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El orden y el absoluto: La isla del contento Lucas Margarit
ОглавлениеLa edición de The Isle of Content; or A New Paradise Discover’d de 1709 es la única que ha se ha publicado durante el siglo XVIII, lo cual trae una serie de inconvenientes a la hora de poder analizar su lugar en el marco de las utopías iluministas, o mejor dicho, en este caso pre-iluministas. Evidentemente no fue un texto que haya despertado interés entre el público lector(75) ya que de otro modo existirían más ediciones que confirmarían la difusión de la obra. Por otra parte, la autoría de este relato utópico es otro de los temas de discusión entre los pocos críticos y especialistas que se han detenido en este texto, ya que esa primera edición (y única en el siglo XVIII) aparece bajo la autoría de un pseudónimo, “Dr. Merryman” [Doctor Hombre alegre] que escribe una carta al Dr. Dullman [Hombre Aburrido], tal como podemos leer en la portadilla:
In a letter from Dr. Merryman of the same country, to Dr. Dullman of Great Britain.
Esta aclaración nos plantea varios puntos de partida para comenzar a comentar esta obra. En primer lugar se nos presenta como una carta, el género epistolar demarca la distancia física y geográfica entre dos territorios, uno que no podemos precisar por falta de datos y que no pertenece al mapa del mundo conocido y, el otro (que funcionaría como base para la comparación), Gran Bretaña. Es indudable que este recurso –tan utilizado en los textos utópicos– cumple la función de enfatizar la indeterminación del espacio del territorio utópico que se describirá a lo largo de los capítulos siguientes del texto. Por otra parte, el relato epistolar permite también dar forma a la alteridad con respecto a la experiencia que se narra ya que es el medio que destaca no solo la distancia geográfica, sino también la presencia de un territorio que debería alterar la cartografía en un mundo donde el avance científico es cada vez mayor y más predominante. Es de destacar que la relación epistolar que se presenta en este relato utópico se lleva a cabo entre dos territorios insulares lo que nos permitiría pensar una relación especular entre el mundo conocido del lector y ese nuevo territorio que escapa a las coordenadas conocidas. Es el lector el que debe establecer las relaciones entre la conformación de esta sociedad utópica y los hechos históricos de Inglaterra que se presentan como contrapunto de los hechos en La isla del Contento. Por otra parte, unas líneas más abajo, en esa misma página de la portadilla, podemos leer lo siguiente:
By the author of the Pleasures of a single Life.
Esta afirmación acerca del autor de la obra complejiza las posibilidades de aclarar la autoría del texto. Tal como afirma Gregory Claeys, The Pleasures of a single Life; or The Miseries of Matrimony también ha despertado disputas acerca de su autor, las cuales se proyectan en las disputas acerca del texto que estamos tratando (Claeys, 1994, xxxviii). Este libro, publicado en el año 1701 ha sido atribuido en primer lugar a Sir John Dillon quien según sus biógrafos en ese período acababa de divorciarse de su primera mujer para luego contraer matrimonio nuevamente. Esta atribución aparece por primera vez en una edición realizada en Londres mucho más tarde, en el año 1860. David Foxon, por su parte, en su English Verse, 1701-1750: A Catalogue of Separately Printed Poems with Notes on Contemporary Collected Editions, propone que fue Edward Ward (1667-1731) el autor de este volumen acerca de la soltería y el matrimonio, con lo cual veremos que algunas referencias a La isla del contento aparecen bajo su autoría. Ward, nacido en Oxfordshire, fue un poeta, autor de alrededor de setenta obras que incluyen poemas y libros de viaje como A Trip to Jamaica, publicado en el año 1698 y un año después A Trip to New England. El hecho de ser autor de libros de viajes ha sido uno de los motivos que se han contemplado para contemplarlo como autor de la utopía que ahora presentamos. Durante décadas se ha debatido esta problemática acerca de quién fue el forjador de este relato y entre los autores propuestos han surgido nombres tan disímiles como los de John Pomfret, Thomas Brown o James Moore Smith. Sin embargo, entraríamos en meras especulaciones si confirmáramos alguna de estas plumas como el autor intelectual de este texto utópico.
