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CUNQUEIRO Y LO HAGIOGRÁFICO

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Lo religioso en general y lo hagiográfico en particular ocupan un importante papel en la obra en prosa de Cunqueiro. Hemos de considerar estos textos como un repertorio recurrente, que permite visualizar de forma singular su evolución personal y literaria, ya que a lo largo de muchos años realizó un proceso complejo de recreación de materiales, pero también, al mismo tiempo, un juego textual de referencias internas a las que alude el texto hagiográfico que recrea. De hecho, la temática hagiográfica será utilizada por el propio escritor para una reflexión muy interesante sobre su labor literaria:

«El profesor Montero Díaz hizo un elogio de este libro (i. e. San Gonzalo) diciendo que era una pequeña obra maestra de la hagiografía medieval. Y yo he entendido siempre esta frase como diciendo que yo era un hagiógrafo medieval, es decir, un narrador asombrado de lo que se ve obligado a narrar, ingenuo y piadoso»49.

Si en un principio, en sus años de juventud —en artículos como los publicados cuando tenía dieciocho años en Vallibria—, lo santo será visto desde una óptica gallega que enlaza con la visión cultural profundamente europeísta del Grupo Nós —dicha visión queda concretada en la figura de Santiago Apóstol y el Camino, un elemento absolutamente fundamental en la obra de Cunqueiro, sobre la que volverá periódicamente—, en cambio, y como no podía ser de otra forma, en los años de la guerra civil y la inmediata posguerra, la temática hagiográfica se encuentra sometida a tratamientos retóricos más amplios conforme a la ideología oficial franquista. Tratada como imaginería, la santidad será un recurso literario para alabanzas variadas y, en particular, el encomio del caudillismo como última línea de santificación, vinculando política y propaganda religiosa a través de los paralelismos entre las figuras de santos y el retrato de Franco. La temática religiosa, por tanto, se introduce como un proceso retórico de trascendentalización de lo narrado, y al mismo tiempo, de sacralización de la realidad —política en este caso— que Cunqueiro describe en sus artículos. En ese sentido, podemos considerar que el elemento hagiográfico es secundario respecto del político y actúa en rigor como un mecanismo de justificación y de argumentación. Sin embargo, también es cierto que tanto los textos de Catolicismo como San Gonzalo marcan un jalón en la textualización de esta temática, puesto que lo hagiográfico funciona como unidad narrativa propia, central, y no accesoria. Así lo recogen las declaraciones posteriores que Cunqueiro hizo de su novela, como hemos visto. Lo santo ocupa un lugar narrativo central, y en San Gonzalo la ficción procede a instalarse en espacios que anteriormente ocupaba la asunción de que Cunqueiro simplemente retoma una historia, unos contenidos tradicionales. Sin embargo, y esto es importante, la creación fictiva, como hemos señalado, no implica en el San Gonzalo una lectura ficcional, literaria, unívoca, sino que todavía se plantea la posibilidad de una consideración hagiográfica en el plano de la recepción. El género, por lo tanto, sigue manteniéndose fijado, por más que Cunqueiro haya introducido ya el jalón de la completa ficcionalidad en las marcas tradicionales y convencionales del género hagiográfico.

Sin embargo, es en sus artículos posteriores de prensa, ya en la década de los cincuenta, cuando se puede apreciar que el tratamiento de lo santo será retomado, tanto en los comentados desarrollos relacionados con lo local, a nivel de la festividad popular, en los ejemplos de San Roque, San Cosme o San Froilán, como en lo puramente narrativo, a través de técnicas de mezcla entre los elementos tradicionales de la biografía del santo, conocidos por el lector, con los puramente ficcionales, de creación propia cunqueiriana, con el fin de recrear nuevos estatutos de lo milagroso en un juego constante de variaciones y complementos sobre la narración tradicional inicial. Eso afecta también a las sucesivas revisiones sobre las festividades de los santos, que completa a menudo con nuevas historias que se unen a las anteriores, formando un todo que se hace presente, de forma especial, en esas fechas concretas del santo y su fiesta50. Cunqueiro obliga al lector a establecer una relación de continuidad entre los diferentes textos referencializados sobre el mismo santo, y a su vez los amplía en un juego complejo de variaciones narrativas con el que a lo largo de los años va tratando las festividades y las figuras de santos como Santiago Apóstol, San Froilán o San Roque. Al mismo tiempo, podemos señalar que esta tendencia a marcar el tiempo de las festividades tradicionales en su obra articulística resulta paradójica respecto de la tendencia general de la prensa diaria, y entronca de lleno con la misma concepción de tiempo calendar del Antiguo Régimen que ha sido considerada un rasgo característico en su obra novelística.

