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EXPULSIÓN DEL PERIODISMO Y COLABORACIÓN EN CATOLICISMO (1944-1946)

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Sin embargo, un incidente diplomático provocó su expulsión inmediata del Registro de Periodistas. Al parecer, Cunqueiro se había comprometido a la publicación de unos artículos de temática jacobea patrocinados por la Embajada de Francia que nunca llegaron a ver la luz. Ante las protestas del agregado cultural, y el temor de que el incidente pudiera desembocar en un conflicto diplomático, el propio director general de Prensa, Juan Aparicio, rompió el carnet de periodista del autor23.

La Delegación Nacional de Prensa ordenó publicar en primera plana su expulsión deshonrosa. El 24 de junio de 1944 apareció dicha comunicación en todos los periódicos. Cunqueiro pasó de estar en lo más alto del escalafón cultural y periodístico del Régimen a no poder ejercer la labor profesional que oficialmente llevaba desempeñando seis años. Los años siguientes en Madrid hubieron de ser terriblemente duros para él y su familia. Si bien suele considerarse ese tiempo como un paréntesis vital y profesional difícil de analizar por parte de la crítica, hoy estamos en condiciones de saber que, pese a la prohibición, Cunqueiro pudo continuar publicando algunos artículos en el diario Madrid, y que en 1945 se vinculó a la revista orensana de poesía Posío, dirigida por el filólogo, y discípulo de Vicente Risco, José Luis Varela Iglesias. Allí daría a la imprenta un único poema.

Durante esos casi dos años, entre 1945 y 1946, uno de los principales sostenes de Cunqueiro fue su colaboración mensual con la revista Catolicismo, lo que en 1946 se completó con la participación en la revista Finisterre, donde publicó sus artículos relativos a esa inacabada serie que fue la Historia de las tabernas gallegas. Dos reflexiones se imponen ante este hecho: la primera, que, aunque cuantitativamente Cunqueiro viese reducido su papel periodístico, continuó publicando en la prensa, por así decirlo, periférica del Régimen, si bien con enormes dificultades. La segunda, que mantuvo su colaboración con publicaciones culturales gallegas o vinculadas a personalidades culturales gallegas, como anteriormente a la retirada de su carnet, aunque en ellas adquirirá más relevancia su faceta poética y un ensayismo ligero que mantiene las características generales de culturalismo y erudición anecdótica que serán la nota propia de los artículos de prensa posteriores a 1945. Incluso es destacable que este mismo 1946 verá la aparición de un nuevo y único artículo con su firma en un periódico tan prestigioso y tan familiar como ABC.

La revista Catolicismo, el órgano oficial de las Obras Misionales Pontificias, fue creada en época republicana, pero se interrumpió al iniciarse la guerra civil. Su segunda época, a partir de 1942, supuso la reanudación de la continuidad institucional de volver a dotar a las Obras Misionales Pontificias, y en particular a su órgano de información, la agencia de noticias Fides, de un mecanismo oficial de difusión, como desde la década de los treinta venía haciéndose en cada nación europea por parte de las Obras Misionales Pontificias. Por supuesto, la publicación hará gala de una ideología de combate, reforzada por la idea de cruzada misional existente en el discurso político-cultural del golpe de Estado del 36 y del régimen de Franco. Situada en el número 5 de la calle Fuencarral, de Madrid, Catolicismo se presentaba como una publicación dirigida a un público muy amplio, en particular juvenil, con secciones relativamente fijas y elementos de redacción muy variados, sobre todo en sus primeros meses de andadura: relatos, anécdotas pías y reportajes geográficos compusieron fundamentalmente las páginas interiores, completadas por las fotografías y las informaciones de la agencia de prensa del Vaticano. El director de esta segunda etapa, Genaro Xavier Vallejos (1897-1991) era un sacerdote fundador del Secretariado Internacional de Misiones, periodista (premio Mariano de Cavia en 1925) y escritor de relatos hagiográficos píos desde los años veinte, que en los cincuenta se decantó hacia la poesía religiosa más tradicional en sus Sonetos a la Inmaculada (1956), y más tarde, hacia la novela histórica. Vallejos, en realidad, realizaba funciones de jefe de redacción, aunque prefiriese participar sobre todo en las colaboraciones literarias, que firmará habitualmente con sus iniciales. Los editoriales y el conjunto de la revista aparecían bajo la firma de Ángel Sagarmínaga (1890-1968), a la sazón delegado de las Misiones Pontificias y creador del Domund, festividad que Catolicismo contribuyó precisamente a popularizar. La nómina de profesionales fijos de la revista se completaba con el periodista Jesús Sainz Mazpulé, que solía encargarse de la sección «Intención misional del mes».

