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CAPÍTULO 5
UNA TAZA DE CAFÉ
PECAS EN LAS MEJILLAS
WHERE IS THE LOVE

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El menú tenía muchas variedades en sándwiches, ensaladas, y comidas livianas todas de estilo francés. Lo mismo la carta de postres y las bebidas que se podían tomar. La ventaja de la carta del lugar era que algunas comidas ya se encontraban preparadas y exhibidas en un mostrador heladera con tapa de vidrio sobre la que los nuevos vecinos se apoyaron como si fueran dos niños en una chocolatería.

—Chicos, ahora que terminaron de hablar de nosotros —dijo Sebastián con una risotada—, ¿Qué nos sugieren?

—Sí, ¿Qué nos aconsejás Oleg? —dijo Aurek emulando un acento francés muy mal pronunciado.

—Bueno, no sé lo que les gusta —dijo el chef—, pero en primer lugar, no hace falta que hablen con acento francés —agregó con cara de pocos amigos, una vez más.

—Mmmm, yo le veo buena pinta a ese sándwich de jamón crudo, queso, lechuga y tomates deshidratados.

—¡Buena elección vejete! Yo le voy a entrar a lo mismo.

—¿Lo quieren tostar? —preguntó Andreé.

“¡Sí por favor!”, respondieron Los chicos rubios aplaudiendo.

—Bien, ahora se los preparo, pidan las bebidas y el postre.

“¡Gracias totales!”, fue la singular respuesta de los clientes.

Volvieron a su mesa y al cabo de un rato, el joven mozo les trajo su pedido, que dicho sea de paso se veía exquisito. Poco rato después, y ya terminando su cena, el local se encontraba vacío, salvo por Los chicos rubios y el dueño del lugar que acomodaba algunas sillas.

Aurek se puso de pie y le pidió permiso a su padre para ir hasta el otro extremo de la plaza donde se habían instalado los chicos de la banda de música.

—Ok, pero cuando me voy de acá te paso a buscar, mañana hay que levantarse temprano para el colegio, ¿estamos?

—Sí pá —respondió Aurek—, ¡Oleg, muchas gracias por la cena! —dijo despidiéndose.

—¡Por nada Auri! —respondió el dueño del bistró.

Sebastián se puso de pie, y se acercó hasta la barra con los platos de postre vacíos.

—No era necesario traer los platos, yo después los levantaba, pero gracias —dijo Olegario.

Normalmente, una vez que se habían retirado los cocineros, los mozos y Patricia, el muchacho solía revisar y controlar los números del día de su negocio, sobre todo para que al día siguiente operara sin problemas.

—Ni hablar, ya demasiada molestia te tomaste al dejar abierto el local para nosotros —se disculpó Sebastián.

—Es lo mínimo que podía hacer —dijo el muchacho quitándose el delantal y la boina que le cubría parte de la salvaje cabellera —¿Me acompañarías con un café?

—Me encantaría, pero no quisiera quitarte tiempo.

—Para nada, además es un honor para mí que hayan tenido su primera cena acá.

—Te acepto el café, entonces.

Sebastián se sentó en una de las banquetas de madera con patas de acero que se encontraban contra la moderna barra que asemejaba un bar europeo, a la espera de la prometedora infusión.

—Muy bien, esperaba oír eso —dijo el dueño del bistró. Se dio vuelta y sus manos se perdieron en una moderna máquina que soltaba vapor y emanaba un exquisito aroma a café.

Mientras Olegario hacía esto, Sebastián lo observó con detenimiento, dado que cuando se quitó el delantal, le dio la sensación de que “Oleg” se había convertido en otra persona.

El agraciado chef era un hombre de casi un metro noventa de altura, Sebastián medía un metro ochenta aproximadamente así que estimó su altura en función de que le llevaba una cabeza. Vestía un pantalón jean negro algo desgastado y roto en las rodillas. Una remera del mismo color dejaba ver un prominente pecho que se marcaba junto a los profusos huesos del esternón. Su calzado, eran una especie de zapatillas de cuero blancas que resplandecían tanto como la dentadura del cortés muchacho. Tenía la apariencia de ser un modelo debido a su proporcionada y algo musculada delgadez, sumado a su apariencia de deidad griega.

