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Aunque no veas el sol en mí, en ti yo voy a estar

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La primera vez que mi mamá vio a Maradona en un estadio fue en febrero del 81 en el recital de Queen en cancha de Vélez. En realidad el verbo ver es aventurado. “Estábamos tan lejos que veíamos una M y la gente decía está Maradona”, me aporta vía whatsapp. Diego jugaba en Boca y el técnico Marzolini no quería que vaya al recital. Al final logró convencerlo pero se terminó armando lío porque en la escapada se sumaron sus compañeros el Chueco Alves y Jorge Quiroz.

El miércoles al mediodía me llegó el mensaje. “Luuuu. Murió Maradona. Me enteré en el remís volviendo con tu abuela y lloré”, me escribió mi mamá. Y a la noche me dijo “ya arreglé con Kari para ir a Plaza de Mayo. Sus primas fueron a la cancha de Argentinos porque viven en Paternal. Abrieron las puertas de la tribuna”. En ese estadio también estuvo Nadia Fink que le preguntó a un nene de 9 años qué significaba para él Maradona. “Es el que empezó con todo esto del fútbol”, le respondió.

El jueves Avenida de Mayo se llenó de gente que fue a despedirlo a la Casa Rosada, donde lo velaron. Mi vieja terminó de trabajar a las 14. Tomó el tren en Quilmes rumbo a Constitución con su compañera Kari. Yo estaba trabajando de casa y le mandé los videos de la represión para que desista de la idea, baje en la estación “Darío y Maxi” y se vuelva a Lomas de Zamora. No hubo caso. El próximo mensaje que me mandó fue 14.50 para avisarme que ya había tomado el subte, algo que no hacía ni en pre pandemia por su miedo al encierro y a las multitudes.

Entonces agarré la bicicleta y fui para allá. Ya sabía que no llegaba a entrar porque el velatorio terminaba a las 16. Apenas pisé 9 de Julio me di cuenta que el fútbol argentino no volvió en septiembre con la Libertadores, ni en octubre con las eliminatorias sudamericanas, ni en noviembre con la Liga Profesional. Volvió el 25 y 26 de noviembre con la gente embanderada yendo a despedir a su ídolo. El barrio va llegando al show: remeras, banderas y vino en cartón.

Sembró alegría en el pueblo. Regó de gloria este suelo. Dos oraciones de “La mano de dios” explican todo de manera perfecta. La canción que popularizó el Potro Rodrigo pero que escribió su cuñado Alejandro Romero cuando tenía 24 años y estaba en plena crisis. Sin laburo pensó en dejar la música, tiró la guitarra y se puso a llorar. “Aunque nunca fui muy religioso, ahí se me da por empezar una charla con Dios en la que le ruego que me diera una señal. Lo cuento y lo recuerdo como si fuera hoy. Ahí empecé a escribir algo que en ese momento para mí no tenía sentido: ‘En una villa nació, fue deseo de Dios, crecer y sobrevivir, enfrentar la adversidad, con afán de ganarse a cada paso la vida’”, relató en La Voz del Interior.

El tema fue un boom, Rodrigo lo tocó en el Luna Park delante de las hijas de Maradona. Lo iba a incluir en su próximo disco que nunca salió porque el 24 de junio del 2000 un accidente automovilístico se lo llevó de este mundo. “Una vez, después de uno de los Luna Park, me aseguró que se iba a morir. ‘Arriba del escenario, me pegan un tiro, me accidento con la camioneta’, me decía. Estaba afectado por el mito de los 27 y todo lo que se generaba alrededor de su figura”, cuenta Alejandro Romero a quien en abril del 2001 lo invitaron para que cantara la canción en la casa de Diego por el cumpleaños de Dalma.

El tema fue el himno de los días de dolor del pueblo maradoniano. De madres, padres, abuelos y abuelas llorando recordando imágenes en vivo televisadas. La selección con Maradona (y Bilardo) eliminaron en mundiales a todos los campeones del mundo. En México 86 a Uruguay, Inglaterra y Alemania. En Italia 90 a Brasil y al local. Después de Diego solo en el 98 eliminamos a un campeón del mundo como Inglaterra y por penales.

En Plaza de Mayo el motor del carnaval de la eterna tristeza lo aportó la juventud. La que llegó a Diego por VHS primero y por You Tube después. Una bandera de Los Pibes de Vélez parafrasea al Negro Fontanarrosa con su “No nos importa lo que hiciste con tu vida. Nos importa lo que hiciste con la nuestra”.

Me encuentro con mi vieja. Caminamos un poco. Ella se pone para hacer la fila. Yo doy vueltas con la bici. La fila sigue avanzando pero ella sabe que son las 15.50 y ya no va a poder entrar a poder ver el cajón. No le importa. La busco para despedirme antes de irme. “Avisa cuando llegas”, me suelta. Chocamos los puños. Kari me saluda de lejos mientras la empujan para avanzar. Diez minutos después yo ya estaba por Congreso. Ellas vieron como cerraron las puertas de la Rosada y enfilaron la vuelta. Caminaron por Avenida de Mayo. No pudieron ver a su ídolo. A ese que fue demasiado de carne y hueso para la vida de superhéroe que tuvo. Mi vieja le pide a Kari que le saque una foto.

¿No pudo verlo? Solo porque no se dio vuelta. Atrás de ella salió un Pelusa. Remera de Boca, bandera de la selección puesta como una capa en la espalda, rulos cubriendo toda la cabeza. Debía andar buscando la parada del 28 que une Casa Rosada con Fiorito. De fondo seguía sonando que alguien no se murió, que vive en el pueblo.

-Mamá

-Hola, mi amor

-¿Como estas Tota? Te amo Mama

-Mamita

-Hablarle por radio a mi mamá para mí es muy difícil porque yo la quisiera tener acá al lado mío porque estamos viendo momentos excepcionales realmente. Yo sé lo que ella sufre cuando le dicen que el nene juega mal. Entonces hoy el nene estoy seguro que la hizo feliz. Quiero que sepa que la adoro, que los goles que hice son para ella. Te quiero mucho Mama

-Yo también mi amor. Anda a descansar mi hijo que me hiciste la madre más feliz del mundo

Comunicación telefónica entre Diego y Doña Tota en el aire de Radio Rivadavia minutos después de ganar el título mundial en México ‘86

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