Читать книгу ¿Qué fue el nazismo? Breve análisis del imperio de la barbarie - Marcelo Rolando Blanco - Страница 15
I.8) El antisemitismo
ОглавлениеEn este breve análisis de las ideas expuestas por Adolf Hitler en “Mi Lucha”, llegamos al tema que indudablemente ocupó, ocupa y seguirá ocupando la mayor atención de los estudiosos por las monstruosas consecuencias que ha tenido y la cicatriz imborrable que ha dejado en la humanidad.
Debo aclarar que en mi opinión es el antisemitismo un tema inseparable del anterior, el racismo. No puede entenderse el primero sin la concepción particular de la Alemania nazi sobre la raza.
Asimismo vuelvo a aclarar que pretender analizar cada manifestación o idea de Hitler esbozada en su libro sobre los judíos, es una tarea equivalente a reproducir dicho texto, ya que se encuentra plagado de conceptos referidos al judaísmo, particularmente al judío como raza especialmente destructiva. Ello desvirtuaría este trabajo, por lo que sólo analizaré los puntos más salientes e importantes que sobre el tema surgen del libro. Intentaré brevemente llevar una respuesta posible a algunos interrogantes que los historiadores y estudiosos hacen. ¿Por qué este tipo de antisemitismo particular en Hitler? ¿Su idea era exterminar a los judíos desde un comienzo, o se fueron buscando distintas alternativas a la cuestión judía, cada vez más radicalizadas? ¿Conocía Hitler lo que se hacía en Europa con los judíos durante todo su mandato, o fueron sus seguidores quienes desarrollaron las ideas y políticas antisemitas?
Como última aclaración debo señalar que, de acuerdo al plan de este trabajo, haremos ahora un análisis ceñido a lo que surge estrictamente de “Mi Lucha”. Más adelante desarrollaremos algunos de estos temas relativos al antisemitismo, desde otra óptica.
A poco de comenzar el Capítulo II del libro (que relata sus vivencias en Viena) ya señala Hitler que su estancia en dicha ciudad le hizo abrir los ojos frente a lo que considera dos peligros de “espeluznante trascendencia para el pueblo alemán: el marxismo y el judaísmo”. Hitler comienza ya desde temprano a colocar estos dos conceptos en plena unión haciendo de ellos un elemento de real peligro para el germanismo. Es notable en estas primeras páginas de su libro el enorme hincapié que hace respecto de la miseria reinante en Viena y a las enormes diferencias sociales entre ricos y pobres, considerándose obviamente dentro de éstos últimos, lo que parece haber afectado grandemente su forma de pensar. ¿Pudo haber sido su ideología posterior una suerte de venganza por estos años de miseria pasados en Viena? ¿Veía al judío como sinónimo de acumulación desmedida de riqueza? Si fuese así resulta algo contradictorio vincular también y al mismo tiempo al judío con el bolchevismo.... ¿Tenía el judío para Hitler ambos perfiles, aquellos muy adinerados defensores del capitalismo y la acumulación, y aquellos otros vinculados al marxismo internacionalista, y por tanto antinacionalista?
Hitler vincula al Partido Socialdemócrata con el judaísmo. “...yo ya había percibido el vínculo entre esa doctrina de destrucción y el carácter de una cierta raza para mí hasta entonces deconocida. Solo el conocimiento del judaísmo da la clave para la comprensión de los verdaderos propósitos de la Socialdemocracia. Quien conoce a este pueblo se le cae de los ojos la venda que le impedía descubrir las falsas concepciones sobre la finalidad y el sentido de dicho partido, y entre la niebla de la palabrería de su propaganda, ve aparecer el fantasma del marxismo, mostrando sus dientes” (45). En el mismo sentido vincula la Revolución marxista de Munich con la traición de los judíos a la patria alemana.