El hecho de que esta utopía haya sido publicada tan tempranamente en el siglo XVIII nos ubica en un período inicial y de pasaje hacia el Iluminismo en el ámbito de la cultura inglesa. Considerar, entonces, este período de transición implicará entre otras cuestiones políticas el temor por la inestabilidad de la corona ya sea por cuestiones religiosas como por la confrontación con enemigos externos, tal es el caso Francia, problemática presente en Inglaterra desde el reinado de Enrique VIII o también el de los Países Bajos. Si pensamos que la obra La isla del contento se publicó durante el período de gobierno de la reina Ana Estuardo, sobrina de Carlos II, monarca de la restauración en Inglaterra luego de la república de Cromwell (1649 – 1660) veremos que el motivo de la estabilidad monárquica es un aspecto central dentro de los conflictos que se discuten en el Parlamento y que es tratado por pensadores políticos, tal es el caso de Thomas Hobbes o el relato de la isla en que se centra esta introducción. Dentro de este marco de producción del texto es evidente que tanto Hobbes como nuestro autor anónimo defienden un gobierno representado por una monarquía absolutista, la cual funcionaría como garante del equilibrio, de la felicidad y de la paz de sus súbditos ya sea a través de sus leyes y regulaciones como a través del compromiso de evitar la anarquía en sus territorios. Su principal obra filosófica y política, Leviatán, conforma una especie de alegoría de carácter mítico que le permite reflexionar acerca de las características que debe tener un estado para poder llegar a gobernar en paz, armonía y tolerancia lo que debería tener como meta el fin de las guerras civiles que habían ocasionado muertes, miseria, rebeliones y desastres económicos a lo largo de toda la historia de Inglaterra. Es, en definitiva, un tratado acerca de cómo lograr la felicidad de los habitantes del reino, más allá de los sacrificios que haya que llevar a cabo.
Continuando con el conflicto(76) que lleva a Inglaterra hacia la inestabilidad política a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, debemos comentar que el sucesor de Carlos II fue Jacobo II, Duque de York y padre de Ana, quien asume el reinado a la muerte de su antecesor en 1685; pero ante la sospecha de su afinidad con el catolicismo por los beneficios y la tolerancia que les estaba otorgando, entre ellos la posibilidad de acceder a la Universidad de Oxford, o incluso el nombramiento de John Massey –quien inmediatamente se convirtió al catolicismo– como decano del Christ College, pesaba sobre su figura una profunda desconfianza e impopularidad, tanto entre los nobles como entre la población en general. El 5 de noviembre de 1688 se inicia lo que se ha llamado la Revolución Gloriosa con la invasión a Inglaterra de Guillermo de Orange. Durante este período, la futura reina Ana sobrellevó varios intentos de conversión al catolicismo por parte de su padre, sin embargo ella continuó fiel a la Iglesia de Inglaterra siguiendo su formación y su educación de corte anglicano. Posteriormente contrajo nupcias con el príncipe protestante Jorge de Dinamarca, lo cual, junto con su fe anglicana, explica su interés en aliarse en contra de su padre con su cuñado Guillermo de Orange, casado con María, la hermana mayor de Ana.
Una vez finalizada la Revolución Gloriosa y la consecuente abdicación del rey Jacobo, sube al trono Guillermo III. Luego de una serie de desencuentros entre el rey y Ana por razones de apoyo político entre otras cuestiones de estado, se restablece la relación entre ambos y le son restaurados todos sus honores y cargos por lo que apoya incondicionalmente al rey. Ante la muerte de Guillermo III y frente a la ausencia de herederos, Ana es la siguiente en la línea de sucesión de la corona y asume como monarca en 1702, cabe agregar que en 1707 se firma el Acta de Unión de Escocia, lo que implicará para Ana la unión del poder real bajo tres territorios Inglaterra, Irlanda y Escocia. Su reinado se caracterizó también por el desarrollo y la instalación definitiva del sistema bipartidista en el Parlamento.