En sus primeros años de andadura, Catolicismo muestra sin ambages una apuesta decidida de apoyo a las potencias del Eje, pero poco a poco va estableciendo más distanciamiento en estos temas para concentrarse en la temática puramente religiosa y literaria, ocupando esta última un mayor espacio desde mediados de 1942. Al mismo tiempo, la revista irá incorporando nombres importantes a estas colaboraciones literarias. Destaca, aparte del propio Vallejos, la participación del novelista albaceteño Huberto Pérez de la Ossa, que había obtenido en 1924 el Premio Nacional de Literatura. Asimismo, Catolicismo recluta autores que, entonces noveles, llegarán a tener relevancia literaria en los años siguientes: un ejemplo señalado es la incorporación, en 1943, del por entonces seminarista José Luis Castillo Puche (1919-2004), que llegaría a obtener en 1954 el XI Premio Nacional de Narrativa por Con la muerte al hombro, y en 1958 por su novela Hicieron partes. A lo largo de años sucesivos, tras abandonar en 1943 el seminario y decantarse por la carrera de periodismo, continuará colaborando en esta revista.

Desde febrero de 1943, Catolicismo comienza una sección, normalmente situada en las páginas 8 y 9, redactada por literatos y que en un principio nace con el nombre de «Flor de Santoral». La inaugura el propio José Luis Castillo Puche. Si bien no tuvo apenas continuidad, muestra los intentos por parte de la redacción de ofrecer contenidos narrativos más variados, y en particular de introducir la ideología misional en el relato hagiográfico. A lo largo de este 1943, la revista continúa la temática santoral con otros artículos importantes, como las glosas del académico de la lengua Lorenzo Ríber sobre Fray Junípero Serra, y en julio la sección vuelve a aparecer rebautizada como «Floresta de santos y misioneros», en el artículo «Santo Toribio de Magrovejo», firmado por José Artero, musicólogo y rector de la Universidad Pontificia de Salamanca, que formaba parte de las Misiones Pontificias y jugaba importantes papeles internos en esta segunda etapa de la publicación. Los artículos de creación literaria ocupan lugares cada vez más destacados de la revista, que sigue atrayendo nuevos colaboradores: durante la primera mitad de 1944 se incorporará el periodista del diario Arriba José María García Escudero, que obtuvo cuatro años más tarde el premio Nacional de Periodismo Francisco Franco (1948) por sus artículos sobre Balmes; a partir de agosto de 1944, José Antonio Torreblanca, periodista relacionado con ABC, y ya a final de año y de forma más ocasional, Pilar de Cuadra. La pluma más prolífica de estos números de 1944 y principios de 1945 será, sin embargo, Magdalena Noguera, pseudónimo de Carmen Conde, que combinará en ese bienio píos relatos misionales infantiles y juveniles con colaboraciones radiofónicas en Radio Nacional. Es interesante este hecho, por cuanto revela que la revista acostumbraba combinar la participación de autores consagrados y oficiales con la de autores en ciertas dificultades personales como Carmen Conde. Debemos recordar que el marido de Conde, Antonio Oliver, se encontraba por entonces recluido en el domicilio de su hermana en Cartagena, debido a su participación en el ejército republicano y a sus actividades de propaganda en dicho bando.