Sus ideas sobre el pueblo judío se van haciendo más claras en el Capítulo IX (“La Nacionalidad y la Raza”). Allí descarga concepciones que, analizadas que sean, arrojan algo de luz (si es que así se puede decir) sobre lo que sucedería después. Sabemos que Hitler tenía una fuerte concepción darwinista en cuanto a la lucha por la supervivencia y la supremacía del más fuerte. Hace entonces una afirmación que, a mi entender, explica su antisemitismo racial y sus terribles consecuencias. Señala expresamente: “El antípoda del ario es el judío. Ningún otro pueblo posee un instinto de conservación más poderoso que el llamado pueblo elegido. ¿Qué otro pueblo, en los últimos dos milenios, sufrió menos alteraciones en su disposición intrínseca, en su carácter, etcétera, que el pueblo judío? ¿Qué pueblo, en fin, sufrió mayores trastornos que éste, saliendo, sin embargo, siempre liberado en medio de las más violentas catástrofes de la Humanidad? La voluntad de vivir, de una resistencia infinita para la conservación de la especie, habla a través de estos hechos.... Como el judío jamás poseyó una cultura propia, los fundamentos de su obra intelecutal siempre fueron tomados de fuentes ajenas a su raza, de modo que el desarrollo de su intelecto tuvo lugar en todos los tiempos dentro del ambiente cultural que lo rodeaba. Porque si bien el instinto de conservación del pueblo judío no es menor, sino más bien mayor que el de otros pueblos, y aunque también sus aptitudes intelectuales despiertan la impresión de ser iguales a las de las demás razas, en cambio, le falta en absoluto la condición esencial inherente al pueblo culto: el sentido idealista” (46).
Como podemos ver Hitler no tiene al judío como un ser infrahumano o débil o incapaz. Muy por el contrario, en la lucha de razas el judío ya está catalogado por él como el enemigo peligroso a vencer. Tiene fuerza de resistencia para conservar “su especie”, es inteligente, astuto, se mimetiza con aquellas culturas que lo rodean. Y es la antípoda del ario por no tener sentido idealista, por ser materialista, mundano. El hombre ario para Hitler tenía los más altos valores humanos, y debía llevarse por sus ideales y defenderlos a ultranza. Lejos de ese concepto está el judío, que, para Hitler, no tiene ideales y sólo sobrevive a expensas de las otras razas.
Estos conceptos desatarán una lucha de razas donde el único destino de aquél que quiere sobrevivir es destruir a su enemigo, aniquilarlo, para que sobreviva el más fuerte. Hitler pone esta lucha en los mismos términos que la Naturaleza lo hace con las especies animales. La peligrosidad del judío está justamente en el poder de su raza para sobrevivir a todo. Lo que para los marxistas es la lucha de clases para la victoria del proletariado y la destrucción de las clases económicamente superiores, para los nazis será la lucha de razas. Es ésta, a mi entender, la única forma de analizar y entender la necesidad fanática del exterminio de una raza. Por eso hablamos no ya de antisemitismo, sino de antisemitismo racial. Las demás razas, el negro, el eslavo, el indio, podían sobrevivir como esclavos sirviendo a la raza superior aria, porque son infrahumanos, incapaces. Pero el judío, la única raza capaz de confrontar al ario por su astucia, debía desaparecer. La victoria, en la ideología nazi, es de una sola de ambas razas, matar o morir. Las bases de estas ideas no son creación ni de Adolf Hitler, ni de los nacionalsocialistas, sino que están dadas por el darwinismo social y el biologismo social, conceptos en boga a principios del siglo XX, sobre los que volveremos más adelante.
Dónde radica la peligrosidad del judío, se explica también en “Mi Lucha”. Afirma Hitler que el espíritu de sacrificio del judío no va más allá de su instinto de conservación. Es un ser altamente egoísta e individualista, y que por sobre todo carece de Estado territorial. Por ello vive mimetizado en otros Estados a los que termina corrompiendo. Se entiende que para un nacionalista, defensor de la Gran Alemania (un Reich que aglutine a toda la nación alemana), nada puede ser más detestable que la idea de un pueblo que vive en todos lados, sin patria, sin Estado, y que a lo largo del tiempo ha tomado las muchísimas nacionalidades de aquellos Estados en los que vive.
La ideología basada en la Naturaleza surge entonces con gran claridad: “... el nómada puede parecer extraño a los pueblos arios, pero nunca desagradable. Eso no sucede con el judío. Este nunca fue nómada, y sí un parásito en el organismo nacional de otros pueblos, y si alguna vez abandonó su campo de actividad, no fue por voluntad propia, sino como resultado de la expulsión que, de tiempo en tiempo, sufriera de aquellos pueblos de cuya hospitalidad había abusado. Propagarse es una característica típica de los parásitos, y es así como el judío busca siempre un nuevo campo de nutrición.... El judío es y siempre será el parásito típico, un bicho que, como un microbio nocivo, se propaga cada vez más, cuando se encuentra en condiciones adecuadas. Su acción vital se parece a la de los parásitos de la Naturaleza. El pueblo que lo hospeda será exterminado con mayor o menor rapidez... Así vivió el pueblo judío, en todas las épocas, en los estados ajenos, fomando allí su propio Estado... El judaísmo nunca fue una religión, sino un pueblo con características raciales bien definidas... La doctrina judaica es, en primer lugar, una guía para aconsejar la conservación de la pureza de la sangre, así como la regulación de las relaciones de los judíos entre sí, y más aún con los no judíos, es decir con el resto del mundo” (47).