Volviendo a La isla del contento, el año de publicación, 1709, nos ubica en un contexto complejo que podríamos presentar como el pasaje de las utopías renacentistas a las utopías de la Ilustración, lo cual nos lleva a preguntarnos la posible influencia, entre otros textos, de Oceana (1656) de James Harrington o The Isle of Pines (1668) de Henry Neville(77) en la escritura de la utopía que ahora presentamos. Hay ciertos aspectos que deberíamos considerar como semejanza en ambos textos, entre ellos: la ubicación de la isla, el clima templado o la presencia de una Naturaleza sobreabundante que posibilita en primer lugar la supervivencia y posteriormente el ocio entre sus habitantes. Por otra parte, las descripciones de los nuevos territorios tanto en el texto de Neville como en este anónimo, nos muestran una recuperación de un pasado casi mítico que retoma las característica del Edén perdido o “Paraíso recobrado” y el intento de sus habitantes de establecer aquél orden que se hubo degradado, ya sea simbólicamente en la imagen de la caída del hombre como políticamente ante la situación de los sistemas gubernamentales del mundo conocido, es decir, en este caso particular, Inglaterra. Es dable considerar que la mirada nostálgica del autor de nuestra utopía está dirigida a un pasado que se ha desvanecido en la historia, que el orden que ha conocido y ha considerado como verdadero e ideal se ha quebrado en la representación política que manifiesta Inglaterra durante dicho período: el peso del Parlamento bipartidista como sucesión necesaria de la monarquía absoluta luego de las revoluciones del siglo XVII.
Es por ello que en La isla del contento la armonía se presenta como una relación pacífica no solo entre los hombres, sino también entre los habitantes y su entorno, ya sea social como natural. Esto último se mantiene como una presencia constante en esta utopía ya sea cuando se refiere a los alimentos como a la vestimenta o al paisaje, etc., lo cual en varios aspectos estaría entrecruzándose con otro género: la Arcadia, donde la Naturaleza es una aliada del hombre y el ocio es permitido y valorado como una alternativa en la vida de sus habitantes. Es por ello que en La isla del contento el territorio natural donde desarrollaron su vida Philonespo y sus descendientes es visto como un espacio que no debe ser alterado, donde el sufrimiento vano debe ser erradicado para todas las criaturas, ante esta perspectiva señala el narrador que ni siquiera matan animales para alimentarse y sobrevivir, sino que se conforman con la abundancia de la vegetación y sus frutos. Conservar el estado natural del entorno que los ha salvado quizá presuponga, por un lado un agradecimiento a la gracia, pero por otro, mantener una continuidad de ese sistema verticalista que se ha instalado desde los inicios de este asentamiento.
Esta relación que establecen los hombres con el mundo natural pareciese un viaje hacia un pasado pre-republicano en el sentido en que se presenta la Monarquía absoluta como un medio de establecer y mantener aquél orden perdido –y que creen haber encontrado en la Isla del Contento– que es representado aquí de manera simbólica a través del clima moderado y equilibrado, donde ni el frío ni el calor son excesivos, donde la temperatura se mantiene constante. Este paisaje templado es claramente un símbolo de equilibrio y por ende de la felicidad que se intenta instaurar a través de su legislación y de su gobernante, lo cual abordaremos más adelante. Asimismo, la descripción de este equilibrio natural implica lo “inmaculado”, no hay preocupación por la suciedad: “no estamos sujetos a sentirnos molestos por la suciedad o incómodos por el polvo, sino que siempre pisamos una alfombra verde, fresca como un campo de bolos luego de una suave lluvia en el mes de abril”. El entorno se presenta como parte de una imagen, no solo de armonía, sino también de pulcritud en consonancia con la intención del narrador de presentar al destinatario de la carta este territorio como una integración del ámbito físico con el moral.
