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III

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Duerme y se despierta una y otra vez, pero el sueño no termina, la pesadilla sigue y la Machi Oftullán no logra salir de los corralones para animales. La Machi es una médica étnica, y ya utilizó todos sus conocimientos pero no logra huir del abismo del sueño donde está atrapada junto a sus hermanos. Es un sueño muy largo y extraño, parece que dura meses con todos sus días, sus tardes y sus noches. Empezó de pronto cuando los huincas descubrieron la toldería en Aincó, territorio mamulche. A partir de entonces, la luz termina y comienza la noche. Aunque todavía no tiene 30 años, la joroba que carga en la espalda la avejenta. Al principio los soldados ni la miran, hay demasiadas chinas jóvenes para saciar su hambre de sexo; después llega su turno. Percibe con horror cómo las semillas de los cristianos se derraman dentro de su sexo. No los ve ni escucha sus jadeos, ni el peso de esos cuerpos sucios, ni sus manotazos, sólo siente el líquido malsano en su interior. Siente que la enferman, que la envenenan, que la ahogan. Es asco y es terror al mismo tiempo. Luego, el traslado a la costa arreados como animales y los suben a un navío. La Machi se acurruca en el rincón más oscuro de la bodega. Ya en alta mar a bordo de un barco muy grande, el “Santa Rosa”, escucha decir que es el nombre de una diosa de los cristianos. ¡Demonio ha de ser! El barco viaja cargado de prisioneros. El frío, los sacudones de las olas, los gritos, los ruegos, los vómitos. Desembarcan en una ciudad que tiene nombre de viento, de viento bueno, pero a ella no le parece ningún Buen Aire, le parece respirar un viento de enfermedad y de peste. La gente en el muelle empieza a tiro near de los niños para llevárselos. Caminando conducen al resto del grupo a los corralones de nombre extraño: “Miserere”. La Machi no lo sabrá nunca, pero ese desprolijo corral de animales sobre la calle Victoria es uno de los campos de concentración preliminares para los miles de prisioneros que destierran, ubicado entre las actuales calles Hipólito Yrigoyen y Loria; allí “existía un terreno donde fueron alojados provisoriamente una cantidad de indios e indias” (Pedemonte 1943: Testimonio Nº 23).

Ella sabe de sueños, muchas veces viajó en ellos para realizar curaciones llegando hasta regiones muy lejanas. Pero éste es distinto a todos. Nunca anduvo en lugares así. Por primera vez en mucho tiempo tiene miedo, un miedo hondo y profundo. De pronto, otra vez aparecen los soldados huincas y, como al resto, la arrastran al mismo puerto donde la habían desembarcado. La suben a otro barco de pequeño porte llamado “Vigilante”. Dicen que los llevan a otro lugar, a Martín García. Desembarca en la isla ya con los síntomas de la enfermedad. Prueba despabilarse una vez más y cierra los ojos. Aunque ya no despierta más, al menos el sueño largo y horrible por fin parece terminar.

El 8 de marzo de 1879, un lazarista que apenas la alcanza a ver deja constancia de que “Machi Oftullán murió de viruelas a la edad de 32 años” (AABA LMMG 1879 T I, f. 120). Antes, para que se le abrieran las puertas del Cielo de los cristianos, la habían bautizado in articolo mortis agregándole el civilizado nombre de Micaela (AABA LBMG 1879 T II, f. 28). Por lo visto, jamás lograría escapar de aquella pesadilla.

Pedagogía de la desmemoria

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