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Nota introductoria Elina Montes

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Al iniciar su ensayo sobre de Defoe, Terry Eagleton traza un bosquejo rápido y efectivo con algunas de las características que considera comunes a muchos intelectuales de la época:

la trayectoria vital de Daniel Defoe incluye el endeudamiento y la alta política, la creación de obras literarias y el encarcelamiento. Cronológicamente hablando, en la carrera de Defoe el arte fue un paso por detrás de la vida, desde el momento en que el origen de la mayor parte de sus obras se encuentra en sus tareas como activista político. (34)

Daniel Defoe nació en setiembre de 1660, hacía cinco meses que en Inglaterra se había producido la Restauración monárquica, proceso que significó la restitución en el trono de la dinastía Estuardo y, consiguientemente, del anglicanismo como religión de estado. La liturgia anglicana, así como los textos sagrados utilizados por la misma, se habían prohibidos durante el período republicano del radicalismo protestante que había culminado en el Protectorado de Oliver Cronwell.

Con la Restauración, por tanto, también regresaron las expresiones del disenso respecto de una imposición de culto. Estas tenían su faceta más reconocible en las reuniones de los disidentes religiosos (“field conventicles”), sobre las que recayeron sucesivas medidas restrictivas por parte de Carlos II (1660-1685).(8) Es necesario que recordemos, además, que la disidencia era el emergente de una controversia que se dirimía por igual en el terreno religioso y en el político, y que en el período que siguió inmediatamente a la Restauración originó –entre otras cosas y por parte de un sector de la población que no adhería al rito oficial– prácticas ambiguas y conflictivas. Estas tendían fundamentalmente a eludir presiones y amenazas, como es el caso de la “occasional conformity” por la cual algunos disidentes tomaban periódicamente la comunión anglicana, para no ser señalados como opositores y alcanzados por el brazo de la ley. Medidas como estas últimas, sin embargo, son blanco de muchos de comentarios irónicos y satíricos que se leen en El consolidador, como cuando el narrador describe las bondades de la “máquina de pensar” y la pondera como un instrumento excelente para “alguien [que] ha cambiado de bando de mal para peor y multiplicado las diferencias en vez de disminuirlas” puesto que “puede llevarlo, a través de un pensamiento más moderado, a percatarse que el suyo no era un método del todo inadecuado para alcanzar la razón”.

Los años que siguieron a la Restauración fueron particularmente agitados, combinaron un panorama político interno complejo e incierto, y un contexto continental expansionista. Los temores del debilitamiento del país debido a las luchas intestinas asoman frecuentemente en la obra que aquí incluimos, así como cierto énfasis en los avances territoriales de otras naciones europeas. Rossen, aun reconociendo el sesgo anacrónico de semejante perspectiva afirma que

el concepto de monarquía universal fue una parte integral de las descripciones que Defoe hace del funcionamiento de los sistemas internacionales. Desarrolla sus implicancias más que cualquiera de sus contemporáneos. […] en sus primeros escritos ya argumenta que el deseo de Francia de instaurar una monarquía universal había comenzado a inicios del siglo XVII. (p. 36, traducción mía).

Es esta situación de extrema incertidumbre política la que aflora en el escrito utópico-satírico del que hemos seleccionado y traducido algunos fragmentos; en ellos abunda la crítica hacia la intolerancia religiosa y las posiciones oficiales perniciosamente inflexibles que hallan un nuevo punto de quiebre con el reinado de Jacobo II (1685-1689).

Defoe era de familia presbiteriana y, en la década de 1660, los presbiterianos moderados eran aceptados por parte del anglicanismo. El presbiterianismo se había opuesto al regicidio, había apoyado la Restauración, y había ejercido presiones para lograr una iglesia más moderada proponiendo alianzas con posiciones más radicales del protestantismo. Es precisamente esta búsqueda de posiciones más conciliadoras que subyace al escrito de Defoe, ahí donde ataca con similar aspereza todas las políticas eclesiásticas que fundamentan su supremacía en la intolerancia.

Tal como leemos en la cita de Eagleton mencionada al comienzo, es importante que tengamos presente que la carrera de escritor de Defoe no comienza con las novelas, a las que en efecto dedica la última década de su vida, sino con una asidua labor de periodista, ensayista y satirista. En su estudio sobre el tema, Ashley Marshall analiza las variantes que se establecen en el interior del discurso satírico en el período que va del reinado de Carlos II al de Guillermo III. Detecta, por ejemplo, que el carácter del mismo, hasta 1685 es del tipo eminentemente ofensivo, es decir, con miras a atacar al sistema o al status quo; a partir del reinado de Jacobo II puede notarse un viraje hacia un discurso más defensivo de valores morales que combina algunos rasgos de la sátira ofensiva. En relación con la escritura de Defoe, la autora señala que

Su visión es indudablemente social y sus juicios a menudo morales, pero, en cuanto al tema, sus sátiras son casi siempre político-religiosas […] su denuncia es por lo general parte de la defensa de un compromiso o de una causa en la que cree. […] Defiende a Guillermo, pero la causa por la que aboga principalmente es la del protestantismo en Inglaterra y un elemento central en su visión de la política y de la religión es que ve al catolicismo como antítesis del protestantismo. Su rechazo del catolicismo, tanto en términos políticos como teológicos, impregna tanto su obra satírica como la que no lo es. (Marshall: 224-225, la traducción es mía).

Utopías inglesas del siglo XVIII

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