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ÁLVARO CUNQUEIRO,
SU OBRA VITAL Y LITERARIA MONDOÑEDO Y LA INFANCIA

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Álvaro Patricio Cunqueiro Mora nació el 22 de diciembre de 1911 en Mondoñedo, hijo de don Joaquín Cunqueiro Montenegro, boticario establecido en los bajos del Palacio Episcopal, quien llegó a ser presidente de la Sociedad de Obreros Católicos y alcalde de la ciudad. Cunqueiro siempre se enorgullecerá de la antigüedad de sus vinculaciones familiares con Mondoñedo:

«Mi familia lleva siglos en esa pequeña ciudad sin ferrocarril, que es una de las importantes sedes episcopales de Galicia. Sabemos que el 16 de febrero de 1232, al pasar por allí Fernando el Católico, camino de Santiago de Compostela, se firmó en nuestra casa, que subsiste, un acuerdo entre un abad y un Obispo».1

Una ciudad donde el niño Cunqueiro comienza a erigirse como un lector voraz —«Yo devoraba entonces cuanto caía en mis manos, con tal que no fueran libros de texto»2—, con autores fundamentales como Dickens y sus Papeles póstumos del Club Pickwick, del que era examinado concienzudamente por sus tías, según las anécdotas que él mismo gustaba de contar, pero donde también se produjeron sus primeras tomas de contacto con la literatura francesa y los clásicos españoles:

«En casa había las lecturas más dispares. Recuerdo haber alternado los libros que pudiéramos llamar “de caballerías” con el Rojo y Negro de Stendhal, y la Historia de Cristo de Renan. Posiblemente, en rigor, no los entendiese, pero no los he vuelto a leer y he guardado siempre la emoción que transpiraban»3.

En cualquier caso, el espacio de esta villa episcopal, «rica en pan, aguas y latín», como el propio Cunqueiro la definió, marcará de forma indeleble y constante su espacio vital y literario, hasta el final de su vida:

«Nací en Mondoñedo, sí. Es una vieja ciudad con obispado, catedral, en el fondo de un valle muy pequeño pero muy hermoso, con una larga familia mía allí y en valles cercanos […]. De una manera o de otra en todos mis libros está un poco Mondoñedo. Todas las ciudades pequeñas de las que hablo son un poco mi ciudad por muy diferentes que sean. Tanto me da que sea una ciudad griega adonde llega Ulises o una ciudad de Bretaña adonde llega el sochantre con las ánimas, todas las ciudades son un poco mi ciudad. Para mí la huella de aquellos años de infancia en aquel valle, pues, ha imprimido carácter, es decir, soy de allí de una manera irrefutable»4.

De su infancia recordará a menudo la felicidad y determinados personajes de aquellos años, como el barbero Tomás Méndez, o Pallarego, un sabio autodidacta amante de la literatura que establecía tertulias en su peluquería, o su profesor de latín Francisco Fanego.

De santos y milagros

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