En rigor, Catolicismo no volverá a plantearse la recuperación de una estampa santoral propiamente dicha hasta agosto de 1945, con la publicación de la sección «Santoral misionero» que lleva a cabo Álvaro Cunqueiro. A partir de febrero de 1946 será él mismo, además, quien cada vez mantenga un mayor espacio literario en la publicación, al ocuparse de buena parte de los relatos que en ella aparecen, aunque continúe la colaboración de las habituales firmas de Torreblanca, Pilar de Cuadra y José Luis Castillo Puche. De hecho, es importante poner de relieve que la participación de Cunqueiro en esta revista es mayor de la que en un principio se pensaba por parte de la crítica. Si bien en el año 1989, en las II Xornadas de Literatura de Mondoñedo, se reveló la existencia de nueve vidas de santos publicadas en 194524, en realidad hemos descubierto que la información no era del todo correcta. Son doce, y no nueve, las hagiografías publicadas por Cunqueiro en Catolicismo, y no todas bajo la sección «Santoral misionero». Del mismo modo, existen además, dentro de esta revista, siete relatos de ficción que Cunqueiro publica en 1946, seis bajo el pseudónimo de Álvaro Labrada y uno con su propio nombre. La nómina de todos los textos es la siguiente, por orden cronológico (se marca el mes y el año de publicación, el título, la autoría propia o bajo pseudónimo y el número de página. En corchetes se señala además si la publicación hagiográfica se realizó o no bajo la sección «Santoral misionero»):

Julio de 1945: «Dom Salvado el fundador o Un misionero en Australia», por Álvaro Cunqueiro, págs. 8, 9.

Agosto de 1945: «San Osvaldo, apóstol de Inglaterra», por Álvaro Cunqueiro [«Santoral misionero»], págs. 8, 9.

Septiembre de 1945: «San Pedro Claver», por Álvaro Cunqueiro [«Santoral misionero»], págs. 8, 9.

Octubre de 1945: «La ardiente prisa de Sor Teresa», por Álvaro Cunqueiro, págs. 10, 11.

Noviembre de 1945: Beato «Juan Gabriel Perboyre», por Álvaro Cunqueiro [«Santoral misionero»], págs. 8, 9.

Febrero de 1946: «San Leandro, apóstol de los godos» [«Santoral misionero»], págs. 8, 9; «San Cosme, rey de los Gou», por Álvaro Labrada, págs. 16, 17, 27.

Marzo de 1946: «Beato Raimundo Lulio» [«Santoral misionero»], págs. 8, 9; «La campana y el león», por Álvaro Labrada, págs. 16, 17.

Abril de 1946: «Relato de San Metodio, apóstol de los eslavos» [«Santoral misionero»], págs. 8, 9; «Historia de la burla del becerro», por Álvaro Labrada, págs. 18, 19.

Mayo de 1946: «Agustín, apóstol de Inglaterra» [«Santoral misionero»], págs. 8, 9; «El fraile que pintaba abanicos para el emperador de la China», por Álvaro Labrada, págs. 14, 15.

Junio de 1946: «Mártires en Uganda» [«Santoral misionero»], págs. 8, 9.

Julio de 1946: «Santa Olga de Kiev» [«Santoral misionero»], págs. 8, 9; «De la calle de Velázquez al río Eyo», por Álvaro Labrada, págs. 10, 11.

Agosto de 1946: número especial sobre China, «Los 5 demonios de Wupei. Cuento chino vuelto al castellano por Álvaro Labrada», págs. 16, 17, 28, 29.

Septiembre de 1946: «Nuestra Sra. de la Merced» [«Santoral misionero»], págs. 18, 19.

Noviembre de 1946: «El fuego. Atum cuenta. Leyenda negra adaptada al castellano por Álvaro Cunqueiro», págs. 16, 17, 27.

Cunqueiro, pues, comienza su colaboración en Catolicismo en julio de 1945, con un artículo biográfico sobre el obispo gallego Fray Rosendo Salvado. No será hasta agosto cuando la revista establezca, con mayor o menor generalidad, en dichas páginas 8 y 9, y bajo el título «Santoral misionero», la sección hagiográfica de mayor continuidad en la historia editorial de la publicación, que se mantendrá siempre bajo la firma de Álvaro Cunqueiro hasta septiembre de 1946. Sólo en circunstancias determinadas, debidas sobre todo al contexto internacional, la sección se verá interrumpida. El caso más relevante es el número de agosto de 1946, dedicado a la evangelización de China, tras la creación de la primera diócesis católica de la historia en ese país y el nombramiento de su primer obispo.

