuó con lo que estaba haciendo, y mientras acomodaba unos vasos, no pudo evitar decir con cierta ironía:
—Para ser que son rubios, están bastante informados...
—¡Ah bueno! ¡Nos sacamos las caretas! —exclamó Sebastián, iniciando una vez más otro debate.
—¡Ya sabemos los que pensás de nosotros! —gritó Aurek.
—No es tan difícil conocer las historias de los personajes de la Argentina, siempre y cuando les prestes un poco de atención —Sebastián hablaba sin parar.
—¡El viejo tiene razón! —exclamó Aurek. El adolescente había tomado de otra mesa un menú y lo ojeaba mientras escuchaba el debate entre su padre y Oleg.
Sebastián se quitó un pañuelo que llevaba en el cuello, lo hizo un bollo y como si fuera un misil se lo arrojó a su hijo, quien riendo, se atajó la cara con la carta del restaurante.
—Chicos, chicos; todo bien, pero con el debido respeto, ¿porqué no se acomodan y me dicen qué quieren cenar?
—¡Está bien, está bien señor tolerancia! —exclamó Sebastián, mientras Aurek trataba de callarlo tapándole la boca.
—Disculpalo a mi pequeño hijo adolescente, siempre que sale me hace pasar vergüenza —exclamó sonrojado mientras su padre explotaba en una carcajada.
—¡Te queremos, Oleg! —Sebastián rio y fue a sentarse junto a su hijo.
Olegario se arrimó a la barra donde la chica de la caja le musitó algo y el hombre de acento francés sacó un billete de su bolsillo que le entregó.
—Acá tenés, Patti.
—¡Jajaja, al fin perdiste una apuesta! —dijo Patricia, la encargada del local.
Andreé se acercó a Los chicos rubios, les dio una cálida bienvenida y les entregó el menú.
El dueño del lugar se acomodó detrás de la barra observando detenidamente a sus visitantes. Patricia se acercó y muy sutilmente le habló:
—Que pelo tan lindo tienen esos dos, ¿no te parece?
—Sí —dijo Olegario frunciendo el ceño—. Ahora gozame porque tenías razón, ya te pagué la apuesta, ¿qué más querés?
—Nada, solo quería tener una mejor visión desde acá —dijo la muchacha —¿No te parece que es lindo el papá del nene...?
—Sí, la verdad que sí. Me llama mucho la atención el color de ojos que tienen…
—Es verdad, jefe —Patricia ladeó su cabeza y se quedó con la mirada clavada en el papá y su hijo que no dejaban de discutir sobre que cenarían—. A decir verdad, no son ni del color de un limón amarillo pero tampoco de una lima.
—Y la verdad que el pelo que tienen, es de envidiar. En ninguno de los desfiles que he participado he visto que un hombre tenga un cabello como ese —Olegario señaló a Los chicos rubios y su colaboradora le bajó el brazo de un golpe.
—¡No señales que se van a dar cuenta de que estamos hablando de ellos! —exclamó Patti.
—¿Te creés que no saben que hablamos de ellos? —dijo Olegario sonriendo—. Si es el primer día en el pueblo, el único tema de discusión serán ellos.
—Por lo que supe que contaron en la Sociedad, vienen solos...
—¿Y? —preguntó extrañado el chef.
—Que sería un buen candidato para vos, mi querido.
—¡Ya empezaste, cada vez que alguien soltero aparece me querés emparejar enseguida!
—No es eso, es que no me gusta verte solo —dijo la joven.
—Pero yo no lo sufro, Patti. Además fue por decisión propia, como lo será el día que conozca a alguien.
—Está bien, no te voy a joder más con ese tema. Pero fuera de broma, me parece que este chico con su hijo van a romper corazones en la “Aldea” y alrededores, no sé por qué me da esa impresión. Patricia sonrió y le dio un beso en la mejilla a su jefe, quien se quedó apostado sobre el mostrador mirando a sus singulares clientes.