Aquí está entonces la explicación más concreta que se puede tener de la ideología nazi respecto del judaísmo. La claridad de lo escrito por Adolf Hitler (no por ser claro es correcto, obviamente), no merece casi mayor análisis. El judío parasita a otros pueblos de los cuáles vive y a los cuáles extermina consumiéndolos o bien mezclándose con ellos. Y por sobre todo no es una religión, sino una raza. Se acaba entonces el viejísimo antisemitismo religioso, y se pasa al concepto mucho más poderoso y peligroso de antisemitismo racial. La única forma de evitar la propagación de un parásito, y que termine eliminando al huésped, es matarlo. Brutalmente claro.
Hitler llega a hacer en su libro una descripción detallada y extensa de los pasos por medio de los cuáles el judío logra penetrar y enquistarse, y luego dominar y destruir a otros pueblos. El primer paso es el de su aparición llegando como negociante y sin que le preocupe disfrazar su nacionalidad, es un comerciante extranjero. El segundo paso es introducirse en la vida económica de la comunidad no como productor sino como intermediario, haciendo uso de su experiencia mercantil milenaria. Es así como comienza a tener el monopolio del comercio y a prestar dinero con intereses usurarios. El tercer paso es el establecimiento completo en medio de una comunidad desarrollando sus negocios. A los negocios bancarios y el comercio le añade el judío lentamente la propiedad de la tierra, que obviamente no explota en forma personal. En esta etapa según Hitler se comienza a producir la indignación del pueblo por su acumulación de riqueza, y, de tanto en tanto, hay explosiones populares en contra de los judíos. El cuarto paso es la aproximación del judío a los gobiernos. Entonces comienza a mendigar privilegios que obtiene a cambio de préstamos importantes a las casas gobernantes, con intereses que se pagan explotando al pueblo. Este lento proceso hace que los viejos príncipes gobernantes (se refiere fundamentalmente a lo sucecido en Alemania) se vayan alejando de sus pueblos ya que se destruyen los lazos que antes los unían por culpa de la explotación. El judío se encarga de hacer que las monarquías requieran permanentemente sus servicios financieros y así logran debilitarlas hasta su fin. Esta etapa finaliza con el judío dejándose bautizar para entrar en posesión de todas la ventajas y derechos de los ciudadanos del país de turno. En la quinta etapa el judío comienza la metamorfosis. Ya deja de ser “judío”, y por lo tanto muy identificable. A lo largo de cientos de años, logra dominar el idioma alemán y profesa la fé de los germanos como judío converso. Sin embargo, afirma Hitler que lo que nunca podrá cambiar es su sangre, su raza. Y ¿por qué el judío decide esta conversión? La expliación del autor de Mi Lucha es sencilla, porque sabe que el poder de las monarquías ha comenzado a desaparecer. Ya se ha transformado del “judío cortesano” en “judío nacional”. Mientras tanto su dominio de la economía se hace cada vez más importante, hasta que controla las fuentes nacionales de producción, habiendo adquirido empresas y explotanto al trabajador. Desde esa posición el judío entiende que para tener una posición dominadora total debe conquistar también a las capas populares, las masas. Para ésto se vale entonces de un medio formador de la opinión pública, que es la prensa. El judío toma el control de los medios masivos de prensa.
En esta etapa del proceso el judío se muestra amigo del progreso, de la libertad, de la humanidad, y del saber. Pero siempre utiliza esas ideas para mantener a salvo su raza. Para mantener su sangre, dice Hitler que el judío evita que el varón se case con una cristiana, pero fomenta el matrimonio de judías con cristianos influyentes. Así los hijos siempre mantienen el lado judío de su madre. Mientras tanto fomenta la idea de igualdad de todos los hombres, sin distinción de color o raza.