«Santoral misionero» no fue una sección cerrada. En rigor, deberíamos recordar que en ella aparecieron dos artículos no estrictamente hagiográficos, pero sí misionales, el dedicado a martirizados en Uganda y uno encomiástico a la Virgen de la Merced. El proceso de creación muestra, fundamentalmente, que la revista buscaba el tratamiento de un santo vinculado al mundo misionero cuya festividad estuviese incluida en el mes de la publicación. Obviamente, no debía de ser fácil encontrar un santo afamado que reuniese cada mes los requisitos que buscaba la revista. De ahí el recurso a incluir bajo el título de la sección una alabanza de la Virgen de la Merced, cuya festividad se celebraba en el mes de septiembre, muy escaso en santos misioneros. Curiosamente, ocurre lo contrario con el primer texto publicado por Cunqueiro en Catolicismo, en el que realiza un encomio casi hagiográfico de la personalidad misionera de Fray Rosendo Salvado. El nombre de la sección, como hemos señalado, aparecerá un mes más tarde, pero sus bases quedan fijadas en este primer artículo.

Los textos muestran aspectos muy interesantes del enfoque personal de Cunqueiro hacia el género hagiográfico. Como era de esperar, los artículos ponen de relieve la línea editorial oficial de las Obras Misionales Pontificias, siguiendo las instrucciones de Pío XI de mostrar una imagen elogiosa de la misión asociada a lo apostólico y la santidad. Se fuerza, en cierto sentido, una consideración unidimensional de las vidas de santos, de modo que lo misional queda priorizado hasta el punto de relegar aspectos aparentemente fundamentales del discurso hagiográfico como la narración de los milagros del santo. Interesante, además, es el hecho de que algunos de estos textos reconvierten la semblanza hagiográfica en diatriba política contra determinados países, en particular la Unión Soviética, pero también contra Inglaterra, que durante años será caballo de batalla de las Obras Misionales Pontificias. En las páginas de Catolicismo podrán leerse furibundos ataques contra la religión anglicana y la petición de una nueva conversión de la isla en la línea del cardenal Newman25. Es importante, pues, considerar que los artículos de «Santoral misionero» deben leerse no sólo desde una óptica santoral encomiástica simple, sino también desde la tan nacionalcatólica de cruzada, al estilo de los textos periodísticos políticos de esta época.

Con todo, debemos destacar también el tratamiento abiertamente literario, casi lírico, de estas semblanzas cunqueirianas de santos. Ese estilo elevado, más poético que los artículos retóricamente trabajados de sus publicaciones anteriores de prensa, muestran un completo posicionamiento del contenido del relato dentro de lo sublime, otorgando al texto un carácter de verdad sacral e institucionalizada, de revelación, por tanto, en el sentido religioso de la palabra. Esta sacralización domina todo el plano discursivo, de forma que la óptica incluso de las partes más propiamente biográficas o históricas estará tratada desde estos planos de discurso poético sublime revelado.

Hemos señalado que en los textos hagiográficos cunqueirianos la narración de milagros es escasísima, en beneficio de lo propiamente misional. De hecho, esto produce una cierta unificación discursiva de las diferentes semblanzas de santos, pero también aporta una novedad, puesto que, en cierto sentido, Cunqueiro reelabora de forma muy interesante el relato hagiográfico tradicional, a través de la priorización de la temática misionera, que en ocasiones es tan secundaria en la historia del santo que supone una nueva ficcionalización de toda su biografía. Esta reelaboración dota a Cunqueiro de mayor libertad narrativa, lo que se percibe en el singular tratamiento literario que reciben episodios muy determinados —y nimios— que desarrolla, haciéndoles ocupar un lugar narrativo relevante en el conjunto de la narración26. Al primar lo leve e imaginativo, Cunqueiro introduce, dentro de los marcos convencionales aparentemente respetados de la hagiografía, un tono diferente donde priman el lirismo general y el desarrollo literario puro del conjunto. Podemos observar este desarrollo textual en momentos concretos como el paseo por Roma del obispo Salvado, o la descripción a través de los ojos de los cautivos de la embarcación a la que sube San Pedro Claver. Estas células textuales fictivas pueden llegar a ser tan amplias que incluso acaben debilitando el componente hagiográfico propiamente dicho. Es el caso de la descripción de la boda de San Osvaldo. Cunqueiro introduce elementos ajenos a la vida del santo, a lo hagiográfico, que ocasionan una tensión considerable con el tratamiento sublime del conjunto, como el humor, por ejemplo, dentro de su semblanza de San Leandro:

