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Sabino O’Donnell, el Médico de la Guarnición de Martín García, está harto de la maldita isla. No pudo tocarle destino peor en momentos en que la epidemia de viruela se expande. Se siente confinado como si fuera un reo más en ese leprosario flotante y, para peor, los indios que, como una marea nefasta, no terminan de llegar. Desembarcan 300 o 400 en cada “remesa”. Ya no hay dónde ubicarlos. Están en Punta Cañón, el Leprosario, el Hospital, el Cuartel de Artillería, la Cárcel, el Depósito de Indios y deambulando por aquí y allá. No se destinaron recursos para asistir a los salvajes. Y la viruela, con su hedor y sus pústulas infectándolo todo. Las decenas de muertos iniciales se transforman en centenares. Nadie lleva la cuenta exacta de los muertos, ni siquiera la sabe el minucioso lazarista Birot que se empeña en llevar los registros. Es lógico que mueran, están cada vez más hacinados y resulta elemental que el contagio se propague mientras el Ministro de la Guerra sigue mandando más y más “lotes” cada semana. Son como una plaga. Una pesadilla que no termina.

Al cirujano O’Donnell le consta que algo salió mal con su último intento de vacunación, ya que la mortalidad se aceleró en forma alarmante entre los prisioneros. Los indios lo odian y percibe que hasta los mismos soldados lo desprecian. Por milagro se salvó del ranquel que intentó degollarlo con un trozo de hojalata culpándolo de la muerte de toda su familia. Está preocupado. Ya no podrá realizar las excursiones que hacía cada tarde como único pasatiempo en el laberinto isleño. Decide elevar un parte al Comandante, pero lógicamente no piensa dejar asentado por escrito la cantidad de muertos. Imagina el escándalo que armarían ciertos periodistas librepensadores de Buenos Aires. Por otra parte, al Jefe de la Guarnición le consta la situación con sólo salir de su despacho. Decide mencionar algún que otro fallecido y lo más urgente: pedir protección.

El Médico de la Guarnición

Martín García, Diciembre 10 de 1878

Al Señor Jefe del Detall

Hoy, muy temprano han fallecido, en el Lazareto de Punta de Cañón, dos indios de los atacados de viruela. Los nombres de los fallecidos eran Maliluan de 30 años, y Fueulen de 25 aproximadamente.

De nueve que quedan en curación, hay uno en estado de grave peligro, y que necesita de especial cuidado pues está atacado al cerebro, y se levanta y corre y se oculta por entre el monte.

Pongo, además, en su conocimiento, para que se tomen las medidas consiguientes, que no podré, en lo sucesivo, visitar a los virulentos sin ir acompañado de una guardia pues los Indios creen que la vacunación ha tenido por objeto matarlos. Hoy se me han hecho amenazas y creo que [no] ha pasado el peligro de un atentado preconcebido. Dios guarde a Vd. Sabino O’Donnell (AGA Caja 15.278).

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