Читать книгу La tonalidad precisa del rojo - Manuel Broullón - Страница 17

X El espectador

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«Hermoso es, hermosamente humilde y

confiante, vivificador y profundo,

sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,

llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.»

Vicente Aleixandre, «En la plaza».

Un día. Y otro. Y otro igual.

Tu percepción del tiempo se modifica al contemplar el tránsito del sol, aparentemente idéntico en cada ciclo. Nunca el instante es el mismo que el anterior o el siguiente. Una nube, un matiz, un sonido, bastan para mudar por completo el mundo, tu mundo, para anunciar que en cada ocaso los días se reducen un poco en el declive natural hacia el solsticio de invierno.

Aquel ritual diario te asegura una cotidianeidad. Eres un espectador nuevo todos los días hasta acumular una legión de conciencias vivas en cada recuerdo; una multitud de identidades.

Tal vez por ello tu cuerpo anhela hoy, una vez más, el instante preciso del atardecer. Tus pies caminan más ligeros si cabe hacia la plaza, en la que tomas asiento, para no ser el mismo de ayer ni idéntico al tú de mañana: unos ojos asombrados por el espectáculo que, sin embargo, jamás ves directamente, porque el sol siempre se oculta tras tu espalda, tras la mole de edificios que quedan al fondo. A tus ojos solo les es lícito contemplar el reflejo incompleto de la luz roja en la torre que domina el espacio transfigurado en auditorio por las tardes. Esto te basta: quizás la visión directa del astro luminoso cegaría tus ojos en su centro.

La tonalidad precisa del rojo

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