Por otra parte, el texto nos presenta un contrapunto con respecto a los sistemas políticos y culturales conocidos por el narrador –a través de lo que ha escuchado y aprendido de sus ancestros– y por el Dr. Dullman a quien va dirigida la carta (y, claro está, también por el lector) a través del relato de la historia de la colonización de esa isla desierta. La leyenda del exilio de Philodespot, primer monarca de la isla, y sus descendientes, es una clara defensa a la monarquía y a la necesidad de un orden político que se ha perdido en Inglaterra o que por lo menos está amenazado:
fue un antiguo y buen Caballero que abandonó su país natal con sus hijos, amigos y otros parientes, para salvar sus vidas en tiempo de rebelión y crueldad, cuando el príncipe fue asesinado y la Constitución despedazada, la religión se volvió una burla, sus estados quedaron en manos de los traidores…
Si pensamos que en el momento de su publicación está aún presente el recuerdo de la abdicación del rey Jacobo, y antes de ese episodio de la historia inglesa el de la decapitación de Carlos I y la posterior República, es evidente que el autor de este relato, respalda la figura del monarca como garantía de un orden casi perfecto. Incluso, por las descripciones de traiciones y muertes que rodean los levantamientos contra el noble antes de su exilio, hasta podríamos especular que se trata de una crítica radical a la misma idea de república tal como se presentó en Inglaterra durante el siglo XVII o incluso al mundo extra-utópico, es decir a aquella “flatulante parte del mundo”. La posición de este texto en contra de los whigs es evidente, y por ello que nos presenta al rey con las garantías y características de un Caballero virtuoso y se descarta todo aquello que en la organización de la isla pueda ser una amenaza para el status quo. Esta situación es también una aceptación a ciegas de la monarquía absoluta, la cual es vista como un privilegio por las resoluciones que el monarca ofrece frente a las acciones de los habitantes.
La insularidad de la utopía permite establecer los límites precisos del territorio, no solo como superficie sino, y ante todo, como un sistema cerrado de relaciones humanas que se regula con leyes particulares impuestas por un poder central y único representado por la figura del rey, logrando, en este caso particular, un orden determinado y por la tanto inmóvil con respecto a las variaciones sociales, manteniendo dicho sistema en un equilibrio artificial que representaría lo que podríamos denominar “sistema socio-cultural utópico” que se opondría a la “libertad natural” tal como lo señalara Hobbes primero en su tratado Elementos de Derecho Natural y Político (1640) y posteriormente en Leviatán (1651). En estos tratados Hobbes propone que la ley funcionaría como límite al impulso natural del hombre de competir por los mismos objetos; es decir que la libertad natural llevaría al hombre a un estado de lucha y de guerra permanente: “bellum omnium in omnes” [una guerra de todos contra todos]. Frente a esta situación la ley de un monarca serviría para encontrar el equilibrio que el hombre natural no posee (Cf. Skinner 2010, 79 y ss.). Es por ello que tanto Hobbes como el autor de este texto utópico se muestran como defensores de dicha posición política, donde, siguiendo nuevamente a Hobbes, la pérdida de la libertad como súbditos de la corona tendrá como fin y resultado poder convivir en paz y armonía. Esta visión es un antecedente a la búsqueda de la felicidad que plantearán autores inmediatamente posteriores como Montesquieu (1689-1755) o Francis Hutcheson (1649-1746).
Este sistema legal que describe Hobbes en su obra Elementos de Derecho Natural y Político, se presenta de modo muy similar en La isla del Contento a través del castigo a la sedición y a cualquier situación que ponga en riesgo la continuidad del poder real y la “felicidad” de sus habitantes. Estos castigos, que en su aspecto más radical y extremos se manifiestan a través de la pena de muerte o del exilio del acusado, lo que sostendrían es un sistema cerrado que expulsa a los autores o a los vehículos de las posibles variantes que puedan ser impulsadas por el deseo o por la ambición. Es por ello que las leyes son parte de una formación parcial del ciudadano, donde la herencia del orden dado debe ser constante también para las futuras generaciones.
La legitimación de la figura del rey se presenta en La isla del contento a partir de una serie de baladas y relatos orales que se manifiestan, quizá por primera vez en la escritura, a través de esta carta que se envía a Inglaterra, la escritura de apropia de la memoria y, por lo tanto, la parcialidad del relato se instaura como la representación del sistema social ideal invalidando otras posibles voces. La univocidad del relato da cuenta de una línea discursiva que no entra en alteraciones o desvíos, cumpliendo la función también de un proceso de organización social donde el narrador representa la ley impuesta por el monarca. El peso de la cotidianeidad en este relato del pasado y de la historia de la isla se ajusta a las convenciones de aquella relación armónica del hombre con su entorno y con la autoridad, con esa perspectiva más conservadora que el texto disemina a través de diferentes recursos. Esta perspectiva conservadora es una mirada nostálgica por aquél pasado que se ha desvanecido por las luchas internas (y externas) que ha mantenido la corona inglesa a lo largo de su historia. Es por ello que el rey, como monarca absoluto en esta sociedad insular es la garantía de una sociedad sin conflictos ni traiciones, estableciendo una entidad sometida a una armonía centrada en leyes estrictas e inamovibles.