«Parece ser que seguía viviendo en su convento benedictino, cerca del otro convento de su hermana Florentina. Las monjas benitas, agradecidas a la regla caritativa y prudente del santo —Ad Florentinam sororem de institutione virginum—, le hacían golosinas; iba el arzobispo viejo y había perdido la dentadura —mal de los alaringios; todos nuestros reyes visigodos padecieron de las muelas extremadamente—. Quizás en Constantinopla, que era por aquellos días el paraíso de la repostería universal, se habría aficionado Leandro a jaleas y huevos blandos. Las monjas sevillanas le agradecían sus consejos y desvelos con unas yemas que han resistido —¡oh yemas de San Leandro, secreto monjil, dulzor suave!— el paso de los siglos»27.

Es, entonces, llamativo de estos textos hagiográficos su libertad interna: si bien se mantienen formal y semánticamente en el plano convencional de la hagiografía, narrando un relato de los hechos vitales y milagrosos del santo dentro de los marcos habituales de ese tipo de biografías, textualmente muestran elementos que inciden en la flexibilidad del conjunto y lo encaminan más hacia una narración literaria pura y lírica, en estilo y retoricidad, lo que los iguala en mayor medida a otras estructuras prosísticas de esta época como la Historia del Caballero Rafael. Es el caso de la introducción de elementos no tan afines que de un modo u otro dan elasticidad a lo hagiográfico: hemos señalado el humor, pero también deben englobarse en este apartado elementos que se alejan de lo hagiográfico para englobarse en otro tipo de discursos, como la descripción épica, por ejemplo en las batallas de San Osvaldo, o la introducción de erudición fantástica y referencias literarias acrónicas como la mención del bosque de Sherwood en la semblanza de San Osvaldo o de Murillo en la de San Leandro.

La conversión de lo hagiográfico en plenamente ficcional se dará, precisamente, en un texto de este mismo año 1945, su novela San Gonzalo, que firma con el pseudónimo de Álvaro Labrada, algo que pudiera estar relacionado con el hecho de que la novela apareció publicada en la Editora Nacional meses después de su caída en desgracia. En ella Cunqueiro crea, literalmente, una narración hagiográfica. Al escoger la narración del legendario obispo mindoniense San Gonzalo refuerza narrativamente la espacialidad gallega en general y la de su ciudad natal en particular. La dualidad que suponía hacer una narración hagiográfica convencional a partir de una leyenda de trazos mínimos que obliga a imaginar casi toda la biografía del santo es lo que ha hecho que algunos críticos dudasen entre considerarla ficción o relato hagiográfico puro.28Cunqueiro no manifestó nunca dudas a este respecto: para él San Gonzalo era un relato fictivo:

«San Gonzalo, obispo de Mondoñedo, un soñador en un siglo de armaduras, obispo en vísperas del año mil, era para mí el taumaturgo que tenía más a mano. […] Inventé su vida y le inventé las peregrinaciones a Roma y a Jerusalén, es decir, la romería y la palmería y los viajes por su diócesis y los milagros que obró con ciegos, con lobos, con ballenas, con gaiteros. Los teólogos, cuando tratan de la veracidad última de los milagros, exponen un argumento que se llama en las escuelas: de necesidad. Los milagros que yo le atribuí a Gonzalo obedecían a él, a una necesidad de orden poético, en virtud de la cual se producía una profunda comunicación entre el hombre, los animales y diversos objetos que pueden ser misteriosos como los espejos, las prodigiosas espadas, los vasos antiguos, el fuego, los ecos, las luces lejanas que se encienden en la noche. Esa comunicación me parecía el elemento esencial para la construcción y posible lectura de un cosmos, palabra que significa, como saben, el buen orden»29.

