Читать книгу Soledad - Mª Carmen Ortuño Costela - Страница 17

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CAPÍTULO 10

El silencio bramaba por los cuatro costados de la cocina arañándose el rostro y dejándose la piel ante la impotencia de no poder parar quieto ni un segundo. Dolores lo tenía retenido bajo amenaza, acorralado, mientras sus manos desmenuzaban pan y su mirada se dirigía a intervalos regulares hacia su nieta Paquita. Esperaba que fuera ella la que lo rompiera primero, la que confesara por qué cada mañana arrastraba su alma desde las ojeras de un desvelo, por qué sus pupilas se quedaban dilatadas en mitad de la noche y no se acurrucaban en el sueño, por qué evitaba mirar a los ojos a su abuela como si, por encontrarse sus miradas, sus más oscuros secretos fueran a escapar de ellos y derramarse sin querer como un vaso de agua. Llevaba más de tres meses así y lo que callaba era mucho más de lo que podía soportar; su abuela lo notaba como una losa de piedra maciza que le hundía los hombros y la dejaba sin respiración. Pero se obstinaba en no soltar ni media palabra al respecto mientras aquello la consumía por dentro cada vez más.

Paquita acababa de volver de trabajar toda la mañana en la casa del señorito y, como siempre, ayudaba a su abuela a preparar el almuerzo para todos antes de regresar por la tarde a continuar entre agua, jabón, planchas, ollas, cazos y otros menesteres. Sabía que su abuela sospechaba que algo le ocurría y que no podía decírselo, conocía demasiado bien su temperamento. Si Dolores llegara a saberlo, estaba segura de que se quitaría el mandil de un tirón y correría a la casa del señorito gritando improperios, y bien sabía Dios que era lo último que quería, pues todo podía terminar en tragedia.

El aceite bullía con los ajos enteros que había terminado de pelar minutos antes cuando unos golpes sordos y certeros hicieron desplomar el silencio de naipes que tan frágilmente habían estado bordando en la cocina.

—¡Abran la puerta!

Paquita y Dolores se miraron con los ojos abiertos y el rostro pálido como la cera. Dolores se llevó un dedo a los labios en señal de silencio y se dirigió a la puerta, no sin antes dejar el mandil en una de las sillas de la cocina, disimulando el temblor que llevaba por dentro como una procesión.

—¡Abran la puerta al cabo Gutiérrez!

Dolores se resignó a encontrar tras la puerta la chulería y el desatino del cabo Jacinto Gutiérrez, guardia civil por méritos paternos, viejo conocido de bigote ralo y abundantes entradas que pretendía aparentar más de lo que su uniforme y su distinción jamás le permitirían.

—Buenos días tenga usted, señor.

—Buenos días, doña Lola. Vengo a hacer la ronda en el cortijo, ya sabe usted.

Dolores frunció el ceño contrariada. Siempre igual, mira que habían pasado años...

—Dolores, si no le importa.

—¿Cómo dice? —El cabo quedó unos segundos en pausa mientras trataba de discernir entre la posibilidad de que aquella vieja le hubiera maldecido o se estuviera quejando de achaques propios de la edad.

—Que me llamo Dolores, ya lo sabe usted.

—Claro que sí —sonrió mostrando unos dientes de fumador empedernido y recuperando el semblante altanero que más le gustaba mostrar ante la gente que no le importaba en absoluto—. Firme aquí en este papel para certificarme la ronda, si es que sabe firmar. Si no, con un garabato basta.

De pronto, al alzar la mirada sus ojos se cruzaron con los de Paquita y una sonrisa muy diferente se cinceló en su rostro.

—Bueno, bueno, mira a quién tenemos aquí...

Jacinto Gutiérrez sacó un cigarro del uniforme y lo encendió con parsimonia sin dejar de mirar a Paquita donde no debía. Expulsó el humo despacio, con los labios casi cerrados y los ojos entornados, disfrutando del placer inmenso de fumar sin dejar de incomodar a la muchacha que lo miraba desde la otra esquina de la habitación entre asustada y desafiante. Paquita ya pasaba las dieciocho primaveras y, para su pesar, no era la primera vez que soportaba las miradas sudorosas de un hombre, que resbalaban por su piel dejando un rastro pegajoso parecido al que dejaría una babosa al arrastrarse por la tierra. Desafortunadamente, estaba más que acostumbrada a vivir esa sensación, esa náusea en la base del estómago, ese sutil temblor en el labio sin querer mostrarlo, esa tensión en la piel.