Algo similar ocurre con la institución religiosa ya que solo puede ser nombrado un obispo para que guíe a los habitantes de esta isla. La razón que esgrime el narrador es que es una forma clara de evitar los intereses y las competencias entre varios hombres para ocupar ese lugar. Es más, este obispo autoridad máxima en el ámbito religioso, antes de ser elegido debe demostrar sus capacidades intelectuales y morales para poder ocupar ese lugar de suma importancia para la comunidad y para la posterior aplicación de las reglas de convivencia. Es interesante constatar que de alguna manera esta elección entre varios obispos posibles modera la libertad natural de los hombres quienes se enfrentarían por obtener ese reconocimiento –retomando el planteo de Hobbes– para destacar y elegir solo a uno de ellos en el cargo religioso, evitando de este modo los enfrentamientos vanos.
Ante esta descripción del orden social es curioso observar que uno de los primeros aspectos a los que se refiere el narrador es la ausencia de astrónomos en la isla, “pues ellos generalmente se degeneran en presumidos astrólogos, que con sus mentirosas profecías corrompen la mente de la gente y llevan a la perturbación del reino”, por lo tanto si es descubierto alguien realizando este tipo de actividades es castigado con la pena de muerte. ¿Podríamos sostener que lo externo, incluso viniendo de los astros, es una amenaza a ese orden impuesto por la ley del monarca? ¿Podríamos pensar también que esas “profecías” ocuparían el lugar de las otras voces que alterarían las creencias y las normas en las que se basa este sistema social? Como podemos ver, el sistema absolutista no está centrado solo en la figura del rey, sino en la voz narrativa que enuncia y también justifica su ley. Merryman se constituye de este modo en el portavoz de un sistema que, desde su punto de vista conservador, podría funcionar como exemplum frente a los conflictos que vive Inglaterra.
La isla, bajo estos aspectos, es un símbolo de un Paraíso casi bíblico, que como decíamos anteriormente intenta recuperar la Edad de Oro, lo que se manifiesta bajo el intento de establecer una paz duradera y poder dar cuenta en el relato de un territorio alejado del “mal”. Podemos acercarnos a esta afirmación a través de un fragmento del primer capítulo donde leemos: “De manera, por la exuberancia de la naturaleza y el clima moderado, algunos de nuestros doctos comentadores afirman profanamente que esta, nuestra isla, es el mismo Paraíso que Adán perdió”. La búsqueda y la presencia de la felicidad para los habitantes es otro de los tópicos que se presentan a lo largo de todo el texto que estamos presentando. Todo aquello que altere este sistema verticalista es considerado malo para el orden social y natural y, por ende, para la felicidad de los habitantes de la isla. De allí que se vea el mundo “civilizado” europeo como un catálogo de amenazas, de traiciones y de desestabilizaciones, tales como ha sufrido el primer monarca Philonespo antes de su exilio y llegada a la isla.
