Читать книгу La tonalidad precisa del rojo - Manuel Broullón - Страница 14
VIII Fractales
Оглавление«It is a symbol of […] Art. The cracked
looking-glass of the servant.»
James Joyce, Ulysses.
Al mismo nivel de la calle, en la planta baja de un antiguo palacio, aquel local parece una taberna de la Edad Media. Su apariencia antigua no procede de las decoraciones de armaduras fingidas, ni de los disfraces fabricados en serie, como en tantos otros sitios del mundo, sino de la impresión de que el edificio ha engullido los vinos, los quesos, los embutidos, los panes, los frutos secos y hasta a las personas que allí trabajan, arrojándolos hacia abajo por un corredor, por la escalera, en dirección al subsuelo, en varios sótanos superpuestos sobre una profundidad abismal.
Te internas en un laberinto de pasadizos por los que se disponen mesas, bancos y, como en bodegones verdaderos, no pintados, los alimentos o los licores. Allí se está bien. Pero te das cuenta de que mientras comes y bebes estás siendo devorado por la materia del edificio. La sensación es agradable: tu cuerpo se apacigua. Las galerías, tenuemente iluminadas y frescas, de cuyo cuerpo ya formas parte, suben y bajan, de tres en tres escalones; los pasajes que las conectan se retuercen girando esquinas, abriendo fugas insospechadas en el espacio, girando circunferencias concéntricas.
Poco a poco tu conciencia va conectando todos los ámbitos de aquella profundidad. Se conforma una imagen mental del subsuelo, allá, abajo, muy por debajo del nivel de la calle, donde presientes el fuego de la tierra roja al otro lado de los gruesos muros de piedra, que envuelven un mundo de fractales replicados hasta el infinito, y sin embargo, distintos todos y cada uno de ellos; únicos, inigualables, hermosos hasta la infinidad de sus más diversos matices.
Se comprende que los siglos irrigan el interior de las piedras de las paredes y de los suelos. Esta mole hace la digestión de lo que cruza el umbral, convirtiéndolo en un lugar del pasado, que sin embargo, ofrece un sustento amable con el que reparar toda la materia. También la tuya al beber y comer, en tu propio cuerpo, que transmuta la sustancia en tu propia carne, integrando en el fractal —tus vasos sanguíneos— el tiempo que en ti penetra.