Cuando se quitó el sombrero, reveló una mata enmarañada y áspera que no llegaba a tocarle los hombros, pero la llevaba como peinada al descuido, con la apariencia de estar en continuo movimiento. Su mirada daba la sensación de no estar prestando atención, ya que sus ojos, de color marrón y algo rasgados, eran el punto focal de una mirada impactante, que al contrario de Medusa que convertía a las personas en piedra solo con mirarla, el joven de cabellera castaña encantaba a cualquiera que se cruzara en su camino.

Un leve bronceado resaltaba unas pecas diseminadas en las mejillas, donde una nariz de trazo delicadísimo encajaba a la perfección en un rostro de mandíbulas cuadradas que exhibía una barba de pocos días. Sus pestañas eran arqueadas y profusas, lo mismo que las cejas que cubrían sus ojos, anchas y espesas. A pesar de la hermosura que se veía en ese espécimen, tenía un cierto gesto de seriedad que podía llegar a interpretarse como antipatía, pero que Sebastián sabía cómo derrumbar con su sentido del humor y con sus bromas estúpidas o sin sentido.

—¿Terminaste de escanearme? —preguntó mientras le servía un humeante tazón cafetero a su rubio invitado.

—Todavía no —dijo riéndose Sebastián—, es que tu cara me es conocida, y además no dejo de admirar las bondades que hace la naturaleza en algunas personas.

—¡Ah bueno! —Olegario sonrió— ¿Todo eso?

—¿Sos francés, Oleg?

—No, soy argentino...

—¿Y porqué el acento?

—¡Ah! Se me pegó cuando me radiqué en París.

—¿París? —Sebastián se veía curioso.

—Sí, trabajé como modelo por casi diez años, pero siempre tuve el sueño de regresar y tener mi propio restaurante acá.

—¡Impresionante tu historia, Oleg! Contame un poco más, ¡please! —suplicó Sebastián.

Olegario ahuecó las manos y sujetó con ambas la taza. La sopló y le dio un sorbo. Comenzó a sentirse cómodo con su acompañante, y como si fueran amigos de toda la vida se fue soltando.

—Yo nací en la ciudad, a unos kilómetros de acá, y a los dieciocho años comencé a trabajar en una agencia de modelos, donde hice una carrera que hasta hoy mantengo. Eso me permite ahorrar y poder financiar otros proyectos como este, y si bien paso el mayor tiempo en Buenos Aires, continúo viajando para participar de desfiles o de campañas.

—¡Ahora entiendo! ¡Tu cara me era conocida de algún lado, ahora lo entiendo!

—¿Ah sí?

—¡Sí! Una vez vi una foto tuya en una publicidad en el aeropuerto, donde estás sobre unas rocas con una chica.

Olegario rio.

—Puede ser, hice muchas publicidades gráficas sobre todo, pero lo que siempre me gustó fue cocinar y la gastronomía así que entretanto trabajaba en Europa, fui capacitándome en alta cocina con la idea de hacer algo por mi cuenta el día de mañana.

—Qué bueno que seas tan emprendedor, ¿allá hiciste algo relacionado con la gastronomía?

—Sí, con otros dos socios creamos nuestro primer bistró, del cual este es muy parecido —Oleg hacía referencia a su pintoresco y refinado local, el que había instalado hacía muy pocos años en Aldea del Norte—. Desde entonces, el lugar se convirtió en punto de referencia para personas locales y visitantes, quienes no solo realizaban turismo recreativo, sino gourmet.

—¡Bien por vos, te felicito! —exclamó Sebastián levantando su taza como si hiciera un brindis— este café es exquisito, ¿algún blend en particular?

—Es una mezcla especial que hago acá, con una variedad de café que es de origen brasilero y tiene un sabor dulce, afrutado y un sabor medio, igual que su cuerpo.

—¡Guau! No sabía que todo eso se podía apreciar en un café, con razón está tan rico.

—Me alegro de que te haya gustado —Olegario sonrió como hacía mucho no lo hacía— y a propósito, bienvenido al barrio. Vos y tu hijo han revolucionado la Aldea.

—Gracias por la bienvenida, no me imaginé que causáramos revuelo.

—Sí, generalmente pasa con los recién llegados pero ustedes han sido por lejos la excepción a la regla. ¡Lástima que perdí la apuesta! —se lamentó.

Sebastián alzó una de sus cejas y entrecerró los ojos.

—¿Eran los billetes que le diste a Patti?