La evocación en general y la evocación completamente ficcional y creativa se erigen, pues, como elementos básicos de la narración hagiográfica en Cunqueiro. Lo hagiográfico, además, ofrece narrativamente la posibilidad de visualizar un recurso muy interesante y productivo en la creación cunqueiriana: los juegos de referencialidades culturales que permiten vincular al lector a realidades diferentes a través del santo. Un ejemplo, también recurrente, es el caso del acercamiento al mundo irlandés que traen consigo casos como los de San Brandán o San Patricio. Lo santo, pues, se convierte en puerta de acceso hacia mitologías variadas, donde en cualquier caso lo maravilloso es tratado desde la cotidianeidad, tanto de la propia narración como de los contenidos de los milagros del propio santo. En buena medida, el milagro se convierte en el hilo conductor que introduce el componente mágico, irreal, en la realidad cotidiana de la narración, al igual que el elemento fantástico cotidianiza el ámbito de lo mitológico o la reflexión erudita. De hecho, el propio autor ofreció a lo largo de los años interesantes reflexiones sobre lo milagroso y el poder de la palabra:

«Soy un gran creador, un gran creador de milagros. Todos mis personajes están en el prodigio, como dentro de una redoma de cristal. Soy sorprendentemente creyente: incluso a veces ni yo mismo lo comprendo. Claro que yo no creo por las razones de teólogos ni por el argumento odontológico (sic) de algunos santos, y sobre todo creo en la oración. Es un poder inmenso. Parece que está demostrado que San Roque y San Jorge nunca existieron, pero sin embargo la gente les ha pedido ayuda y ellos se la han dado»51.

La principal evolución que a lo largo de los años podemos observar en la articulística hagiográfica de Cunqueiro es fundamentalmente un paso constante de la sacralización a la desacralización de los contenidos, que no sólo son tratados, como hemos señalado, como materia narrativa y por ende susceptible de ser complejizada y en absoluto inamovible. Cunqueiro irá introduciendo elementos amplios que en cierto sentido cambian los marcos convencionales del relato hagiográfico, precisamente por establecer una mayor libertad en su composición narrativa.

Podemos concluir que, en rigor, Cunqueiro trata lo hagiográfico como elemento cultural susceptible de ofrecer material para sucesivas narraciones basadas cada vez más en la creación libérrima. Los elementos ajenos a lo santoral, como la ironía y el humor, se completan con otros propios del realismo mágico como la ucronía. Un buen ejemplo de la capacidad cunqueiriana para establecer una unión, en el mismo marco espacial, es la unión en la ciudad de Lugo de San Froilán con Fernando Esquío, un trovador oriundo del mismo lugar cuatro siglos posterior al santo patrón. El paso del tiempo lleva a Cunqueiro a centrar la narración hagiográfica precisamente en su estatuto de narración, reducto literal de ficción, de re-creación constante y personal de un elemento concreto vinculado a lo santo: el milagro. Pero, en ese sentido, el juego que practica Cunqueiro es el de la variatio constante de contenidos, sean tradicionales, sean ficcionales —de creación propia—, bajo el protagonismo de un santo, entendido así en la misma cotidianeidad narrativa que otros personajes recurrentes de su mundo ficcional, como los ángeles, los demonios, los trasgos o las sirenas. Más que una actitud deformante, debemos considerarla una actitud profundamente literaria y literaturizadora de una realidad que concibe más y más, a medida que pasa el tiempo, como eminentemente cultural y que acaba igualando los diferentes repertorios eruditos, referenciales de los que parte para sus desarrollos narrativos.

De santos y milagros

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