En cuanto a su estructura, el relato utópico La isla del Contento está encabezado por un párrafo introductorio que explica al lector –siguiendo los requerimientos del destinatario, el Dr. Dullman–, el por qué de la necesidad de escribir esta carta descriptiva de la isla. Luego la narración continúa con un esquema descriptivo estructurado en doce capítulos que explicarán diferentes aspectos que describen la naturaleza de la sociedad en esa isla alejada. De este modo, siguiendo un trazado fáctico y empírico clasifica los distintos puntos en los que el narrador basa su relato, desde los tópicos más básicos de la cotidianeidad (el alimento, la bebida, las diversiones) hasta los aspectos religiosos (elección del obispo, por ejemplo) y legales (reglas y castigos) de la comunidad que representa. Es un esquema ordenado donde primero se detiene en el paisaje y en sus características climáticas y en la descripción de la flora y de la fauna; luego nos conduce desde la organización de ese espacio insular y las relaciones con el entorno natural hasta las relaciones entre los integrantes de dicha comunidad; de los juegos y diversiones hasta los ritos religiosos y los modos de socialización. Como vemos sigue de cerca un esquema enciclopédico que intenta dar cuenta de todos los aspectos del territorio utópico. Por otra parte, este intento de abarcar la totalidad de su objeto de descripción a través de esta variedad de tópicos denota una intención política en tanto que esgrime la posibilidad de demarcar una estructura completa y, por lo tanto, perfecta en su organización.
Es interesante también apreciar cómo el narrador pasa de un tema fáctico en cuestión a los problemas del comportamiento humano desde una perspectiva más general y moral. Es decir pasa de la descripción de una realidad concreta, una costumbre o un hecho particular, a una reflexión acerca de los límites impuestos para que las acciones de los habitantes (de los hombres) de la isla sean mesuradas y no quiebren el esquema dado por la autoridad. Por ejemplo, en el capítulo III, “De nuestros vinos y jugos potables”, el narrador cuenta cómo son las vides, qué lugar ocupan en las casas de los habitantes, la excelencia de los frutos y de sus derivados. No obstante, luego de ello se dedica a comentar los límites impuestos para evitar la embriaguez y “por el bien común” de toda la comunidad. Cito un fragmento de este capítulo donde se contempla la “mesura” de los hombres y mujeres de la isla: “De manera que el hecho de que nuestros vinos sean baratos junto a la debida aplicación de nuestras leyes contra el Vicio y sin la menor ayuda de una sociedad reformista, hacen de la embriaguez un escándalo”. Ya desde la elección de la palabra “Vicio” está delimitando como característica esencial de la isla que es la virtud la que lleva a la armonía general. Esta mesura la podemos ver también en la falta de una compañía de teatro que entretenga a los habitantes de la isla. Esta prohibición tiene un eco evidente en la postura que tenían los puritanos desde el siglo XVI cuando querían cerrar y prohibir los teatros en la ciudad de Londres. Esta prohibición se hizo realidad durante el siglo XVII cuando los puritanos toman el poder a través de la figura de Oliver Cromwell. Es clara desde esta perspectiva conservadora la intención ideológica del texto. Ensayemos algunas posibilidades para esta prohibición. En primer lugar, la más evidente y la que el mismo texto nos propone: el teatro es un espacio para la lascivia. Pero también, siguiendo el patrón puritano, una representación teatral es un engaño para el espectador. Sin embargo, también podríamos considerar la posibilidad de que el teatro como un reflejo de los vicios y de las virtudes de una sociedad pueda despertar en los habitantes de la isla ciertos intereses opuestos a lo que este absolutismo considera “bien común” u “orden”, con lo cual sería una amenaza interna al sistema monárquico utópico que presenta este texto.
Un aspecto que creemos que hay que comentar es la violencia con la que se llevan a cabo los castigos, incluso la pena de muerte. Pareciese, siguiendo la imagen que señalamos al comienzo, que la autoridad desea mantener la isla impoluta, todo aquello que no se adecua al sistema es “eliminado”. Por ejemplo, es importante por el ocio en el que viven los habitantes de la isla el baile y los profesores de baile, sobre todo con respecto a la educación de las damas, “pero si por casualidad alguno [profesor] es atrapado besando a una estudiante, deberá, sufrir con resignación, el corte de sus talones, lo que hará que luego de ello no baile nunca más o sino también será forzado a abandonar el país en veinticuatro horas”.
Otro aspecto que debemos comentar acerca de la estructura de estos capítulos es que cada uno de ellos termina con una estrofa de cuatro versos, excepto el último que lo hace con una canción. Estos versos que acompañan a cada capítulo tienen la función de ser una especie de comentario o escenario moral en el que se apoyaría el relato, retomando el tema que se había desarrollado en el capítulo.