—Sí, apostamos que después de que se fueron Mateo y Tommy del barrio… —Olegario se mordió los labios y se quedó en silencio.

—¿Después, qué? —quiso saber el curioso Sebastián.

—…No llegaría otro hombre lindo y copado a vivir acá; y evidentemente perdí…—Olegario hundió su mirada en el tazón que sostenía y Sebastián sonrió, bajando la mirada.

—Bueno —dijo en un susurro—, supongo que Aurek fue el responsable, suele ocurrir con ese muchachito de melena amarilla.

—Sí, por ese muchachito pero… yo lo dije por el padre —Olegario esbozó una sonrisa que a Sebastián lo hizo sonrojar.

Se quedaron por un momento cruzándose miradas. Un rubor había comenzado a subirle a Sebastián desde el cuello hasta coparle toda la extensión de su rostro, al punto de estar tan colorado como las frutillas que decoraban las tartas en el mostrador.

Reaccionó de pronto.

—¡Bueno, mirá quien habla, me viene a decir eso el top model francés!

—Ya te dije que no soy francés.

—Pero el acento te vende.

—El acento me da un poco más de encanto con la clientela... —dijo Olegario fingiendo darse aires de importancia.

—¡Como si necesitaras tener más encanto! —ironizó Sebastián— ¡Por Dios! ¡Que queda para los hombres como yo!

—¿Hombres como vos? Ah, por favor, no te hagas el humilde que tenés lo tuyo… Cualquiera quisiera estar en tu lugar.

—¡Bah, qué pavada! —se quejó Sebastián mirando hacia el suelo.

—¿Y eso? —Olegario dejó su taza sobre la mesa.

—No creo que alguien quisiera estar en el lugar de un hombre que apenas tiene dónde caerse muerto, pasando por trabajos cuyo salario a duras penas te ayudan a pagar un alquiler —el tono de Sebastián se fue apagando—, y eso sin contar mis éxitos en relaciones personales... en verdad no es un gran negocio estar en mi lugar —Por primera vez desde su llegada al pueblo, el rubio papá sonaba triste.

—¿Por qué decís eso, Sebas? Digo, un hombre con una presencia arrolladora, con un hijo genial, no es alguien que pasaría desapercibido; y me parece que sos una persona a la que cualquiera quisiera tener cerca.

—No lo sé Oleg, estoy bastante oxidado.

—¿Oxidado? —preguntó Olegario riéndose.

—A esta altura de mi vida, creo que ya no tengo mucho más para dar o para esperar... y mucho menos si se trata de salir con alguien.

—¿Por? ¿Malas experiencias?

—No me malentiendas, no he salido con muchas personas, de hecho después de separarme de la mamá de Auri prácticamente me aboqué a criar al nene y a trabajar.

—Pero supongo que oportunidades de salir con otra gente no te habrán faltado. Lo digo, pues sos joven y tenés facha.

Sebastián esbozó una sonrisa sincera. Su mirada triste y apagada tuvo de repente un destello que le devolvió algún tipo de esperanza, aunque todavía no sabía de qué. Solo se sentía bien el que de pronto un hombre de su misma generación lo estuviera escuchando.

—La verdad Oleg, es que las veces que salí con alguien, me pasó que cuando se enteraban de que yo era padre soltero, salían corriendo. Tengo varias historias de este tipo para contarte pero no te quiero aburrir, lo cierto es que a esta altura de mi vida, si se da de conocer alguien, bienvenido sea.

—¿O sea que dentro de tus sueños, no lo tenés como prioridad a tener alguien al lado tuyo?

—No lo sé, hoy la única prioridad que tengo es que Auri pueda terminar sus estudios y perseguir sus sueños —dijo Sebastián mientras revolvía la borra de café, que había quedado prisionera en el fondo de su taza.

—Bueno, quizás después que te asientes acá, puedas empezar a pensar un poco más en vos...

—Es probable, qué sé yo... —Sebastián se había relajado, de pronto sintió que el peso que cargaba sobre su espalda se había alivianado—. La verdad que... —dijo como en un susurro y se quedó callado.

—¿Qué Sebas?

—No quiero sonar que soy un sujeto que tira pálidas, pero a veces siento que ya la vida no tiene más para darme ni yo a ella, es decir, fuera de Auri que es lo más lindo que tengo y lo que me da fuerzas para seguir, no creo que ya el mundo tenga mucho más para ofrecerme...

