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II
ОглавлениеRemigio Lupo es un joven periodista a quien el diario La Pampa de Buenos Aires destina como corresponsal de la Expedición al Desierto. Viaja agregado a la Primera División conducida personalmente por el Ministro de Guerra en Campaña, general Julio Argentino Roca. De aquella experiencia va a dejar constancia en sus Crónicas enviadas desde el cuartel general de la Expedición de 1879. Muy pronto, la emoción del joven corresponsal irá dejando paso al hastío y al absoluto aburrimiento. La Expedición marcha con todo lo necesario, oficiales altaneros, miles de soldados, armamentos, provisiones, caballadas de repuesto, religiosos, no falta nada. El único problema es que no se ve ningún indio, ni siquiera de lejos. Las aventuras que imaginaba narrar de la Campaña no existen. En la correspondencia privada que mantiene con el director del periódico, ante la absoluta carencia de noticias relevantes, evidencia una apatía que raya la desesperación:
8 de mayo: Le aseguro a Ud. que es para desesperar a un corresponsal, la carencia absoluta de novedades dignas de especial mención, porque la columna expedicionaria marcha sin encontrar a su paso el menor tropiezo.
10 de mayo: Mi situación de corresponsal es, sin embargo, penosa. Hemos marchado unas tras otras muchas leguas pero sin ver nada y sin que nada ocurra digno de ser mencionado (Lupo 1938: 77, 84).
El 5 de junio de 1879, el ministro Roca está finalizando su rally patagónico, ya tocó la orilla del Río Negro, hubo Te Deum, salvas de artillerías y telegramas de felicitación ante la Conquista del Desierto. Las puertas de una segura candidatura presidencial están abiertas. El trayecto de su columna está absolutamente libre de indios, no así las otras cuatro divisiones que los cazan de a miles. Sus oficiales y soldados están tan aburridos como el corresponsal de La Pampa ante “la falta de diversión”. La pesadumbre de los 2.000 hombres que Roca guía en persona llega al extremo de terminar alucinando con los indios que no aparecen:
Todos ansiaban que se produjese algo capaz de arrancarnos de aquella monotonía, y no pocos se lamentaban por haber visto fallidos sus cálculos de tener diversión con los indios que creyeron encontrar al paso. A las 11 menos 20 minutos hicimos alto, almorzamos y proseguimos la marcha a las 11 y media. ¡Nada! Ni un solo indio. Había algunos que se desesperaban, y creían ver indios en cada accidente del terreno. De repente ¡Oh placer! Se divisó a lo lejos una polvareda que se alzaba a nuestro frente. ¡Son indios! (…) Confirmaba esta sospecha el hecho de que la polvareda… se alejaba de nosotros, desviándose ora a la derecha ora a la izquierda. El General por si acaso fueran indios, hizo hacer alto para desprender una partida de 20 soldados, a la que querían acompañar todos los Oficiales (Lupo 1938: 125,126).
Luego desprendió otro grupo de 10 soldados “que debía alcanzar y auxiliar en caso necesario a la primera. Un rato después vimos con sorpresa que regresaban las dos partidas. ¿Y los indios? ¿Los han batido? ¿Cuántos eran?”. Remigio Lupo cuenta que en principio ninguno de los oficiales hablaba. Finalmente, uno de ellos contó avergonzado la verdad. En la desesperación por encontrar indios, el general Roca había mandado a la tropa a perseguir remolinos de tierra: “La polvareda era levantada simplemente por el viento del valle, soplaba violentamente formando infinidad de trombas de tierra, conocidas generalmente con el nombre de remolino” (Lupo 1938: 125/127).