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CAPÍTULO 8
HACIENDO UNA RUTINA

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Una vez que Sebastián se había encargado de las tareas domésticas de la casa, separó su ropa deportiva con la intención de salir a correr y de paso anotarse en el gimnasio “El rincón enfierrado”.

Un short de correr negro, zapatillas de running, medias invisibles blancas, una remera en color gris con letras blancas y una muñequera de toalla completaban el outfit con el que Sebastián salió a trotar por las calles del barrio.

—¡Buen día! —lo saludó la primera persona que cruzó en la calle.

—¡Buenos días! —respondió Sebastián.

—¡Buen día, chico rubio! —gritó una joven que corría con en sentido contrario al de Sebastián.

—¡Buen día! —devolvió el saludo el hombre de pelo amarillo.

Así, cada persona que cruzaba lo saludaba y él les retribuía el gesto. Esto lo hacía sentirse bien pues más allá de ser un recién llegado, las personas lo habían recibido a él y a su hijo como si los conocieran de toda la vida.

Al llegar donde se encontraba el gimnasio, se detuvo a observarlo un tanto impresionado: era una especie de galpón de madera con la forma de un cubo y de no ser por la enorme marquesina que tenía enfrente con la leyenda “El rincón enfierrado Gym”, podría haber pasado por un depósito, un granero o un corral de animales.

—Bien, aquí voy —dijo con un suspiro.

—¡Viniste man! —gritó con una sonrisa el joven musculoso que había conocido en la reunión y que lo recibió a Sebastián con un abrazo que por poco le hace explotar los pulmones.

—Sí, vine; y si no me muero aplastado contra vos, tengo ganas de entrenar.

—¡Ese es un hombre con sentido del humor! Vení que te muestro el lugar. ¿Y el pequeño Sebas junior? No cabe duda que es tu hijo, ¡es idéntico!

—Está en el colegio —respondió Sebastián, un tanto molesto porque el profe no dejaba de tocarlo como si tanteara los neumáticos de un auto.

Mauricio era así con todos sus alumnos. Se lo veía como un tipo muy relajado pero exigente a la hora de entrenar. Era un joven de unos treinta años, pero que debido a su físico aparentaba ser más chico. Era casi de la misma altura que Sebastián, y a diferencia de él, su pelo era bien negro y rizado, formando una melena prominente que el deportista mantenía continuamente mojada. De ojos grandes y nariz respingada, exhibía como si fuera un Titán sus bíceps, pectorales y todo aquel grupo muscular que dejaba traslucir con sus ajustadísimas remeras y calzas deportivas, que contrastaban con su calzado y un llamativo reloj que hacía las veces de cronómetro.

Como todo un coach profesional que era, —de hecho además de ser instructor daba clases de educación física en el colegio del barrio— tomó una lapicera, una suerte de carpeta de madera dura sobre la que apoyó una ficha y como si fuera un doctor comenzó a preguntarle a su nuevo alumno la información personal:

—¿Nombre?

—Sebastián

—¿Sebastián qué? Nombre y apellido completo por favor.

—¿Es necesario todo el nombre completo? —preguntó ofuscado el hombre de pelo amarillo.

—Sí —respondió el coach con la misma seriedad.

—Está bien: Sebastián Gervasio Lynch.

—¡Parece el nombre de un prócer! —bromeó Mauricio.

—Por eso no me gusta decirlo, siempre se burlan —Sebastián se cruzó de brazos.

—¿Edad?

—Treinta y siete.

—¿En serio?

—Sí.

—¡Me estás jodiendo!

—¡No! Es la verdad.

—Bueno, confío en tu palabra.

—¡Gracias por la buena onda de todas formas, profe!

Mauricio seguía tomando nota de toda la información del rubio papá, algo que algunos curiosos vecinos trataban de escuchar estirando su oído y haciendo callar a quienes hacían ruidos.

—¿Estado civil?

—Abandonado —bromeó Sebastián.

—¡Buena onda! —exclamó Mauricio—. Pongo entonces soltero. —¿Altura?

—Un metro ochenta y tres.

—¿Peso?

—Setenta y siete kilos, más o menos.

—¿Más o menos? —preguntó el joven.