—Sonás como alguien con pocas esperanzas, no parecés el hombre que hace un rato entró alegremente con su hijo.

—Es que como vos decís, la gente ve lo de afuera, lo que uno muestra pero con el paso del tiempo, creo que me fui acostumbrando a la idea de que lo que yo soñaba o ansiaba tener en mi vida, al final de cuentas, termina siendo solo un deseo que queda ahí.

—¿Y que soñabas? —inquirió una vez más el chef.

Sebastián levantó la cabeza y miró hacia el techo, como si quisiera buscar alguna estrella a la cual pedirle un deseo—. Me hubiera gustado tener alguien al lado que me acompañara, poder tener un proyecto en común con esa persona; armar un hogar con todo lo que implica, pero bueno; no todo salió como esperaba.

—Pero tenés un hogar con un hijo hermoso...

—Sí si, eso está fuera de discusión, de hecho Auri es lo que me mantiene en mi eje cuando siento ganas de gritar o salir corriendo y tomarme un cohete a la luna.

—Bueno, ahora podés contar con un oído para escucharte cuando tengas ese impulso... —Oleg lo miraba con una sonrisa que dejaba ver dientes blancos, perfectamente unidos en línea como si se los hubieran tallado sobre un bloque de hielo.

—Gracias, Oleg... ¿Y vos? ¿Qué onda?

—¡Ah! —Olegario respondió casi con el mismo suspiro que minutos antes había soltado Sebastián—. En Europa estuve casi cinco años en pareja, y bueno, por distintas cuestiones se terminó. La relación se fue desgastando, y eso sumado a que yo quería volver a Argentina hicieron que finalmente nos separásemos.

—¿Y acá no conociste a nadie en este tiempo?

—Salí con alguna que otra persona, pero no me llegaron a cerrar...

—Sí, no es fácil conocer gente copada hoy —acotó el rubio mirando su taza.

—Y mucho menos cuando sos gay.

Sebastián levantó su mirada y miró con sorpresa a Olegario.

—Nunca lo habría imaginado.

—¿Qué no imaginaste? ¿Qué fuera gay? Espero no te moleste —Olegario se puso a la defensiva.

—¡Oh no, no! No era eso lo que quise expresar, aunque debo decirte que no parecés un hombre gay... —Sebastián sonaba avergonzado.

—¿Porqué pensaste eso? ¿Porque no camino meneando las caderas o no tengo el cuerpo depilado o porque no entro dentro del estereotipo de la sociedad?

—Esperá, espera Oleg, por favor —se disculpó Sebastián—. En primer lugar, no me hubiera imaginado que fuese más difícil conocer alguien siendo gay ¡Y en particular, no pensé que lo fueras pues tenés la hombría y virilidad que muchos hombres heteros no tenemos! —concluyó con una carcajada.

—Disculpame —dijo Olegario, quien ahora se sentía avergonzado.

—Perdoname vos, me fui al carajo mal.

—¿Sabés que pasa Sebas? Creo que me tienen mal las noticias de estos días...

—Ah, vi las noticias en la televisión. ¿Lo decís por el grupo ese de pelotudos que golpeó salvajemente a un flaco que estaba con su novio desayunando, porque era gay?

—Sí, la verdad que no puedo creer que sigan pasando esas cosas —la voz de Olegario se fue apagando.

—Y van a seguir pasando lamentablemente, pero es nuestra responsabilidad educar y concientizar a las personas que las diferencias deben unirnos, debemos saber tolerar y aceptar la diversidad, al menos es lo que le he inculcado a Auri.

—Ojalá muchas personas pensaran como vos...

—Mirá Oleg —dijo con seguridad Sebastián—. Por cada pelotudo que uno se cruza en la calle, hay diez personas copadas, así que no hay por qué preocuparse, solo no hay que bajar los brazos.

—Es un lindo pensamiento —Olegario volvió a sonreír, estaba sorprendido por la personalidad del rubio.

—De todas formas, lo que quería decirte era que alguien que parece una especie de semidiós bajado del Monte Olimpo no debería tener problemas para conocer a alguien.

—¡Dejate de joder! —exclamó Olegario con una carcajada—. Te puede servir si es solamente una salida o una cama; lo encontrás en cualquier lado a cualquier hora, pero yo busco algo más —concluyó con una expresión seria, que a Sebastián por un momento lo intimidó.