Cunqueiro juega, pues, a revitalizar y relativizar al mismo tiempo la narración hagiográfica, literaturizando totalmente esta. Respetando aparentemente los códigos de las vidas de santos, los subvierte aquí de un modo pleno a través de la asunción de que lo que se narra es precisamente eso, narración pura, y alterando, por tanto, la finalidad pragmática del conjunto, que en definitiva consiste en retirar la asunción de verdad revelada del contenido general de lo relatado: desacralizar el texto hagiográfico lo convierte, simplemente, en un relato literario puro, y a ello se une, por supuesto, la asunción de que el contenido de lo narrado es creación propia del autor, alejándolo aún más, si cabe, de los presupuestos de lectura como verdad revelada ligados a la hagiografía. Lo mismo ocurre en el plano estético, al subrayarse el lirismo como elemento clave de todo el conjunto narrativo. En este plano pueden entenderse mejor las importantes deudas textuales que el San Gonzalo mantiene con la novela histórica de Otero Pedrayo A romería de Xelmírez (1934). Claudio Rodríguez Fer30 ha demostrado que los fragmentos que Cunqueiro introduce, traducidos y versionados, tienen un interés descriptivo y no tanto narrativo funcional y relevante para el conjunto: no puede hablarse, por tanto, de plagio en sentido estricto. Sin negar la verdad de la afirmación del profesor Rodríguez Fer, consideramos que dichos fragmentos están reforzando, precisamente, el plano de elevación lírica de todo el conjunto de la novela, reforzando la situación de lo hagiográfico, al menos en su composición, dentro de marcos exclusivamente literarios. Al mismo tiempo, estos fragmentos añaden un componente que ya hemos destacado aquí: la costumbre de Cunqueiro de versionar —o autoversionar— textos y reconvertirlos en otros diferentes. Se mantiene a su vez la vinculación literaria de Cunqueiro con escritores y textos gallegos anteriores a 1936. Por lo demás, es enormemente interesante señalar que él mismo considerase que lo hagiográfico reforzaba la consideración general de su narrativa dentro de los marcos del «realismo fantástico», por usar sus propias palabras, precisamente porque lo hagiográfico muestra imbricado dentro de sí lo maravilloso —el milagro— en lo cotidiano. Esto es más visible en el San Gonzalo que en las semblanzas de Catolicismo, donde como hemos visto el elemento maravilloso ocupa mucho menos espacio narrativo en beneficio de lo misional. Así queda patente también en el clímax de la novela, cuando el santo utiliza sus oraciones para destruir la flota normanda que está a punto de desembarcar en la costa lucense, cerca de Mondoñedo. Este episodio admite lecturas mucho más allá de lo propiamente hagiográfico, como el acercamiento a temas cunqueirianos tan relevantes como el poder creativo de la palabra y su capacidad de modificación de la realidad, o en otros episodios anecdóticos que se focalizan hacia lo humorístico:

«En la nao va aquel monje benito de Chieri que se trocó en faisán por haber comido un alón salteado el día de Viernes Santo, un lego de ojos candorosos y rapada testa lo lleva palmero en una jaula de plata, con salvoconducto del duque de Saboya»31.

En esa aparente sencillez de contenido combinada con el estilo retórico-poético característico del Cunqueiro de los años cuarenta, San Gonzalo se apunta como una narración flexible y lábil en su capacidad de hacer cotidiano lo milagroso, un aspecto inherente a las vidas de santos, como hemos visto, pero que Cunqueiro tratará de forma desacralizada y puramente literaria, algo que sin embargo no está presente en los textos de Catolicismo, que exigen el mismo tipo de recepción lectora que la hagiografía pura. En cualquier caso estos textos muestran una capacidad literaria elevada y marcan el camino hacia las narraciones de los años posteriores, sobre todo en la fusión interna de los mirabilia, de los hechos fantásticos, en el plano de los naturalia, de los cotidianos32:

«Sin darme cuenta yo había dado el paso principal hacia una literatura de imaginación, en la que los elementos más reales pueden ser situados en la máxima irrealidad y viceversa, sosteniéndose reales e irreales como las dovelas de un arco por la virtud de la piedra clave del asombro, que en tal concepción literaria equivale al desenlace, un punto de equilibrio al final del cual lo insólito e inverosímil aparece como cosa cotidiana y lógica, como la más probable»33.

De santos y milagros

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