El proceso final de esta etapa es “la victoria de la democracia, o como el judío la interpreta: la hegemonía del parlamentarismo... El resultado final habría de ser la caída de la Monarquía” (48). Ya hemos analizado antes lo que Hitler pensaba del parlamentarismo. Aquí está entonces la explicación de su odio a ese sistema de gobierno. Para él es un invento de dominación de los judíos y la forma de acabar con el poder de las casas reales a las cuáles obviamente no puede acceder. Así, al finalizar esta etapa, el judío se hace con el poder político, además de poseer el económico.
Comienza ahora una nueva etapa del proceso. El judío es conciente de las impresionantes diferencias de las clases sociales y de la aparición del proletariado urbano, a quien ahora se dirigirá a conquistar. “Antaño se sirvió de la burguesía como arma contra el mundo feudal; ahora va a azuzar al obrero contra el burgués. Si a la sombra de la burguesía él alcanzó, por los medios más sucios, la conquista de los derechos de ciudadanía, espera ahora encontrar, en la lucha del obrero por sus derechos, el camino para implantar su dominio político” (49). Es así como el judío comienza a acercarse al obrero y a fomentar el odio contra los que más poseen. A esa lucha le da un carácter de universalismo y funda entonces el judío la doctrina marxista. Vemos así como, para Hitler, esta verdadera “plaga humana” es el origen de todos los males: ha concentrado el poder económico, ha hecho caer a las nobles monarquías, ha tomado el poder mediante el detestable sistema parlamentario, y finalmente ha creado al monstruo marxista para dominar a las masas. Así, no es difícil comprender la idea hitleriana del “judeobolchevismo” y la total vinculación del judaísmo con el marxismo. Destruir a uno sería tanto como destruir al otro.
Según Hitler el judío logra de este modo y ya en esta etapa, destruir los conceptos de Nación y Raza, que para él son elementales para la civilización humana. Mediante el control de la prensa, fomenta el pacifismo que termina destruyendo, en su concepto, el nacionalismo como elemento aglutinador de un pueblo, de una raza. “En este punto el judío no retrocede ante nada. Se vuelve tan ordinario en su vulgaridad, que nadie se debe admirar de que, entre nuestro pueblo, la personificación del diablo, como símbolo de todo mal, tome la forma de judío de carne y hueso” (50).
En la próxima etapa, la última, con el judío instalado en el poder, manejando la economía y los medios de producción, la prensa, y controlando a las masas proletarias, el judío vuelve, con absoluta seguridad y confianza, a mostrarse como judío, como raza judía. Ya no necesitan mimetizarse con la sociedad de los distintos países que los han recibido. Ahora políticamente el judío sustituye la idea de la democracia por la de la dictadura del proletariado. Llegan al dominio económico, político y cultural, haciendo desaparecer los pilares de la nacionalidad del pueblo al que han dominado. Así el judío se transforma en sanguinario y tiranizador de pueblos mediante el marxismo. “El ejemplo más terrible en este orden lo ofrece Rusia, donde el judío, dominado por un salvajismo realmente fanático, hizo perecer de hambre o bajo torturas feroces a treinta millones de personas, con el solo fin de asegurar de este modo a una caterva de judíos, literatos y bandidos de la Bolsa, la hegemonía sobre todo un pueblo. La consecuencia final no será solo la muerte de la libertad de los pueblos orpimidos, sino también acarreará la destrucción de ese parásito internacional. Después de la inmolación de la víctima, desaparece también, tarde o temprano, el vampiro” (51).
Esta es, a grandes rasgos, una breve reseña de la explicación que Hitler da en su libro sobre el proceso de penetración y destrucción que el judío hace de los pueblos en los que se inserta. Resulta entonces fácil comprender que si este proceso es considerado “inevitable”, ya que el judío lo desarrollará siempre y con gran astucia, la única forma de librarse de él será exterminándolo, aniquilándolo. Ello por cuanto, como ya hemos señalado, en la ideología nazi, la raza es inmutable, y todos los defectos que se llevan en la sangre, no podrán jamás cambiarse o mejorarse. La combinación del biologismo, el darwinismo social, las teorías raciales y el antisemitismo racial, dieron lugar a la creación de un “cóctel” que debería terminar, casi necesariamente, en la masacre más devastadora que haya vivido la humanidad.