—No lo sé, hace mucho que no me peso.

—A ver, vamos allá que hay una balanza —Mauricio señaló una puerta que daba a lo que parecía un cubículo.

—¿Qué es esto? —preguntó con curiosidad el rubio al ver que ese consultorio estaba vacío.

—Es la sala de masajes, o era hasta que dejó de venir la masajista —Mauricio no prestó atención al detalle de su alumno que observaba pensativo todo ese espacio—. A ver, subite a la balanza... sí, tenías razón, setenta y siete clavados. Vamos a poner setenta y seis por la ropa que traés puesta.

—De acuerdo —dijo Sebastián.

—¿Has hecho o hacés deportes?

—Sí, cuando estaba en la Capital iba a un gimnasio y salía a correr o los sábados nos juntamos con amigos a jugar fútbol, aunque hace mucho que no nos juntamos...

—Bien. ¿Tenés alguna alergia o alguna enfermedad?

—No que yo sepa

—Bueno, esto lo guardo para el archivo y lo que sí te voy a pedir es un apto médico, que teniendo en cuenta que empezás el lunes a trabajar en el hospital te lo harán allí.

—Sí claro, de todas formas para tu tranquilidad haré una rutina tranquila hasta tener eso. Y de paso haré lo mismo con Auri que vendrá a entrenar por las tardes.

—Buenísimo. Ahora armemos la rutina y bienvenido al “Rincón Enfierrado”.

—¿Profe, te puedo hacer una pregunta antes?

—Si, por supuesto —respondió el entrenador.

—¿Qué es eso del rincón enfierrado? Me da un poquito de miedo...

—¡Te asustaste, rubio! —exclamó Mauricio soltando una carcajada—, cuando instalé el gimnasio, le quise dar un nombre que lo identificara. Lo de “enfierrado” es por los fierros, pero en relación a las mancuernas, discos, etc.

—Ah... —se lo oyó suspirar a Sebastián— ahora me quedo más tranquilo.

—A todos los que vienen por primera vez al barrio les pasa lo mismo. Bueno, ¿Qué te parece si empezamos?

—Cuando vos digas, enfierrado.

De esta forma, Sebastián empezó oficialmente su rutina en el gimnasio que le permitió conocer a parte de la población que gustaba de llevar una vida sana o tonificar su cuerpo.

Además, mucha de la gente con la que hablaba, al enterarse de su profesión le hacía alguna que otra consulta y eso también le permitió ir armando una red de futuros clientes para el día que instalara su consultorio.


Sebastián estaba terminando su rutina, cuando el entrenador se acercó a conversar.

—Profe, ¿hay algún lugar copado para andar en bici o correr acá?

—Sí, Sebas. Te voy a hacer un mapita de los mejores senderos, pero el mejor está llegando a la laguna. Es exclusivamente aeróbico y es ideal para bicicletear o hacer running.

Sebastián se secó la cara con una toalla.

—¿Laguna? Pensé que era una joda cuando decían que este lugar tenía una laguna.

—Es que por eso vienen tantos turistas a pasar el día; solo que en esta época muy pocos van para allá.

—Qué interesante —dijo Sebastián—. ¿Y además de agua, qué hay para hacer allí?

—Hay botes para salir a dar un paseo o pescar; salen de unos pequeños muelles que dan a las casas de ahí.

—¿Allí también hay casas?

—Sí, es la zona más linda y exclusiva del barrio.

—Pensé que todas las casas y la gente acá eran iguales.

—Y es así, solo que las propiedades de la zona de la laguna son un poco más exclusivas y alejadas de la comunidad. Viven allí algunas personas de la ciudad que le escapan al quilombo y algún que otro vecino prominente de acá.

—Qué bueno, seguramente iré a visitarla y llevaré a Auri a que la conozca.

—Mirá, si vas de noche, en esta estación del año que es fresco, te conviene ir en el auto, pero en primavera o verano es ideal para caminar, se pone muy copado de noche.

—Buen dato.

—Ahora hagamos estiramiento y listo por hoy.

—Lo que vos digas, enfierrado —dijo Sebastián haciendo una venia con la mano.

Los chicos rubios

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