Dolores tosió tratando de alejar el humo de su garganta y de su nieta las incómodas miradas de aquel cabo.

—¿Dónde me ha dicho que tenía que firmar?

Jacinto la ignoró a conciencia mientras cogía con firmeza el cigarro con la izquierda, entre el índice y el pulgar, acercándoselo a los labios lentamente, muy lentamente sin dejar de mirar a su presa.

—Buenos días, Paquita. Te veo bien —dijo aspirando el humo con fuerza—, más que bien —y expulsándolo entre una sonrisa esquiva que no dejaba lugar a dudas de cómo veía a Paquita.

Paquita no respondió mientras Dolores seguía intentando llamar de nuevo la atención del cabo.

—Si fuera tan amable de...

—¿Qué tal todo por el cortijo? Me han dicho que... bueno, aprendes muy rápido, ¿no?

Si antes el rostro de Paquita estaba blanco como la cera, ahora parecía que alguien hubiera encendido la vela y su llama bailara trémula desde sus párpados hasta sus labios temblando y amenazando con apagarse bajo el humo del tabaco que fumaba aquel desalmado. No, por favor, que no lo supiera, él no, de todas las personas posibles no podía ser él...

—¿Cómo?

—Tú sabes bien de lo que hablo.

La sonrisa del cabo se ensanchó al ver cómo su víctima se agazapaba, asustada por la información que pudiera haber obtenido de contrabando.

Dolores se quedó muda al ver que incluso aquel patán sabía más de su nieta que ella misma, pero Jacinto no pensaba ni por un momento dejar pasar aquel festín sin un postre que creía merecer.

—Por cierto, doña Lola, tengo una cuestión que preguntarle. ¿Sabe usted algo de un tal Julián Suárez? ¿Le suena? No se tienen noticias de él y se le busca por...

Un estruendo enorme inundó la cocina. Paquita había estado a punto de caerse redonda al suelo al escuchar aquel nombre y, al intentar agarrarse a los bordes de la encimera de la cocina, tiró un par de platos, que hicieron añicos los crispados nervios de Paquita al impactar en el suelo.

—Vaya, Paquita, ¿qué ha pasado? ¿Acaso lo conoces? ¿No sabrás tú, por un casual, dónde se esconde?

Él sabía perfectamente dónde debía desgarrar a su cervatillo para hacerle sangrar más aún.

—Disculpe, don Jacinto, pero nosotros no sabemos nada de ese señor que usted mienta.

Dolores empezaba a atisbar por dónde estaban sonando los tiros de aquel cazador sin compasión, aunque sabía que no tenía ni idea de la mitad de lo que allí había ocurrido.

—Le estoy preguntando a ella, así que cállese, doña Lola, si no quiere problemas —rugió la voz del cabo antes de que este se volviera de nuevo hacia su presa—. Dime, chiquilla, ¿sabes algo?

Paquita escondió su mirada en las esperanzas rotas que acompañaban los pedazos de aquellos dos platos en el suelo.

—No, yo no sé nada, don Jacinto.

—Bueno, más te vale, porque si supieras algo de ese rufián y no lo dijeras, podría haber consecuencias muy graves. Lo sabes, ¿verdad?

Paquita asintió muda de pánico.

—Deme ya el documento para firmar, don Jacinto. No tenemos todo el día.

Dolores trató de recuperar su voz autoritaria para la ocasión y esa vez el cabo la obedeció sin dejar de sonreír.

—Gracias, doña Lola. Un placer hablar con ustedes.

El cabo recogió la pluma y el papel con el garabato de Dolores mientras dirigía una última mirada a su presa.

—Paquita, dale recuerdos a Felipe cuando, ya sabes, cuando le veas otra vez.

Las risas del cabo se fundieron con el viento al alejarse mientras Paquita dejaba ya, al fin, correr las lágrimas que había contenido a duras penas. Estas se derrumbaban sobre los pedazos de los platos rotos sin que ella se preocupara siquiera de si la herían más de lo que estaba. Dolores se arrodilló con su nieta y la abrazó mientras se le partía el corazón de verla así de humillada y temblorosa. Ninguna de las dos se preocupó por el aceite hirviendo que tiñó de negro los ajos para la comida como un presagio de lo que las dos sentían y habían tenido que callar por dentro sin remedio.

Soledad

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