Continuando con las ideas y argumentos de Hitler sobre “el ser judío”, no encontramos en Mi Lucha demasiadas referencias (como uno podría creer sin leerlo) a “qué hacer con el problema judío”. Recién en medio de la extensa explicación del proceso de dominación que realiza el judío, Hitler da alguna primera idea al respecto. Allí señala que el judío seguirá siendo jefe de las masas y de la cuestión social, hasta tanto otra fuerza popular les aclare esta cuestión y les muestre la infamia de los judíos, o “hasta que el Estado aniquile tanto al judío como a su obra” (52). Es ésta una primera manifestación sobre lo se debía hacer con los judíos. Claro está que podemos discutir a qué se refiere la palabra “aniquilar” o bien si la misma está dicha en un contexto en el que no signifique lo que luego se desataría. Pero es, dentro del enorme fárrago de palabras del libro, la primera advertencia que se encuentra.
Dentro de las muchas alternativas que se podían encontrar, en la teoría, para segregar al judío, para la década de 1920 (y desde fines del Siglo XIX) ya era muy conocido el sionismo. Para no distrernos del análisis de Mi Lucha solo diremos aquí que el sionismo ha sido un movimiento político internacional que propugnó desde sus inicios el restablecimiento de una patria para el pueblo judío en la Tierra de Israel. No es éste el lugar para analizar este movimiento y sus variantes y las consecuencias que ha traído, pero sí diremos que, visto desde la óptica de aquellos antisemitas que querían una Alemania y una Europa libre de judíos, se trataba de una posible solución. En especial porque durante la Primera Guerra mundial la declaración Balfour de 1917 apoyó la creación de una Patria Judía en el Mandato Británico de Palestina. En 1922, la Sociedad de Naciones hizo suya la declaración formulada en el mandato que dio a Gran Bretaña, por la cual el Mandatario debía garantizar el establecimiento de un Hogar Nacional Judío. Como vemos, el “problema judío” no es patrimonio de los nazis... Ahora bien, ¿era ésta una solución viable para Hitler y su ideología? ¿Cabía la posibilidad de forzar la creación de un Estado Judío y así erradicarlos de Europa? ¿Era ésto suficiente?
El autor de Mi Lucha tiene una clara idea al respecto. El considera que si bien el sionismo se esfuerza por hacer creer a todos que la creación de un Estado en Palestina les llevaría satisfacción, los judíos seguirían causando el mal. “No piensan en absoluto en implantar en Palestina un Estado para vivir allí. Lo que desean es, únicamente, un centro de organización autónomo, al abrigo de las influencias de otras potencias. Quieren nada más que un refugio seguro para sus canalladas; esto es, una Academia para la educación de criminales” (53). Pareciera entonces que la erradicación del judío de las tierras europeas y su emigración a una tierra propia tampoco era una solución a considerar por Hitler, al menos al momento de escribir su libro.
Más adelante se encarga de definir escuetamente la diferencia fundamental entre la ideología Nacionalsocialista y el marxismo. Así afirma que la primera no solo le da valor al concepto de la raza, sino que le da significación a la personalidad en lugar de dar importancia a la masa. El marxismo representa un instrumento de la aspiración judía para su tendencia a anular la significación preponderante de la personalidad y sustituirla por el número de la masa (54).
El gran enemigo a vencer por Alemania era entonces el marxismo, representado por el judío, en definitiva el judeobolchevismo. “No se debe olvidar jamás que el judío internacional, soberano absoluto en la Rusia de hoy, no ve en Alemania a un posible aliado, sino solo a un Estado predestinado a la misma suerte que Rusia... El mal en el que Rusia sucumbió gravita como un peligro permanente sobre Alemania. Solamente el burgués ingenuo es capaz de imaginar que el peligro bolchevique esté superado. En su manera superficial de pensar, el hombre corriente no tiene la menor idea de que aquí se trata de un proceso genético instintivo, es decir, de una acción automática para el dominio de la Tierra por parte del pueblo judío. Este procura infiltrarse entre los pueblos y carcomerlos, luchando también con sus armas, es decir con la mentira y con la calumnia, el veneno y la corrupción, intensificando la lucha hasta la sangrienta extirpación del enemigo odiado. Debemos descubrir en el bolchevismo ruso la tentativa del judaísmo, en el Siglo XX, de apoderarse del mundo... Alemania constituye para el bolchevismo el gran objetivo de su lucha” (55).