Toda esta serie de regulaciones bajo las cuales están sometidos con rigurosidad cada uno de los isleños buscarían en definitiva, según la mirada del autor, la estabilidad social en todos los aspectos posibles. La isla, entonces se transforma en el territorio de lo inmóvil, de lo estático y de lo repetitivo. Hay una armonía que debe permanecer inalterable y de allí que podemos considerar este texto como utópico. Un no lugar donde se intenta mantener una armonía a la fuerza que, visto desde cierta perspectiva, es claramente una ficción, un artefacto donde se exponen los temores y los logros frente a un mundo externo que, en oposición, es caos y revolución, es decir traición y cambio; un territorio extra-insular, donde el poder que alguna vez pudo mantener cierto orden en el sistema político se vio desplazado por la terror y la violencia, tal como se nos cuenta en el relato. El exilio que condujo a los primeros habitantes hacia la Isla del Contento se transformará en el reconocimiento de un territorio como propio, que pudo ser nombrado por primera vez para poder establecer las leyes del monarca, un territorio que es sometido una y otra vez a la mesura de un lenguaje que lo descubre y nombra, a una ley que repite la desterritorialización y el exilio del deseo de quienes se apartan del sistema totalizador de la isla. La carta de Merryman se transformará de este modo, no solo en una especie de defensa del grupo conservador, sino también en el relato legitimador de normas rígidas que parecieran repetir nuevamente los mismos errores del reino de Gran Bretaña, un relato que busca y expone la ausencia del deseo con base capital del equilibrio logrado luego del caos.
Es así entonces que podríamos pensar que el único recuerdo que tienen los personajes que viven en la isla del contento son los relatos que pasaron de boca en boca o, cuando se presenta la ocasión, muy pocas en realidad, escuchar los narraciones que llevan los holandeses, únicos marinos mercantes con los que se permiten establecer un contacto comercial aunque con muchos recaudos que permitan conservar el microcosmos creado en este territorio. Podemos leer en el Cap. XII, “Del comercio exterior y del mercado”:
Así que la primera vez que los holandeses vinieron para establecer comercio con nosotros no les permitimos colocar pie en nuestra isla hasta que no prestaron solemne juramento, el cual decía que siempre que estén en la orilla deberían mantener sus manos en sus bolsillos, sus cuchillos en sus bocas y jamás beber ni una gota de cualquier licor fuerte hasta que regresen a sus barcos. Estas condiciones son estrictamente observadas hasta nuestros días. Gracias a esta estratagema mantuvimos sus dedos apartados de la ratería y del robo, sus lenguas alejadas de la mentira y la calumnia, a las bestias sedientas apartadas de las borracheras y a los cobardes de las peleas…
La sospecha y la intolerancia con lo diferente se hacen presentes nuevamente bajo la perspectiva del comercio. El otro siempre es una amenaza en este texto utópico, la alteridad es el cambio del cual se rehúye. Aquello que es considerado extraño o que provenga del exterior es una amenaza para el equilibrio y para la paz y la armonía. Por ello que no encontramos en el relato otras voces ni hay otras alternativas plausibles de encontrar un lugar para la diferencia en la Isla del Contento. En el párrafo introductorio al texto utópico, señala que será un relato exacto de las características de la isla, un relato que dará cuenta de cada particularidad de un modo minucioso y cercano a esa realidad socio-política. Evidentemente esta búsqueda de exactitud responde a celebrar una verdad que no puede tener contradicciones y a legitimar un modo de vida regulada y ociosa a la vez.
La isla del Contento, de este modo se presenta como una utopía que se subordina a un pasado en un doble sentido (mítico y político) tanto como un Edén como a una conformación de gobierno ya perimida. Una isla donde los habitantes establecen sus relaciones siguiendo un patrón rígido que en teoría los convertiría en hombres satisfechos y por lo tanto felices de formar parte de esa comunidad. La mirada única y particular no nos permite, como lectores, acceder a otras perspectivas o incluso plantear algún tipo de objeción. Una isla cerrada en sí misma, representa de este modo el paraíso que el hombre ha perdido, pérdida que desde esta perspectiva, le ha permitido acceder a la libertad.