Un extraño sentimiento lo embargó de repente, la sensación inicial que tuvo de comodidad al confesarse con su nuevo amigo, ahora se había convertido en algo desconocido. Trató de reconocer esa nueva sensación pero no lo logró. Volvió a la conversación la cual trató de desdramatizar.

—Bueno, tenés la experiencia de Mateo y Tomás. Mirá que linda familia terminaron armando.

—Es verdad, me gustaría poder armar algo así un día.

—¿Y qué te lo impide?

—No sé, me siento un poco identificado con lo que te pasa a vos, y no es fácil llegar a conocer a alguien que te quiera por lo que sos, sé que suena algo cursi y pelotudo, pero...

—A mí no me parece que sea así, al contrario, creo que es muy noble de tu parte, y si hubiera más personas que pensaran y sintieran de esa forma, el mundo sería un lugar mejor y habría menos personas solas —se adelantó a decir Sebastián.

—Sí, puede ser, me pasa que lo que ven los demás es la “cáscara”, lo que dejo ver de mi exterior; y el hecho de las gráficas y publicidades que hice le dan a las personas la fantasía de que uno es una especie de ser de otro mundo, y ni se detienen a preguntarte que te pasa.

—¡Eso es terrible, a mí me pasa todo el tiempo! —bromeó Sebastián.

Olegario entrecerró sus ojos, su mirada se “achinó” más que nunca y observó a su compañero.

—Mirándote con detenimiento, vos también serías un buen prospecto para modelar. Tu físico y la altura son ideales.

—Bueno, es lo mejor que he escuchado en todo el día.

Los dos hombres conversaron un rato más, y ya terminando la velada, Sebastián pagó la cuenta, que Olegario no quiso cobrar, y se despidieron fraternalmente.

Ya fuera del restaurante, Sebastián se detuvo un momento en la vereda. La canción “Where is the love”, desde la usina musical inundaba con su melodía toda la zona de la plaza y los alrededores. Como si estuviera hechizado, se apoyó contra una de las farolas y no pudo resistirse a tararear el estribillo:

Cause people got me, got me questioning

¿Where is the love? Where is the love,

¡the love!

Where is the love, the love, the love...

Entretanto Sebastián cantaba y miraba hacia el cielo, presidido por una luna llena rodeada de estrellas, Olegario salió disparado como un misil del interior de su local y lo interceptó, sacándolo de “su trance musical”

—¿Qué pasó? —dijo un tanto sobresaltado— ¡Ya sé!, el billete que te di era falso, ¡pero lo acabo de sacar del cajero automático! —exclamó indignado.

—El billete estaba bien, no te asustes y dejá de hablar un poco —dijo Olegario—. Te preparé esto —agregó entregándole una bolsa de papel madera que en letras negras rezaba Olegario Bistró, la mejor gastronomía en Aldea del Norte.

Adentro de la misma había unos croissants, saquitos de té, un frasquito con el blend de café que habían saboreado un rato antes, azúcar, edulcorantes y algunas servilletas de su local.

—¿Y esto? —preguntó Sebastián.

—Es para que tengan algo rico para desayunar mañana.

—Sos muy gentil, no sé qué decir... —balbuceó.

En todo el tiempo que Sebastián había vivido en la ciudad nunca tuvo ocasiones donde alguien se preocupara tan desinteresadamente, y el gesto de Olegario lo abrumó.

—Imaginé que como Auri y vos están recién llegados al pueblo no deben tener aún suficientes provisiones.

—La verdad que tenés razón, no tenía nada para desayunar mañana... sos más atento que yo, Oleg. Muchas, pero muchas gracias —Sebastián comenzó a tartamudear casi al borde de la emoción.

Le dio un abrazo sincero que Olegario nunca se vio venir y aunque fue un lapso, la intensidad del mismo lo estremeció. Y como si fuera una cortina musical puesta a propósito, el estribillo de la canción explotaba en su momento cúlmine, lo que les dio a ambos una suerte de escenario para cruzar miradas de agradecimiento mutuo, sin pronunciar signo vocal alguno.

—Bueno... me voy a cerrar el local, después me contás si te gustó —dijo Olegario rompiendo el clima y alejándose hacia su negocio.

—Seguramente que me va a gustar... ¡nuevamente gracias!

Los chicos rubios

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