La ideología de Hitler es clara. Luego veremos si el peligro del bolchevismo era real o no en Alemania, pero no se puede dejar de afirmar que en su concepción el peligro de que Alemania sufriera la misma descomposición y destrucción que Rusia, era patente. Y el “portador” del marxismo era el judío. Destruir a uno era lo mismo que destruir al otro.
Hitler nunca creyó en la derrota alemana en la Primera Guerra. La rendición de Alemania, habiendo derrotado a Rusia (debido ello obviamente a su salida de la guerra por la Revolución), no habiendo sido vencida “totalmente” por las armas, y con su territorio intacto y no invadido por ningún enemigo, afectó sin lugar a dudas su sentido de nacionalismo. Siempre endilgó la culpa de esta rendición a la traición de los marxistas y socialistas (políticos siempre representados por el judío), que con su sentido de pacifismo internacionalista, bajaron las armas. Es la famosa teoría del “puñal por la espalda” que el judeobolchevismo habría dado a Alemania. No es éste el momento de analizar esta cuestión ya que mi meta es no desviarme, ahora al menos, del análisis de Mi Lucha. Lo cierto que es Hitler siempre creyó que la derrota alemana en la Primera Guerra era un golpe asestado por la izquierda y “sus” judíos. Es necesaria esta breve explicación para entender sus afirmaciones en el sentido de que “en 1918 tuvimos que pagar sangrientamente el error de no haber triturado en los años 1914 y 1915, de una vez por todas, la cabeza de la víbora marxista. Toda idea de resistencia contra Francia sería una locura de remate si no se declarase la guerra a muerte a los elementos marxistas que, cinco años antes, impidieron que Alemania continuase la lucha en las líneas del frente” (56).
A continuación Hitler da cuenta de cuál hubiera sido la solución para evitar esta situación que llevó a la derrota de Alemania. Y es aquí donde encontramos la referencia más notoria y clara (y casi la única en su libro) respecto de lo que años más tarde sucedería. “Si en el comienzo y durante la Guerra, se hubiera también sometido a la prueba de los gases asfixiantes a unos doce o quince mil de esos judíos, de esos corruptores de los pueblos, prueba que en los campos de batalla sufrieron centenas de miles de nuestros mejores trabajadores, de todas las categorías, no se habría cumplido el sacrificio de millones de nuestros compatriotas en las líneas del frente. La eliminación de doce mil bellacos, en el momento oportuno, habría tal vez influído sobre la vida de un millón de hombres honestos, tan útiles para la Nación en el futuro. Es característico de los estadistas burgueses no vacilar en el sacrificio de la vida de millones en los campos de batalla y ver en diez o doce mil traidores, ladrones, usureros y mentirosos, preciosas reliquias de la Patria, a los que proclaman como insustituibles” (57).
Se llega así finalmente a la idea de la eliminación del enemigo, mediante el gaseamiento. Aniquilar a unas cuantas decenas de miles para salvar a millones, en definitiva para salvar a Alemania. Si bien no podemos sostener que esta afirmación en su libro sea el antecedente de los campos de exterminio, sí es posible razonar que su objetivo de salvar a Alemania de la destrucción judeobolchevique, llevaría al nacionalsocialismo a tomar las medidas más extremas y brutales que el mundo haya conocido jamás.
Es común entre los historiadores e investigadores y estudiosos del tema la pregunta respecto de ¿cuál es el origen del antisemitismo furibundo de Hitler? Se ha sostenido la tesis de su abuelo judío, la de la muerte de su madre cuyo médico era judío, su experiencia en Viena con los judíos, la miseria que habría pasado en Viena contrastada con la riqueza acumulada por los judíos, etcétera. Creo que todas estas teorías no llevan a determinar por qué Hitler era un profundo antisemita. A mi modo de ver antes que antisemita Hitler era un profundo nacionalista que creía dogmáticamente en la grandeza de una raza superior, los arios, de los cuáles los germanos eran el modelo ideal, y por debajo de los cuáles estaban todas las demás razas inferiores. Ese nacionalismo racista tan particular lo llevó a no poder aceptar jamás la derrota alemana en la Gran Guerra. Esa derrota, que puso de rodillas a la “raza superior”, y que llevó al oprobio del Tratado de Versalles, tenía su causa, conforme la visión de Adolf Hitler, en la traición de los políticos y parlamentarios alemanes que eran por sobre todo, izquierdistas, socialistas, y que con su pacifismo e internacionalismo, obligaron a Alemania a rendirse, sin ser derrotada en el campo de batalla. Hitler no hacía distinciones de matices con la izquierda, todos eran marxistas que llevaban a Alemania al bolchevismo, con el riesgo de vivir la destrucción y desintegración de Rusia. Y el pueblo que encarnaba políticamente al bolchevismo era justamente el judío (ya analizamos más arriba la explicación de Hitler sobre este aspecto y por qué el judío se hace bolchevique). De allí el judeobolchevismo. Por lo tanto había que destruir el origen de todos los males de Alemania: el judío, que representaba al parlamentario marxista, y al bolchevique, que había traicionado la grandeza nacional de Alemania y la llevaba a la destrucción. Creo entonces que Hitler era, antes que nada, un fanático nacionalista racial, profundamente antimarxista, y por ello antisemita. Esta conclusión, que saca el antisemitismo de Hitler del centro de su ideología, no le quita un centímetro de importancia al inenarrable genocidio vivido por el pueblo judío.
Muchas veces no nos resulta creíble una plataforma política de un determinado Partido, o pensamos que las expresiones y afirmaciones de un político son meras cuestiones propagandísticas, tendientes a ganar votos. Sin que ésto resulte ninguna defensa para el nacionalsocialismo, es realmente una tragedia que el mundo no haya creído a tiempo lo que este movimiento pregonaba. Todo se iba a cumplir de una manera inexorable y paso por paso.
El libro en análisis, “Mi Lucha”, fue publicado en dos tomos. El primero apareció el 18 de Julio de 1925, casi ocho años antes de acceder el Nacionalsocialismo al poder en Alemania. Y el segundo tomo apareció en 1928. Tuvo una traducción al francés en 1934 y recién al inglés en 1943 en plena guerra. Pero esto no debería excusar a los políticos europeos de la época por no haber tenido en cuenta las advertencias tan claras explicitadas en el libro. En todo caso no creo que haya sido insuperable la dificultad para poder saber cuáles eran las ideas del líder del Partido Nacionalsocialista, en un país que siempre representó una amenaza para la paz europea. Sin embargo, a fuerza de la tragedia sufrida, Occidente parece haber aprendido la lección.
Es cierto que el libro pasó en sus primeros años casi inadvertido. Fue reconocido y alabado por el inglés germanófilo Houston Stewart Chambelain, yerno de Wagner y furibundo racista y antisemita. Más adelante se fue abriendo camino en forma lenta, pero desde 1929 hasta 1933 (y obviamente después de ese año), con motivo de una crisis arrolladora marcada por el paro, la proletarización y la miseria absoluta, el partido nacionalsocialista comienza a crecer en forma exponencial, y con él la difusión de su biblia, de su “nuevo evangelio” político. La llegada del autor al poder ponía la coherencia de las “enseñanzas” del libro en peligro de quebrarse si Hitler hubiese obrado (como erróneamente creían en Occidente) como los políticos de los países liberales que, luego de acceder al poder, olvidan generalmente lo escrito y vociferado en sus discursos de campaña. Sin embargo, contrariamente, el acceso a la Cancillería del Recih fue para Hitler un medio para pasar de la teoría a la práctica, la doctrina expuesta en “Mi Lucha”. A partir de allí el libro se convierte en la obra de cabecera de todo alemán, voluntaria o forzadamente. Ninguna biblioteca se podía permitir no tenerlo, lo que obligaba a adquirirlo en cantidades. Cada nuevo matrimonio recibía el día de la ceremonia un ejemplar. Los miembros del partido, ayudados por la prensa, la radio y el cine, difundieron por toda Alemania las enseñanzas del nuevo “evangelio”. En consecuencia las cifras de venta de la obra asendieron fabulosamente. Un millón y medio de ejemplares en 1934, dos millones y medio en 1936, tres millones doscientos mil en 1937, más de cuatro millones en cercanías del comienzo de la guerra, y más de seis millones para Abril de 1940. Ha sido, a no dudarlo, el éxito literario más formidable y vertiginoso que el mundo ha conocido. Hitler mismo admitía en 1939 que no necesitaba cobrar nada del Estado alemán, en su calidad de “Führer”, ya que vivía exclusivamente de las ganancias que le generaba su libro.